martes, 31 de agosto de 2010

Junto al pueblo

Por Antonio Peluso
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010



Todo ocurrió espontáneamente. Mi amigo el Raúl vino a buscarme ni bien se enteró de la noticia. ¿Por qué querían someternos así? ¡Era injusto, si señor! ¿ A que se debía ese odio casi inaudito cercano a la discriminación xenofóbica? Cuando una persona se ocupa de todos nosotros es encarcelado y estos giles pensaron que nos íbamos a quedar de brazos cruzados. ¡No señor!
Ese día justo tenía una changa, ¡Ma que changa ni que ocho cuartos! Nuestra libertad estaba en juego, la dignidad que aún conservábamos y el futuro de nuestros hijos. Ni bien llegó mi gomia salí a la calle con lo puesto, no había tiempo que perder en buscar las pilchas. El corazón palpitaba, parecía que iba a salir de mi pecho, sentía un estremecimiento, no sé, algo que nunca había experimentado. Rajamos los dos, raudos como una flecha veloz, y nos subimos al camión entre los demás muchachos.
Encontré todos los laburos en ese grupo, que iba en pos de defender sus sueños, sus derechos. El camionero, el albañil tenía encima sus fratachos, mecánicos, panaderos y ¡mirá vos, hasta maestros!
Se sentía en el ambiente algo invisible a los ojos pero tan fuerte que nos unía. Era una fuerza que no se podía ignorar, no lo sé explicar, jamás lo había sentido, como ya dije, pero era una fuerza real que nos impulsaba, nos hacía uno.
Raúl era mi compañero de toda la vida. Fuimos a la misma escuela, jugábamos al fulbo en el potrero hasta la noche, los partidos eran interminables, los resultados, insólitos 48 a 31 era un final común en nuestros juegos. En fin, era un hermano de la vida,¡ la pasamos fulera eh!, nos apoyamos el uno al otro cuando la mano venía mal. Pero siempre unidos y en esta circunstancia más que nunca.
Salimos a eso de las dos de la tarde e íbamos a tardar un rato en llegar a Buenos Aires ya que vivíamos a una distancia de unos cincuenta kilómetros. El camión se llenaba de personas rápidamente y viajando con la testa al aire, veíamos a la gente que se agrupaba en los barrios y entonaba canciones de apoyo a nuestro líder. El general, el único que pensaba en nosotros, estaba preso por estos vendepatrias y nosotros, los humildes, los pobres y desposeídos le daríamos la libertad. Cada vez se sentía más fuerte ese poder que nos unía de una manera vigorosa. Cada vez éramos más y más, cantando y cantando, con el fuego en nuestro interior.
Ya habíamos hecho más de la mitad del recorrido y a medida que nos acercamos al destino, un perfume embriagador nos envolvía, era un halo casi encantandor, de la misma manera inexplicable que el sentimiento que nos unía. Seguimos adelante y por fin llegamos a la plaza de Mayo. Podía ver en la cara de Raúl, la emoción y las lágrimas que brotaban casi incontenibles al ver la multitud que bramaba, gritaba y hacía sentir su poder. Allí estaba el pueblo, que por primera vez salió a la calle para defender sus derechos. Yo por mi lado estaba todo pachucho, conmocionado.
A la medianoche todo había pasado. Las cosas estaban en orden, el General nos tranquilizó y renovó nuestros espíritus. Con Raúl nos abrazamos en un saludo interminable y emprendimos el regreso a nuestras casas. Todo fue una fiesta. Nuestras vidas podían continuar, nuestros sueños podían ser hechos realidad, nuestro amor se fortaleció aún más. Nos miramos una vez más en silencio y lloramos, lloramos, hasta la felicidad que recién empezábamos a conocer.


Como burla de la justicia o venganza del destino

Por Tomás Vicel
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010



Emma respondió algunas preguntas de policías, que, tan conmovidos por el hecho como ella no indagaron demasiado. La trataron con la distancia con la que trataban a las mujeres violentadas, como si tuviera parte de la culpa. Este trato le dio a Emma, o a su ajusticiamiento mayor validez. Al menos así lo creyó.
Sus días en la fábrica la ponían en peligro, exponerse diariamente a esa realidad podía hacer trastabillar su firme convicción.
Conciente de esto y, bajo el pretexto del mal recuerdo, se alejó. Consiguió rápidamente trabajo en otra fábrica que la separaba, al menos físicamente, de aquel recuerdo y recapituló su vida. Retomó el apellido Maier, legado de su padre, como proclama de que la justicia había sido hecha y continuó su yugar de obrera por años.
En agosto de 1928 un paquete llegó a la pensión de donde residía. Estaba rotulado como “pertenencias de Manuel Maier” y contenía como objetos de valor un reloj a cuerda, una brocha de barbero, un peine y varios sobres. Emma solo se interesó por los sobres a los que tomó entre sus manos y se quedó contemplando durante minutos. Pasada la sorpresa decidió abrirlos, muchos eran para ella, profesando el cariño del padre, lamentando la ausencia, esperando el reencuentro, otros eran para ex compañeros a los que Manuel recordaba de su infancia. Emma tomó la última carta fechada el 10 de enero de 1922, cuatro días antes de la muerte de su padre, se le antojó la más importante. Comenzó a leerla.
En la carta Manuel Maier se confesaba culpable, contaba al detalle como habían planeado el robo junto a Loewenthal pero éste, guiado tal vez por sus temores teológicos había abandonado la empresa dejándolo solo.
Emma soltó la carta y se quedo pensando por minutos, luego la recogió y la rompió con sus manos como hiciera también con aquella que le anunciaba el deceso de su padre.
La confesión del padre caló hondo en Emma, vivió dos años contrariada, errante, silenciosa, sin ya ningún propósito. Aquella sensación de justicia se volvía ahora en su contra.
En septiembre de 1930 salió de una farmacia de Palermo, llevaba en sus manos las monedas del vuelto, y un frasco de vidrio marrón con una etiqueta que ya conocía, Veronal.

Algo más que el dulce de leche

Por Gabriela Manchini
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010



A días del bicentenario, es inevitable no ponernos a pensar cuales son los rasgos que nos identifican como argentinos.
Es cierto que en estas ocasiones es imposible no citar el mate, el dulce de leche, la birome u otra serie de elementos que nos distinguen, pero está claro que ellos no bastan para caracterizar al ser nacional.
Nuestra historia es el reflejo de las controversias, resistencias y la capacidad de adaptación que como argentinos hemos desarrollado ante las adversidades. A doscientos años de aquel primer gobierno patrio estas condiciones nos continúan caracterizando.
Identificados por ser una sociedad contestataria y cuestionadora, somos reconocidos en el mundo por la pasión de nuestros impulsos.
Sin lugar a dudas el fútbol es aquel deporte en donde pueden verse reflejadas las más variadas emociones: “Es el país de la pelota” reflejan algunos cantantes en sus canciones.
Esto no es todo. La música, sobre todo el tango o el folcklore, influyen en la formación de nuestro ser nacional. El cine, la literatura y el teatro son por otra parte espacios en donde puede verse reflejada nuestra esencia.
Pero volviendo a lo más profundo de nuestro ser, a aquellos hechos que día a día podemos observar. Hoy es común escuchar muchas críticas a nuestra sociedad: por momentos parecería que viviéramos en un territorio poblado de ladrones, asesinos y ‘malévolos personajes’, olvidándonos que somos una sociedad que se solidariza ante las adversidades, las necesidades ajenas o los padecimientos.
Sería importante valorarnos más como sociedad y por una vez dejar de considerar que todo lo bueno únicamente proviene de Europa o Estados Unidos.

Periodismo, política y compromiso

Arrojar cascotes al espejo de las aguas
Por Rocío Grucci
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Con el tratamiento de la Nueva Ley de Servicios Audiovisuales se empezó a alumbrar la cadena de mandos que conlleva la noticia que está impresa en los diarios o que se ve y escucha en el televisor y la radio.
La información es una pieza del entramado de poder. La construcción de una noticia está influida por innumerables factores económicos y políticos que pueden converger en manipulación. Además, la concentración de la información en pocas manos favorece a la utilización de esta o las producciones como mercancía, quitándoles contenido y valor cultural.
Mostrar un recorte de la realidad es lo que hacen e hicieron los medios de comunicación a lo largo de la historia, pero detrás de lo que se ve muchas cosas quedan fuera. Es necesario preguntarse cómo y por qué se ve, o quién lo está diciendo.
La ley fue llamada “ley K”, “ley mordaza” y calificada de muchísimas formas por los grandes medios a los que por su conformación monopólica afecta directamente. Con estos términos se buscó proyectar en la opinión pública la idea de que la normativa atentaba contra la libertad de expresión y que era parte de un ataque de los Kirchner contra el grupo Clarín.
A modo de instalar estas preconcepciones nunca se planteó puntualmente cuáles eran los puntos principales de la ley, sólo se catalogó el proyecto.
En contradicción, la libertad de prensa que supuestamente se perderá se encuentra dentro de un campo comunicacional, desde los años 90, manejado por grandes multimedios con más de un 75% de la información en su poder y una expansión permanente.
A pesar de todo, la ley de medios ha generado dudas. Los televidentes y los oyentes ya no creen ciegamente en lo que escuchan y ven. La gente cuestiona el discurso de los grandes medios. Los mismos medios con su defensa ciega de la ley de la dictadura han ayudado a que las dudas se expandan y sobre este espejo de agua que parecía cristalino, entre un cascote que revolucione las formas de mirar. Desde el tratamiento de la ley cada palabra que aparece en un diario, en un programa de televisión o en una radio es observada con más atención, es analizada y objetada. El público ha comenzado a vislumbrar que esta situación reduce las miradas que los medios audiovisuales ofrecen, ya que su posesión circula siempre en los sectores con más poder económico, y que no permiten la inclusión de medios alternativos o pequeños.

Víspera de una noche agitada

Por Juan Cruz Vitale
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Era temprano para cenar, pera aún así el Coronel y el Capitán estaban sentados en el comedor del cuartel. El cocinero los miraba con algo de nerviosismo, pues estaban esperando la comida y él no la tenía lista. Pero el gastronómico no sabía que ellos no le daban mayor importancia a la situación.
Todo era silencio, sólo se escuchaba el murmullo de los uniformados y de vez en cuando el ruido de alguna cacerola que se cerraba. No volaba ni una mosca.
De repente y con un portazo entró el Mayor X a la sala. Tomó asiento a la izquierda del Coronel, sin antes, llevando su mano a la frente, saludarlo. El Coronel lo notó y sospechó que algo pasaba, pero siguiendo con su trabajo pasó por alto el momento.
A las ocho en punto los comensales degustaron su cena. En un clima más distendido los tres reían a carcajadas. Hablaban de un recluta medio tonto, que a diario cometía torpezas en los ejercicios de entrenamiento.
Una vez satisfechos salieron a fumar al patio, y se colocaron cerca del mástil, que ya no lucía su bandera. El Coronel sacó un habano y ofreció a sus pares, pero estos se negaron y sacaron sus cigarros. Hubo unos minutos de silencio.
El Mayor X miró al Coronel como asintiendo y le dijo: estamos preparados. Su camarada asintió con la cabeza y contestó: preparemos las cosas y alistémonos, el móvil está por llegar.
Cada uno tomó su rumbo.
Diez y cuarenta. Los tres otra vez estaban reunidos en el patio de armas, pero esta vez con sus caras un poco nerviosas. Sólo el Capitán N fumaba esta vez. El Mayor y el Coronel sostenían una camilla, y cada uno llevaba su mochila de combate.
Un auto verde se acercó, uno de esos Falcon que el ejército usa para trasladar superiores. Una de las ventanillas traseras se bajó, y el Coronel se acercó. Era alguno de los altos rangos de la fuerza aérea. Dio algunas indicaciones y tras algunos gestos de su mano, el coche partió.
Ni bien se fue el Falcon, una camioneta con caja cerrada arribó al lugar. Los tres militares realizaron la venia y subieron al coche. Fue todo lo que pasó esa noche en el cuartel.
La mañana siguiente el cocinero llegó al comedor como todos los días. Esta vez los comensales de la noche anterior no estaban, pero igual reinaba el silencio. Un televisor en el fondo de la sala no dejaba de emitir una voz que repetía siempre lo mismo: ¡el cuerpo de Eva ha desaparecido!



Periodismo objetivo o periodismo con objetivos

Por Carla E. Rojkind
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


El 7 de junio de 1810 comenzó a publicarse La Gazeta de Buenos Aires. Fundada por el secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, y dirigida por él mismo, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, La Gazeta… fue pensada como un órgano de difusión de los principios que inspiraron la Revolución de Mayo. En 1811, el periódico nombró a Pedro José Agrelo como nuevo director y le asignó un sueldo, hecho que lo convirtió en uno de los primeros argentinos que cobraba por su trabajo intelectual, transformando una actividad que, en su caso, era sobre todo de divulgación ideológica y jurídica, en una auténtica práctica profesional, en el sentido estricto de la palabra.
El mismo nacimiento de La Gazeta… y sus vicisitudes posteriores (las luchas internas del gobierno, reflejadas en los diversos cambios en la dirección del periódico, y su final, cuando Bernardino Rivadavia decidió cerrarla debido a las disputas ideológicas entre Bernardo de Montecarlo y Vicente Pazos Silva, ambos redactores de la publicación) demuestran claramente la relación e interdependencia que existió entre la historia política e institucional del país y las características de su periodismo.
Desde entonces, la actividad periodística argentina se ramificó, constituyendo un importante e imprescindible espacio de lucha política y social, que no se conformó con la prensa gráfica, sino que aspiró a ocupar los medios radiofónicos, televisivos y, más recientemente, el ciberespacio. Y lo consiguió con formidable éxito. Quién pondría en tela de juicio que nuestros medios, y digo nuestros porque no serían nada ni tendrían propósito alguno si no contaran con todo un pueblo que los apropia (en términos simbólicos, no materiales), son los grandes formadores de las corrientes de pensamiento y opinión que nos definen ideológicamente y nos posicionan en el lugar desde donde actuamos y nos formamos como ciudadanos argentinos.
El periodismo, tan cuestionado hoy en día, genera sentimientos encontrados de amor y odio. Están quienes lo defenestran y quienes lo alaban, pero todos ellos se despliegan con todas sus armas en esa arena de lucha que difícilmente puede ser tan objetiva como muchos predican que es o debería ser. Como lo expresa perfectamente José Ignacio López Vigil, periodista dedicado al periodismo comunitario en toda América Latina: “Ni el arte por el arte, ni la información por la información. Buscamos informar para inconformar, para sacudir las comodidades de aquellos a quienes les sobra y para remover la pasividad de aquellos a quienes les falta. Las noticias, bien trabajadas, aún sin opinión explícita, sensibilizan sobre estos graves problemas y mueven voluntades para resolverlos.”
Todas las personas somos actores políticos, tan pronto como forjamos ideas acerca de lo que sea que nos interesa, tan rápido como construimos una opinión que materializamos, que intentamos que se impregne en otros. Todas nuestras acciones tienen sus consecuencias, y no podemos ser ajenos a esto cuando tomamos tal o cual camino. Por eso, la objetividad es fácil de cuestionar, no así el compromiso y la responsabilidad social, más aún la de esas personas que llegan, gracias a un micrófono o un titular, a millones de argentinos y son los encargados de sepultar o erigir los temas que recorren de boca en boca el país.
Es imposible que cualquiera de estos periodistas, o de nosotros, pueda separarse de esas ideas que los definen, aunque lo intenten sinceramente. Es por este motivo que resulta casi inconcebible hablar de un periodismo objetivo. Lo que realmente importa es la honestidad, para con uno mismo y para con los demás, pues, llegada la hora de tomar una posición, todos nos merecemos saber lo más posible acerca del lugar desde donde nos vamos a parar para defendernos.
Los medios de comunicación han logrado a lo largo de la historia ayudar a levantar partidos como un mago hace aparecer un conejo de una galera; han servido también a derrocar gobiernos democráticos mediante campañas de ocultamiento y mentiras; han logrado penetrar con absoluto consentimiento en las casas de todos y atravesar cada espacio de la vida cotidiana; son los encargados de difundir conocimientos que de otra manera no podrían saberse; y son, ante todo, los terrenos de disputa de un poder que se les ha dado (y que algunos han apropiado, esta vez sí en un término material del concepto) al mismo tiempo que ellos mismos se han convertido en ese objeto poderoso, idealizado como ángel o demonio, pero inconfundiblemente determinante para el desenvolvimiento político del país.
Esto no pudo obviamente conseguirse de manera “objetiva”. Aquí están presentes, sin lugar a dudas, las ideologías de cada uno de los que empuñan la espada de la palabra, los intereses de este titán por el que pelean, las ansias de conseguir ganancias, y muchos más factores que se nos escapan del entendimiento seguramente. Si esto no es participación política, si no subjetiva al menos tampoco objetiva, con fines claros, definitoria pero no definitiva, determinante aunque no determinada, entonces ¿qué es?

Una familia atípica

Por Alejandro Salvatierra
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


La familia Reyes estaba constituida por el papá: Sebastián, viudo hacía diez años, consecuencia de su ataque extremo, enfermo. El núcleo también lo constituían sus dos hijos: Carlos y Marcela.
La madre siempre había querido que la hija estudiara abogacía para así poder continuar su incursión política y de ese modo -algún día y con esfuerzo de todos- se pudieran lograr cambios en la convivencia ciudadana, en particular en el área de derechos humanos apostando al cumplimiento de las garantías del pueblo.
Pero Marcela decidió estudiar veterinaria. Quizás se dio cuenta de que su país estaba corrompido y lleno de mentiras y que siempre iban a primar los intereses personales si de política se trata.
En tanto, se puede decir que la madre fue luchadora como pocas. Tal fue su arraigo a sus principios ideológicos, que la muerte la encontró en su osadía, valiente, batallando en pos del pueblo y en contra de las injusticias, como el golpe de estado que vivió su país años atrás.
Del otro lado, Sebastián, conservador por excelencia, vinculado al poder político y a la Iglesia, “institución corrompedora de los avances tecnológicos, sociales y culturales”, decía María de Reyes cuando opinaba sobre cuestiones eclesiásticas.
El padre repetía que su mayor pecado había sido tener un hijo homosexual, hijo al cual le había dedicado todo su tiempo y paciencia. Ya jubilado y anciano, se preguntaba en qué había fallado para que el cielo lo castigara con lo que más quería, su primogénito.
Por su parte, Carlos decía de la madre: “la recuerdo cuando me asomo a las movilizaciones y marchas de protesta, es como si la estuviese viendo, porque ahí estaba cómoda y a gusto”. Y la defendía como soñadora y valiente mujer. A ella no le importaba la condición de su hijo, simplemente decía: “que sea feliz a su modo”. Jamás había cuestionado ese aspecto.
Sin embargo, en el seno de la familia la relación de convivencia iba de mal en peor, y después de una feroz discusión, el matrimonio Reyes decidió separarse.
El hombre cuestionaba los andares de la esposa, falto de amor y envenenado en su ira. Dijo que la ausencia de la madre para con sus hijos sería lo último que él toleraría. Entonces, con todo el poder e influencia, articuló y organizo la venganza.
Sebastián sabía que su mujer conocía mucha información que lo perjudicaba, hecho por el cual planificó su deceso. Se aseguró de que la muerte la encontrara en el lugar donde ella más cómoda se sintiera: o sea, en una movilización, para que toda su “gentuza” supiera que con él no se jugaba.
El asesino fue el custodio de Sebastián. El crimen se cometió cuando el gobierno democrático fue derrocado. Allí se encontraba María, fiel a sus principios de lucha. Dos disparos fueron los que terminaron con la vida de aquella mujer tan simple en sus pensamientos, que luchaba por la igualdad de todos los individuos, y tan compleja en sus decisiones, que no tenía pelos en la lengua para usar su voz como principal herramienta de batalla.
El golpe de estado continuó y el asesino intelectual permaneció mucho tiempo aliado al poder de la iglesia, institución que representó a la derecha absoluta y al establishment desde siempre. Entonces, el panorama para la otra parte del país, la mayor, estaba oscuro.
Carlos Reyes, que de rey, como porta en el apellido, no tenía nada, un individuo estigmatizado y señalado por la sociedad por su condición de homosexual, no encontró amparo jurídico ni emocional, porque para la ley, la iglesia y la población era un anormal, con lo cual, tenía que escapar como en la época de las cruzadas, explicando lo que para él era algo normal.
A excepción de su madre y su hermana, nadie, ni su propio padre, ni la sociedad, ni la iglesia y menos el Estado, comprendían lo que Carlos sentía.

Tal vez sea momento de cambiar y empezar a construir una nación más integradora e igualitaria desde todos los puntos de vista, y no sólo desde los intereses personales, porque, seguramente, seguirá habiendo muchos Carlos Reyes. El ocho de junio del presente se cumplieron quince años de su muerte. Creo que ya pasaron muchos años sin lograr cambios.

lunes, 30 de agosto de 2010

El golpe

Por Virginia Casalla
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


En el cuarto piso está el cuerpo intacto. El trabajo de embalsamamiento es casi una obra de arte. Impresiona saber que es ella y asumir que está muerta. Su cara parece de cera y su expresión se mantiene tal como lucía hace un tiempo en aquel balcón.
En planta baja hay cinco hombres que, entre el frío y la lluvia, buscan refugiarse desprevenidamente en la leve llama que emite una pequeña hornalla de la garrafa. En el tercer piso dos hombres miran canal 7.
En el cuarto piso está ella, dos hombres la custodian. Osvaldo y Alberto son hermanos. Con sus 20 años aprendieron a ser peronistas desde aquel día en que su madre, tras haber enviudado, pidió ayuda e inmediatamente consiguió casa y trabajo.
Los dos compartían un amor y agradecimiento hacia esa mujer que la cuidaban como si fuese su propia madre.
A unos cuantos metros de la puerta principal están ellos. Sigilosos bajan del furgón. Tienen las caras tapadas y llevan guantes. En una bolsa tienen una lona. Son cuatro y estàn armados. Primero confirman que los cinco custodios de la entrada están en sus puestos. Luego, apuntan y disparan directamente a la cabeza. La efectiva rapidez de los disparos no les da tiempo gritar la voz de alto. Los cinco guardias yacen tendidos en el suelo.
Los cuatro atacantes entran al edificio. Suben las escaleras. Conocen el lugar en detalle. La idea de arrebatar el símbolo los excita. Durante muchos años alimentaron un odio tan grande que éste era un momento esperado con ansiedad.
Los guardias que estàn en el tercer piso siguen atentos a la televisión. No se imaginan que cuatro hombres armados y sedientos de venganza están subiendo por la escalera preparados para el disparo certero.
Una ráfaga de disparos ilumina la escena. Los guardias caen de sus sillas muertos. Suben al último piso. Osvaldo y Alberto al escuchar algunas corridas se ponen en posición de alerta, con sus armas apuntando hacia la puerta. Corren el cuerpo a una esquina y lo protegen con una bandera, pensando que así estaría protegido. Los dos bandos abren fuego. Pese a la diferencia numérica de hombres y armas, los dos luchan durante veinte minutos. Sin éxito caen rendidos al lado del cuerpo, pues al ver que no tenían salida optaron por morir defendiéndola, morir junto a Eva.

Un día perfecto

Por Agustina Canay
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Sus manos sudaban, esos ojos rasgados no encontraban un lugar donde mirar, Juan estaba junto a él. Desde la mañana esperaban la llegada de la tarde para poder salir a jugar, contaban hora tras hora. No había quien los hiciera dormir, el sol asomaba y ellos estaban despiertos. Tenían entre once y doce años y, si bien no eran hermanos, ni mucho menos parientes, ambos vivían juntos con quien llamaban abuela.
Era martes, no había ni una sola señal de viento en el aire, el día era perfecto y escuela no tenían, o mejor dicho, no iban. Luego de cerrar el viejo cerco rojo que rechinaba, caminaron hacia la laguna, en el camino fueron recorriendo las calles tambaleando sobre el cordón. Los vecinos los miraban sin pudor alguno, sus harapos llamaban la atención pero estos pequeños no sabían de discriminación.
Los pastos altos que rodeaban la laguna hacían mas interesante la expedición, simulaban viajar en tren por las vías viejas en plena diagonal. La autopista estaba a pocos metros y se imaginaban adentro de autos relucientes o de grandes colectivos, así conocían tierras nunca vistas.
Hasta que su mano empezó a sudar y sus ojos se perdieron. Matías no creía lo que veía ¿era parte de las fantasías? No, Juan, más atento, lo sacó de allí. Fueron hasta un lugar cercano para pedir ayuda. El comerciante los miró de reojo y no les prestó la mas mínima atención. El policía de la puerta los echó sin explicación.
Alguien un poco atento se dio cuenta que algo ocurría y les preguntó. Los niños lo guiaron hasta la laguna para mostrarle el hallazgo. Dos o tres adultos los acompañaron y allí se encontraron entre los pastizales frente a la gran extensión de agua verde y en su orilla un cuerpo. Un hombre ahogado.
Algún señor llamó al 911 y denunció aquel descubrimiento, los niños seguían ahí, inmóviles aún luego que toda la policía estaba en el lugar. Después de tal trauma llegó la burocracia de los testimonios.
Una señora descontrolada lloraba junto a su abuelo. Matías y Juan observaban sin hablar, era la madre del difunto. La noche era cerrada, las nubes parecían bajas y el cielo estaba gris. En la comisaría, de tanto alboroto, no se escuchaba un ruido. Así se despidieron el que creían un día perfecto, dos niños harapientos en un banco de la comisaría.

Aguafuerte

Por Santiago Apodaca
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Cuando salí de mi casa era muy temprano, tanto que el sol no había asomado. Caminé hasta la cochera para buscar el auto y emprender el viaje hacia el pueblo donde mi padre se había criado.
Tenía todo preparado, me había equipado como corresponde para semejante viaje. Llevaba la computadora, mi celular, un reproductor de música digital y, por supuesto, el GPS.
Apenas había recorrido los primeros kilómetros cuando el sol empezó a verse en el horizonte, había logrado dejar la ciudad antes de la hora pico, ahorrando tiempo de viaje.
Luego de varias horas al volante, envuelto en el paisaje agreste, empezaba a sentir esas sensaciones que a uno lo invaden cuando está de vacaciones, esa inexplicable relajación y paz interior.
Todo marchaba muy bien hasta que se presentó el primer imprevisto. Fue el comienzo de una cadena interminable de inconvenientes. Primero falló el GPS, perdió señal y no la recuperó más. Me detuve para comer algo y preguntar qué camino debía seguir. La comida resultó intragable, la atención pésima y nadie supo indicarme correctamente la ruta para llegar a destino. Para colmo de males, increíblemente, el restaurante en el que estaba no tenía wi-fi por lo que la notebook se transformó de inmediato en un objeto obsoleto.
Decidí reanudar el viaje tratando de encontrar una estación de servicio ya que pronto en el tablero del auto se prendería el indicador de falta de combustible. Inútil, luego de varios kilómetros el auto se detuvo. Estaba en el medio de la nada, literalmente.
Como no podía ser de otra manera, el teléfono celular no tenía señal, convirtiéndose en otro objeto obsoleto, al igual que el auto sin nafta y la computadora personal sin internet.
Al caer la noche decidí esperar en el coche a que alguien pasara, algo que nunca sucedió. Al amanecer empecé a caminar esperando encontrar quien pudiera auxiliarme. Llegué a un pequeño pueblo sobre a ruta. Me dijeron que allí nadie tenía auto, que la única manera de salir del pueblo era con un colectivo que pasaba una vez al mes, pero ya había pasado ayer.
Pasé muchos días en ese pueblo, sin TV, internet, agua corriente, electricidad ni ninguna de las comodidades que nos brinda la ciudad.

Aguafuerte

Por Constanza Cardin Quiroga
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


La facultad de Periodismo y Comunicación Social de la ciudad de La Plata es una de las más prestigiosas del país. A ella concurren alumnos de variadas procedencias. Al nuclearse todos entre las mismas paredes suele suceder una muy cómica transculturación.Esta carrera propone y a la vez forma a sus estudiantes para ser, en un futuro, comunicadores sociales. Pero uno de los principales dilemas para estos sería hacerse de un vocabulario único que les permita expresarse correctamente en todo tipo de ámbitos.Una de las discusiones comunes son los términos que se usan para denominar determinados objetos y su transformación según el lugar donde se utilice. Los platenses llaman paty a las hamburguesas y cuestionan a sus compañeros del interior por llamar calorada a los calefactores.Usar el artículo la antes del nombre propio es uno de los principales errores castigado con la burla. Sin embargo, en la provincia de La Pampa sería agregarle un toque de cariño al nombrar a una persona.Ese intercambio de denominaciones fue creando un ambiente en el cual los estudiantes se dividen en dos grupos. Por un lado, los platenses y, por otro, los del interior. Aunque a esta regla se le pueden escapar excepciones, el común denominador de los estudiantes la respeta y la legitima.Sin dudar se podría decir que ambos grupos, una vez terminada la formación académica, van a adquirir un vocabulario si puede llamarse uniforme.

El arquetipo de la pareja romántica

Por María Victoria Briccola
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Para la mayoría de la sociedad sería fácil identificar o bien señalar con el dedo al modelo de pareja de novios enamorada. Pareciera como si caminasen dejando pétalos de rosa a modo de camino olfativo. Está socialmente comprobado que aquellas personas que aún no han encontrado a su “media naranja”, encuentran a este modelo completamente insoportable, hasta repugnante. No solamente ellos, también quienes tratan de conllevar hábitos distintos al resto, escaparse un rato hasta la avenida de la originalidad.
Ahí van los dos tortolitos tomados de la mano. Cantan canciones a una voz, resaltando en tono mas elevado partes como - ¡te amo, te amo, te amo! Se miran a los ojos y sonríen, no se dicen nada pero se regalan pequeñas muecas de alegría. A la hora e despedirse lo viven como el peor tormento, como si a la media hora no volviesen a verse o hablar larguísimas horas por teléfono. El beso más extenso, el abrazo más fuerte, hacen puchero con la boca y se alejan. Se siguen tirando besos y se alejan.
Las tardes de lluvia están reservadas para ver películas y comer chocolate en el sillón del living de casa. Se regalan cajas de bombones, flores, peluches y cartitas para los “cumplemes” y se suelen llamar “casados”.
Las discusiones entre ambos parecen quitarles el ánimo para seguir con la rutina, nada parece tener sentido. Luego se reconcilian y vuelven a dirigirse la palabra.
Tienen un único tema de conversación lo que provoca el “revoleo de ojos” instantáneo de sus amigos. Ellos no caminan, parecen flotar. Ellos no viven en la realidad actual, están en una burbuja aparte con flores y estrellas fugaces.
Algunos dirán que viven enceguecidos y ajenos a todo lo demás, ellos les responderán: - ¡estamos enamorados!

El escritor comprometido y el barro

Por Ana Jouli
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

En griego, la palabra poética significa Acción. Este sencillo dato estimológico sirve para introducir una característica fundamental de los escritores comprometidos con la realidad social: la capacidad de sacarse los zapatos lustrados de la elite intelectual para animarse a hundir los pies en el barro el conflicto, de las luchas por el pan, sí, pero también por el nombre, la identidad que la obra de arte debe plasmar y construir ética y estéticamente.
Los argentinos tenemos ejemplos de experiencias valiosas en el campo de la escritura comprometida, especialmente en el caso de creadores que cambiaron su búsqueda artística con la militancia política por la justicia social para su pueblo, al que las élites literarias han sabido mirar despectivamente, con el desasosiego de no ver en esas muchedumbres las vestimentas y los modelos afectados de los europeos (rasgos que, luego de que la segunda guerra mundial traspasara la hegemonía económica y cultural a Estados Unidos, se convirtieron en glamour hollywoodense y fascinación por la tecnología).
La caracterización del escritor comprometido no puede eludir la inclinación práctica y social de sus experimentos estéticos, como bien muestran aquellos casos de literatos que exponían en sus obras fieles retratos del campo o la ciudad argentinos, pero se quedaban a medio camino, pues sus aportes al realismo no se traducían en una lucha por las reivindicaciones populares que corregirían las miserias descriptas con tanta precisión de adjetivos y verbos “criollos”.
Entre los ejemplos a los que aludí anteriormente se encuentran hombres que llevaron a la tinta la voz del pueblo oprimido por la última dictadura militar; ellos fueron Francisco “Paco” Urondo, Haroldo Conti y Rodolfo Walsh. Ellos supieron hablar de la gente en las cales y lo hicieron desde las calles. Fue así como también, por hablar de los fusiles que apuntaban a los trabajadores en lucha, murieron acribillados o desaparecidos. No es que el compromiso implique la entrega a las fauces de la muerte, pero sucede que ciertas coyunturas políticas exigen una fuerza de espíritu que pocos alcanzan.
Un escritor que pretenda una creación sincera y transformadora no podrá subirse al escritorio cuando el barro de la historia entre violentamente en su despacho. No, deberá hacer como hacen y han hecho los artistas que oyen a la gente y no se tapan la nariz cuando el olor de la injusticia seca la tinta de sus hojas. El escritor comprometido halla su fuerza creadora en la Poética de la Acción y se para en medio de la muchedumbre para traducir sus gritos en bellos cantos de lucha.

Un caso muy particular

Por Valeria Ilardo
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

La tarea de un policía es muy complicada. Debe enfrentarse con casos muy diversos entre sí, aceptar las críticas y órdenes de sus superiores, atravesar situaciones peligrosas.
El caso de la desaparición del cuerpo de Eva Perón era un tema serio, implicaba mucha responsabilidad para mí. Entender el porqué, evaluando todas las pistas que me permitan resolverlo se había convertido en un desafío personal.
Los indicios que tuve en un principio eran confusos y no me llevaron a ningún lugar seguro. De a poco logré conseguir contactos confiables que me ayudaron a seguir el camino correcto para hallarlo.
Mi trabajo implicaba viajar de un lugar a otro. Por fuentes certeras descubrí que quien lo había robado era un hombre que se hacía llamar coronel. Estaba al tanto que lo estaba buscando. Por esa razón no se quedaba en un mismo lugar por mucho tiempo. El cuerpo de Eva viajaba con él.
Pasé horas sin dormir pensando, imaginando, recreando cada paso del coronel. Siempre estuve cerca de atraparlo, pero todas las veces fue así: cerca. Me sentía frustrado. Nunca había tenido un caso tan complicado e importante al ser la víctima una persona destacada, querida y odiada en partes iguales por tanta gente.
Una noche recibí un anónimo de alguien que confesaba ser partícipe de la desaparición del cuerpo. Estaba asustado. Sabía que estaba entrando en la Historia y por eso decidió dar ese paso tan definitivo. No le importaba morir por esa causa. De esa manera, cobarde, escondido en el anonimato, me indicaba el camino que debía seguir para resolver el caso finalmente.
Al principio dudé. Era extraño recibir tantos detalles del lugar donde estaba el cuerpo embalsamado. Finalmente me arriesgué y acudí al lugar indicado.
El sitio que señalaba el arrepentido estaba en el último piso de un edificio alto. Era un lugar silencioso, solitario y oscuro. Según mi informante allí estaba el coronel y sobre su armario el cuerpo de Eva cubierto con una lona.
En el ascensor imaginé la situación, pensé qué decir y responder. Evalué mis pasos y hasta memoricé una posible sentencia. Pero cuando encontré la oficina todos mis planes se convirtieron en fantasías de ensueño, la ansiedad rompió todos mis esquemas.
Entré abruptamente. Encontré un hombre dormido sobre un sillón. Podría decir que estaba borracho por el vaso de wisky volcado a un costado de la botella vacía. Concentré la mirada en el mueble que estaba en un rincón. Silenciosamente, me acerqué. Había un cajón con las descripciones detalladas en el anónimo. Logré acercarme pero temía que mis nervios arruinaran todo; me temblaban las piernas y las manos sudadas harían que cualquier objeto se resbale. Después de tanto tiempo estaba a punto de descubrir si ese cajón contenía lo que busqué tanto tiempo.

Un todo

Por Rocío Méndez
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Hace tiempo que la fiesta se está preparando; saca a relucir su mejor vestido. Metros y metros de luces y brillo, gigantes escenarios se extienden de un extremo a otro. La incertidumbre preocupa a todos los habitantes.
Durante días se festeja, pero hoy, veinticinco, es el día de mayor emoción donde los espectáculos son los principales protagonistas. Gritos, cantos, bailes están presentes en cada rincón de la ciudad.
Las ventanas vibran al compás de la música y el suelo parece moverse bajo tanto despliegue. Desde aquí, desde el final de la muchedumbre se puede observar todo; niños sonrientes corren por doquier, luces de neón que encandilan dejan al descubierto el fervor del público, la felicidad porque el país entero está unido en este festejo.
Al recorrer los puestos de comida, ya alejándose de un sector el espectáculo, se puede ver todo desde otra perspectiva; en algunos rincones los artesanos exponen sus obras y las venden a precios razonables. Con la excusa del bicentenario los vendedores ambulantes intentan que las personas no vuelquen sus puestos, es tanta la cantidad de visitantes que casi se hace imposible deambular.
Los sectores de comida rápida parecen no dar abasto. Cada colectividad demuestra sus mejores producciones y no hay quien se resista a probar aquellas delicias.
Hoy parece ser un día en que las diferencias sociales no existen. Todos están aquí: empresarios, trabajadores, vendedores, todos reunidos en un mismo lugar festejando los doscientos años de independencia.

Periodismo objetivo vs. periodismo comprometido

Por Bruno Breccia
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

El periodismo en la Argentina de hoy circula sobre una dura disyuntiva influenciada por la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual aprobada en 2009.
Existen dos caminos éticos claramente marcados en el espectro comunicacional, estar a favor o en contra de la ley. Cada elección personal - por el sí o por el no – caratula al periodista de oficialista u opositor al gobierno nacional.
Teniendo en cuenta la monopólica distribución de los medios en la Argentina, estar a favor de la nueva ley supone una especie de suicidio profesional: los programas que se emiten por los medios pertenecientes a los grupos hegemónicos no te contratan – salvo preciosas excepciones – y las chances de aparecer en TV, radio o publicar en la prensa escrita se reducen considerablemente.
Este problema no afecta sólo a los periodistas, incluye también actores, músicos o cualquier otro sujeto social que precise visibilidad en los medios para difundir su obra.
En cambio, los periodistas opositores a la ley y al gobierno no enfrentan problemas de propaganda, económicos y/o laborales, pero sí un debate ético. Esa pelea se basa en el dilema de ser comprometido, honesto y objetivo vs. mantener un estándar de vida cómodo, status en el establishment elitista y el discurso pedante, repetitivo y poco sesudo que escupe sobre la ley de medios y, en realidad, sobre toda propuesta que provenga de la Casa Rosada.
Para el experimentado periodista de Canal 7, Orlando Barone “los periodistas son como peces y existen dos tipos: aquellos que sobreviven en un mar revuelto con poco alimento y sufren una vida dura, y los otros que viven cómodamente en un acuario con buena alimentación pero sin libertad”. No existe mejor manera de explicar este conflicto que con esta frase esclarecedora.
Durante los últimos dos o tres años surgieron programas televisivos que se dedican a criticar, ya no en forma directa a políticos sino a otros programas periodísticos, intentando desenmascarar los intereses del medio, la falta de responsabilidad profesional y la mentira en su máxima expresión, utilizando archivos audiovisuales para sostener su posición.
Sin duda este tipo de programas –tal es el caso de 6, 7, 8 – le han servido a la sociedad para darse cuenta de con qué cuidado se debe procesar la información recibida, cuánto indagar en ella y saber quién está detrás de esa interpretación de la realidad.
Sin lugar a dudas, era necesario ya hace tiempo, que se ponga en el tapete el asunto mediático, la distribución del poder y el derecho a la información para lograr una mayor libertad de expresión, facilitar el acceso a los medios y así afianzar aún mas a nuestra democracia permitiendo que se escuchen mas voces y puntos de vista.
Bajo este conflicto e intereses se sitúa el periodismo de hoy en Argentina y también en otros lugares de Latinoamérica que fueron “contagiados” por la ley local, como es el caso del gobierno e Lula Da Silva, en Brasil, quien impulsa una norma muy similar a la argentina contra el monopolio mas grande de Sudamérica, la Red O Globo.

Emma Zums

Por Andrea Sayavedra
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Emma Salió corriendo desesperadamente del despacho de Arón Lowenthal. En su apresurada huída no vio que, escondido detrás de una escultura, se encontraba José Solís, empleado de confianza de Lowenthal.
La joven caminó hasta la ciudad donde tomó un taxi. Se sentía intranquila, cada minuto que pasaba era una tortura para ella. Comenzó a pensar que el revólver y sus huellas habían quedado junto al muerto. Que esas dos detonaciones, seguramente, fueron escuchadas por alguien que andaba cerca del lugar.
Llegó a su casa, abrió la puerta y el teléfono comenzó a sonar. Su corazón parecía que iba a detenerse. Sus manos temblorosas levantaron el tubo. Del otro lado de la línea un silencio sepulcral. Cortó y enloqueció en llanto y terror. A partir de allí supo que alguien conocía su verdad; ella era una asesina.
Solís, luego que Emma saliera corriendo del despacho de Lowenthal entró, tomó el arma con un pañuelo y le quitó todos los objetos de valor que el muerto tenía con él. Conocía bastante a Emma y se sentía feliz de tener este as en su manga, puesto que nunca le había caído bien la joven empleada. Detestaba su origen y religión, pero la deseaba de manera enfermiza.
Durante varias semanas la llamó y sobornó de todas las maneras posibles. La citó en una vieja plaza cercana. Cuando se encontraron, con la misma arma con que ella había matado a Lowenthal, le apuntó y la condujo a la parte más agreste del lugar.
Fue allí donde Solís abusó una y otra vez de Emma. Cuando la noche se aproximaba le hizo tomar un taxi hacia su casa. Al llegar Emma Zunz comenzó a prepara una vieja maleta que había pertenecido a su padre. Cargó todo en ella y envuelta en un llanto silencioso cerró con llaves la puerta principal.
Esa fue la última vez que puedo verse a la joven. Varios curiosos comentan haberla visto caminando por las calles de un pueblo lejano, abstraída o demente. Otros creen que su dolor fue tan grande que decidió reencontrarse con su padre.

miércoles, 18 de agosto de 2010

La Edad de La Noche

Por Quinteros Felipe
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Año 2010


“(…) No creo que el mundo de Gea, mi mundo, haya vivido una época mas oscura que ésta. Fuimos avisados, los profetas lo vieron venir, pero nosotros, ciegos, no hicimos caso.
Las escrituras eran claras: “El día final de la edad en que todo es visible, el Sol será asesinado por viejos enemigos”. De hecho, ocurrió tal cual. El día 23 de Abril del año 2012 de la Segunda edad de Gea, llamada la Era del atardecer, los Desterrados hace miles de años, volvieron y nos quitaron para siempre a nuestro astro, el Sol. La oscuridad que cayo sobre mi mundo es absoluta, las cosas mismas perdieron significado, perdieron esencia, como si hubieran estado esperando ese momento.
Esas cosas, con sus chillidos aterradores, invisibles para nosotros, comenzaron a volar por nuestro cielo, atacaron a la población indefensa y se los llevaron a quien sabe donde, y tomaron el último punto de Luz en el Mundo: La capilla de Avo, el dios Sol
Estábamos orgullosos de nuestro imperio, el Imperio de Avo. Absoluto, invencible, que cayo en un día”

Fragmento final del libro: “El reinado de las Sombras”, Anónimo.


Año 25 de la Tercera edad de Gea. La Edad de la Noche.
En algún lugar del Imperio Caído

Una bota de punta de acero golpea, suavemente, mi costilla. Era Mordicar, indicándome que había amanecido. “Amanecido”, pensé yo, “Bueno, menos oscuro que de costumbre”
-Levántate Emil, es momento- Aseguró mi compañero.
Esto fue suficiente para hacerme mover. Rápidamente, me levante de mi lona y me dispuse a recogerla mientras miraba alrededor con la vana esperanza de ver algo distinto. Nada, todo igual. Mis compañeros dando vueltas alrededor del campamento, haciendo preparativos para volver a marchar. El cielo colmado de… algo, como nubes oscuras que lo cubrían, apenas si se podía ver a 5 metros a la redonda, y ya es mucho decir. Esto era lo que quedaba de los días que recordaba de mi infancia.
Salí de mis cavilaciones.
-Mordicar -dije- Que los hombres ensillen los caballos y se pongan las armaduras, hoy debemos llegar a Linbres-
Mi segundo al mando pego un par de gritos a la compañía, dándome tiempo a cumplir mis propias ordenes. Nuestras armas, armaduras, y caballos blancos son resabios que quedan de nosotros, los Paladines de Avo, que fracasamos al luchar contra la Gran Oscuridad.
Pero las escrituras eran claras: “Un cuarto de siglo pasara y llegara el día en el cual el destino de Gea se sellara, la Oscuridad o la Luz, eternas permanecerán. La batalla final, en la Capilla de la Luz (Linbres), se dará”
Los textos no se equivocaron antes y eso es lo que nos daba esperanza. Había algo en la capilla de Avo que terminaría con la Oscuridad.
Diez minutos y la marcha comenzó. Habíamos hecho todo el viaje de “día”. Ellos atacan menos en ese momento.
Éramos veinte valientes montados en nuestros pobres caballos, armados con nuestras mejores espadas y lanzas y vestidos con las blancas armaduras con el Sol pintado en el pecho. Cinco de los nuestros llevaban antorchas, cuya luz se reflejaba en nuestros petos, alejando a la noche y a los desterrados.
Veinte años luchando contra esas cosas, y todavía no había tenido una visión clara de cómo eran. Sabía que volaban, que proferían chillidos que aturdían y congelaban el corazón, que odian la luz, respiran de forma pesada y desesperada y no olían a nada.
A los 13 mate mi primer Desterrado. Habían atacado mi aldea y uno de ellos me tomo entre sus… ¿Garras?, no se como denominar eso que me agarro, y me elevo por los aires.
Yo llevaba mi lanza de pesca e, instintivamente, se la clave en lo primero que palpe con su punta. Creo que le dolió, no veía nada, pero profirió un horrible grito carente de humanidad, y comenzamos a caer al suelo.
El golpe no fue tan duro, y había matado a esa cosa.
Veinte años después, aquí me ven.
-Emil, hoy estas en otro lugar- me reprocho Mordicar.
Despertándome de mis recuerdos y pensamientos, mire a mis muchachos, a mi amigo y segundo al mando y, por último, al enorme edificio que estaba ante nosotros. Por supuesto que no podíamos verla toda, ya que la capilla de Linbres es gigante y las sombras cubrían gran parte de ella, pero pudimos ver parte de la torre principal y la puerta de entrada. Estaba como a 150 metros.
Pero no estábamos solos. Los sentía, allí colgados de los edificios que rodeaban la capilla, oliéndonos, estaban los Desterrados. Cientos o miles de ellos, pero estaba seguro de que allí estaban.
Di vuelta mi caballo y mire a mis caballeros.
-Paladines, detrás de nuestra puerta de nuestro profanado templo, se encuentra la clave para liberar a nuestro mundo de nuestros enemigos- Me dirigí a ellos, no con solemnidad, ni como una arenga vacía, sino con convicción, seguro de que así era –Les aseguro que algunos de nosotros va a morir hoy y, palabra de su comandante, el primero voy a ser yo- Realice una pausa- Pero no sin antes matar unos cuantos de estas excusas de palomas- Todos rieron y asintieron.
Di media vuelta y saque la espada, apreté el escudo y grite para cargar contra la puerta. Los Paladines me siguieron.
Las torres parecieron gritar. Un alarido masivo cubrió todo el lugar y, yo sabia, un montón de alas negras cayeron sobre nosotros.
Las antorchas sirvieron, ya que pudimos ver un poco las formas que se movían a nuestro alrededor a gran velocidad.
Atine una estocada allí y un mandoble allá, sintiendo que las mataba, ensordecido por los sonidos a mi alrededor y cegado por la sed de sangre.
Pasamos la puerta y, allí delante, vimos una luz dorada, una especie de esfera apresada entre dos cadenas negras, no distinguí muy bien. Ordene a Mordicar que llegaran hasta la luz. El asintió, sabio que no podíamos discutir en ese momento.
Me baje del caballo, tome la espada, la antorcha y me saque el yelmo. Enfrente la puerta abierta y a cualquier cosa que entrara por ella. Primero nada, todo oscuro. Una respiración, luego varias. Después, como enardecidas, entraron decenas de esas criaturas y me rodearon. Mate varias de ellas, aunque no las distinguía bien. Pero eran demasiadas.
Por fin, pude ver a una de ellas. No lo podía creer, tanta belleza para algo tan horrible, era inexplicable.
Sentí que la oscuridad se cernía sobre mí. Si la luz triunfaba no seria estando yo vivo.
Hoy, la Oscuridad final había llegado, por lo menos, para mí.

Delirio colectivo

Por Claudia Bufone
Taller de Comprensión y producción de Textos I
Año 2010


La noche, que hasta el momento se hallaba serena y con un cielo iluminado por una gran luna redonda con bordes rojizos, de repente se cubrió con una especie de sábana blanca, incandescente y profunda. Tanto, que mis ojos parpadearon hasta las lágrimas. Sorprendida y asustada, corrí hacia la casa a llamar a todos, que incrédulos dejaron sus quehaceres para asomarse, no sin antes, burlarse de mis dichos con apreciaciones risueñas.
Pero ante el asombro de todos, eso que no puedo describir hasta el momento, estaba allí, clavado en el medio del cielo y haciendo de la noche el día.
Vecinos curiosos se fueron acercando y en un momento todos estábamos allí, con los ojos mirando hacia arriba. De repente, la manta incandescente comenzó a girar sobre nuestras cabezas, todos nos asustamos, pensando que en cualquier momento se iba a desprender y a caer sobre nosotros, entonces corrimos de un lado a otro. Nos chocamos, nos pisamos, nos empujamos tratando de buscar un refugio y cuando logramos encontrar cada uno un lugar donde ocultarnos, esa cosa indescriptible que giraba y se bamboleaba en el cielo, despareció.
Los comentarios eran de lo más variados: que nos invadirían extraterrestres, que eran luces en el cielo porque alguien nos estaba jugando una broma a los vecinos, en fin, todas las voces se oían en esa noche que había vuelto a dar paso a la luna con sus rebordes rojizos y, de a poco, cada uno se marchó hacia su casa.
A la mañana siguiente, todos nos levantamos con una ceguera que duró unos largos minutos.
Los distintos médicos a los que consultamos, coincidieron en que en nuestras pupilas había una extraña mancha violeta y muchos fueron reacios a nuestros comentarios sobre lo sucedido, porque lo más extraño fue que eso solo pasó en nuestro barrio. En otros puntos de la ciudad, del país, del mundo, nadie vio nada.
Doy fe que lo que te comento es verdad, aunque muchos aseguren que esto fue un delirio colectivo.

El deseo de la inmortalidad

Por Carla Duimovich
Taller de Comprensión y producción de Textos I
Año 2010


In en un momento tenía la estatura de un metro setenta, pasados dos años fue de un metro ochenta y en el transcurso de los siguientes cuatro meses, aumentó aún más. In era infeliz y en algún momento de su corta vida deseó ser exterminada por dos o tres marcianos violentos.
Mort era un niño obeso, su rutina se basaba en controlar los alimentos que ingería, para no repetir siquiera un plato por mes. La capacidad de su estómago era abismal e incontrolable su deseo de comer en exceso. Sintiéndose obligado a la eterna amargura, Mort también quiso ser aniquilado por un grupo, en este caso, de gangsters.
Ali tenía la obsesión de blanquearse la piel, según ella su piel se oscurecía con el paso del tiempo. En una reunión entre compañeros, llegó a afirmar que, una vez que se dejó estar, quedó tan negra como el carbón. Tenía fama de mitómana por lo que nunca era tomada en serio, y esta era razón suficiente para que deseara morir en un desierto al contacto con el sol mientras su piel se hacía cenizas.
Dad era un hombre generoso, pero triste. Tenía treinta y nueve hijos y veintisiete ex-esposas, trabajaba de minero pero su esfuerzo no alcanzaba para sostener a una familia tan numerosa por lo que no podía disfrutar de nada, así que optó simplemente por respirar. Dad deseaba ser arrastrado por una locomotora a vapor el día de su cumpleaños número cincuenta.
Todos ellos desearon morir en el mismo momento, y el deseo se hizo realidad con algunas modificaciones: In murió asesinada por unos gangsters, Mort fue exterminado por unos marcianos violentos, Ali murió atropellada por una locomotora a vapor el día de su cumpleaños y Dad murió en el desierto disecado por el sol.
Inmortalidad escuchó con gran asombro la historia que su abuelo le contaba, tratando de entender las paradojas del deseo y después dijo: - Abuelo, yo deseo no morir jamás.

Contracorriente

Por Julieta Rabitti
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Oliver no iba a olvidar nunca esa semana en la que, después de tanta agonía, su vida dio un gran vuelco. De estar con una banda de ladrones encubiertos, pasó a una casa donde se encontraba una familia que lo llenó de amor, para luego volver a encontrarse con la cruel realidad de la calle donde la dueña era la miseria.
Vivir estas dos realidades tan diferentes una de la otra y en un lapso tan corto de tiempo, le generó un gran desconcierto y marcó el rumbo de su vida.
El haber tenido la dicha de ser encontrado por aquella familia que durante mucho tiempo lo cuidó y educó, le permitió a Oliver crecer y sentirse una persona afortunada, a pesar de las pérdidas y sufrimientos que había padecido. Al fin se sintió una persona feliz, pero no podía borrar de su memoria a aquellos chicos que no habían corrido su misma suerte y que habían quedado a la buena de Dios, como lo había estado él durante mucho tiempo. En algunos momentos esto le provocaba una culpa que le invadía el corazón. A medida que crecía, ese recuerdo y esa culpa se acrecentaban porque además de no olvidar, veía que en el mundo, esa situación se expandía cada vez con más fuerza.
Frente a todo esto, y sabiendo que él sí contaba ahora con el respaldo de una familia, decidió poner un orfanato y terminar el resto de su vida trabajando para una causa que sirviera para reparar, de alguna manera, el dolor que otros tantos chicos al igual que él habían tenido la desgracia de padecer, por haber quedado huérfanos. Decidió ir a contracorriente y apostar a mejorar más el mundo humano que el material.

Lo que el agua se llevó

Por Agustina Chiaravalli
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Cuando el reloj marcó las nueve de la noche, Bola de Sebo decidió a ir a la habitación del militar, la última del pasillo del segundo piso. Al entrar se encontró con el alemán sentado en un sillón leyendo el periódico del día. Lo miró con detenimiento y pudo observar las marcas de la guerra y del cansancio en su rostro. No logró encontrarle ningún rasgo que pudiera resultar agradable, quizás por el rechazo que aquel ser le hacía sentir o por el asco que le producía tener que tocarlo y besarlo. El mandamás ya no tenía pelo, sus ojos estaban caídos, como tapados con sus estirados párpados y eran de color oscuro, negros como aquel presente de la sociedad francesa, como la situación por la que tenía que pasar la joven francesa.
Ella se acercó un poco más y pudo ver la mueca en su sonrisa, una mueca que denotaba satisfacción y alegría por haber conseguido lo que tanto quería, una mueca que ella odiaba y maldecía. El general la tomó con sus ásperas manos y la invitó a recostarse junto a él. En ese instante, la dama se sintió entregada a la situación, tanto como se habían entregado los franceses ante la invasión prusiana.
Lo que pasó después no es necesario narrarlo, pero al volver a su habitación, la dama estuvo dos horas en la ducha, intentando sacarse lo que aquel alemán había dejado impregnado en su debilitado cuerpo, queriendo borrar las huellas y creyendo que con el correr del agua podría hacer desaparecer y olvidar la traición de sus ideales y que, tal vez, le devolvería la paz interior y con ésta, su orgullo.

Los misterios develados

Por Natalia Soledad Portillo
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Hacía tiempo ya que varios investigadores trataban de descifrar el extraño caso de Megan Forkins. Ningún detective había logrado hallar siquiera alguna pista que indicara su paradero. Una vez más a mi amigo le llegaron varias cartas pidiendo su colaboración. Sherlock Holmes se tomó su tiempo para decidir si deseaba o no involucrarse en el caso, pero finalmente concluyó que resolver la causa de la desaparición de Forkins podría resultar sumamente interesante.
Los únicos datos con los que contábamos, eran los emitidos por los periódicos pero al fin y al cabo, todos decían lo mismo: “Extraña desaparición de la hija de un importante aristócrata de Inglaterra. Los investigadores están desconcertados”
Mi amigo y yo decidimos asistir al lugar de los hechos para informarnos más acerca del tema. Nos dirigimos allí para poder tener una entrevista con el padre de la desaparecida. El hombre nos recibió dispuesto a contestar cualquier pregunta que Holmes le hiciese.
-Cuéntenos lo ocurrido la noche de la desaparición de su hija –dijo mi amigo– ¿Qué fue lo que sucedió?
-Era una noche como todas, – respondió el señor Forkins- Megan había permanecido toda la tarde cabalgando y ya entrada la noche subió a su habitación para asearse, pero cuando su doncella fue a buscarla a la hora de la cena, no se encontraba allí. Mi hija no estaba ni en su alcoba, ni en ningún otro lugar de esta estancia.
-¿El paseo que dio Megan no se prolongó más allá de esta estancia?
-Megan es una chiquilla inquieta. No sólo le gusta cabalgar dentro de nuestro campo sino también por los bosques y por las montañas.
-¿Me permite inspeccionar su habitación?
-Sí, no hay ningún inconveniente. Ojalá todo lo que hagamos sirva para dar con el paradero de mi hija.
-Pues bien, subiremos a inspeccionar.
El padre de la muchacha, Sherlock Holmes y yo no dirigimos escaleras arriba hasta el cuarto de la señorita Forkins.
-No falta absolutamente nada –dijo el Sr. Forkins. Parece que ella no se ha llevado ni ropa, ni zapatos ni ningún otro elemento que suponga una huida o fuga voluntaria, pero, sin embargo, no han sido forzadas ni puertas ni ventanas.
-Bien, ya he visto bastante -dijo Holmes.- ¿Alguien había visitado a su hija el día de la desaparición?
-Sí, un simple campesino que pretendía vendernos unos ropajes, nadie de importancia. Megan terminó comprándole algunas cosas después de que el hombre se deshiciera en súplicas.
-¿Luego de esta visita, Megan emprendió la cabalgata? –preguntó Holmes.
-Así es -respondió el padre.
-Ya sé dónde se encuentra su hija, señor Forkins.
El hombre mostraba en su rostro la misma expresión de sorpresa, de extrañeza y de asombro que había en el mío.
-Su hija se encuentra en una aldea no muy lejos de aquí.
Con la compañía de unos cuantos sirvientes nos dirigimos hacia allí, visitamos varias casas hasta que finalmente en encontramos a la señorita Megan junto a un joven muchacho que según el señor Forkins tenía un extraño parecido al campesino vendedor de ropa.