viernes, 17 de diciembre de 2010

El sueño del aullador

Marcos Isla Burcez

Taller de Comprennsión y Producción de Textos I

Extensión Chivilcoy


Te veo llegar por la escalera del Concejo Deliberante y la emoción recorre mi ser como una corriente eléctrica. Estoy en el primer piso, triste y pensando en ti como siempre. Te sonrío y digo “hola”. Tú me sonríes también. Extraño en ti. Me acerco a tu mejilla anhelada, disfruto el instante del beso, percibo tu aroma de mujer que me da vida y es cuando sucede.

Desde tu perspectiva vez el momento en que salen de mi espalda y se extienden las enormes alas membranosas de murciélago. Sientes mis brazos rodear tu cuerpo y te aferras a mi, mientras que tus pies dejan de tocar el suelo y en tu estómago, el vértigo de la elevación.

No sientes el golpe en tu cabeza del vidrio del techo porque es mi cabeza la que golpea con un estruendo pero no hay dolor ni nada. Percibes mis fuertes brazos en tu cuerpo y los tuyos rodeados en mi cuello, cierras los ojos y disfruto de tu hermoso cabello azabache al viento como si tuviera vida propia. No quieres ver a dónde vamos, sólo escuchar el sonido del mundo. El frío no te congela porque tienes mi calor sobre tu piel.

Llegamos a alguna parte. Una cueva en lo alto de un acantilado que es mi guarida y hay una pequeña fogata. Afuera una vertiginosa imagen apocalíptica: una noche oscura, rugiente, llena de nubes que marchan arrastradas por el viento infernal y que, por momentos, deja ver una luna enorme y sangrienta. Abajo, el mar embravecido, olas enormes que golpean la base de la muralla hasta hacerla remecer, las rocas y los árboles se desprenden y caen al abismo cuyo fragor es tan intenso como el huracán.

Estás inmóvil, donde te dejé y me contemplas con la misma sonrisa que me obsequiaste en la escalera. No hay miedo en ti, sólo el amor que yo tanto deseo. Estoy de pie frente a ti. Mi silueta negra como la noche del acantilado se dibuja contra la tormenta. Mis ojos de serpiente rojos y fosforescentes y mi sonrisa de alargados dientes caninos. Soy Yog Sototh, el Eterno Demonio de la Soledad y Amo de los Vientos.

Te desnudas. Tu boca busca mi pecho y tus manos se deslizan por mis cabellos, mi nuca, mis hombros. Mis garras recorren tu cuerpo sin lastimarte, paladeo cada centímetro de tu piel, te beso y te penetro suavemente. Jadeas, eres feliz, yo aúllo. No dejo de acariciar tu hermoso pelo, mientras el infierno se desata cada vez más fuerte allá afuera y en el momento del éxtasis se escuchan las campanas infernales. Mía. Mía al fin.

En un tiempo sin tiempo, sin horas, las cosas vuelven atrás, al inicio. Te beso en la mejilla al final de la escalera y nos seguimos sonriendo por un segundo, mientras dan las doce en las campanas de la catedral. Hoy estoy lleno de tristeza porque ya no encuentro tu sonrisa.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Compañera del destierro

Por Álvaro Vildoza
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Hoy te vi diferente. Sentí por un instante que nos perdíamos. Desde un amanecer transatlántico me despediste como sonriendo.
Cuando gritaron el nombre del pasaporte al que tus dedos se aferraban bajaste corriendo. Era temprano y el sol no iluminaba todavía París. Pero él, mensajero de la Embajada, te entregó el telegrama. No se miraron a los ojos. Él no ocultó su sorpresa al comprobar que las identidades no se correspondían, y supuso entonces que sería otra salvación escrita en nombre falso. Merci respondiste con la timidez aparente del que esconde el nudo de la esperanza.
Cuando las leíste, las palabras sobre el papel te obligaron a dejarme. Esperé que lo hicieras de a poco. Tampoco a mí me miraste a la cara. Hoy, no como ayer ni antes de ayer, no vi cómo dejas caer tus párpados pesados al mirarte en el espejo.
Respiraste como para hacerlo, como siempre, pero no. No puteaste a la mano derecha, a esa trágica mano que empuñó la pala para cavar el pozo, ni a la carretilla que desplomó tu biblioteca en las llamas.
Tampoco te oí murmurar sus nombres, no necesitaron firmar para que los escuchases. No imaginaste las pesquisas, ni las voces temerosas de tus niños. Tampoco saboreaste las amargas lágrimas de ella, que juraba que no estabas.
No miraste el lápiz ni las hojas que decís prohibidas, que siguen esperando sobre la mesa. Hasta creo que no extrañaste a la Olivetti que dejaste guardada en el armario, tan lejos, sobre las cenizas de los manuscritos peligrosos.
La brisa que entraba por el vidrio roto empezó a enfriarse en octubre y ni siquiera te diste cuenta. No lo señalaste en el calendario porque pensás que jamás te olvidarás de este día.
Hoy no pude oler el café quemado que infecta el día entero al pequeño nuevo hogar que nos consiguieron. Ni te vi sentado sobre una de las dos sillas que se enfrentan, mesa, platos sucios, cartas y poemas sin escribir de por medio.
Esta tarde no repetiste sobre la agenda sus nombres, ni los dibujaste al carbón en el cuaderno Estrada que trajiste, ni releíste una y otra vez el rótulo apenas escrito en letra mayúscula con trazo aprendiz. Hoy no me dejaste acompañarte por la noche para contar las estrellas y escuchar las sirenas. No caminamos entre las tumbas de Montmartre, ni tu memoria vagó entre tus amigos muertos, asesinados por la desaparición, aniquiladas sus letras, sus verdades.
Hoy, un reservado empleado trajo un sobre dirigido a quien nunca fuiste, a quien con vergüenza llevas en la billetera, al que responde cuando los vecinos te saludan. Lo leyeron ambos, Jean Maustreau y vos, juntos dentro del mismo cuerpo, con los mismos ojos, con la misma garganta sin voz. Estamos todos. Bien. Y bastó por un momento, para que los sientas con vos; para que me dejes abandonada, conmigo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Sabía que vendría

Por Candela Villalibre
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Sabía que ese era el día, sabía que esa noche vendría. Las últimas semanas la sentía cerca, como si la brisa del verano naciente trajera su perfume, su sonrisa perversa, sus oscuros sentimientos. Aveces se peinaba y hasta podía jurar que detrás de su espalada ella soplaba su pelo. No se acordaba desde que momento su relación se había hecho tan intensa, cuando habían comenzado a conectarse.
Pero, de repente se encontró con que su carisma y sus ganas de vivir se habían consumido con el tiempo. Atrás quedaban los momentos de adrenalina, de juventud, de risas. Ahora tenía sueño, los huesos cansados, y las pupilas desgastadas. Estaba rodeada por un aura profunda y avasallante que la adormecía, y dulcemente la atraía a sus brazos, mientras debilitaba su alma poco a poco.
Ya no le importaba su alrededor, estaba cerrada en sí misma, esa extraña sensación la absorbía, penetraba sus pensamientos, dominaba su vida. Después de largas noches de sollozos, murmullos en el pasillo, vibraciones, recuerdos de su niñez que aparecían como ráfagas en su memoria y la confundían en tiempo y espacio, logró comprender de que se trataba.
Tanta cercanía transformó su alegría en lágrimas de nostalgia, luego su temor en curiosidad. Entonces la tristeza y la resignación se hicieron a un lado, para llenar su cuerpo de coraje y darle paso a otra etapa de la vida. Ahora entendía quien había venido a buscarla, por què estaba en todos lados seduciéndola, que quería conseguir. La intrusa se hacía presente sin asustarla, trataba de acercarse de manera suave, con paciencia. No quería llamar la atención, por eso la rodeadaba cuando estaba sola y estaba segura de poder penetrar en su mente.
Su alma se vistió de melancolía, su cuerpo agobiado se rindió ante la lucha. Pareciera que de a poco se fue desarraigando de todo lo que la ataba, y liberó su ser. Entonces un día llego ella… allí estaba sentada al lado de la cama, mirándola fijamente con sus ojos verde esmeralda, sus cejas oscuras, su pelo negro, y su aroma a jazmín. Era realmente hermosa, y con su rostro la invitaba a viajar, a explorar un universo distante. A través de su mirada, podía sumergirse en el más allá.
Sentía que caía por un abismo profundo, quería gritar pero en el fondo disfrutaba esa sensación de final. Cuando consideró que estaba preparada, su nueva amiga le acarició el rostro y la tomó de la mano con naturalidad, acostumbrada a llevar gente de viaje. Juntas se desviaron del camino, juntas se alejaron de lo conocido.

Memoria de risa

Por Martín Fernández
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Memoria de no saber que pasó
Me moría por saber
Memoria de dudar y no reír
Me moría de ganas de morir
Memoria del pueblo que llora
Me moría porque pasen las horas
Memoria colectiva en construcción
Me moría sin entrar en razónMemoria de creer que aún hay pasión
Memoria de un disparo al corazón.

Mente en blanco

Por Bárbara Dibene
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Desesperada busca sombras, una prueba de que la luz aún existe. Se revuelve nerviosa, pero no consigue percibir las dimensiones de su cuerpo ni del lugar en dónde se encuentra. Intenta mover las pestañas, los brazos y los dedos de los pies. No tiene éxito y abandona la tarea llena de frustración.
Respira entrecortadamente, le cuesta mantener sus pulmones en movimiento. El aire es tan pesado y húmedo que se le atora en la garganta. Se le comprime el pecho ante la sensación de asfixia, pero sigue respirando.
¿Hace cuánto ya que está postrada, a oscuras, sin posibilidad de escapar? No puede contestar a esa pregunta. No tiene idea de cuál es la posición del sol (si es que sigue existiendo) en el cielo. Puede que sea de día o de noche. Para ella es indistinto, no cambia nada.
Pone la mente en blanco. Destruye las fotografías que la acosan, pero algunas tienen tendencia a regenerarse. El terror la consume, se la lleva a rastras hacia el foso más profundo. Mente en blanco. Fogonazos de rostros crispados y voces libidinosas.
El pulso se le dispara ante el recuerdo irrespetuoso de una mano de tacto impuro. Se marea por las nauseas. Esquirlas de hielo le pinchan el estómago. Se imagina verde, con los labios comprimidos para evitar vomitar los duros fragmentos derretidos.
Quiere gritar. Lo necesita con todas sus fuerzas, para lograr desprenderse del dolor y la impotencia. La voz no le sale, temerosa se oculta en un rincón del pecho. Algo parecido a un gemido se cuela entre sus labios pálidos.
Siente miedo. Un miedo devastador que arrasa con sus fuerzas. Está agotada. Llena de debilidad trata de volver en sí. Cree percibir cierto calor en su piel desnuda. Los párpados tibios se mueven un poco.
El tiempo sigue corriendo. Lento o rápido, pero se deshace en el reloj que aún lleva en la muñeca. Se duerme, en un sueño inquieto producido por el cansancio. La despiertan unos gritos. Alguien le saca la venda de los ojos (que no abre) y la toma en brazos. Se entrega a su victimario o rescatador, da igual. Mente en blanco.

* * * * * * * * * * * *

Pasaron días hasta que el miedo le permitió hablar. Siempre la seguía a todos lados. Le tapaba la boca con telas invisibles de acero oxidado. Se reía de sus palpitaciones y pesadillas. Sir ir más lejos, hacía su trabajo.
Al principio, podía mantenerla encerrada. La hacía llorar por horas. Luego, fue perdiendo influencia sobre ella. Ya no logró contenerla entre cuatro paredes, ni deshacerla en llanto. Pero aún podía maltratarle el sueño. Incluso hoy tiene sus pequeñas victorias en ese ámbito.
Uma puede dejar que las palabras broten. Puede recordar sin que se le contraiga el rostro. Puede reírse del miedo. Aprendió a hacerlo a un lado, y ser irreverente a su traje gris.

Octubre es del pueblo

"Volveré y seré millones."
Eva Perón


Un hombre sale al balcón, desde abajo vitorean. Alza una foto, pronuncia unas palabras, no se escucha claro, pero todos lo aplauden. Algunos pasan y miran aquel sector, levantan la vista, lo ven, sonríen. Alguien levanta el brazo y hace una V con los dedos. Hay quienes lo siguen y también forman la V, hay quienes prefieren flamear sus banderas.
Un hombre muy viejo lleva una radio al hombro. Acaba de entrar en la fila, un "colado", pero nadie se está por enemistar. El hombre baja la radio, grita una consigna, llora. Algunos también se emocionan, algunos charlan para opacar la emoción. El que no tiene dientes siempre inicia las canciones; como el hombre del balcón, ya ha aceptado su puesto, y lo disfruta.
Allí son todos amigos, o en todo caso compañeros. El enemigo está afuera, festeja, se burla, se relame los colmillos. El enemigo lo es porque existen dos veredas, aunque algunos insistan en la neutralidad.
Otra vez el hombre del balcón, otra vez flamean las banderas. Evita sonríe en la imagen que el un señor alza, y también protesta desde las remeras. Cada tanto vuelven los cantitos, a veces con bronca, a veces con euforia, y la tristeza parece evolucionar en lucha y las generaciones se mezclan en un aplauso general.
"No saben si volvió el camión del agua?" pregunta un anciano a un grupo de jóvenes. Ellos desconocen la respuesta pero ofrecen un mate y el frío no se hace presente aunque se muevan las copas de los árboles. Hay bares abiertos en las transversales; los de la calle principal no prestan sus baños, pero todos muestran en sus pantallas lo que ocurre en la Casa.
Hace siete horas que empezaron a caminar. El hombre del balcón los observa y se debate entre si bajar o seguir disfrutando de su efímera fama. Para los que empezaron al rayo del sol, se hace difícil refugiarse del clima de la noche, pero el calor de una multitud enardecida puede más que quince estufas.
Poco a poco comienzan a avanzar. El hombre del balcón ya bajó. Faltan horas pero ya se divisan las vallas, y alguien dice que vale la pena esperar. Corre el rumor de que en la recta final ofrecen sandwiches, a lo que algunos bromean: "Ven que al final vinimos por el chori?".
A las 3 de la mañana, aún falta para entrar. Agotados, sucios, siguen creyendo que es ahí donde tienen que estar. "Ahí en la luz se arma la fila", "Dónde?", "Ahí donde están los policías, después hay que ponerse de a dos".
Cerca, muy cerca, ya se ven las coronas. Las consignas se aplacan; ahora todo es respeto. "Dejen los carteles y por acá las flores "exige un policía casi en la entrada. Uno de los transeúntes se aparta, apoya un ramo de flores, saca un papel del bolsillo, lo pega entre los barrotes, y escribe con orgullo: Gracias Néstor.



Por Guadalupe Reboredo
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

La soledad

Por Ignacio Catullo
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010



El hombre estaba solo. Por más que intentara librarse de las ataduras, no lo conseguía. Nadie podía ayudarlo y eso sería motivo de desesperación en pocas horas. Se esforzaba al máximo para mover siquiera un dedo, pero era imposible. Las venas le estallaban por el esmero con el que luchaba contra el nudo tan cruel y eficazmente sujetado.
La oscuridad era absoluta; el silencio total. Sólo podía él sentir su propio cuerpo. La respiración constante, el latido cada vez menos sereno de su corazón, la soga raspar contra la piel de los antebrazos, cuando después de un tiempo indeterminado era capaz de vencer el dolor y mover, de forma casi imperceptible, ambas muñecas.
No recordaba por qué estaba maniatado en esa habitación húmeda, de paredes olorosas y suelo frío. Aunque no veía, podía imaginar fácilmente el verde musgo en los muros. ¿Dónde estaría? Un dolor de cabeza sin precedente no le permitía pensar con claridad. Nada de lo que había hecho en su miserable vida era motivo para semejante martirio. ¿Quién le habría hecho eso?
Sin noción del tiempo y casi habiendo perdido las esperanzas de que lo encontrases en ese agujero negro, intercalaba momentos de descanso y de esfuerzo, tratando de escapar. Nunca había sido un hombre fuerte ni dotado de destreza física. Tampoco su determinación era una característica que fuesen a resaltar de él. Ni siquiera contaba con el sentido de culpa como para, en la desesperación, pensar que se merecía algo así.
En ese contexto, era tan difícil salir de allí como darse cuenta de qué sucedía realmente. No se le ocurría un plan, no calculaba el tiempo, ni cambiaba de estrategia. El hombre se limitaba a hacer fuerza para romper los nudos. Mordía fuerte, apretaba los puños, cerraba los ojos y gritaba. El agotamiento era cada vez mayor y los períodos de lucha se desfasaban cada vez más respecto a los de descanso.
Sentía cómo las muñecas estaban lastimadas, aunque no podía verlas. Las sogas no parecían ceder. Finalmente, después de lo que él imaginó como dos o tres días, se durmió. Soñó con la muerte, con el vacío, con la nada. Cuando despertó, unas ocho horas después de haber sido atado, notó que era libre.
Se incorporó despacio, ayudándose con las manos doloridas a su alrededor, y caminó cuidadosamente por el lugar. Tanteaba con asco las paredes buscando una salida sin siquiera detenerse a pensar en cómo se había quitado las ataduras. Una vez afuera, sorprendido y encandilado por la claridad y sin saber a dónde dirigirse, pensó durante unos instantes. Mientras una lágrima caía por su mejilla derecha, volvió a ingresar a la oscura habitación y nunca más salió.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Al ruedo

Por Mauro Sequiera
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Amanecía pero el sol no se denotaba sobre el fondo con gusto a caca de perro. Se encontraba el agujero negro que además de reciclar la del perro, contenía la del baño. Al principio era un rosedal, miles de flores bien cuidadas, luego se fue convirtiendo en un otoño eterno con una parra de uvas en la entrada.
A pesar de las controversias ellos se divertían. Los días de lluvia eran sus preferidos, al oler ese menjunje de tierra mojada, salían y se encontraban con una cancha de fútbol pura y exclusiva de fango. Piruetas, medialunas, gritos y pelotas era lo que veía su madre desde la ventana. La distancia con la vecina, era de un alambre nada más, por lo que ella muchas veces se cruzaba y se unía al ruedo.
El frente, no era el más gustoso y divertido para ellos que transitan la infancia. Vecino de 80, muy agreta con la mirada de un bulldog era lo que salía cada vez que hacían algún bochinche al jugar; ningún chico en la manzana, solamente uno que se llamaba como el más grande. La bicicleta y el vecino lejano eran el uno para el otro por lo que ellos no paraban de reír, al ver al patético personaje que les había tocado conocer.
Uno atajaba como el francés Barthez, el otro pateaba como el brasileño Ronaldo. Infinidades de vidrios son los que rompieron, pero siempre salían con la suya y lograban escapar de las garras de los ancianos vecinos y sus preciados padres. Esto sucedía en conjunto los días de cumpleaños, la pelota no paraba de girar, las corridas eran de una esquina a la otra y la escondida era a veces un juego para matar el tiempo luego de cenar.
Casa es igual a timbre y este llega al ring-raje, por estos los gemelos los tenían de acero y la risa los caracterizaba todas las andanzas. Muchas veces con el juego del detective, se metían en propiedad ajena e investigaban la maderera, inundada de ratas que tenían como fábrica vecina. Hacían muebles de todo tipo otro afilaba cuchillos, pero el ruido del serrucho era el despertador en las horas mañaneras.
Siempre el más grande va a tener en vigencia que aquel barrio que transitó marcó las cartas hechas y jamás olvidará que su infancia junto a esas palabras, nunca se borraran por el resto de los años.

La revolución es…

Por Sofía Dolores Vidal
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Soñar bajo un cielo de estrellas
Imaginar libertad y sentir el alma volar
Correr en un sendero rocoso de maldad
En donde sólo te intentan despojar

Es crear ilusiones con ansias de triunfar
Y sentimientos invasores que a veces huelen a soledad
Ganar y llegar a la cima de la verdad
Es el objetivo a lograr
Aunque muchas veces se asemeja a una calesita
En donde sólo queremos una vuelta más
Si sacamos la sortija seguimos
Quizás una vuelta más.
Buenos Aires, República Argentina
27 de marzo de 1977

Estimado Señor Rodolfo Walsh:
Con motivo de responder a su ofensiva publicación epistolar, esta Junta de Gobierno se dirige a usted con el fin de desmentir la cantidad de calumnias que ha incluido en la misma, no porque nos sintamos bajo la obligación de contestarle a un escritor de escasas aptitudes y de tendencias subversivas, sino por el respeto que hemos demostrado tener hacia el conjunto de la ciudadanía durante este primer año de gobierno. Por lo tanto, contestaremos punto por punto cada uno de sus desaciertos, persiguiendo como único objetivo la demostración de que sus denuncias no podrían estar más alejadas de la realidad.
1) En primer lugar, lo que usted llama censura no implicó otra cosa que un necesario control de una prensa injuriosa y terrorista, que llegó al punto de poner en peligro la seguridad nacional. En segundo lugar le rogamos que no confunda los hechos: este Gobierno y el peronismo sólo han compartido un momento de recambio. Un momento en que un movimiento en decadencia llegaba a su fin, para dar lugar a un auspicioso Período de Reorganización Nacional que se iniciaba como respuesta a un reclamo de un gran sector de la sociedad argentina; sector que hoy continúa apoyándonos.
2) La cantidad de desaparecidos que usted menciona resulta en una hipérbole que no encuentra correlato ni fundamentación concreta en datos en la realidad. Seguramente, y no hará falta que nosotros se lo remarquemos, será por esa razón que no logra hallar abogados defensores que se presten a defender los casos citados. En cambio, esta Junta sí posee evidencia que demuestra la participación de grupos guerrilleros en torturas y ataques a miembros de este Cuerpo.
3) Esta Junta no precisa dar a conocer nombres de personas que jamás existieron. Por consiguiente, el único que estaría recayendo en una burla que podría alcanzar un nivel internacional sería, nada más ni nada menos que el mismísimo escritor Rodolfo Walsh. Y le recordamos una vez más: nosotros sí podemos probar que nuestras bajas corresponden a lo especificado, y que han sido ejecutadas por los mismos grupos que desde hace años vienen atentando contra la seguridad nacional.
4) Su atrevimiento nos sorprende de sobremanera. No hemos recibido denuncias del tipo de las que usted vuelca en su carta ni por parte de nuestra hermana República Oriental del Uruguay ni de ninguna de las otras jurisdicciones mencionadas. Así es que lo conminamos a cuidar sus afirmaciones y respetar la autoridad institucional como lo haríamos con cualquier otro ciudadano.
¿Cómo se le ocurre siquiera pensar que en una comisaría dependiente de esta Autoridad se ignoraría semejante presentación? ¿Qué clase de ridícula idea lo lleva a relacionar a esta Junta de Gobierno con una organización tal como la CIA? Su declaración nos insulta y pretende rebajar el poder de todas las instituciones dependientes de este Gobierno, y eso es algo que no estamos dispuestos a aceptar.
5) ¿Qué puede entender un escritor de bajo vuelo de la aplicación de medidas económicas que llevarán a una Nación entera a la prosperidad futura? ¿cómo logra comprender la necesidad de sacrificios en el presente para redundar en un beneficio colectivo en un porvenir no tan lejano? ¿Tiene algún sentido explicarle lo que significan las estadísticas y los datos reales a alguien que jamás sabrá interpretarlos?
6) Retomando lo expuesto en el punto anterior, percibimos que resulta complicado para ciertos seudo intelectuales comprender el complejo funcionamiento de la Economía en la cotidianeidad de un país. Sin embargo, lo invitamos a investigar en mayor profundidad las razones por las cuáles hemos recibido el apoyo de prestigiosas entidades tales como el Fondo Monetario Internacional o la Sociedad Rural, y confiamos en que el tiempo y el entendimiento podrán ayudarlo a clarificar, por ejemplo, porque quién apuesta a la inversión gana en instancias tales como las ofrecidas en la Bolsa de Comercio.
Y por último, y no por eso menos importante, le recordamos que si su compromiso como profesional consiste en dar testimonio de la realidad -sea cual fuere la coyuntura atravesada, según sus propios dichos- se esfuerce por realmente cumplirlo. Aún si en esa tarea debe usted dejar su vida.
Sin más, lo saluda atentamente,
Junta de Gobierno de la Nación Argentina.


Por Luciana Marro
Taller de COmprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Aún hoy, el argentinazo

Por Juan Manuel Negri
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010



Vísperas de verano, de navidad, de año nuevo. Ese clima donde la gente se mueve por inercia, por gravedad, esperando ansiosamente los días festivos. Las vacaciones asomándose por la puerta, moviendo la mano en señal de espera. Y, naturalmente, el calor.
Pero la llegada del descanso no sería de forma pasiva, con la gente aplacada, como casi todos los años. Al igual que en ese posterior 30 de diciembre de 2004 donde un hecho terrible sacudió al país, estas fiestas quedarían en la memoria.
La argentina desembocaba en el argentinazo (crisis del 2001) con una sociedad desmembrada, rota: desde el punto de vista moral, cultural e ideológico -y desde el lugar que se la mirara. Después de diez años de políticas neoliberales que no hicieron otra cosa que endeudar infinitamente a los argentinos, sumirlos en la pobreza, la desocupación y el hambre, llegaba Fernando De la Rúa.
Se respiraba un profundo descreimiento en la política (con los dos grades partidos de masas vaciados) y en las instituciones, que se expresó en el famoso voto bronca y luego en el gritó único de “que se vayan todos”. La recesión estaba instalada, la fuga de capitales al exterior crecía y con ella el descontento de la gente, al ritmo de la represión a los estatales en los puentes de la provincia de Corrientes, de las coimas en el Senado, de la ley de flexibilización laboral, del severo ajuste a la educación superior impulsado por López Murphy, de la ley de déficit cero con el recorte a los salarios y jubilaciones, de el megacanje y de las monedas paralelas.
La gota que rebalsó el vaso fue el famoso corralito implementado por Cavallo. Esta medida, planteaba una serie de restricciones para extraer dinero en efectivo de los bancos que afectaba principalmente a los pequeños depósitos en plazo fijo de los sectores medios. La ira popular había despertado del todo.
Particularmente esta etapa me encontraba cursando noveno año de la primaria, con 14 años y no teniendo cabal dimensión de lo que ocurría. Lo que recuerdo es que en esos días reinaba la incertidumbre, no se sabía dónde estábamos parados y para dónde íbamos. Pasaba los días pegado al televisor observando los escraches a los bancos, los incipientes cacerolazos, los cortes de ruta y los saqueos en algunos lugares del conurbano y del interior del país.
Otra impresión que me viene a la memoria es la angustia generalizada: comerciantes chinos llorando debido a los saqueos, gente en los bancos protestando y puteando, señores mayores y gente de todas las edades con cacerolas en mano.
Ante esta situación, el 19 de diciembre, De la Rúa, en la soledad política total, decide implantar el Estado de Sitio en todo el país. La respuesta fue automática: la población salió a la calle a copar las plazas.
Al otro día, las fuerzas de seguridad asesinaron a 30 personas que se manifestaban en distintos puntos del país. Las escenas que se veían por televisión eran las de una batalla campal: la policía apostada, reprimiendo ferozmente y arremetiendo con los caballos sobre la gente, pegando sin titubear, arrastrando a gente para llevársela detenida, chicos tirados en el piso, las nubes espesas de las gomas quemándose, los gases lacrimógenos volando, lluvias de piedras, gritos, puteadas, banderas argentinas, ojos cargados de lágrimas, corridas y más palos de la policía.
El clima era sobre todo de impotencia, de bronca, de vergüenza. Nuevamente la policía cumplía su rol de aparato represivo del estado, la misma clase social que había conducido a la Argentina a esa situación asesinaba por medio de la policía. Esa noche De la Rúa decidió entregar mandato. Recuerdo, como si fuese hoy, la escena del helicóptero saliendo de la Casa Rosada.
El grito unísono de que “que se vayan todos” se había escuchado en cada plaza, en cada lugar del país. Pero lejos de extinguirse, aún hoy las cenizas del argentinazo recorren las calles de nuestro territorio.
Esa época ha dejado una juventud hija del argentinazo: la que actualmente pelea en defensa de la educación pública, la que canta “la educación del pueblo no se vende, se defiende”, la que el pasado 16 de septiembre colmó Plaza de Mayo, la que se ha puesto a la cabeza del estudiantazo nacional denunciando al gobierno nacional y a la oposición patronal como responsables directos de la crisis educacional, que hoy como en 2001 afecta nuestras universidades.




Olvido o recuerdo triste

Por Bruno Marchetto
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Entre el deseo de olvido y el recuerdo triste es como hoy se me presentan las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. Algunos dicen que olvidar es malo, pero yo considero que es un auto reflejo del hombre, que a veces sin querer hacerlo conscientemente suprime lo que no le hace bien.
En esos momentos, tenía 9 años y no sabía demasiado a fondo qué era lo que pasaba en el país. Lógicamente, me daba cuenta que la economía en general y en especial, la de la familia no era la misma que antes. Veía a mi papá quejarse por los impuestos cada vez más altos y por las formas de pago de su sueldo y de sus clientes, que mezclaban pesos, patacones y lecop.
Estábamos en la cocina de mi casa el día 19 cuando comerzaron los disturbios en diferentes focos del país. Los saqueos de supermercados se convirtieron esa tarde en la postal más vista y comentada por los noticieros y los diarios, la crisis había llegado a un punto cúlmine en que los ciudadanos debían enfrentarse entre ellos en busca de víveres, en una búsqueda por sobrevivir.
Mis viejos estaban muy preocupados por la situación y decían que no podían creer lo que estaba sucediendo. En ese momento mi papá trabajaba en la municipalidad y todos los empleados debían colaborar para que la situación n o se fuera de control. A veces, debían ir con las camionetas del municipio a los supermercados a buscar mercadería para después repartirla a la gente y calmar el mar de protesta y tensión que se vivía a cada instante.
Pero el hecho central de esa tarde, el que más recuerdo, tiene que ver con mi hermana.
En ese momento, tenía 16 años y estaba con su mejor amiga, cuyos padres eran dueños de uno de los supermercados más importantes de la ciudad.
Desde mi casa veíamos por el canal local, cómo una gran masa de manifestantes se abalanzaba sobre la puerta del comercio y golpeaban fuertemente los vidrios y las puertas para que se abrieran y así poder pasar y tomar las mercaderías. Mi mamá, cuando se dio cuenta de que su hija estaba ahí, se puso como loca. Recuerdo que empezó a discutir con mi papá casi al borde del llanto. Se los notaba nerviosos a ambos porque intentaban comunicarse con mi hermana y la familia de su amiga y no podían hacerlo de ningún modo.
Finalmente pasadas la s 19 horas, se le entregaron bolsas a quienes se encontraban fuera del supermercado y la multitud se fue dispersando. A la noche estábamos los cuatro reunidos en casa mirando la televisión, mientras mi papá decía que era una locura lo que estaba haciendo De la Rúa con su declaración de estado de sitio. No se equivocaba, esa medida hizo que vaya más gente a la calle, a la Plaza de Mayo y que se desate la represión y las muertes y desmanes del día siguiente.
Lo que queda del relato, es lo que ya todos saben, la violencia contra las manifestaciones, los cacerolazos, la represión, los 20 muertos, la renuncia de Cavallo, la patética huida en helicóptero del patético Presidente y ante todo, la indignación de la gente. O por lo menos de mi mamá, a quien recuerdo mirando atenta el noticiero y diciendo que sentía inseguridad, miedo por no saber lo que iba a pasar de ese instante en adelante.
Es por estos motivos que, tanto a nivel de la sociedad en general como en mi familia en particular, esas f echas oscilan entre el olvido inconsciente y el recuerdo triste de lo que nos dejaron en la memoria a cada uno de los argentinos, como marcas de época, esas dos fechas.

19 y 20 de diciembre de 2001

Por Claudia Antonella Pace
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Durante la crisis económica y política de 2001 tenía 10 años. Recuerdo que el 19 de diciembre de 2001 estaba con mi mamá y mi papá mirando por televisión los saqueos en buenos aires. Ellos hablaban y se asombraban de lo que veían, yo tenía miedo. No entendía muy bien lo que pasaba pero lo que transmitía la televisión no me gustaba, me generaba angustia. Pasamos unas cuantas horas sentados en esas sillas bien pegados al televisor. Mi papá me mandó a dormir dos o tres veces, pero mi mamá me dejó quedarme “¿qué necesidad tiene de saber lo que pasa?, tiene 10 años no va entender, mejor que no sepa” decía mi papá
Finalmente me quedé dormida, aunque de vez en cuando abría los ojos y veía que ellos seguían con la misma cara de preocupación. Los ruidos de la tele se confundían con la voz de mi mamá hablando por teléfono con mi tía. La situación económica de la empresa de mi abuelo, en la cual trabajaba toda mi familia, estaba en un declive económico, como tantas otras.
El 20 de diciembre fue peor, cuando me desperté estaban todos en mi casa, sentados en la mesa del living, tomando mates. Mi abuelo trataba de explicarle a mi mamá que estaba a punto de perder las propiedades hipotecadas, que no podía retirar plata para el sueldo de los empleados, mi mamá no lo podía entender. En la mesa llena de papeles debatieron horas y horas sobre cómo salir adelante, por momentos parecía que todos iban a llorar o a saltar por la ventana del departamento.
Mi tía estaba posesionada viendo la tele y criticando al gobierno, a la política y defendiendo a la clase media como el resto de la gente que salía por la televisión. Y decía “¿qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a hacer?”, parecía una maquina. Después de algunos insultos al gobierno venían esas preguntas, después unas cuantas frases violentas contra el ANSSES, PAMI y otros más que habían quedado debiendo y las preguntas nuevamente.
Esa noche me fui a dormir a mi pieza, era tarde, seguían tomando mates y todavía no había respuestas para las interrogaciones de mi tía. Por momentos tenía miedo de que ella retome su idea de irse a vivir a Italia, o peor, de que todos tengamos que irnos a Italia. No es fácil enfrentar una crisis de ese tipo con 10 años, porque uno no se entera lo que pasa y es feo no saber.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El sentido de una guerra sin sentido.

Por Lucrecia Bibini
Taller de Comprensión y Producción de Textos II.
Año 2010


Despierto asustado. Estoy seguro de que no he dormido nada, ya que el frío me impidió conciliar el sueño durante largas horas. Últimamente las bajas temperaturas están acentuándose y penetran el cuerpo hasta los huesos. Ayer repartieron algunas provisiones y probablemente, hoy desayunemos. Ibáñez comenta que vamos a tomar un mate cocido, para calentar un poco el organismo. Espero que al menos haya un trozo de pan duro, ya que el hambre no permite pensar y lo único que acompaña al frío, es la sensación de miedo constante.
Los comentarios del mate cocido eran ciertos. En realidad fue una taza de loza, llena hasta los bordes con agua caliente que apenas tenía sabor a mate, pero a esta altura constituye un manjar. Ahora nos toca rastrillar la zona en busca de enemigos. El inconveniente es que inclusive los argentinos lo son, ya que yo mismo he visto cómo tranzan con los ingleses, para conseguir lo que nuestros jefes no nos dan.
Camino con el fusil entre mis brazos, sin importarme si me encuentro indefenso en caso de que me disparen. Quizás el medo al disparo es el hecho de quedar herido y no morir. Pero fallecer creo que en estas circunstancias, es lo que todos preferimos. O que nos rindamos. Esta guerra no tiene sentido.
Vuelvo a la trinchera con el fusil en la misma posición que sostuve durante el rastrillaje. Ibáñez comenta que hirieron a tres muchachos, dos de ellos eran santiagueños de 19 y 20 años. A uno lo conocía bastante bien, ya que solíamos hacer la guardia juntos hace un par de semanas. Dicen que no va a aguantar, que muere en estos días seguro.
Ibáñez habla mucho. Hace un conteo de los caídos, de la situación actual, de lo que significa esta guerra. Hay cosas que las inventa, pero algunas las sabe y además las razona. “Acá estamos nosotros para unir a la Nación, es eso”, dice. Yo lo pienso, mientras miro el sol retirarse para dar paso a la noche, y al frío intolerable.
Me llaman para limpiar las armas. En un par de horas deberíamos estar cenando, si es que tenemos suerte. Me río de los fusiles; tres de los seis que acabo de limpiar no andan. Pobre del que le toque alguno de esos. Pienso en el pibe asustado, que una vez en posición, intente disparar para defenderse. Trato de considerar una posible reacción, pero solo imagino el final: muerto o herido de muerte. No hay chances.
Me acerco para recibir mi cena: caldo y un trozo de pan. No me interesa lo pobre que se ve, porque el hambre es más fuerte que las ganas de criticar o quejarme. Además, esto último puede implicar ser estaqueado, y esa no es una buena opción. Más vale morir de un tiro o en una explosión, que de frío o indefenso.
Me acuesto y me acurruco en un intento de concentrar el calor. Hoy no hubo mucho movimiento, pienso. Quizás llega el final, ojalá. Cierro los ojos y las palabras de Ibáñez vienen a mi mente: “Acá estamos nosotros, para unir a la Nación”. Espero que en Argentina las cosas estén mejor que en las Islas.

Una historia, dos maneras

Por Karen Balbuena
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010



La película “No habrá más pena ni olvido” de Héctor Olivera conserva el mismo argumento de la historia original narrada por el escritor y periodista Osvaldo Soriano. En ella se puede observar que los diálogos se respetan en su mayoría, tal cual están establecidos en la novela, manteniendo de esta manera, su esencia principal.
Sin embargo, se pueden encontrar varias diferencias. Por ejemplo, en el principio de la película, el cineasta crea una introducción, que no está en el texto original, en el que presenta a los personajes que luego van a tener relevancia en el desarrollo de la ficción, como es el caso de la avioneta que hasta la mitad del cuento de Soriano no aparece. Por otro lado, los diálogos y la estructura en sí de la producción audiovisual, si bien posee el mismo contenido de la novela, adquieren un rasgo más humorístico, donde los actores poseen cierta ingenuidad. Esto se ve claramente en los personajes de los policías, principalmente en el Agente García que inocentemente cree en el Delegado Municipal, Ignacio Fuentes, que a medida que transcurre el tiempo va ascendiendo su cargo- de agente a cabo, de cabo a sargento- para lograr que éste esté a su favor.
La película, al igual que el texto de Soriano, está narrada en un pueblo poco conocido, Colonia Vela, y que no es referente en la historia de Argentina. En éste se establece una lucha entre grupos de un mismo partido político: por un lado, el peronismo de derecha y por el otro el peronismo de izquierda. Mostrando de esta manera como en un lugar común, personajes que rinden culto a una misma persona, en este caso el ex presidente Juan Domingo Perón, se enfrentan de una manera trágica y un poco exagerada, pero no imposible, para lograr cumplir con sus convicciones y sus ideales tanto políticos como económicos. .
El producto de Olivera tiene como característica principal crear un clima más claro sobre la temática. Esto se puede observar desde un principio donde se va mostrando las diferentes partes del pueblo, en donde se ven graffiti relacionados con todas organizaciones que apoyaban al peronismo. En ambas versiones se ve con claridad que todos los protagonistas son pertenecientes a movimientos peronistas, que tienen diferentes tendencias: desde la juventud peronista, que actúa a favor del peronismo de izquierda hasta el peronismo de derecha que serían los malos de la película.
De a poco la historia se carga de ambiciones por parte de los personajes que son capaces de traicionar a sus propios compañeros con tal de alcanzar sus metas. De esta manera provocan luchas sangrientas que llevan a la muerte a varios de ellos. A pesar de todo. En el final se ve que los personajes siguen adorando a la imagen de Perón, creyendo que en algún momento van a ser recompensados por sus luchas.

La fuga

Por Sergio Komissarov
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Sus pasos retumbaron con un eco sordo que se perdió en la penumbra del estrecho corredor. Indeciso, caminó los últimos metros y se detuvo frente a la puerta. Al verlo, el enfermero borró de su rostro el gesto inquisitivo y sin pronunciar palabra alguna le autorizó el paso con una mirada comprensiva.
Cuando atravesó el umbral tuvo la extraña sensación de que el tiempo de repente se había detenido. En el interior, la oscuridad le pareció tan espesa que, al principio, no se atrevió a dar un paso más hasta que sus pupilas comenzaron a distinguir algunos contornos difusos. Advirtió una luz tenue que se filtraba por una estrecha ventana proyectando la sombra de los barrotes sobre las paredes acolchadas. Percibió enseguida la presencia de la silueta refugiada en las tinieblas y se sintió consumido por la curiosidad. Con una solemnidad inesperada y casi involuntaria depositó el recipiente a sus pies y retrocedió unos pasos. De pronto, desde el rincón, emergió la figura de un hombre que, mirándolo a los ojos, le agradeció la magra ración de comida.
La apariencia del paciente le produjo emociones contradictorias. Aun sin afeitarse, sucio y con el cabello desordenado sobre los hombros, no tenía aspecto del temible demente que le atribuían todos los empleados del neuropsiquiátrico. Por el contrario, su mirada irradiaba una calidez asombrosa y las facciones de su rostro provocaban una fascinación incomprensible incluso en aquella celda sofocante.
-¿Sos nuevo acá?-preguntó el hombre en un tono que sonaba demasiado cuerdo para ese sitio- Seguramente te mandaron a conocerme. Tengo entendido que mi reputación me precede.
El muchacho sintió un escalofrío en la nuca y respondió tímidamente:
-El doctor decidió adelantar su almuerzo. Hoy comenzará el tratamiento más temprano que de costumbre. Debe comer ahora.
Juan Salvo era sin dudas el interno más célebre de aquel lugar. Llevaba allí alrededor de veinte años, tiempo durante el cual adquirió una fama desmedida, en parte, gracias a su incurable condición. No existía persona alguna dentro de los límites de la institución que no conociera los pormenores de su delirio.
Hasta el cansancio afirmaba ser un viajero en el tiempo envuelto en una feroz lucha contra un grupo de alienígenas dispuestos a aniquilar a la humanidad. Incluso había protagonizado varios intentos de fuga para intentar encontrarse con su familia, perdida según él, en algún remoto punto de la historia. Sin embargo, nada de eso podía compararse con un rumor que circulaba desde el mismo momento de su internación. De acuerdo a algunos, siempre más cautos que escépticos, Juan tenía una serie de poderes mentales que le permitían, entre otras cosas, leer la mente.
Cuando terminó de comer lo miró por última vez y le pareció estar frente a un hombre derrotado que, sin embargo, no aceptaba su locura con una resignada rebeldía. Por un momento se preguntó fascinado qué poderoso motivo lo impulsaba a persistir durante tanto tiempo en su descabellado desvarío. De pronto tuvo el irrefrenable deseo de preguntárselo, pero enseguida se detuvo. Vaciló por un momento y, retirando el plato, se dirigió a la puerta. Entonces sintió un golpe en la cabeza que sonó con un crujido amortiguado y lo último que vio fue una silueta furtiva atravesando el umbral.

La guerra de otros

Por Josefina Fonseca
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Hoy salimos de las trincheras con la misma sensación de todos los días: luchando una guerra de otros. Las armas descargadas, los trajes –o lo que quedaba de ellos- pegados al cuerpo por esa humedad persistente que irrita todo lo que hay debajo, la panza totalmente vacía y la seguridad de que la situación no va a mejorar, confirman nuestra sensación. Definitivamente, esta guerra no nos corresponde.
Sabemos que estamos sobre el final. Es cuestión de días. Tal vez por eso hoy no salimos a atacar. Nadie nos lo exigió. Simplemente, la estrategia del día fue: dejar que nos maten. Tampoco tuvimos almuerzo, avisaron que ya no quedan reservas. Intentamos quejarnos y nos callaron con un miñón seco per cápita. Mario dijo que ya debo estar pesando diez kilos menos.
Para pasar el tiempo jugamos un partido de truco con las pocas cartas que nos quedaronl Para anotar usamos unos yuyitos raros que crecen acá. En San Juan creo que no existen. Mario comentó que en Misiones tampoco. Hasta las tres o cuatro de la tarde tuvimos esa especie de recreo. Pero el ataque puso fin a todo.
Unos pasos que parecían lejanos de reprente se nos encimaron. Un batallón de unos doscientes soldados ingleses cayó como desde el cielo, sin aviso ni posibilidad de preparación. Por ese momento, éramos menos de treinta fuera de las trincheras, desesperados llamando al resto que dormía allá abajo.
Buscamos las armas, aún sabiendo que no tenían balas. Corríamos desorientados mientras ellos se acercaban. Ya pisaban nuestro territorio. Estaban a unos trescientos metros, y su presencia era tan fuerte y violenta que muchos de nosotros comenzamos a llorar y gritar como animales. Uno de los nuestros, creo que Quiroga, se agachó a buscar algo y empezó a tirar cascotees a los ingleses. Fue una reacción realmente estúpida, pero todos los seguimos. De repente éramos treinta dementes cascoteando a soldados equipados con armas de setenta centímetros de largo.
En medio de la batalla vimos a cinco de los que dormían correr con telas blancas en las manos, agitándolas locamente. Se dirigían al oponente. Pensamos que habían enloquecido. Supongo que los ingleses habrán imaginado lo mismo. Por eso no comprendieron sus señal de paz y les dispararon. Cayeron tres. Luego, parecieron entender que era un ataque inútil, y se fueron con la misma energía con la cual habían llegado.
Los disparos siguieron resonando en nuestras cabezas unos segundos más. Miré hacia abajo. Al menos diez compañeros habían resultado heridos. Nada grave en general, unas gasas y alcohol serían suficientes. Busqué a Mario para pensar juntos lo que acababa de ocurrir. No aparecía. Recorría cada trinchera y cada roca cercana para asegurarme que no siguiera escondido de miedo. Nada. Hasta que reconocí su voz.
Entre la desesperación por el ataque y el apuro por esquivar las balas alguien había derribado la pirámide de tanques de agua potable. Sólo habían caído los tres de arriba. Pero todos ellos estaban ahora sobre Mario, que gritaba casi mudamente de dolor. Pedí ayuda y corrimos los bidones gigantes de encima de mi amigo. Un hilo de sangre que dibujaba su mentón era la única señal de que algo se había lastimado adentro suyo.
Lo levantamos como pudimos y fuimos al cuarto. Así le decíamos nosotros a la trinchera que compartíamos. Pedí al resto que fueran a sus lugares a descansar. Se hacía de noche y era necesario estar protegidos. Mario me pidió agua dos o tres veces ese atardecer. Le hice tomar de a poco, para que no se ahogara. Por supuesto, no hubo cena. La luna clara iluminaba la cara pálida y dolorida de Mario.
-La guerra no es nuestra, pero el sufrimiento sí- me dijo entrecortado, con las últimas palabras que le quedaban. Fue la primera, y única, noche silenciosa. Lo levanté sólo un poco, como para abrazarlo. Dio un suspiro y quedó inmóvil. Mi amigo murió a mi lado, en nuestro propio cuarto.

Un día en la guerra

Por Paola Cárdenas Olivo
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Llegamos a las cinco de la mañana del 30 de abril de 1982, estaba oscuro y hacía mucho frío, más de lo que me imaginaba. A distancia se escucha el retumbar de bombas. Alguien nos da la bienvenida y nos obliga a desembarcar rápido mientras va llamándonos por el apellido y nos entrega, a cada uno, una caja con balas. Llevo un arma automática, similar a una ametralladora.
El sargento de la compañía da la orden de avanzar, no sabemos a dónde marchamos, simplemente lo seguimos a paso lento y sigiloso por una zona húmeda. Subimos por lo que creo que es un cerro. El piso resbaladizo y la niebla dificultan nuestra marcha.
Mientras caminamos el ruido de las bombas se siente más cercano y violento lo que nos obliga a acelerar el paso. Ahora trepamos por una montaña rocosa y desde la cima se puede ver la unidad a la que pertenecemos. Empezamos a descender casi corriendo en zigzag.
Pasaron cerca de dos horas y recién está amaneciendo, la neblina empieza a disminuir. Estamos instalados en la base, sentados en nuestras mochilas, desayunando mate cocido con un trozo de pan. Un soldado se acerca repartiendo puchos, “para combatir el frío” nos dice.
Algunos de mis compañeros de viaje se duermen sentados. Yo no puedo, tengo miedo. El sargento se acerca hasta nosotros, despierta bruscamente a los que dormitan y a dedo elige a los que se van con él; me incluye. Somos 30 en total y subimos a un camión.
En el trayecto un compañero comenta que vamos a otra base a cubrir a los que cayeron la noche anterior, luego de ser atacados por los ingleses. El camino es pedregoso y esto hace que nuestro transporte marche lentamente. Tenemos que llegar antes de las nueve, nos dicen, porque a esa hora la neblina desaparece y el amanecer se asienta y juega en contra.
Escuchamos el ruido distante del motor de un avión. El conductor trata de acelerar pero no hay caso, entonces nos dan la orden de bajar y avanzar a pie. Caminamos por lugares despoblados, no hay árboles donde escondernos, sólo hay rocas y pequeños arbustos. Por fin llegamos al lugar, es un galpón de madera vieja, el piso de tierra y el olor a humedad se impregna por todas partes. Son las 13 horas, tenemos que almorzar, un soldado reparte polenta con pan. Luego de comer, salimos a fumar.
Pasó más de una hora y el sargento da la orden de reconstruir, a dos kilómetros de distancia, la trinchera. Nos llevó tres horas terminar de excavar la zanja y armar el bloque de piedras. Ya dentro de las zanjas nos acomodamos encima de toldos. El espacio es angosto, pero cabemos los ocho.
Intento dormir pero no puedo. Mis compañeros cuentan anécdotas. A distancia escucho el motor de un avión, que cada vez acerca más.
-¡Cúbranse!-grita uno mientras nos bombardean. El ruido es ensordecedor. Uno de los misiles cae a pocos centímetros de nuestro refugio.
Trato de cubrirme con los brazos la cabeza, pero tenemos que salir de aquí. Soy el último en abandonar la trinchera. Delante de mí cae otro misil, la fuerza y el ruido me derrumban. La cabeza me duele y no puedo ver. Me levanto y corro entre la oscuridad. Disparo por disparar. Me tiro al piso y de a poco recupero la visión. Siguen bombardeando, pero esta vez no sólo nos atacan a nosotros, sino también a la base. Ésta arde en llamas mientras se escuchan disparos por todos lados. Me arrastro por el piso. Llego hasta el cuerpo sin vida de un compañero.
Quiero que termine ya, el olor a muerte es aterrador. Antes de venir sentí que estaba preparado para la guerra, pero me equivoqué.

El gran destructor

Por Berenice Gutierrez Nayla
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Nuestro país y el resto de naciones hermanas que nos rodean pueden descansar al fin tranquilos, puesto que desde hace unos años ya no contamos con la conducción estatal de aquel demagogo que se atrevió a olvidar sus humildes orígenes provincianos y decidió agachar la cabeza frente a las potencias que durante siglos nos han esclavizado, y aún hoy son responsables de nuestro atraso.
Estoy hablando, por supuesto, del apátrida que alguna vez se atrevió a llamarse presidente de los argentinos, el doctor Carlos Saúl Menem, nacido y criado en la provincia de La Rioja, con estudios universitarios en la provincia de Córdoba. Sin embargo, en esta oportunidad considero innecesario hacer un recorrido por la historia completa de Menem, ya que lo que a los ciudadanos argentinos debería despertarle interés y cólera al mismo tiempo son las consecuencias de su irresponsable y perniciosa administración durante la década de los ’90. De otra forma, las personas terminan por comprar la leyenda del joven de pueblo con un gran sueño, pudiendo quedar peligrosamente enceguecidas al tener en frente la nefasta imagen que nos devuelve el presente.
Inmediatamente después de su asunción, no tuvo mejor idea que terminar con las premisas que son la base del partido que lo llevó a la victoria: industria nacional para dejar de ser dependientes. A través de las leyes de Reforma del Estado y de Emergencia Económica, otorgó al Ejecutivo amplias facultades para un operativo de privatización, y el cese de los subsidios de las economías regionales, fuente de ingreso de muchos trabajadores del interior. Los históricos enemigos del peronismo, la Unión de Industriales Argentinos (UIA) y la Sociedad Rural Argentina (SRA), vitorearon la decisión del Presidente de la Nación en el Congreso.
La Empresa Nacional de Telefonía Argentina (ENTEL), Yacimientos Petrolíferos Argentinos (YPF), Aerolíneas Argentinas, Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (SEGBA), Puertos y Gas del Estado son sólo algunos de los lamentablemente vastos ejemplos de las empresas que alguna vez nos dieran una muestra palpable y concreta de nuestra soberanía nacional. Por cierto que tampoco, una vez instaladas los capitales extranjeros, se cumplió el dogma neoliberal de que la privatización favorece la competencia. De ser así, piénselo por un momento, ¿a qué otra empresa de gas puede recurrir cuando la que posee es un monopolio y hace oídos sordos a sus reclamos de deficiencias en el servicio?
Lo mismo vale decir para los medios de radiodifusión estatales vendidos al sector privado, siguiendo el mismo criterio y sumándole a éste la libertad de expresión. Nótese, no obstante, que en su mayoría estos se encargaron de pregonar y esparcir la consigna de esta década denostable en la que achicar el Estado era “agrandar la nación”.
La política de Derechos Humanos de este gobierno es otro punto para poner sobre la mesa. Una vez más, jugando la carta de conciliador, no tuvo mejor idea que otorgar amnistía a aquellos que, ya sea por decisión propia o en cumplimiento de órdenes, cometieron crímenes de lesa humanidad en el período de la última dictadura militar que experimentó este país. Las leyes de Obediencia Debida y Punto Final son una cachetada para aquellos organismos de Derechos Humanos que confiaban en que la democracia traería justicia frente a esta situación, y tira por la borda el proceso iniciado por los Juicios a la Junta Militar en 1985. Tuvo que pasar bastante tiempo para su derogación…
Pero esa no fue la única cachetada. Sino, basta con observar que uno de los ministros de Economía de la nación fue Domingo Cavallo, quien hubiera estado al servicio del gobierno de facto de Viola. Ideológicamente era como nuestro nuevo Martínez de Hoz (también ministro durante la dictadura) pero en tiempos de presidentes elegidos por el pueblo. Toda una paradoja.
Su incorporación al gabinete de Menem traería como consecuencia una de las más grandes falacias de la década del ’90: la Ley de Convertibilidad, que puso a nuestro peso en una paridad falsa y por demás insostenible con el dólar estadounidense. Trajo una momentánea estabilidad, al costo del aumento del desempleo y la precarización laboral.
1995 fue otro año particular por cuanto también se introdujo una reinterpretación de lo que el sistema educativo está llamado a ser, y sorprendentemente, sigue vigente: la Ley de Educación Superior (LES). Según esta disposición, la educación en sí pasa a ser vista más como un servicio que como un derecho, las carreras deben existir y ser financiadas en función de criterios de eficacia y eficiencia, homologando lo público con lo privado al hacer pagos todos los posgrados y doctorados, entre otras cuestiones.
Algunos podrán defender su funcionalidad con el Consenso de Washington, pero otros vemos que no sólo nos dejó una economía nacional inestable y recesiva a largo plazo, sino nos dejó humillados una vez más, haciendo que el resto del mundo, especialmente los países mal llamados centrales, continúen pensando en los argentinos como sus siervos. Todo esto en complicidad con una burguesía nacional que se vio favorecida por las políticas de Carlos Saúl y no le tembló la mano en contribuir a esta concentración de las empresas transnacionales, dejando al resto de sus compatriotas en situación desventajosa con tal de defender sus intereses.
Por eso este abogado octogenario fue y seguirá siendo un destructor. Lo fue porque casi acaba con la economía argentina y su industria local. Lo seguirá siendo en tanto no pueda alejarse su presencia completamente de la escena política, ya que hoy ocupa el cargo de senador.

El macabro plan de la dictadura

Por Gonzalo Aveiro
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010



La Junta Militar ha tomado el accionar de gobierno de la mano del General Videla, el Almirante Massera y el Brigadier Agosti. Desde aquel nefasto 24 de marzo de 1976, nuestra función en la comunicación dentro de la sociedad se vio claramente perjudicada y avasallada por los agentes militares de inteligencia, que operaron en la omisión y en la manipulación de la información.
Es por ello, que decidimos pasarnos a la clandestinidad, corriendo el riesgo de dejar de publicar, o disminuir nuestra producción. Es necesario dar a conocer el oscuro negocio que llevó la Junta con algunos medios que discrepan con nuestra decisión, y por el momento son funcionales. Ese macabro trato, fue la apropiación de Papel Prensa entre aquellos medios y la mal denominada Junta Normalizadora.
Por otra parte, nos vemos obligados a determinar al público destinatario que debe ser aquel que está dispuesto a saber la verdad, como así también, la interpretación de la realidad.
No obstante, seguimos exigiendo la aparición con vida de todos nuestros colegas que fueron capturados y encarcelados. Repudiamos los métodos de represión para nuestros compañeros, y denunciamos el operar de la Junta de querer eliminar todo material que no exprese su ideología o contradiga su metodología.
Pedimos disculpas si esta gacetilla no llega a las manos de todos aquellos que buscan la verdad. Y para aquellos que nos puedan llegar a leer, aseguramos que seguiremos luchando por la información y la comunicación clara, y por ello, llegaremos hasta las últimas consecuencias.

Humor versus Horror

Por María Belén Curotto
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


En 1974, el escritor y periodista argentino Osvaldo Soriano escribió su obra "No habrá más penas ni olvido", pero recién en 1983 la novela fue publicada en la ciudad de Buenos Aires, por la editorial Seix Barral. En el mismo año, Héctor Olivera llevó al cine dicha historia, de la mano de Roberto Cossa, que junto a él escribió el guión del film.
Osvaldo Soriano (1943-2007) vivió en Tandil hasta el año 1969, cuando decidió trasladarse a la Ciudad de Buenos Aires para trabajar en la redacción de la revista Primera Plana, hecho por el cual inició una constante relación con el peronismo. En 1976 por causa del golpe militar, este escritor sumamente comprometido con los derechos humanos, tuvo que trasladarse a Europa, y regresó al país en 1984.
Héctor Olivera (1931) es director y guionista de cine. Las temáticas abordadas en sus proyecciones revelan un alto grado de compromiso social, y contienen una denuncia explícita a la realidad imperante. Ejemplo de ello son: "La Patagonia rebelde", "La noche de los lápices", entre otras.
La historia de "No habrá más penas ni olvido” se lleva a cabo en Colonia Vela, donde el delegado municipal y su ayudante son acusados falsamente de infiltrados marxistas-comunistas. Este es el puntapié inicial que desata el conflicto entre la fracción peronista de izquierda, que apoya al delegado y le consta que éste es fiel a la causa, y la fracción peronista de derecha que lo acusa de traidor y exige su renuncia. El delegado toma el municipio y se defiende contra aquellos que quieren desplazarlo, y es respaldado por la Juventud Peronista, entre otras personas. Mientras tanto, aquellos que lo acusan, como es el caso del intendente de Tandil, se valen de la ayuda de organizaciones como la Triple A para derrocarlo por medio de las armas. De esta forma se configuran entonces dos grupos combatientes que protagonizan una lucha sangrienta, en la que se entreveran intereses políticos distintos y realidades peronistas contradictorias. Los medios juegan un rol pasivo, y son manipulados por la franja de derecha para ocultar información.
En la novela se evidencia una fuerte crítica a la situación político-social que tiene lugar durante la difícil década del 70. El contexto de censura y de intolerancia a las ideologías contrarias, sostenido por los políticos de turno, y la sombra permanente de los militares, fue la razón por la cual la obra fue publicada nueve años después de haber sido escrita. El libro fue redactado durante el último gobierno de Juan Domingo Perón, en el cual se acentúa la decisión del presidente de eliminar a los sectores de izquierda de su movimiento, aquellos que lo habían apoyado desde un comienzo, y favorecer a los sectores de derecha, muchos de los cuales habían bregado por su derrota en el 55 y rechazado el ascenso de las masas. La historia plasma un escenario político violento, donde reina la corrupción; trasluce los enfrentamientos entre las distintas fracciones del peronismo, de izquierda y de derecha, y la posibilidad de ciertas personas de decidir sobre la vida de los otros; esto en alusión a los fusilamientos, los secuestros y las torturas de aquellos calificados como "enemigos" u "opositores". El autor expone la existencia de un quiebre dentro del peronismo, y de una pelea sangrienta entre los mismos peronistas, de acuerdo a la alianza partidista de la que formaban parte. De la misma forma que recalca la fidelidad de los peronistas a su líder, a su visión peronista, la confianza ciega que tienen al proceder de Perón, y la entrega por un ideal: "Perón o muerte".
Soriano utiliza el humor negro y la ironía para presentar la tragedia, el horror del conflicto armado, a la vez que entretiene al lector. Deja al descubierto la triste realidad imperante en la Argentina de aquellos años, la denuncia. El recurso de los diálogos directos entre los personajes, permite al lector conocer mejor a los actores, aplicar la ironía más fácilmente, e inmiscuirse en la situación al escuchar lo que hablan los personajes.
La frase de Gardel, escogida por Soriano como título de su obra, consiste en un llamado a la reflexión, al "nunca más", a la memoria.
El contexto político-social en el cual fue realizada la película era otro, distinto al de la redacción de la novela. El golpe militar que tuvo a Videla a la cabeza, depuso a Isabel Perón que había asumido tras la muerte de su esposo. La nueva presidenta, de la mano del ministro de Bienestar social y secretario de Perón, López Rega, fortaleció aún más la presencia de la derecha en el gobierno, censuró numerosos diarios y revistas, intervino provincias disidentes y facultades, y organizó una fuerza parapolicial conocida como Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), que emprendió acciones de hostigamiento a los sectores de izquierda, que se tradujeron en torturas y fusilamientos. Dos años más tarde, la dictadura impuso una agenda sangrienta que constó de los fusilamientos de los grupos guerrilleros de izquierda, y de aquellos calificados como subversivos, instaurando un régimen de censura y prohibición, que no contemplaba lo derechos humanos de los hombres. Pese a ello, los más osados y comprometidos, seguían escribiendo. Finalmente, en 1983, luego del trágico saldo de jóvenes muertos que había dejado la Guerra de Malvinas y la dictadura, se llama a elecciones y el radical Raúl Alfonsín, asume el cargo de Presidente de la Nación, con el compromiso de reconsolidar la democracia en la sociedad argentina.
La película, de la misma forma que el libro, utiliza el recurso del humor y la ironía para contar una historia trágica, ridiculizando personajes y situaciones que parecen incomprensibles. Nuevamente el valor que se la asigna a la vida de las personas es nulo, y los fusilamientos por discrepancias ideológicas rozan lo absurdo. La izquierda, pese a todo, sigue confiando en un Perón cada vez más ortodoxo y derechista, que corta cabezas desde su sillón en Buenos Aires y se desentiende con las masas y la izquierda.

El macabro plan de la dictadura

Por Lucía Zovich
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


“Los argentinos somos derechos y humanos”. Mensaje más errado y aborrecible no puede circular pegado en el vidrio de cada auto, mezclándose con la celeste y blanca.
El nefasto gobierno de Jorge Rafael Videla intenta cubrir con la enorme careta mundialista la muerte y la sangre que corren por las calles como la serpentina y el papel picado. Indudablemente este desesperado manotazo de ahogado intenta sofocar aquellas auras de pensamiento que se empiezan a encender en Europa y que comienzan a mirar al país con otros ojos.
Muchos colegas, muchos traidores, publican historias falsas de futbolistas maravillados con la “tranquilidad y belleza de esta Copa de la paz”. De los que descansan en paz deberían hablar, pero claro, ello implicaría explicar a los más de 30 000 desaparecidos que faltan de sus casas, de los centros clandestinos, de la picana eléctrica, de los muertos flotando en el río.
Pero como quien sí quisiera la cosa, de un día para el otro apareció el argentinismo en el portero y en el militar. Una sensación de identidad. Una necesidad de reunión, alegría y euforia era lo que precisaban todos, los de adentro y los de afuera. Es una lástima que con la misma fuerza con que se grita, se calle.




De tanto grito ya nos quedamos sordos. Mientras una compañera da a luz en la penumbra de ventanas sucias y enrejadas, un “subversivo” amigo recibe el impacto de una patada con la misma fuerza que Kempes goleaba a los holandeses. ¿Dónde están los derechos?
De humanidad nos queda poco, la indiferencia mata las pocas células de vida que se resisten al exterminio. La lucha organizada está agonizando, aplastada por la euforia del momento, por la felicidad efímera que nos deja la copa del mundo. Al regresar a casa no tenemos nada.
Desde aquí seguirá el apoyo a aquellas valientes de pañuelo blanco que giran dentro del único círculo vicioso que busca y reclama paz, que gana voces pero no micrófonos.

Editorial




El macabro plan de la dictadura

Por Demian Defino
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010



Nos son tiempos calmos los que nos tocan vivir, no importa lo que ellos digan. No hay paz en este país convulso. No importa cuántos goles le haga Argentina a Perú, los gritos de nuestros muertos están ahí. Llevamos más de dos años viviendo este “proceso”, un proceso que no termina jamás y que no organiza nada más que la muerte sistemática de una generación entera: la nuestra.
Nos las hemos arreglado ara seguir con la publicación de este periódico. No ha sido fácil. Pero si esta las manera en que podemos luchar, seguiremos adelante, no importa qué suceda. La junta del mal gobierno nos oprime, nos hostiga, nos desaparece, pero no puede callarnos. No señores, nunca podrá callarnos, porque es el pueblo el que nos da la tinta, y los compañeros caídos los que nos prestan las palabras de sus voces valientes.
La dictadura tiene un plan, claro, no se trata del terror caótico. La dictadura se organiza mejor de lo que lo hacemos nosotros, y tiene brazos mucho más largos, muchos más fuertes que los nuestros. El plan de la dictadura es macabro: exterminar los reductos de resistencia, y si ello implica acabar con la vida de miles, millones de personas, de un pueblo entero, tengan por seguro que lo harán. Ellos hablan de guerra contra el terrorismo; nosotros hablamos de terrorismo de Estado; ellos ignoran a los desaparecidos, nosotros vemos cuerpos hinchados, estacionados en la arena como barcos grotescos e inmóviles; ellos son “derechos y humanos”, nosotros somos los que damos la vida en este suelo, que es nuestro.
Muchos han muerto, y muchos otros morirán. Otros muchos se esfumaron, no aparecen por ningún lado. Nosotros, ustedes, todavía estamos acá, y ya es hora de hacer algo, porque ellos no nos van a esperar. Nadie está contemplado en su plan, más que algunos empresarios y los mandos militares, y lo que queda ara nosotros es la obediencia eterna o la muerte segura. Tiene que llegar el tiempo en que digamos ¡basta! y podamos escuchar los gritos de los torturados en vez de los goles de la Selección. Es tiempo, señores, señoras, de que gritemos bien fuerte y no permitamos que siga adelante este macabro plan de la dictadura.

El almuerzo

Por Marcos Illarra
Taller de Comprensión y producción de Textos I
Año 2010



La olla más grande en la hornalla y el agua a punto. El sol llena la cocina y hace más espeso el aire. Todo de lentifica, se detiene; como si alguien tomara una fotografía.
Las rodajas de las zanahorias y las batatas, las papas, revueltas en las manos de Clara, que con el seño fruncido, descuartiza las cebollas, las aplasta hasta quitarles la forma, hasta dejar una masa viscosa que tira con el resto de las cosas. La luz disminuye. De a poco una nube se come al sol, lo traga, lo mastica.
Y el bebé, en el andador, mirando hacia arriba, con los brazos extendidos y los deditos agarrando una cortina. Clara sube el fuego, se lava las manos, se saca el delantal y se lo lleva a la cama. Le quita la ropa y el pañal. Trae las toallitas húmedas y el talco. Luego regresa a la cocina.
Clara lo recuesta en algún lugar, busca un poco de aceite y agua caliente, algo de orégano y ají molido. Pimienta blanca, laurel y otras especias…

Habitación compartida

Por Ezequiel Giménez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Era una tarde soleada de un día de invierno. Afuera el viento soplaba y golpeaba contra el vidrio de mi ventana. Las cortinas oscuras impedían que ingrese la luz del sol y un pálido color verde iluminaba las paredes opacas. De ella colgaban varios cuadros y retratos de estilo deportivo, principalmente con imágenes de mi equipo de fútbol. También había recortes de diarios y revistas de de tinte histórico y político. Nada en especial.
Me encontraba la mayor parte del tiempo entre cuatro paredes, que servían de resguardo especialmente en una estación tan fría y seca.
No vivía solo. Compartía la habitación con mi hermano que desde hacía pocos años, aunque nunca se encontraba allí. A pesar de eso, jamás tuvimos problemas. Él respetaba mi privacidad y yo la suya.
La puerta de entrada, de una robusta madera totalmente barnizada, tenía un cartel que gritaba “¡mandate!”, y un poco más abajo completaba “después de golpear”. Fue una idea de Gonzalo que al principio yo no compartía pero que terminé por acostumbrarme.
El piso iba a estar alfombrado, pero un capricho de mamá terminó por convencernos de que el parquet era mucho más limpio. Tenía un marrón tan brillante que parecía haber sido encerado varias veces. Lo que más me gustaba del suelo eran las baldosas con dibujos muy similares a las escrituras aztecas.
Sin embargo, mi pieza no era grande debido a que un inmenso armario ocupaba casi la mitad del espacio. Además, era necesario guardar lugar para situar las camas que en principio eran cuchetas desmontables, aunque en realidad terminamos utilizando las camas de mis abuelos. Eran realmente cómodas. Por supuesto que se encontraban cubiertas por un acolchado con motivos azules y amarillos ; y una pequeña mesa de luz turquesa separaba a ambas. Sobre ella, un velador muy útil nos servía de iluminación. La luz principal no funcionaba.

Extirpar el problema

Por Luciana Lis Ayala
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010



Ya comí, ya hice fiaca, ya escuché música, ya pensé, ya me bañé, ya miré tele. Así estoy hace dos meses, acá, en mi lugar normal.
Suena el teléfono.
- Hola, hijo, somos mamá y papá. No te olvides que hoy tenés turno con el dentista para sacarte otra muela. ¿Está todo bien por ahí?
Le respondo que sí y colgamos. Voy a la cocina, saco una cerveza de la heladera bien fría y me siento en el sofá. Después me baño y salgo para el dentista.
Una señora intenta calmar a su hijo a quien no le agrada, como a nadie, que le toquen los dientes. El chico llora y patalea, corre por la sala de espera y va tumbando planteras, percheros, hasta que su mamá lo agarra y lo sienta retándolo, pero con paciencia. Un rebelde, pienso, ¿así era yo de chico? A mí tampoco me gustaba el dentista.
Un tipo sentado en frente me incomoda con su mirada. ¿Me conocerá? Lo miro a los ojos y también me mira. Sostengo la mirada y sus ojos se van hacia otra dirección. Me mira de nuevo y me da la sensación de que está a punto de decirme algo.
-“Badalucco” – grita el médico y el hombre se levanta y entra al consultorio. Media hora después sale y me toca a mí.
Mi muela está indecisa, se quiere quedar, pero tiene que dejar espacio para la nueva estructura. Hoy hasta las muelas son rebeldes. Ahora sí, otra menos. Quedan dos.
Vuelvo a casa pensando en el tipo… Badalucco… Badalucco, no me suena ni ahí.
Tres días después, ya se me bajó la hinchazón. Basta de polenta y yogurt, vuelvo a la rutina.
Se me da por revisar la caja con recuerdos de mi hermano. El “material subversivo” que me pasó a mí, tan valioso en aquellas épocas. Daban la vida por estos papeles que ahora tengo guardados en una polvorienta caja dentro de un baúl, y los miro cada muerte de obispo. Igual para mí es una especie de tesoro, intocable. Una unión con mi hermano.
También guardó fotos. Él, dicen que es parecidísimo a mí, solo que con una expresión menos seria. Reunido con sus compañeros militantes y detrás, los nombres de algunos de ellos: Pedrito Grasso, El Pancho Ochoa, Fernando Kush y Carlitos ¡BADALUCCO! Miro las caras de los tipos pero no reconozco a Badalucco, ¿estaría muy cambiado, sería el mismo?
Lo busco en la guía y lo llamo.
- ¿Diga? – responde una voz gruesa.
Me presento y pregunto si conocía a mi hermano. Me responde que sí y lo invito a tomar algo al Astral a las 8.
Menos diez ya estoy ahí sentado y en punto el tipo aparece. Sí, es el mismo del dentista.
- Carlos Badalucco. – se presenta y me pasa la mano - Perdoname que te lo pregunte así, pero... ¿tu hermano…?
Me quedo asombrado, esperando que termine la pregunta, pero no la termina. Nos quedamos en silencio. Por fin digo:
-Mi hermano desapareció. ¿Sabés algo de él?
- Desaparecido… - murmura para sí mismo y se queda pensando, con la mirada hacia abajo.
Nos traen una cerveza y dos vasos.
- Cuando te vi en el dentista por un momento pensé que eras él. Son muy parecidos. La última vez que lo vi era igualito a vos, tendría la edad que tenés ahora. Después me di cuenta que era imposible porque el tiempo pasa, y las personas crecen ¿no?
- ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
- Mira, nos conocimos porque andábamos en la misma. Un capo tu hermano. Muy inteligente, dispuesto a todo, rebelde con causa, con argumentos sólidos, decidido y muy confiado en sí mismo. Pasamos por muchas juntos. La última vez, nos reunimos en lo de Tito, un compañero, y nos quedamos a dormir ahí. Éramos unos cuantos. A la madrugada nos levanta a todos y veo que todos salen cagando. Se ve que venían los milicos. Algunos salieron, otros no. Y de ahí no lo vi nunca más. No sé si habrá zafado.
Las dos malditas muelas que todavía tenía me empezaron a doler como nunca y me agarré la cara con las manos.
- Yo sé que es difícil. Me imagino que estarás esperando que vuelva, que aparezca de algún modo. Yo también busco a mis compañeros, algunos aparecieron y otros sólo lo hacen en mis sueños. Pero te digo algo: tu hermano nunca se arrepentiría de lo que hizo y si hubiera vuelto a nacer, lo habría hecho otra vez, ¿me entendés? Hoy en día cualquiera es rebelde, porque se puede. Pero en nuestra juventud no era así. Y con eso no se jode.
No me quería ir, estuvimos charlando un rato más sobre las andanzas de mi hermano, y me sentí bien ahí, hablando con Badalucco, un tipo serio y tranquilo.
Al día siguiente fui otra vez al odontólogo porque mis muelas de juicio estaban cortándome las encías y parecían dos enormes icebergs.
Me extirparon las dos en un solo día, en una sola hora. Todo de golpe. No más dolor.






Tu última noche

Por Valeria Ortiz
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


La cuarta vez que lo hiciste dejé de sentir miedo.
La quinta, rompiste el vidrio de la ventana mientras yo te miraba con lástima. La sexta, me amenazaste con cortarte las venas y andabas dando vueltas por la casa con un cuchillo. Y así podría seguir mencionando episodios. Hace tiempo que apenas te escucho. Por momentos me pregunto si realmente creés en tus inagotables escenas, llenas de lágrimas y dramatismo.
Ahora perdí la cuenta, pero es de noche y llorás en el borde de la cama, a oscuras. Seguís gritando y me decís que te vas a tirar por la ventana. Golpeás las paredes como un actor dramático y me avisás que vas a estallar ante mis ojos.
No te creo.
Y no te soporto más.
Elijo el silencio. Prendo un cigarrillo y escucho tus quejas. Tenés razón, pero ¿qué puedo hacer? Y así me voy durmiendo, soñando con gente a la que no se le ocurre matarse, con personas que duermen abrazadas.
Despierto de madrugada, te veo y me pregunto qué estás haciendo en el colchón que habías decidido abandonar.
Decís que te querés morir… imagino que soñás tus posibles muertes. Quizás estés viéndote nadar hasta abandonarte en el medio del mar, solo; o colgado del techo, amarrado a una soga que – minutos antes – alguien te ayudó a colocar.
Dormís y das tantas vueltas que me destapás. Parecés enojado.
Quise volver a dormir, pero te miré y todas mis preguntas se contestaron y todos los años de infelicidad pasaron en un instante por mi cabeza y me dejaron temblando, sin saber qué hacer.
Las cinco AM de un día de verano, 7 de febrero, el sol asomando, tu despertar furioso.
Fuiste al baño por última vez.
Los policías llegaron ni bien amaneció, venían en dos autos y también se acercó una ambulancia.
Te vieron empapado en tu sangre.
Entonces les expliqué lo de tu tristeza.
Les conté de las tantas noches y asintieron sin decir nada. Ahora que veo el vidrio roto, pienso que estás muerto y feliz.
Los vecinos que se acercan comentan y me saludan. Me miran y no entienden mi sonrisa.
Tal vez nunca diga la verdad.

Suspendida en el tiempo

Por Victoria Moroni
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010



Llegué allí de casualidad, estábamos jugando un picadito con los chicos del barrio cuando la pelota se perdió entre los pastizales del terreno baldío. Era una tardecita de verano, pegajosa, donde los insipientes sonidos de la noche comenzaban su tímido preámbulo.
Nadie quería ir a buscarla. De mala gana crucé la calle, me metí por una diminuta abertura que había en el alambre tejido y enganché mi remera. Pisando con cuidado llegué hasta el lugar donde se encontraba la pelota. De una fuerte patada la mandé directo a la cancha donde, impacientes, esperaban mis amigos.
Escuché sus risas y el inconfundible sonido del balón recién recuperado. Cuando iba a emprender el regreso, algo misterioso hizo que me detuviera. Cerré mis ojos y un aroma dulzón impulsó mis pasos. Caminaba sin dirección, preso de una extraña inercia.
Me detuve unos segundos y caí lentamente en el suelo. Coloqué mi oreja en la tierra para sentir su latido. Lentamente, me envolvió un rumor primitivo. Alarmado observé cómo se iban trasformando mis piernas: me crecían pelos y pezuñas, era mitad hombre y mitad animal.
Atravesé la espesura del bosque, tragué raíces, olfatee frutos, agudicé el oído y desde mi garganta emergió un sonido penetrante y lejano. Un extraño aroma conducía mi frenética búsqueda. Preso de una fuerza incontrolable llegué hasta ella, la encontré tendida sobre la hierba, en su sonrisa advertí que estaba esperándome desde siempre.
Era toda primavera, de una belleza que casi dolía. De sus ojos se desprendían rayos de luna, de su voz una luz que invitaba a recorrerla. Nos miramos, nos olimos, nos deseamos.
La tomé. Cerca nuestro corría un arroyo, y allí pude ver nuestros cuerpos entrelazados: el fauno y la ninfa. Luego sobrevino el silencio, la noche absoluta, el calor sofocante, el olor a azufre.
Había fuego alrededor nuestro.
Mis amigos me rescataron; me encontraron desmayado y rasguñado, con los ojos desorbitados y un quedo palpitar.
Desperté en un hospital.
Dicen que la alucinación fue producto del incendio que se produjo por algún cigarrillo encendido.
Imposible: yo no fumo-.
Ahora sólo espero ansioso la metamorfosis para convertirme una vez más en fauno. Tengo la certeza de que ella continúa esperándome, suspendida en el tiempo. Su presencia, femenina y animal, la delata.
Hay una dulce fragancia que me llama.




Por Lisandro Amado
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010



“Hay como una estupidez generalizada”
Suspiran sus bocas
Cerrados sus párpados
Ahuyentan culpas como a moscas
En pose de observador
Casual, libre de pecado
Como si no fueran la columna vertebral
De esta epidemia de estupidez tan proclamada
Como si la maldita, corrupta sociedad
Culpable de toda esta barbarie
No fuera el producto
De lo que ellos hicieron
Y hacen.
Mientras los pibes
Duermen
Y despiertan
Y se pelean
Y roban
Y se drogan
Y no hablan
Hay psicólogos
Y periodistas
Y opinólogos
Señoras pitucas
Lindas mentes simplistas.
No hay nada que hacer
Están perdidos
¿Quiénes?

lunes, 25 de octubre de 2010

Carta abierta a la juventud

Por Milena Plácido
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

La Plata, 7 de septiembre de 2010


¿Por qué parece que cada vez tenemos menos tiempo?
Estamos llegando a mediados de septiembre y el comentario sobre la fugacidad de los días subyace en cada expresión, dibujando los rostros, apurando pasos agitados, con la apremiante sensación de estar desperdiciando el tiempo.
Las cosas cambiaron para nosotros, y las horas de juego están mal vistas. El cronograma que se impone absorbe todas las energías y tiende a normalizar el espectro de personalidad, para introducirnos lo más pronto posible en la vida productiva. La vida funcional, encasillada y tan bien pensada por instituciones que no nos conocen y que diseñan nuestro presente con un estilo único y restringido.
Las regularidades horarias, la costumbre prestada a la ética, la satisfacción de los padres, la competencia que se incentiva como valor primordial, la trillada visión de un futuro digno y un lenguaje que articula estas presiones con actividades que nos mantienen dentro del tiempo (o fuera de él) se encargan de quitarnos la elección, la recreación y, especialmente, la reflexión.
Hay instituciones que diseñan productos destinados a que no pensemos. Hay empresas que colapsarían si todos juntos detenemos de pronto esta marcha agobiante, que nos está convirtiendo en los zombies de las películas que se producen para entretenernos,
No podemos dejar que nuestro tiempo sea la materia prima de los negocios que dominan el mundo.
No quiero ver que las Playstations y las computadoras sepulten las plazas y el mate. No quiero entender la articulación entre los juegos virtuales de combate y la lógica de las guerras cuerpo a cuerpo que se libran en el mundo.
No puedo saber que la música tenga que relacionarse con discotecas y boliches apiñados de gente con sustancias que intentan evadirnos de lo real.
No quiero observar cómo las luces encandilantes de imágenes lejanas corroen la tinta de los libros, consumiéndolos hasta reducirlos a cenizas.
Quiero que nos tomemos un tiempo para pensar en quiénes somos y en quiénes quieren que seamos.
Sólo después de eso podemos plantear quiénes queremos ser y tal vez elegir.
No podemos llegar a una primavera con la angustiante sensación de haber perdido el tiempo. El proceso que atravesamos es un aprendizaje, y como todo proceso, requiere de un tiempo de maduración.

Milena Plácido

miércoles, 13 de octubre de 2010

Desde lejos

Por María Bernardita Sadi
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo


Día soleado, mucho viento. Sentada en la terraza de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, el olor a café proveniente del buffet invade el cuadrado de cemento. Enfrente del mismo veo un gran descampado, solo allí hay un árbol seco, sin hojas. A los costados un gran paredón de cemento divide el baldío de la calle. A pesar de no estar habitado, el pasto está corto, como si alguien lo hubiese cortado hace tan sólo pocos días.
A la derecha del descampado hay un edificio, parece ser una fábrica. Un gran andamio cubre el costado de la misma. Allí, a una gran altura hay cuatro personas trabajando, arreglando algo. Me da miedo. ¿Y si se caen?
Sin embargo, veo que están agarrados de una soga. Uno de los obreros está al filo del andamio, al borde del precipicio. En su mano tiene un taladro y cuando pone en contacto este con el metal salen chispas. Sin miedo alguno camina por la estructura. Ya no puedo verla, el temor a un accidente hace que mire para el otro lado del paisaje.
Las casas parecen precarias, en una esquina veo otro gran terreno. En este si hay gente. Es una cancha de fútbol, lo más parecido a un potrero. En el medio del predio a un costado hay una pequeña casa, pintada de azul y blanco con un escudo, parece el de Vélez Sarsfield aunque nunca escuché que esa institución tuviera una canchita en La Plata.
El pasto no parece haber crecido mucho, el color de la tierra seca predominan en casi todo el predio. Los arcos no tienen redes, aunque supongo que las pondrán cuando hay partido. Hay una sola tribuna que si mi vista no me falla tiene unos diez escalones. Me hace acordar a la cancha de Estudiantes, sobre todo por los tablones, aunque los colores que predominan no son de mi agrado.
Un hombre vestido con un enterito marrón claro y gorra está recorriendo el campo de juego, ingresa a la pequeña casa y a los pocos segundos sale con una gran bolsa. Se ubica cerca de uno de los arcos y empieza a tirar algo. No logro ver qué es.
Por lo que intento entender, está tirando semillas al pasto. ¿Eso hará que crezca? No tarda más de cinco minutos en realizar su trabajo, deja la bolsa en la casita azul y blanca. Se dirige hacia la esquina del campo de juego, agarra un bolso blanco, se lo coloca en sus hombros y se va. Su tarea parece haber terminado.
Supongo que en poco tiempo, cuando vuelva a ver la canchita el pasto habrá florecido.

Desde la altura.

Por Pilar Sadi
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo



Salí de cursar en la facultad. Me fui al balcón, ubicado en el tercer piso. Es una terraza grande, con algunas sillas distribuidas en forma desordenada. Me compré un café y me puse a observar los alrededores. Era un día caluroso de septiembre. El sol me daba en la espalda. De fondo el ruido de un taladro. Al lado hay una fábrica y todos los días hay obreros trabajando en las alturas. Enfrente mío un terreno baldío grande. La superficie en su mayoría verde, un pasto cuidado y corto. A los costados montañas de ramas, pastizales y basura que afean el paisaje. Sobre un costado pilas de cajas. No alcanzo a entender que son. Hay amarillas blancas, naranjas. Una arriba de otra. Alrededor de veinte columnas de cajitas. Al fondo un paredón. No muy alto, de color gris. Detrás se pueden ver dos arcos de futbol y una especie de tribuna chiquita con dos arcos de fútbol y una especie de tribuna chiquita con dos bancos a sus costados. Dentro de la canchita dos camiones y un tractor juntan tierra en una de las esquinas del campo de juego.
Sigo observando. Una leve brisa despeina mis pelos. Hace un poco más de calor. Sigue el ruido constante del taladro. Siento aromas. Por un lado el olor de lo que están soldando o quemando en la fábrica. Por otro lado el humo del cigarrillo del compañero que está a mi lado.
Me acerco un poco más a la baranda. Más pasto, esta vez un pasto quemado y más largo. Veo algunos desniveles. Además en el piso se divisan cinco caños de color naranja de distintos tamaños. En el costado derecho una casilla abandonada, sin puerta, atacada por el moho. Tiene el techo bordó, con un gran agujero. Parece haber sido una rama caída de algún árbol que la cubre.
En total la cubren tres árboles, dos adelante que están secos y sin vida. El restante tiene una gran copa verde.
Pero lo que más me llamó la atención fue un auto. Sobre uno de los paredones una camionetita Citroen vieja, de color azul. Parece abandonada. Sus ruedas están desinfladas y hundidas en los largos pastizales.
Se esta nublando pero los rayos del sol pegan sobre mi pantalón negro. Decido irme, pensando en volver, porque desde la altura pude ver cosas que nunca había observado. Los ruidos, olores, colores y texturas en un mismo paisaje.