lunes, 31 de mayo de 2010

Ladrillos

Por Estéfano Baggiarini

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

2010

La historia de la humanidad es una historia de aplastamientos, de traiciones, de manos meciendo las cunas, de bebés vomitando en esas cunas, vomitándose a sí mismos y los unos a los otros.

Es el juego perpetuo entre los que están arriba y los que están abajo: los primeros, levantan muros inmensos para aislarse de los segundos y cárceles, para encerrarlos; los segundos, toman las cárceles, tiran los antiguos muros y construyen nuevos muros para convertirse en los nuevos primeros. Siempre aparecen segundos y, si no existen, se crean.

La historia está repleta de muros.

Muros de concreto, de hierro, de ideas que atraviesan China, Berlín y Tijuana.

Muros diseminados entre los siglos, enquistados en las décadas, estallando aquí y allá, abriendo caminos y aplastando a miles.

¿Sería Siglo XX sin el paredón de Berlín, sin cortina de hierro?

¿Hay metáfora más perfecta para la bipolaridad por fuera de la piedra y de los vicios del comunismo y del capitalismo?

Tampoco existe Edad Media sin castillos, sin barreras que separen a la plebe de los amos. No hay señor sin siervo ni siglo veintiuno sin Gaza, Chernobyl o Atocha. No hay Revolución sin Bastilla.

Nos queda un Guantánamo por tomar.

La Otra

Por María Fronchkowsky

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

2010

Cuando pienso en las cosas que me dan miedo, recuerdo mi infancia. Durante la noche, los fantasmas, vampiros y extraterrestres rondaban mi habitación.

He vivido muchas situaciones temibles, pero ninguna como la que me tocó protagonizar el año pasado.

Una amiga íntima, que es muy afecta a todo lo relacionado con los espectros y las almas en pena, sufrió en el pasado un episodio cercano a la muerte.

Desde ese momento, alguien más vive con ella.

Se trata de una joven de apariencia muy similar a la de mi amiga. Una vez, se comunicaron mediante el juego de la copa y el espectro le aseguró que iba a acompañarla eternamente. Mi amiga, muy aturdida, decidió consultar su caso con un chamán y éste le dijo que la chica había muerto por lo mismo que le había sucedido a mi amiga, pero la diferencia era que nadie se había ocupado de ayudarla a salir adelante.

El chamán se ofreció a sacarla de su lado, pero el espectro no se dejó.

Pasaron muchos años hasta que mi amiga se animó a contarme de la presencia, pero desde que lo hizo (y cada vez que nos juntamos), siento a la otra. No puedo verla, pero sé que me toca los brazos y el pelo cuando está cerca.

Siempre tuve miedo a lo sobrenatural y también recuerdo – claramente – los cinco años de terapia a los que me sometí para superar otros temores. Sé que los vampiros no existen, o que no van a entrar por la puerta de mi casa.

Sé que puede resultar absurdo lo que digo y que mucha gente podría preguntarse si de verdad creo en la presencia de la otra o estoy completamente loca.

Gaia toma revancha

Por Francisco Paladino

Taller de Producción y Comprensión de Textos I – Tecnicatura en Periodismo Deportivo

2010

Sucedió una tarde de agosto, no recuerdo bien si era el quince o el dieciséis, para definir fechas como esa es que existen los historiadores. Me hallaba en mi departamento con mi hermano, jugábamos a las cartas mientras mirábamos las noticias en el televisor: la temperatura había bajado veintitrés grados en las últimas nueve horas. Los científicos no encontraban explicación alguna para semejante fenómeno y toda la gente había corrido a refugiarse en los calefactores de sus hogares. Nosotros no éramos la excepción, Jeremías había salido temprano del trabajo por miedo a que empezara a nevar y no pudiera volver. Alrededor de las tres, cuando ya íbamos por el quinto partido de truco, empezó a llover. Veinte minutos más tarde el granizo azotaba con fuerza cada rincón de la ciudad y antes de las cuatro menos cuarto una espesa cortina blanca confirmaba los temores de mi hermano. El día anterior había estado soleado, nadie dio ningún alerta meteorológico, nadie previó que apareciera ni una nube, nadie lo vio venir. Nevaba de costado, cada copo era arrastrado por ráfagas de viento de, según decía la televisión, hasta ciento veinte kilómetros por hora. No veíamos nada a través de la ventana, pero el hombre de las noticias anunció que en todos lados volaban chapas y caían árboles, y sugirió que aquellos que vivieran en edificios los abandonaran, en busca de refugio al ras del piso. No necesitamos escucharlo dos veces, bajamos raudamente por la escalera, temerosos de usar el ascensor. Lo que vimos y sentimos cuando salimos al aire libre fue lo más terrible que me ha tocado vivir: viento, agua y nieve se llevaban todo lo que encontraban a su paso. Nuestro edificio empezaba a mostrar fisuras, pero aún así nos quedamos tras una de sus paredes, inmovilizados, paralizados por el miedo de ser arrastrados por la furia de la tormenta. Momentos más tarde, una intensa niebla cubrió todo a nuestro alrededor y empezamos a sentir una horrible presión en la nuca. Agarré a Jeremías de la mano para no perderlo y me dijo: "siento que me van a explotar los ojos". Escuchamos gritos entre la niebla, vimos caer escombros a medio metro de nuestros pies y entonces nos dimos cuenta de lo que sucedía: el cielo se estaba cayendo sobre nuestras cabezas.

Pandora

Por Francisco Paladino

Taller de Comprensión y Producción de Textos I – Tecnicatura en Periodismo Deportivo

2010


Luciana llegó a su casa alrededor de medianoche, el plenario se había hecho más largo de lo habitual y el cansancio ganaba todos los músculos de su cuerpo. El ph que le servía de hogar estaba al fondo de un largo y oscuro pasillo, a menudo poblado por borrachos que le decían guarangadas al pasar. Esa noche no fue la excepción, incluso tuvo que revolear un carterazo para que no se propasaran. -Lo que hay que bancarse por vivir en las afueras- pensó. El olor a encierro que hubiera la noche anterior había desaparecido a costa de dejar todo el día la ventana abierta y, tras cerrarla, prendió las luces y la calefacción. Los borrachos se habían callado y lo único que se escuchaba eran lejanos ladridos. Luciana extrañó a su novio, quien vivía en el interior, y se dispuso a ver televisión esperando que se calentara la comida en el horno. Tuvo que esforzarse para no quedarse dormida en la mecedora que le regaló su abuela, pero afortunadamente Pandora, su gata, le saltó a las piernas en busca de caricias, dándole un impulso para mantenerse despierta. Mientras comía, escuchó cómo Pandora tiraba al suelo y hacía añicos uno de sus perfumes, rompiendo por un instante el sepulcral silencio de la noche. -Gata tonta- pensó- después lo limpiaré-. Sin embargo, el "después" tuvo que apurarse, porque la gata empezó a maullar como si se hubiera lastimado y no paró sino hasta que Luciana se levantó de la mesa. La muchacha se dirigió a la pieza, preocupara por Pandora y pensando en que necesitaba comprar vendas. Sin embargo y para su sorpresa, en el dormitorio no sólo no estaba la gata, sino que el caos parecía haberse adueñado del ambiente. Un horrible escalofrío le recorrió la espalda al pensar que había dejado todo ordenado, y Pandora sola no era capaz de abrir las puertas del ropero. Alguien se había metido en su casa. Dominada por el miedo, quiso usar su celular para pedir ayuda, pero se dio cuenta de que lo había dejado en la cocina y no se animaba a volver. Temblando, se metió corriendo al baño y cerró la puerta con llave. Instintivamente, abrió la cortina para esconderse en la bañera, y no pudo contener un agudo grito cuando encontró a Pandora, colgando de la ducha por la cola y sangrando por el cuello, sin cabeza. Desencajada, Luciana salió del baño llorando y pidiendo ayuda a viva voz, pero se calló cuando vio que había un hombre de pelo negro sentado en la mecedora de su abuela, silbando una canción muy pegadiza y sosteniendo en su mano derecha un hacha ensangrentada.

El extraño caso de Rocío Guevara

Por María Emilia Cepeda

Taller de Producción y Comprensión de Textos I – Tecnicatura en Periodismo Deportivo

2010

Rocío Guevara, de unos 24 años de edad, cursaba el cuarto año de la carrera de Ciencias Económicas y era una excelente alumna. Provenía de una familia bien acomodada y reconocida en la ciudad de La Plata.

Un viernes de Mayo, salía de cursar y se dirigía al cumpleaños de una de sus mejores amigas, Carla. Al llegar al domicilio, donde la esperaban para comer, se detuvo a mirar la figura de un hombre que nunca antes había visto. Su cabello rubio y sus ojos verdes no le permitían concentrarse en otra cosa.

Al hacerse las doce, Carla decidió concurrir a uno de los bares mas populares de la ciudad por lo que no obtuvo alguna negación.

Pasaba la noche y casi en su fin, el joven de figura atractiva, Leo, se le acerca a Rocío y sin mediar palabra alguna sabía que había obtenido su conquista. Entre copa y copa y ante la insistente invitación de Leo de llevarla a su casa a tomar algo la inocente mujer accedió. Los nervios y la adrenalina corrían por su cuerpo, su sangre se paralizaba y su respiración se aceleraba.

En ese cuarto pequeño y de ambiente cálido, había pasado una de sus mejores noches. Al despertarse, miró a su alrededor. La habitación se encontraba vacía y hondaba en ella un gran silencio. Se levantó decidida a ir al baño y al encontrarse frente al espejo se vio unas manchas que cubrían todo su cuerpo, desesperada y ante su asombro, decició ir al hospital que se encontraba a pocas cuadras.

Una vez sentada en la camilla de la sala médica y ante la cara pálida del doctor que la atendió, Rocío con una voz muy fina y casi sin aliento le dijo:

-¿Qué tengo doctor?

- No quiero que te alarmes pero lo que tienes yo pensé que sólo era un mito urbano. Las manchas de tu cuerpo y rostro son causa de una transmisión sexual-argumentó el médico.

- No entiendo doctor, ¿Qué quiere decir?- Preguntó Rocío con su rostro emblanquecido y la voz entre cortada.

- La enfermedad que posees, para ser claro, es por causa de una transmisión sexual que proviene de tener relaciones sexuales con muertos.

El rostro de Rocío se petrificó por completo y después de unos minutos logró volver en sí. Desesperada fue a la comisaría de la zona y erradicó la denuncia. Pocas horas más tarde, cuatro patrulleros se encontraban allanando el lugar del hecho.

En su interior se encontraba, debajo de la cama y enterrado, un cadáver en un gran estado de descomposición.

Aún, hasta el día de hoy, no pudieron dar con el paradero de Leo. Nadie pudo aportar datos al respecto, dicen que el joven habría abandonado la ciudad sin dejar pista alguna.