lunes, 30 de mayo de 2011

El Ahorcado

Por Francisco Álvarez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Hace un largo tiempo, un gaucho de origen correntino tomó el cargo de puestero de la estancia “La Cheroga”. Acompañado de su familia, ocupó la casa brindada por los patrones.
Este paisano, trabajador y bondadoso, nunca imaginó que ese trabajo lo llevaría camino a la perdición.
El primer mes, todo llevaba su cauce normal. Despertaba temprano, tomaba sus mates, ensillaba su yegua rocilla y emprendía su recorrida habitual para revisar que se encuentre el campo en orden.
Los días pasaban, y se comenzó a notar un cambio en la personalidad y en las actitudes del gaucho Fernández. Evidenciaba un cierto nivel de agresividad para con su familia y sus compañeros de trabajo, no podía dormir con normalidad y se lo veía muy solitario.
El tiempo corría y este buen hombre emporaba. A esto se le sumaban los gritos que oía cada noche. La locura se estaba adueñando de su humanidad. Golpeaba a su mujer, explotaba a sus hijos. Ya no era la misma persona que había llegado de la Mesopotamia, con la idea de trabajar y establecerse con su familia. Se había convertido en un ser vil, dominado por una locura letal y una agresividad brutal.
El sufrimiento aumentaba, desgarradores gritos seguían siendo oídos por él. Hasta que harto de padecer este mal tan incomprensible, la transformación fue completa: perdió todo control de si, y ninguno de los grandes valores que antes lo destacaban, eran ahora visibles
Pasaron varios días sin que Fernández se presente a trabajar, y sin avisar su ausencia. Preocupado, el encargado, el señor Banister, se acercó hasta el puesto para averiguar que estaba pensando. Antes de golpear la puerta, un olor putrefacto le hizo imaginar lo peor, y no estaba equivocado. Entró y vio los cuerpos mutilados de la familia Fernández. Sobre el techo, colgado, el cuerpo de su peón.
La historia se había repetido. Una vez más, el espíritu del “ahorcado” había matado una familia.

A su memoria

Por Enzo Verón
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Luciano debió soportar el maltrato más aberrante, ese que, además de físico, se colisionaba contra su libertad de palabra, contra la capacidad de expresar sus ideas. Y aunque solo, en aquel recinto de dimensiones sumamente reducidas, se encontraba acompañado por otros tantos jóvenes, ubicados en las oscuras habitaciones contiguas.
Se trató de un golpe a sus ansias de cambio, una puñalada en el corazón de aquellos quienes, sin muchas herramientas, emprendían la construcción de una vida nueva para todos.
Y aun sin saber qué sería de su futuro y del de los demás, se mantenía en pie, pero sólo de espíritu. La picana, los golpes de puño, las patadas y palazos no le permitían ya erguir sus piernas ni mucho menos mantenerlas firmes.
El hambre era constante. Su mala alimentación se dejaba ver claramente en sus músculos, enflaquecidos casi hasta creer, a quien lo contemplase, que no tenía materia.
Sin dudas, no le pertenecía su destino a esa altura, cuando su única garantía de seguir viviendo era mantenerse despierto. De otra forma, no tenía la certeza de despertar de nuevo.
En estas condiciones la vida se convierte en la muerte misma. Y por ello es que se permitió cerrar sus ojos para nunca más abrirlos.
Pero al cerrar los suyos, y al existir tantos otros con su mismo destino, se abrieron los de millones en aquel lugar, en aquella tierra tantas veces castigada por la perversidad de algunos, por la incapacidad de otros.
Y de repente, se respiraron aires de venganza. Aquella que cuando se realiza ante un tirano, y por parte de un inocente, se transforma, se convierte en justicia.
A pesar de no ser fácil de llevar a cabo, hubo mucha gente que peleó por la memoria de los lucianos de aquel episodio. La lucha sigue vigente, y estos justicieros cuentan con el apoyo de los buenos.

Ningún pibe nace chorro

Por María Julia Lastra
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


-Todos al piso y si alguien se mueve le vuelo la cabeza- dijo el joven agitando el arma. –Vamos a llevarnos todo el dinero.
Se escuchaba a alguien murmurar. Era una mujer gordita, con un saco de lana salmón, perlas en las orejas y un rosario en el cuello. Entre sollozos, oraba el padre nuestro. Luego, siguió con el Ave María.
-¡Pibe!- lo llamó un hombre. – Si lo que querés es dinero, yo tengo mucho, puedo dártelo pero por favor no me mates- suplicó el señor Hertz, un importante empresario.
-Yo sólo te pido que no llames mucho la atención, porque si llegan a venir los medios es mala campaña para mí. Pero podemos llegar a un acuerdo- le sugirió Francisco Baggio, el candidato a Jefe de Gobierno.
-¡Oh Dios todopoderoso, protégenos!- gritó la catequista después que dejo de rezar.
El muchacho no les prestó atención, sólo les apuntaba con la pistola. Yo, callada, observaba desde un rincón. Aquel rostro me parecía familiar. Pero la sombra de la capucha del buzo no me dejaba ver bien.
-Tengo un rolex, podés quedártelo y venderlo- dijo Hertz extendiendo aquel carísimo artículo.
-Puedo conseguirte vivienda y un trabajo si nos dejas ir- le ofreció Baggio.
-Tengo casa y laburo- manifestó él.
-¡¿Y para qué mierda hacer esto entonces?! ¡Drogadicto de porquería!- le gritó el empresario. –Maldito villero- dijo en voz baja.
El joven le puso el arma en la sien y le aconsejó que se callara. Su voz me era conocida, la había escuchado antes. Estornudé y él me miro.
-¿Natalia? ¿sos vos?- me preguntó al darse cuenta de mi presencia. -Soy El Chori, Nicolás- aclaró.
Aquel chico había sido compañero de la escuela de mi hermano. Había dejado el colegio en tercer año y nunca más lo habíamos vuelto a ver. Era una buena persona, de una familia humilde pero trabajadora. ¿Qué le había ocurrido? ¿Había caído en las drogas?, me pregunté.
-El Mati está muy enfermo-, me contó con lágrimas en los ojos. –No podemos pagar su tratamiento, sabes que no tenemos obra social. Perdón pero necesitamos el dinero.
-Hay otras formas de conseguirlo, podes hacer un llamado a la solidaridad- le sugerí. Me sonrió y bajo la mirada.
-Si parás con esto ahora podemos ayudarte a conseguir la plata y salir de este lío- le dijo el político.
Nicolás dejó el arma y le gritó a sus compañeros que dejen todo, que lo que hacía no estaba bien. Se acercó a mí y me abrazó-. Lloraba desconsoladamente. Seguía siendo aquel niño sensible y de buen corazón que yo había conocido años atrás.
El hombre de seguridad del banco se levantó lentamente y sin que nadie se diera cuenta, le disparó. Fue muy triste cuando tuve que contarle a mi hermano que El Chori murió en mis brazos. Hice yo el llamado a la solidaridad a través de los medios. La familia de Matías consiguió la suma que necesitaban y él pudo ser trasladado a estados Unidos para ser tratado.
Baggio, Hertz, la catequista y el de seguridad hablaron barbaridades de ese muchacho, que desesperado porque su hermano iba a morir, decidió robar.

Olvido

Por Bruno Martinez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


La puerta se cerró por el viento y el estruendo estremeció cada uno de mis músculos. Detenido por el sobresalto, me olvidé que iba a hacer. Estos últimos años, ocurría con más frecuencia.
Cada vez más sospechaba del destino: vivir en una isla como Tierra del Fuego, aislada del mundo, me parecía una cruel ironía. Salí a la calle a refrescarme un poco.
El sauco monumental casi tapaba toda la puerta. La vereda resplandecía con el hielo y todos los colores se veían un poco más grises. El viento helado, como metal escarchado, recorría cada rincón de mi cuerpo, tapado o no. Sin embargo, el cielo aplastaba el insulso paisaje; ese cielo enorme y palpable, de colores prismáticos que no podía encontrar en ningún otro país, tierra o mundo.
Volví a la vieja casa despareja y descolorida. Otra vez la punzante reflexión: cómo demonios había llegado donde estaba y con quién. Mi sorpresa fue notoria en el café donde estaba. Todos oyeron mi chillido sordo.
Toda La Plata oía el partido de Estudiantes contra Vélez Sarsfield, y yo allí, sin conocer mis orígenes, olvidado y sólo.
-Tranquilo Bruno- me dijo el mozo, que me resultaba tan o más extraño que todos los transeúntes. –Estás en La Plata, y estás seguro-. Me tranquilizó, a la vez que se llevaba el café que supuse había bebido, por la amargura de mi aliento.
A diferencia que hacía unos minutos, el calor húmedo me adhería al cuerpo una camisa que no recordaba haber comprado.
-¿Qué me pasa?- le tartamudeé al muchacho bien peinado. Mi voz sonó ronca y profunda, por un momento oí a mi padre hablando a través de mí. –Usted tiene Alzheimer Don Martínez-. La sangre me recorrió helada. Esa vida, la única que iba a tener, se me escurría entre los dedos.
Comencé a llorar con fuerza y rápidamente me lleve las manos a mis ojos- En gentío viró y siguió mirando la televisión. Las lágrimas nublaron mi vista.
-¿Papá estás bien?- levanté la vista a un muchacho notoriamente parecido a mi hermana. -No pasa nada, estamos con vos- dijo, a la vez que una niña pequeña salía a sus espaldas, tan parecida a mi sobrina Florencia, seguramente una bella joven a esta altura. –No contestás el celular…- dijo dudoso. -¿Por qué llorás Abu?
No conocía a esas personas.

Rosario, Rodolfo y la alienación de Clemente a la Calandraca

Por Macarena López
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Clemente, un niño de seis años, pensaba desde la cama: "Ahora vendrá y me comerá los pies. Me arrancará un dedo. Antes, quizá, empezará por mi uñita. ¡Ay! ¡Qué dolor!”, decía para sí. Rosario, su hermana mayor, pensaba en el terror a ser manoseada por su tío. Ya le había sucedido y no había hecho comentario alguno al respecto. Su padre lo mataría y su madre se volvería loca.
Rosario.
Ella no tenía amor propio como su hermano pequeño. Sin embargo, que Rodolfo la hubiera tocado así la hacía sentirse pendiente de un delgado hilo en su propia casa. Un abismo constante carcomía su alma, sus entrañas.
Clemente, a diferencia de ella, poseía todavía la inocencia de pequeño juguetón el cual había sido engañado por su abuela.
Su abuela era tierna y de rasgos fuertes. Simbolizaba la monstruosidad de una bestia inventada como nadie. El niño le creía y hacía caso a sus consejos porque, quizá, en cualquier momento y lugar, la "Calandraca" podría aparecer.
"Siempre que digas malas palabras, no comas la comida, no te laves los dientes y trates mal a tu hermana, múltiples y abominables piernas vendrán a buscarte y te llevarán muy lejos. La abuela no quiere eso. Así que debes hacer tus deberes para que nada malo ocurra", le comentaba.
El niño se preguntaba por qué la "Calandraca" cambiaba de formas. Un día era una hormiga gigante, otro día un robot maligno, y así sucedían las infinitas formas materializadas de la "Calandraca".
Preguntó a su hermana. Ella le dijo que se transformaba en lo que el niño malo y travieso temía.
Las bestias imaginarias siempre atraviesan metamorfosis.
Su hermana.
Él no entendía por qué siempre se hallaba tan ausente.
Ya no jugaba con él. ¡Extrañaba tanto recolectar hojas de árboles y treparse en los sauces! Rosario sólo pensaba en las manos de Rodolfo. Soñaba con ellas. Su más temible pesadilla consistió en que sus enormes manos le abrazaban su cadera. Y ella no lloraba. El sueño no lo permitía.
Tampoco lloraba en su casa. No por lo menos en aquel entonces.

¿Quién dijo que no podría?

Por Lucía Menchini Villaluenga
Taller de Comprensión y Producción de Textos I



Sinceramente, no sé por qué el reloj es como es, ya que no importa en qué varíe el modelo, su lógico sadismo se conserva íntegro tanto en los cuadrados de plástico, como en los redondos de madera.
Ahí está, todo el día, y me lo recuerda a cada instante, me lo reprocha y grita con ese sonar molesto, el pasar de los segundos.
Podría decir que mi corazón se ha ajustado al paso de esta clepsidra, y hace retumbar en mis oídos los afluentes desesperados de sangre que bombea.
¿La consigna?.. Ganar la apuesta
¿El desafío?.. No matar por dos días
¿El motivo de mi desesperación?.. Este aliento febril que derrite mis pulmones e inflama mi garganta.
¿Quién se cree ella para apostar que no puedo hacerlo? ¿Quién se cree para desafiarme? Pretende degradarme a un animal sin autocontrol, vulnerable e impaciente.
Encima de todo esa maldita aguja, que se mueve sin parar… Ella se cree muy justa e inteligente, pero descubrí su trampa, su juego perverso y malicioso; pude ver desde el principio sus intenciones y sé que cada vez que frena para pasar a otro minuto. No lo hace por cuestiones cronométricas, sino porque me puede ver, y disfruta con ese constante zumbido de fondo, mi temblor corporal.
Ha pasado un día, y aunque el mundo está infestado de imbéciles que prodigan “ser positivos”, “mirar el vaso medio lleno”, y un sinfín de estupideces más, yo no caigo en esas bobadas, porque seguramente ninguno de ellos cometió la torpeza de abandonar lo que los mantiene vivos, sólo por una estúpida apuesta.
Un día y diez horas.
Tengo sed y el agua me sabe insulsa…
Un día y veintidós horas.
¿Qué gano con esta apuesta? ¿Honor? El honor terminará por perforarme la boca del estómago y lograr que el ácido de mi páncreas devore cada pedazo de mi carne.
Aún así, puedo lograrlo.
Dos días.
La tengo en mis brazos y mis párpados tiemblan de éxtasis con el emblanquecer de mis ojos.
La aguja de ese reloj en su garganta derramó el fluido que la mantenía caliente y andando, frenó ese murmullo insoportable del paso del tiempo, cortó el cordón de mi dependencia y mató mi hambre de sangre y a los únicos testigos de mi apuesta, mi contrincante y ese maldito reloj.
¿Quién dijo que no podría?

Masacre en marcha

Leonel Gabriel Attanasio
Redacción Periodística
Tecnicatura Superior en Periodismo Deportivo


Todo había sido planeado, nada podía fallar. El jueves por la noche se terminaba de diagramar el momento en el cual iban a accionar el plan “Masacre”. El cerebro del grupo, Tom Siontis, ultimaba detalles y el objetivo estaba más que claro, atacar de noche, justo cuando la víctima se encontrara saliendo de su oficina.
Plan resuelto. Sam Pyor, quien mejor que él para dar muerte a Oliver Red, por esas deudas que mantenía con el prestamista Siontis. Se buscaba solamente el último ítem, que era el de no dejar evidencias, algo muchas veces pensado, pero que no siempre sale bien.

En dos horas, Oliver Red, empresario que trabaja cinco días a la semana, pero sin lograr tener un buen pasar económico, sea para solventar sus deudas o para comprar su deseo que es el de una casa, se disponía a salir de su lugar de trabajo para irse a descansar. Estos datos estaban registrados por parte del grupo de Siontis, que no dejaban detalles librados al azar.

Al momento de salir, Pyor junto con otros dos secuaces de menor rango, llamados Smith y Frey se disponían a dar el golpe. El fin era disparar contra la humanidad del moroso Red y luego sumergir su cuerpo al río para que no se encuentren indicios que delaten el hecho delictivo.

Red, tranquilo, no sabía nada de esta estrategia en contra de su persona, se dirigió a su auto, luego de un día normal, agobiante y estresante de trabajo. Antes de ingresar al mismo, recibe un disparo en el hombro izquierdo, situación que le ocasionó un terrible dolor y un nuevo balazo, sin dar tiempo a nada, intercepta en su pecho.

Todo se resolvió en silencio. Dos tiros con una pistola acompañada del silenciador, daba la clara que nadie escuchó absolutamente nada. Llevaron el cuerpo al río, lo depositaron ahí, donde con la corriente que había esa noche de invierno, el cuerpo flotaría y sería llevado hacia otra zona (al menos esa fue la idea más sensata de Siontis).

Nunca nadie reclamó nada de Oliver Red, una persona que no tenía familia, ni amigos, alquilaba un departamento a cinco cuadras de su lugar de trabajo, y esto daba muestras que no se notaría su ausencia. El plan salió a la perfección, aunque siempre tendrían la duda de que si alguna vez encontrarían el cadáver.
Todo se hizo correctamente. Se limpió la sangre al momento del asesinato, no se dejaron huellas en base a lo acontecido, así que estarán tranquilos de que el objetivo se logró, aunque la deuda nunca será cobrada, pero el placer de la venganza fue primordial.

Escapando al peligro

Pablo Rodríguez
Redacción Periodística
Tecnicatura Superior en Periodismo Deportivo


Con la llegada del año 1954 el clima estaba bastante convulsionado en Italia por la presencia de las organizaciones mafiosas, surgidas varios años atrás en la región de Sicilia. Estas confederaciones delictivas imponían el terror con sus innumerables actos criminales, que mantenían paralizada del miedo a la población. Ya establecida a lo largo de todo el país, la mafia era un mal cada vez más difícil de erradicar, y su poder se acrecentaba de forma acelerada.

Marco Ferrante, un hombre de unos 48 años de edad nacido en la región siciliana, conocía los modos de accionar de las familias mafiosas. Había trabajado la mayor parte de su adultez para los Genovese, una de las familias más conocidas y respetadas de la época. Sin embargo debió alejarse inmediatamente de ella luego de cometer el terrible error de violar los códigos internos de la organización. Esto era motivo más que suficiente para dar muerte a Ferrante, quien casi milagrosamente, logró huir con vida luego de su irremediable traición.

Desde entonces, se vio obligado a vivir con el constante miedo que lo amenazaba día a día. Bien sabía que tanto los miembros de su antigua familia como la justicia lo perseguirían hasta el cansancio, por eso no vio mejor solución que huir hacia el extranjero para asegurar su integridad. Se radicó varios años en España, también en Francia y otros países europeos. El fin de su recorrido por el viejo continente finalizó en tierras inglesas, donde al sentirse a salvo de todo peligro, decidió llevar a cabo el resto de su vida con total normalidad. Allí logro adaptarse rápidamente y plantear su vida desde otra mirada.

Varios años habían pasado desde que Marco había arribado en la nación británica. Allí se ganaba la vida trabajando como reparador de automóviles, pues tenía un vasto conocimiento acerca del tema. El pánico y la angustia en que había vivido todos esos años, por fin habían cesado. Fue entonces cuando reflexiono acerca de su vida, y notó cuan equivocado estaba cuando el mismo se condujo a una vida criminal. Pero obtuvo la acertada conclusión de que, era preferible vivir en la miseria con dignidad, que en la riqueza y la abundancia con la culpa dando vueltas en su conciencia.

Así transcurrió todo durante años, sin ninguna preocupación ni amenaza que asomara. Aquella mañana, Marco se encontraba sentado en su sala y echaba un vistazo a las noticias del día. De pronto, el sonido de la brusca frenada de un vehículo desvía su atención del periódico. De repente, un disparo atraviesa su puerta de entrada, impactando en la pared a unos pocos centímetros de él. Quiso reaccionar, pero pronto una lluvia de municiones entró en su casa, atravesando su cuerpo con facilidad. En un instante el cuerpo ensangrentado y sin vida de Marco Ferrante se desplomó sobre el suelo. Bruno Nardoni, el jefe de la familia Genovese, ordenó su ejecución por considerarlo una amenaza para la organización. Esta consideración se debía que Marco conocía hasta los secretos más profundos de la sociedad mafiosa, la cual se vería en riesgo si esos datos fueran revelados.

Una vez cumplida la misión, los criminales escaparon rápidamente de la escena del asesinato. No había prácticamente dudas de que el traidor pagaría su merecido, pues no hay quien cometa tal hazaña y viva para contarlo. Así concluye la intranquila vida de Marco Ferrante, en un final anticipado, como consecuencia de una mala decisión. Tal vez debería haber analizado mejor la idea de traicionar a un líder mafioso, pues es evidente que hay que tener agallas para hacerlo y salir con vida.

Cartón y Fernandito

Tadeo Moirano Posse
Redacción Periodística
Tecnicatura Superior en Periodismo Deportivo


Los pensamientos se entrecruzaban en la madrugada invernal platense. La luna seguía en el cielo. Sentados sobre un descolorido banco de Plaza Moreno, tomaban una etílica sustancia “El Desqui” y Salvador.

- ¡La puta madre! ¡Mirá el frío que hace! – bramó “El desqui”, mientras se frotaba las manos y exclamaba, con aire jubiloso, su magnífica idea de traer ese “Fernandito” para cuando parasen a descansar.

- Yo te dije que iba a hacer frío, Desqui. Lo escuché tempranito antes de cambiarme para venir a “cartonear”.

“El desqui” lo observó detenidamente de pies a cabeza. Se puso serio, tomó un trago de su aperitivo y, con tono irónico, preguntó:

-¿Estás seguro que te cambiaste, boludo?

Salvador miró sus ropas buscando algún detalle. Quizás alguna media o un guante que le faltaba. Todo estaba en su lugar. Evidentemente, había hecho referencia a la ropa sucia y harapienta que llevaba puesta su compañero.

- ¿Sos gracioso Desqui? – exclamó Salvador. Segundos después, le propició un golpecito con su mano extendida en la nuca del comediante.

Ambos comenzaron a reírse. Pero esa risa escondía algo. No denotaba felicidad en aquellos dos cartoneros ebrios que, muy a su pesar, trabajaban quince horas diarias por unos escasos pesos. Había algo más. Tal vez era un desahogo, una bronca acumulada que se transformaba en una incontrolable risa.

-Allá- señalando el imponente Palacio Municipal- debe estar el intendente tomándose un “whiscacho” de buena cosecha y con un par de minitas- exclamó “El desqui”.

- ¡Los de cosecha son los vinos, bestia! Además, ¿de verdad vos pensás que el intendente está trabajando a esta hora? – dijo con un tono molesto Salvador, mientras tomaba el último sorbo de “Fernandito” que quedaba en la botella.

- ¡Sí, boludo! Es el intendente– fundamentó “El desqui”, mientras miraba con desazón el interior de la botella. –Seguro que está laburando ahora, y se debe levantar más temprano que nosotros ¿O no es así, Salva?

Esa revelación desencadenó en una mirada atónita de Salvador, que no comprendía las palabras de su desafortunado amigo.

- Vos tomás un poco y empezás a decir boludeces- enfatizó exacerbado - El tipo no está ahí ahora; está durmiendo. Nosotros somos los únicos “dolobus” que nos levantamos a esta hora a laburar. ¡Los únicos!

Su compañero agachó la cabeza pero, vertiginosamente, debió levantarla para seguir escuchando a su encolerizado, casi poseído, colega cartonero. La situación hubiese amedrentado a cualquier alma que pase por allí. Pero no había nadie en la plaza.

- ¿Y qué recibimos a cambio? Una miseria. Nada, diría yo. Trabajamos más que otras personas y a apenas nos alcanza para comer. No tenemos nada. ¿Vos creés que ese gil trabaja más que nosotros?

- ¿Y cómo cambiar todo esto, Salva?

- Con esfuerzo de todas las partes, quizás. Pero ir contra el sistema es como ir contra un molino con una lanza. Es muy difícil.

- ¿Qué carajo es el sistema?- preguntó con el entrecejo levantado “El desqui”.

- Otro día te explico, Desqui. Vamos que ya está saliendo el sol.

Y ambos se perdieron en la inmensidad de Plaza Moreno.

jueves, 19 de mayo de 2011

Ataques

Catalina Pinardelli
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Licenciatura en Comunicación Social


Era una noche fría de invierno, en la que por momentos diluviaba tan fuerte que parecía que el mundo se venía abajo, el cielo era negro y la nieve que caía era muy pesada, grandes tormentas se avecinaban, el viento pasaba como una ráfaga, las ramas de los árboles pegaban contra las ventanas y sus formas eran tenebrosas.
Hacia cinco días que me encontraba sola, sin noticias de mi familia, ellos estaban de vacaciones en la playa; dudo que se hayan preguntado alguna vez de mi existencia, cuando quise llamarlos el teléfono no funcionaba, se había quedado sin señal de una manera extraña, como si alguien hubiera cortado los cables.
Ya cansada de estudiar decidí tomarme una ducha para poder despertarme, los finales de la universidad se acercaban y no tenía demasiado tiempo como para descansar, necesitaba despabilarme.
Entre al baño y me quedé un largo rato baja la ducha. Al salir escuché pasos como si alguien estuviera detrás mío persiguiéndome, ya asustada y sin querer darme vuelta para ver qué era lo que sucedía, opté por quedarme quieta en un lugar, espantada y helada del susto, algo me impacientaba.
De repente, vi una sombra, algo se acercaba hasta mí, al aproximarse cada vez más, paranoica me di vuelta, era mi gato Toby, mi pobre animal indefenso muerto de miedo, lo agarré y seguí camino hasta el living.
Los pasos seguían en mi mente, escuchaba ruidos, algo me molestaba, me preocupaba, miraba para todos lados y todo se encontraba en orden pero algo me decía que en cualquier momento podría pasar algo, si, algo muy malo. Un reflejo de luz entraba sobre el gran ventanal, veía sombras horribles, las ramas golpeaban fuertemente, las piedras comenzaron a caer sobre mi techo, la lluvia era demasiado intensa, la luz se prendía y apagaba sorpresivamente.
Yo sabía que mi imaginación superaba todos los limites pero ya era mucho, la idea de pensar que algo o alguien se encontraba en mi casa haciéndome compañía me aterrorizaba, era la primera vez que me encontraba sola, tal vez era por eso que me perseguía tanto.
Por fin decidí irme a dormir, para olvidar todo lo que me estaba sucediendo o yo creía que podría suceder.
Al acostarme y reposar mi cabeza sobre la almohada, comencé a quedarme sin aire, sentía que me asfixiaba, que alguien me agarraba fuerte del cuello y no me soltaba, mi cuerpo sufría vibraciones de gran intensidad, la cabeza me explotaba del dolor. No tenía control sobre ninguna parte física de mi cuerpo, mi cabello se erizaba y mi sangre no corría de forma normal por mis venas, parecía un sueño, pero no, era real, ataques de pánico, o eso pensé en realidad.
Una puerta se abría, alguien entraba desesperada por ayudarme, gritaba, no veía bien de quien se trataba, me sacudía violentamente, decía mi nombre repetidas veces, trataba como de revivirme, el aire se acababa.
Me quedé dormida o tal vez estaba muerta, una luz no me dejaba ver adonde me encontraba o con quien estaba, escuchaba muchas voces a mí alrededor.
Cuando al fin mi vista se recuperó, logré ver a mi familia que estaba conmigo, me encontraba en la sala de un hospital, el dolor era muy fuerte, tenía moretones por todas partes, parecía haber sido atacada por algo, todos estaban sorprendidos y me miraban fijamente las heridas que tenía.
Al preguntarme qué fue lo que me pasó, no recordaba nada, tenía pocos recuerdos de esa noche, solo hablé de un hombre, grande y peludo que lentamente se acercaba a mí, pero que en ese momento no logré verlo con claridad y por eso no reaccionada, me agarraba fuertemente del cuello y me gritaba cosas, quería matarme supuse allí.
Mis abuelos que se encontraban conmigo, recordaron la historia de Margaret, una joven mujer que una noche se encontraba en esa misma casa que hoy en día son de mis papás y un hombre al que le decían el loco del bosque, entró a su habitación y la mató sin dar alguna explicación, un porqué del ataque.
Mis padres atormentados no decían una sola palabra, jamás me advirtieron sobre esa historia. Decidieron vender la casa y nunca más volví a ese lugar, las pesadillas me persiguieron por largos años.

Cuatro Paredes

Baiana Accinelli
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Licenciatura en Comunicación Social


El mundo se reduce, se vuelve tan pequeño.
Las paredes tan estrechas aplastan mi cerebro.
El sudor perla mi sien, la respiración se agita;
la mirada se me nubla y la garganta se irrita.

Me siento agobiada, como una prisionera.
Con grilletes en las manos, atada con cadenas.
Sube por mi cuerpo como lava de volcán
ese miedo tan intenso, casi a punto de explotar.

Necesito aire fresco correr por mis pulmones,
Es una urgencia que duele, no sabe de razones.
Cuatro paredes estrechas hacen polvo mis huesos,
me destruyen, me aplastan, aprisionan mi cuerpo.

Esto es irracional, se apodera de mí ser,
es la angustia en mi carne que no puedo comprender.
No puedo estar en un cuarto ni en un ascensor
sin que el miedo me inunde y desgarre mi corazón.

Cuidando al abuelo

Victoria Aued
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Licenciatura en Comunicación Social


Todo ocurrió una tarde de febrero, ya ni me acuerdo el año. Mi abuelo materno estaba en sus últimos días y con sus ochenta y tres años ya no había retorno para la enfermedad repentina que padecía. Mi mamá decidió que lo que le quedara de vida sería en compañía de su familia, así que el abuelo pasó del hospital a mi pieza y para ser más exacta, a mi cama.
Todos sabíamos que era cuestión de hacerle compañía, de hacerlo sentir en familia y contenido, así que ese fue el trabajo de sus nietos (mi hermano y yo), en medio del caos laboral que se vivía en casa.
En la última semana de vida, el abuelo Pacho recibía visitas a cada rato y él, en su envidiable lucidez, atendía con la alegría que lo caracterizó siempre a cada persona que lo iba a visitar.
Pero cuando los amigos se iban, algo extraño pasaba. En casa había que comer así que cuando mis papás estaban trabajando mi hermano, que tenía diez, y yo, que tenía trece, éramos los encargados de cuidar al abuelo.
Él siempre parecía dormido pero sin embargo, abría los ojos y hablaba. Pero no con nosotros, sino con gente que hacía mucho que ya había muerto. El terror nos invadía cuando el abuelo nos hacía partícipes de la conversación y teníamos que contestar porque sino se enojaba.
Pero lo peor pasó la tarde anterior a que Pachito nos dejara. Yo estaba sentada en la cama de al lado, leyendo con sólo un velador prendido cuando el abuelo se despertó y, mirándome, empezó a hablarme como si yo fuera la abuela, muerta hacía ya un par de años.
En ese momento, entre la media luz que había en el cuarto y el silencio que reinaba la casa, sentí que quería salir corriendo y no volver nunca más pero permanecí inmóvil frente al abuelo, que seguía hablándome como si fuera su esposa.
Me dijo que lo esperara que ya se iban a encontrar, aunque el mensaje era para la abuela, el abuelo cerró los ojos y siguió durmiendo. Yo me quedé inmóvil y del miedo no podía ni salir del cuarto, pero por suerte llegó mi mamá y pude salir corriendo.
Después de todo el abuelo estaba enfermo y no podía dejarlo solo, seguramente esa responsabilidad de hacerle compañía fue la que me impidió que me tirara por la ventana para salir de aquella terrorífica escena.
La noche siguiente el abuelo murió, mi pieza quedó libre y en consecuencia tuve que volver allí. Estuve una semana sin poder dormir, aunque todo era tan tranquilo como antes, cada ruido que escuchaba me hacía dar un salto en la cama, pero nada raro pasó. Todas las “visiones” del abuelo tuvieron su explicación médica y después de cinco años pude superar el trauma. Seguramente porque ya no piso más ese cuarto, pero es innegable que luego de lo del abuelo Pacho, es imposible para mí hablar de espíritus y mirar películas de terror o de fantasmas. Casualmente, mi hermano tiene el mismo problema.

El cuarto de costura

Constanza Pérez González
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Licenciatura en Comunicación Social


Todo comenzó el día en que “Ella” entró por primera vez. Nunca supe bien cuándo fue todo, pero puedo estar segura que fue el día que encontré la puerta de mi hogar abierta. Para mi sorpresa, no faltaba ninguna de mis pertenencias.
Aquella misma noche, cuando estaba por irme a la cama, pude sentir extraños ruidos de la habitación contigua.
El cuarto había permanecido clausurado desde mi mudanza. La propietaria había dicho que este perteneció a la antigua ama de llaves como cuarto de costura. Mi escasa intriga permitió que pasara desapercibida todo el año.
Pero por la noche, pude notar algo raro en aquel lugar. Tomé las llaves, convencida que tan solo me encontraría con ratas pero al abrir la puerta pude ver cómo las arañas y cucarachas caminaban por las paredes. En ese momento, un gato negro saltó a mi pecho aterrado por mi presencia. Sus ojos me miraban firmemente y su huesudo cuerpo estaba sobre mí.
Luego, las semanas transcurrieron con normalidad y Luna, así había nombrado a la gata, se encontraba de maravillas. Su pelaje brillaba con el sol y sus ojos resplandecían día y noche.
Una noche se cortó la electricidad, dejándome en la completa oscuridad. Para mi suerte pude encontrar unas velas en el cajón. A su vez, Luna corría por los pasillos interrumpiendo mi paso y sus ojos amarillos se desplazaban por toda la casa.
Al entrar en mi dormitorio, sorprendida, encontré un costurero sobre mi cama y me preguntaba ¿cómo había llegado allí?
Al salir de mi habitación me encontré con que el suelo del pasillo se encontraba plagado de dedales, y comencé a desesperarme porque no comprendía lo que había ocurrido.
Luego, pude sentir el tétrico golpeteo de una aguja cosiendo la tela. El sonido comenzó a hacerse más fuerte permitiendo que se escuchara en toda la casa.
Decidida de encontrar una explicación a esto, entré en el cuarto de costura y pude ver cómo la máquina de coser funcionaba sin que nadie estuviera utilizándola. Pero de pronto, se detuvo.
Salí aterrada de la habitación, tomé a Luna y me dirigí a la puerta de entrada, en la cual se encontraba una nota que decía: “gracias por tu hospitalidad”.

Incertidumbre

Ana Carbonetti
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Licenciatura en Comunicación Social


Parecía haber olvidado dónde se encontraba, no tenía idea del lugar, no reconocía ni un rincón. La vacilación entre el presente y el futuro, la remontaba a su pasado (único tiempo en el que encontraba respuestas certeras).
No lo sabía todo, pero al menos poseía la seguridad de lo que la había antecedido, de aquello antaño e irrefutable, eso mismo que no era posible cuestionar porque simplemente había sucedido, lo afirmaban las fotos.
Amaba lo azaroso de la vida pero le resultaba insoportable su destino que, por definición estaba escrito, pero no se dejaba leer, indagar. Ni siquiera era capaz de hipotetizarlo.
La angustia intermitente entre el deseo de querer saberlo todo pero a la vez no la totalidad del conjunto hacían correr las agujas en minutos que ya formaban parte del pasado reciente e inalterable.
Un equilibrio perfecto y constante, la aburrían.
No entendía de casualidades pero sí de causalidades. Nada más odioso que lo estable, eso que le arranca lo dinámico a la vida.
Muy en el fondo (aunque no tanto) lo deseaba.

Ariel

Santiago Maggiolo
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Licenciatura en Comunicación Social


Liberto ha recordado a Ariel del Aire, amigo entrañable de la infancia y única persona que recordaba por elección de su crianza en el Tercer Vientre. Ariel había fundado junto a él la Hermandad del Catalejo. No era solo una cuestión de añoranza. Ariel había asumido frente al Director la responsabilidad intelectual de un hecho que solo Liberto había cometido, y por ello lo habían condenado a treinta azotes con el látigo de púas, frente a todos los Internos, a modo de escarmiento.
Recuerda Liberto que esa fue la última vez que vio a Ariel y decide poner manos a la obra, ha pasado mucho tiempo, pero para la Hermandad del Catalejo, el tiempo era solo una circunstancia, la cuenta regresiva de una bomba subterránea que esperaba con paciencia el momento justo para volar en mil pedazos todo vestigio del Bloque Corporativo Quetzal.

Instantáneas
Medianoche era para los habitantes de todos los pueblos Kuuychus, el momento en que los ancianos transmitían los saberes a los nietos, circunstancia de profundo respeto y clima místico que a más de un foráneo podía intimidar, era el caso de Kravitz y Liberto, que miraban de reojo las procesiones, los cánticos, las danzas y los disfraces.
-Tenemos tres días, ¡Por dios, Liberto! – dijo Kravitz, el único pelirrojo en dos mis kilómetros a la redonda.
- El ritual es necesario- objetó Liberto Champsborn, no sin dejar entrever lo poco convencido que estaba de lo que acababa de decir.
-¿Y cómo crees que vamos a poder estar en Laguna Amarga en tres días si solo tenemos una mula renga y tu maldita infusión de mendiga estrellada?
- Y un aliado bajito y gruñón… - le respondió el joven de apellido aristocrático.
Pero Liberto lo sabía, no tenía sentido discutirle a Kravitz, Laguna Amarga estaba muy lejos, Pachá Tupac estaba en el frente, Nube y Aleida no superaban los doce años y para colmo llegaban noticias de ataques intermitentes de parte del Bloque Corporativo Quetzal y sus milicias mercenarias a las caravanas Kuuykchas y Pam- Pam que iban hacia el norte.
Sabía Liberto que el estaba por algo más que para enfrentar la opresión de las fuerzas corporativas a los pueblos de El Nido, aún cuando su amada Pacha Tupac fuese la nueva Bartolina Sisa, la máxima líder los Kuuychas y embanderada en la ancestral wiphala dirigiese las avanzadas contra el Bloque, la lucha de Liberto no se remontaba tan hacia atrás.
Aunque no lo dijera, su sangre hervía de bronca, la pena lo había marcado a fuego, los Kuuykchas, los Pam Pam, sus gestas libertarias eran el marco ideal, el medio, pero el deseo mas profundo que tenía era la justicia: hacer justicia por Ariel del Aire, responder a cada azote con un grito libertario, una detonación. El último Vientre por explotar sería el Tercer Vientre, liberando antes a todos los internos.
Cuando la violencia de el que está arriba, del que impone y oprime es lo único que has recibido desde niño, no es difícil confundir justicia con venganza.
Una ola rompería la correntada, un pequeño pez nadando a contracorriente, el acuerdo de auxilio de la Hermandad del Catalejo, la fuga frustrada de dos Internos, la piel de canela de Pacha, las risas de Nube, el frágil corazón de Aleida. Pasado, presente y futuro se conjugarían en ese momento. La detonación coordinada.
Sabia Liberto que para eso faltaba mucho tiempo, pero por lo pronto un aliado bajito y gruñón; una mula renga y una infusión de mendiga estrellada no eran tampoco un mal comienzo.

Continuará….
Capítulo siguiente: Camino a Laguna Amarga

El hielo

Micaela Sobrado
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Sofía se levantó y se miró en el espejo, revisó cuidadosamente cada facción de su rostro y su cabeza. Estaba segura que iba a encontrar marcas que den prueba de su situación.
Entonces se dirigió al cuarto contiguo sabiendo que ambos estarían allí. Fue ensayando un breve discurso con una ya conocida dramatización. Entró, pero sólo estaba ella. Pensó que el otro habría salido, y entonces comenzó. Planteó como primer punto la frecuencia del hecho, aunque no debería haber empezado por allí, y luego dio detalles del último suceso. Trató e insistió, pero sus argumentos esta vez no alcanzaron.
Decepcionada, convencida de la injusticia a la que fue sometida, Sofía se dirigió hacia la cocina. No presentó objeciones antes de retirarse porque ya presentía que iba a ser ninguneada y armó un plan secundario. Fue allí cuando abrió la heladera y buscó, en total silencio, algo que le ayudaría a concretar su venganza.
Sabía que sus padres no la iban a escuchar. La respuesta, mejor dicho, la excusa, siempre abordaba puntos como la responsabilidad y el ejemplo de los hermanos mayores. Pero esta vez no le alcanzaban; no quería saber nada con eso. Quería revancha.
La observó sentada en la computadora. Lucía, como siempre, estaba dentro de su burbuja musical, asique no tenía que preocuparse demasiado por no llamar la atención. Se acercó lentamente por detrás de ella, para que no la vea, y realizó su venganza. Antes de que su hermana menor se diera cuenta, salió corriendo, feliz, orgullosa por haber logrado su cometido.

Venganza

Elías García
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Marcio estuvo, durante mucho tiempo, saturado de ira y resentimiento. Al abandono por parte de sus padres de él y sus dos hermanos, se le sumó la falta de un referente, alguien a quien pedirle ayuda en los momentos difíciles.
Los tres chicos habían sido dejados en un hospital del barrio de Barracas, en Buenos Aires, pero rápidamente unos tíos decidieron adoptarlos y llevarlos a su casa, en los alrededores de Lincoln, una ciudad bonaerense alejada de la capital. Allí tenían una casa humilde y una especie de zona baja, donde pasaban la mayor parte del tiempo.
El joven Marcio siempre agradeció el gesto de sus tíos, el rescatarlos así como ofrecerles un lugar para vivir. Pero no mantenía una buena relación con ellos. En realidad, siempre intentaba rebuscárselas por sus propios medios. Era un chico reservado, difícil de tratar, que vivía con lo justo mientras prestaba ayuda a sus hermanos.
En cuanto a lo íntimo, Marcio guardaba rencor para con sus padres. Nunca había entendido por qué lo abandonaron y ese disgusto se agrandó con el pasar del tiempo. Siempre quería saber más, pero sus tíos eran la única fuente de datos y, por razones que desconocía, ellos preferían no ahondar en el asunto.
Cuando su situación económica mejoró (había conseguido trabajo en una tienda de ropa, ubicada en el centro de la ciudad), el chico comenzó a viajar seguido a Capital, en búsqueda de información sobre sus padres. Se rumoreaba que habían muerto en un accidente. Sin embargo él no estaba convencido de esa hipótesis, así que consultaba sin cesar a sus conocidos del barrio.
Poco a poco, descubrió distintos hechos que lo ayudaron a construir la única verdad: su madre había fallecido en el famoso accidente, pero su padre aún vivía. Según pudo saber, el hombre de unos 45 años residía en Claypole, una localidad del sur del conurbano bonaerense.
No muy ilusionado, pero con alguna esperanza dándole vueltas, Marcio inició la primera visita a la supuesta casa de su padre. Con sorpresa y cierto rechazo, Alberto recibió a su hijo. Varios sentimientos perdidos se reencontraron en aquel portón. Aun así, y argumentando que se iba a trabajar en unas horas, el hombre no dio demasiadas explicaciones sobre su ausencia. Marcio debió retornar a Lincoln, donde estuvo reflexionando un par de días, hasta el próximo encuentro.
No hubo arrepentimiento que valiera. El joven era determinante en sus decisiones. Y ésta, la última (la más importante), no sería la excepción. La acumulación de sentimientos negativos hacia su padre lo llevó a un acto violento e irreversible. El sábado siguiente fue a visitarlo.
Luego de unos veinte minutos de charla fingida, Marcio tomó un cuchillo del cajón y, en un arrebato de ira, apuñaló a su progenitor. Con cierta satisfacción en su rostro, dejó tendido al hombre en el piso. De inmediato se retiró del lugar, con una frialdad propia de tantas preguntas sin respuesta, tanto rencor, tanta tristeza contenida.

Indios Kilmes

Federico Molinari
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Armando González era una persona infinitamente rica. Constructor de edificios, su empresa era notablemente exitosa. Pero en la vida, el dinero no lo es todo, y la obsesión de Armando era visitar el Valle Calchaquí, bastante inaccesible debido a la presencia de algunos pueblos originarios que aún mantenían su lucha por las tierras que les pertenecían.
El lugar es una gran extensión de montañas y terrenos áridos, que están en su gran mayoría deshabitados. Escenario muy bello de la naturaleza, es difícil acceder por las pocas vías de transporte que hay hasta allí y, por otro lado, por la presencia de los indios Kilme, tribu nativa que resiste hace más de 500 años.
A Armando le fascinaba la historia de estos indios, que habían sido sometidos por los conquistadores y obligados a arrastrarse hasta donde hoy se ubica su ciudad de Quilmes. Por este motivo los indios tenían cierto recelo al hombre blanco, por toda una historia de maldades e injusticias en su contra.
Finalmente, luego de haber investigado y establecido algunos contactos, González se dispuso a realizar el tan ansiado viaje. El hombre no era muy adepto a las tecnologías y a las casas modernas, por lo que decidió hacer su aventura en bicicleta.
Pero vaya paradoja sufriría este sujeto. Gracias a un celular que había escondido su hija en el bolso de viaje, Armando se pudo comunicar con el auxilio necesario para asistirlo en el medio del desierto. Había pinchado una rueda de su vehículo, justo cuando el objetivo se acercaba, cuando el Valle se asomaba imponente, majestuoso mientras el sol comenzaba a caer detrás de uno de los cerros más altos. La expectativa embargaba el cuerpo entero de aquel hombre, que se encontraba tan cerca de cumplir su máximo deseo.
De repente, apareció un hombre llamativamente vestido, se aproximó y le habló con un idioma inentendible. González le preguntó qué había dicho, y el individuo le contestó – Bienvenido a la ciudad sagrada de los indios Kilmes.

El día que el forense se encontró con su propia muerte

Agustín Cappa
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Era un día como todos los demás dentro de su rutina. Marcos regresó a su casa cerca de las 9 de la noche. Como primera medida decidió darse un baño, ya que su paso por el gimnasio lo condicionaba porque había estado ejercitando su fornido cuerpo. Había pasado todo su día trabajando de forense en una jornada agotadora ya que realizó tres autopsias en diferentes cuerpos. Dos resultaron ser muertes naturales, mientras que la tercera muerte había sido un cruel asesinato a puñaladas que fue tapa de distintos diarios locales.
Sin que ese hecho ocupara un lugar en la totalidad de su mente, su estado de ánimo era el mismo de siempre. Abrió la ducha mientras se quitaba la ropa. Corrió la cortina de la bañadera, palpó el agua para verificar su estado, y se introdujo en ella.
Luego de un reconfortante baño, cerró el agua y tomó la toalla que había dejado colgada. En ese momento miró hacia la puerta y quedó atónito, sin reacción. Ya no estaba solo dentro de ese baño. Después de la primera impresión, la desesperación se apoderó de él sabiendo que no tenía escapatoria de aquella pequeña habitación.
Gritó tan fuerte como pudo. Su voz desgarradora se escuchó en todos los callejones del barrio. Alertados ante esto, los vecinos se acercaron a la puerta de entrada de la casa y rápidamente llamaron a la policía temiendo algún trágico suceso. Al llegar los oficiales, derribaron la puerta principal ante los continuos gritos de Marcos. Al entrar al baño, lo encontraron en un rincón junto a la toalla que recubría su rostro. Cerca del espejo estaba ella, la pequeña criatura de ocho patas que ante la indefensa reacción del forense imponía el respeto de cualquier gigante.