miércoles, 28 de noviembre de 2012

Mañana será mejor...


Lautaro Negri
Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Entre sueños y realidades, segundos de inconsciencia transparente transcurren sin dejar huella. El presente se acomoda tras una serie de instantes donde los movimientos se transforman en autómatas. Un paso le sigue al otro con un destino tan claro que se torna imperceptible.
Con un sorbo de café, el individuo entra en su cápsula para transportarse hacia su oficina. Mientras navega por el vacío del tubo interurbano, que recorre el espacio aéreo plasmado sobre las calles inhabitadas, recuerda las líneas leídas hace años atrás sobre automóviles, trenes, motos y colectivos. Para la alegría de los burócratas, esas palabras quedaron desterradas y sólo existen en los libros de historia que reflejan la improductividad de las conversaciones, causantes de la “Gran Crisis” que casi aniquila con la humanidad. Todo contacto visual con otro ser fue reemplazado por los noticieros y películas transmitidas en la televisiones digitales hogareñas.
Sentado en su escritorio, luego de un viaje fugaz, se dedica a leer los mensajes acumulados en su cajón. Transcribe letra por letra en su computadora para después enviar los archivos al Salón Central mediante el correo interno de la empresa. Con esta inocente acción, estos documentos plagan los medios audiovisuales y construyen una sólida estructura de noticias que inundan las retinas de la población con información insulsa.
Su función ha concluido. Espera que los billetes salgan de la abertura ubicada en la pared lateral. Toma los papeles grisáceos y hace un giro de 180 grados sobre su silla para depositar el dinero en el orificio de la máquina de provisiones.
-          Buenas tardes, ¿qué alimentos desea llevar hoy? –pregunta la voz electrónica del altoparlante-  Presione el botón acorde a su gusto.
Estira su brazo y con el dedo recorre el teclado táctil desplegado en la pantalla.
-          Opción 3: cena italiana de spaghetti genovés ¡Excelente elección! Que disfrute su comida. Grupo Redes le desea buenas noches y lo felicita por su labor cumplida.
El único diálogo que podía aspirar a entablar se había esfumado en un centenar de segundos. Él deseaba poder transmitir sus ideas hacia alguien que pudiera afirmarlas o refutarlas y, de esa manera, comenzar una discusión al menos. Su anhelación de respuesta se vio sofocada al observar que la luz azul del foco central del aparato había dejado de brillar con su intensidad característica. Aquel destello que le hace compañía todas las jornadas sin excepción había cesado.
Con su recipiente de comida recién empaquetado, se dirige hacia el contenedor de bebidas del lado opuesto del cuarto, pero con la bronca expresada en su rostro se acuerda de que ya había gastado el sueldo del día. Busca en su bolsillo con desesperación y para su suerte encuentra tres monedas de cinco pesos que le habían sobrado del día anterior. Ninguna voz se hace presente en el mecanismo, por lo que se ve obligado a hacer su operación sin ningún sonido que le pueda replicar al menos una palabra.
Finalmente, toma su descanso merecido, aunque en su interior se cuestiona qué le había causado agotamiento. ¿Había sido su tarea de reproducir los textos contenidos en las decenas de papeles apilados en su escritorio? Continúa en su proceso de reflexión y se da cuenta de que en realidad, el silencio ensordecedor que lo envuelve cada vez más es el motivo por el cual siente que sus sienes lo aprietan, tal cual lo hace la habitación de tres metros de largo por cinco metros de ancho en la que se encuentra.
Se levanta con un movimiento leve, mientras el tiempo simula seguir su rumbo con el funcionamiento eficaz del reloj alejado del piso, aunque él sabe que se detuvo hace años. Pisa sobre la palanca de plástico y tira los restos de su banquete moderno en el receptáculo de basura, mejor conocido como “agujero negro”. Ahora, su mirada se eleva y se estanca hacia el espejo colgado en frente suyo. Observa su cara, adornada con ojeras profundas, y desconoce su existencia. Acerca su mano sobre la superficie del cristal para poder contactarse consigo mismo, pero todo intento es en vano. Sus ojos se desvían del reflejo ya que no soportan la crudeza del momento.
La resignación hace su presencia en el cuerpo inerte y converge sin obstáculo alguno. Toma su saco del armario diminuto, compuesto por un solo estante, y lo desenvuelve. Mientras se lo pone, revisa las arrugas que quedaron impregnadas sobre la tela, pero su preocupación es insignificante.    
Una vez más vuelve a su hogar, el cual resulta ser el escondite donde refugia sus angustias e imaginaciones jamás concretas que encuentran un lugar propio en su mente y se disuelven al intentar potenciarse en el exterior. Recostado en su cama, voltea hacia su mesita de luz y recoge una foto. La nostalgia recoge sus resquicios y los arroja sobre él, quien besa la figura  femenina con ansias de tocarla. Se acuesta nuevamente y piensa que mañana será mejor.



Postdata

Ana Minini Venega
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Ya es la cuarta vez que digo que es el último mate de la noche. Es tarde en Barcelona y la nostalgia despierta a mi insomnio. Hace diez años que no cruzo la 9 de Julio, que no viajo parado en el bondi; que no escucho a alguien decirme “boludo” con ese afecto particular.
Pienso en mi huida y en el arrepentimiento, estoy tan concentrado en las risas de mis viejos aquellos domingos de asado y charlas, que el agua me acaba de quemar la lengua. Me hubiera gustado que el primer pensamiento no hubiese sido “¡Joder!”.
Diez años sin escuchar la pasión en los bares esos fines de semana futboleros. Diez años sin un choripán como la gente.
Diez años de estar solo. Quiero salir a la calle y ver señoras regando las plantas y hablando con sus vecinas; quiero bocinazos, las puteadas a los tacheros y la gente que va a todos lados pero a ninguno en realidad, que camina mirando fijo al destino y desconoce su alrededor. Inclusive eso quiero, que la calle sea una escenografía.
Quiero sentirme solo en la ciudad donde estoy más acompañado.
Hace diez años que no canto el himno con los pelitos del brazo levantados, porque nadie lo comparte, porque no lo siento en el aire.
Extraño la desconfianza y el abrazo al desconocido, el olor a las medialunas recién hechas de la panadería de la esquina de casa, y el de la lavandina y productos de limpieza de las manos de mamá. Las mañanas con la radio prendida y el mate cocido con leche no son lo mismo en otro lugar.
Estoy vacío; a veces creo que dejé una parte mía allá, pero no, me traje todo para acá, todo lo que no necesito; me hacen falta esas calles cortadas, esas personas que te saludan en la calle, esas personas que te chocan, esos árboles de plazas inmensas, las sierras, la playa de la costa, el tango de fondo en algún que otro barrio porteño, ese acuerdo silencioso en el que todos aceptamos que somos el mejor país del mundo aunque sufrimos con cada prueba de lo contrario.
Me fui queriendo volver, me fui curioso pero con vergüenza. No menosprecio al país que me dio abrigo cuando tuve que escaparme de mi lugar, pero cien veces volvería para morir en mi fracaso antes de sobrevivir donde no pertenezco.
Cambio la yerba, y como veo que ya queda poco, decido ir a dormir. Y espero despertar de este sueño de una década y dejar finalmente, de estar solo.

El intruso en la plaza


Lautaro Negri
Taller de Comprensión y Producción de Textos I

La tarde caía en su máxima expresión con el principio de la aparición de colores cálidos sobre el cielo de primavera. La plaza relucía en su soledad. Las baldosas extrañaban la presencia de los seres que todos los días transcurrían por el lugar.
El reloj marcaba la hora de salida del colegio. Adolescentes de todas las edades salieron por la puerta principal, encaminados hacia la vuelta a sus casas. Algunos decidieron tomar la avenida principal para dirigirse con sus autos y hacer el camino más rápido, mientras que otros se vieron obligados a emprender su camino a pie.
Las chicas de quinto año caminaron hacia su refugio que las contenía por los atardeceres. Sus caras esbeltas y joviales demostraban la felicidad de haber concluido una nueva jornada.
Se sentaron en el banco más cercano al centro y comenzaron a hablar. Con el correr de los minutos, el calor se hizo más intenso, lo cual resultaba extraño a esa hora del día. Con delicadeza, se desabrocharon los dos primeros botones de sus camisas para que al menos una corriente de aire chocara contra sus cuerpos.
La naturaleza de las plantas se entremezcló con la belleza de aquellos seres a medida a que se iban deshaciendo de la ropa que cubrían su calidez. Estaban solas en medio de aquel manso ambiente, o eso es lo que ellas creían.
Detrás de los árboles ubicados en el extremo de la plaza, un individuo apreciaba la escena con un goce que jamás había sentido. Ante sus ojos se proyectaban las imágenes jamás pensadas por su mente jovial. Los músculos se paralizaron de forma simultánea.
Mientras este pequeño ser se encargaba de hacerse más diminuto en su escondite, las mujeres de edad temprana sentían que la temperatura subía progresivamente. Entonces, se acercaron a la fuente alojada en sus cercanías e iniciaron un juego que concluiría con la satisfacción del espía inocente que apreciaba como los pechos de las jóvenes se humedecían.
Los cuerpos se movilizaron con soltura para expresar su libertad. Los uniformes se acomodaron a placer del vigilante del accionar de las chicas y mostraron al descubierto las piernas de las estudiantes.
Las curvas prominentes que se habían expresado con esplendor lujurioso se borraron de manera efímera. Aquellos ojos que habían disfrutado del momento serían los encargados de que las imágenes captadas quedaran por un largo tiempo en su cabeza.

Respirando revolución


Lucas Martínez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I

En La Habana el aire se percibía raro. Sí se podía ver esa isla de malecón y extrema opulencia, con lujos reservados al mejor postor, con un pueblo que inunda las calles como en un hormiguero. Pero el clima era diferente.
Las sirenas de bomberos contaminaban el paisaje sonoro de “Guatanamera” y clave de rumba, en esa víspera de año nuevo.
No sé cuándo empezó el tumulto y la vorágine de los hijos de Xangó, porque quizás la génesis se remontaba a años atrás.
“Viva Fidel”, corridas de sombras frente a mí, y un cartel de una multinacional cayendo bajo el martillo revolucionario, asido por la mano negra que creció en el cañaveral.
“Viva Fidel”, y un detenido por el ejército de Batista, prefiere inmolarse a ser detenido.
“Viva Fidel”, y las sombras frente a mí se fusionan creando una masa uniforme, vestida de guerrilla.
El aire no es el mismo.   

Una pluma pequeña

Juan Cruz Mori
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


En el intento desesperado de dibujar al ave, el impacto había ingresado justo en mi cabeza. Desde el árbol desnudo se acercó un pájaro cantor. Sobre el cuerpo de Bauman pegaba pequeños saltos, como empujándolo, buscando su resurrección.
Recorrió su pecho hasta llegar a la cabeza. Mirándolo fijo, de su pico salió una melodía y, velozmente, se introdujo por su boca, en una pausa donde, de a partes, sumergía su cuerpecito dentro de los cachetes de aquel, que un día, había sido un hombre.
De inmediato, el muchacho abrió los ojos. Enceguecido, tomó su rifle, saltó la trinchera y, corriendo, se introdujo en la que seguía. Concentró su visión y su energía en los soldados enemigos, y aunque escuchaba silbar los tiros cerca de él, no parecían afectarle. Prosiguió a terminar con la vida de los agresores, haciendo lo mismo en las trincheras siguientes.
   Los proyectiles comenzaron a ingresar en su cuerpo, él los recibía como si s cuerpo fuera inmaterial, como si aquello no estuviese dañándolo. Una bala de gran tamaño alcanzó alguna parte sensible.
Fueron cinco los soldados que lo embistieron en el suelo, golpeándolo y acuchillándolo. Bauman, desde el suelo, comenzó a cantar. Pero no era su voz la que escuchaba, sino la del ave, esa que él había visto antes de morir.
Al abrir los ojos, se encontraba en la camilla de un hospital de guerra. Creyó que todo había sido una invención de su mente soñadora. Se esforzó por hacer memoria.
De repente, comenzó a toser, atragantado, de a poco se ahogaba. Una enfermera que pasaba le presionó la panza y Bauman sintió como escupía aquello que no lo dejaba repirar: una pluma pequeña.


Lo inmensamente grande, ínfima porción de oscuridad


Ezequiel Toré
Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Abro los ojos, los cierro. Da lo mismo una cosa o la otra.
A la izquierda noche, a la derecha noche, arriba noche. Todo negro. La conciencia se reduce a saber que debajo de mí está mi cama. Busco la luz roja, esa ínfima porción de luminocidad que me proporciona el stand by del televisor.
La luz se fue. El silencio es absoluto, me atrevo a decir que es cercano o lo que debe escucharse en el interior de una tumba. Alzo la mano tan alto como puedo, no alcanzo a tocar nada. Estoy vivo.
Oscuridad, noche, vacío, estoy rodeado de todo y de nada, sé que en torno a mi cama está ubicado todo lo que poseo, pero no puedo ver, no puedo corroborar su exiustencia.
Tomo conciencia de que mi celular proporciona un ápice de luz. Tanteo a mi izquierda, busco, encuentro, abro la tapa, no hay resultado, no tiene batería. Mi respiración se agita, siento calor, frío, respiro, tiemblo. Me siento y trato de pensar, sólo logro hilar tres palabras “salir de  ahí”.
Me pregunto si es más inteligente mantenerme en la cama o intentar llegar a la puerta, analizo las opciones. Definitivamente lo mejor es ir en busca de alguna vela. Giro mi cuerpo en sentido contrario de las agujas del reloj, todo negre. Miro hacia el piso, todo negro. Siento desconfianza de apoyar mis pies en el piso, por miedo a que la profundidad de la  negrura me engañe, la posibilidad de caer me estremece.
Alzo el pie derecho y lentamente lo hago descender a donde, se supone, hay una baldosa. Sentí frío, lo que convierte al piso en una realidad.
Tomo coraje al erguir mi cuerpo, doy dos pasos y, de repente, me encuentro navegando en un mar de aguas negras, casi ahogándome en el espacio infinitamente basto y sinceramente pequeño.
No me choco contra nada, no toco nada. Todo está más oscuro. Decido sentarme, para lo cual, doblo lentamente las rodillas y tanteo con las manos en dónde se van a posar mis gluteos. Me siento en posición de chinito y me refriego los ojos, con la esperanza de que éstos se acostumbren a la oscuridad.
Bajo lentamente la espalda y rezo para no caer por un pozo que sé que es, en realidad, inexistente pero que la negrura y mi imagición me obligan a crear. La sangre se me atorbellina pensando que en el interior de ese cubículo hay en verdad, un enorme e infinito vacío.
Mi ubicación es incierta, no hay manera de que sepa geográficamente en qué parte de la habitación me hallo, sólo sé que estoy recostado en el piso. No oigo nada, no veo nada, no toco nada, no siento nada, ¿seré yo la nada? ¿quién soy, dónde estoy? Ya todo lo que fue cierto parece no serlo, ¿cuánto tiempo llevo acá?¿estoy acá, o es un sueño? Creo que mi mente me engaña.
Abro la boca para gritar, pero el vacío puede oprimirme el pecho y apagar todo sonido. Despierto. Estoy en el suelo, en medio de mi habitación. Desencajado, echo un vistazo hacia todas las direcciones, todo permanece donde debe estar.
Me convenzo de que fue un sueño, aunque en mi interior, entiendo que no pudo ser una mera ilusión, o un invento, todo aquello que viví. Todo parece estar normal, me hice sonar el techo y mi cabeza quedó hacia arriba.
En el techo hay marcas de uñas y la ventana está abierta, ¿habré estado solo?
  

Un día de domingo

Daiana Zárate
Taller de Comprensión y Producción de Textos I

El viejo sentado en la punta de la mesa,  gobernando este pequeño mundo su  familia, destapa el vino para almorzar las pastas del domingo, como de costumbre. Mamá, la “Turquita”, prepara los ravioles con la salsa aparte, sabe que al viejo la comida muy cargada no le apetece porque ayuda a que la acidez aumente y que al otro día tenga que comer avena como un caballo.
Está la mesa servida, mi hermana llega siempre tarde no sé por qué le cuesta  tanto levantarse al mediodía, y si… igual a la tía “Pety”, los mismos genes, que acaba de tocar timbre, y ya desde acá arriba se la escucha rezongar porque el postre se está derritiendo. Y vamos ahora con la misma pregunta de siempre…
- Hola, tía, ¿cómo te va?
- Y, querida, acá andamos más o menos, en la lucha.
Desde hace 18 años que vengo escuchando la misma respuesta, cuando va a ser el día que diga: “¡Hoy ando muy bien!”. Pero eso va a ser más difícil que quitarle los kilos a Pavarotti.
Estamos todos sentados en la mesa que la vieja preparó, el mantel floreado con los platos y vasos azules y los cubiertos que por cierto ya están desgastados y muy bien no funcionan, pero no vamos a decir eso, todos nos vamos a hacer los bobos para no quitarle la ilusión a la “Turquita” de que todo está perfecto.
Los ravioles están exquisitos, como cada comida que ella prepara. Ahora que terminamos de comer viene la ronda de chistes y anécdotas que siempre realizamos después de cada comida y  a la vez hacemos la digestión para consumir el postre, así matamos dos pájaros de un tiro.
El famoso “tronquito” de chocolate, dulce de leche y crema de la tía es lo que estamos saboreando en este momento, y se escucha por lo bajo…
-Definitivamente me lo hojearon a este postre, ya no me sale como antes, eso me pasa por darle la receta a doña zara, yo sabía que además de ladrona, era media bruja.
Y bueno hay que entender que la “Pety” ya está grande a sus 70 y tantos, por algo más que no sean  solo sus perros, se tiene que preocupar  y donde no hay problemas se los inventa. Papá come sólo un bocadito para no despreciar, es que lo dulce tampoco es lo suyo. El postre estaba igual  a como lo hace siempre, por eso todos le decimos a la tía que está más rico que nunca, para que no se sienta mal.
El almuerzo de domingo se está terminando con un riquísimo café con un chorrito de anís árabe que nos regaló el tío Amín. Nos despedimos de la “Pety”, le decimos hasta el próximo domingo tía, esperamos que estés bien, y nos contesta lo mismo de siempre…
- Espero que la presión no se me suba, después de todo lo que comí… cualquier cosita los llamo.