domingo, 26 de junio de 2011

La triste agonía de un fiel amigo

Rosario Ivancich
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


La mañana del 7 de febrero de 1882, León Tolstoi recibió la noticia de la muerte de su fiel amigo Iván Ilich Golovin. Un colega del Tribunal de Justicia le había enviado una correspondencia donde le informaba que días antes, Iván Ilich había muerto víctima de una desconocida enfermedad y que sus restos iban a ser trasladados el viernes siguiente, luego de su correspondiente funeral. Asimismo, le describía cómo era el clima que se vivía entre sus colegas abogados del Tribunal que, apenas segundos después de haber recibido tan triste noticia, ya especulaban sobre los posibles ascensos y aumento de sueldos.

Tolstoi, reponiéndose de la conmoción y el desánimo, inició los preparativos para viajar hasta la casa de Iván Ilich, darle el pésame a su familia y despedir a su camarada. A diferencia de muchos caballeros, él no asistía a funerales por decoro y tampoco los consideraba una fastidiosa obligación. Sólo concurría a los de amigos cercanos y eso era Iván para él. Lo había conocido muchos años atrás, en Petersburgo cuando los dos trabajaban juntos en el Departamento de Justicia y las largas jornadas de arduo trabajo habían logrado formar un fuerte vínculo de amistad entre ellos.

Por ende, el día 10 de febrero, León se encaminó hacia la residencia Ilich. Cuando llegó, divisó unas pocas personas vestidas de luto en la entrada y decidió entrar. En una de las salas, se hallaba el féretro y a su lado yacían de pie, una conmovida Praskovya Fyodovna junto a sus dos hijos, Liza y Vasili Ivanovich.

Luego de presentarse y dar las condolencias, la mujer lo reconoció e invitó a una de las salas contiguas para entablar una conversación sobre su difunto marido. Ella le relató los últimos meses de vida de Iván, cómo había sufrido por la enfermedad y cómo aquello había logrado afectar a la familia entera. Tolstoi, mientras oía atentamente el relato de la viuda, percibió dos cosas que lo dejaron atónito. Por un lado, él tenía conocimiento de que su amigo estaba enfermo, gracias a una carta que le había enviado meses atrás, pero no sabía cuán grave era la misma. Había querido ir a visitarlo pero como ya no vivía en Moscú y su esposa estaba embarazada, había tenido que quedarse en su casa acompañándola. Y por otro, pudo percibir, por la forma en que Praskovya relataba los hechos y los consejos que le pidió acerca de la pensión que heredaría, lo poco que le importaba su marido y lo mucho que le interesaba el dinero que obtendría por su muerte.

Al ver semejante hipocresía por parte de ella, se arrepintió de no haber ido a verlo. Iván había estado padeciendo y soportando grandes dolores y sufrimientos, y lo peor de todo era que lo había hecho en medio de la soledad. Él sabía de la distante y escasa relación que mantenía con su familia, lo mucho que lo dejaban de lado y como lo consideraban un estorbo. Pero nunca se había imaginado lo verosímil de la situación.

Finalmente, Praskovya al ver que León Tolstoi no podía darle una respuesta puntual, le entregó una carta que Iván le había dejado. Después de despedirse y salir de la casa, se dirigió a su coche y pensó en leer la carta que, de seguro, iba a contener una gran enseñanza de vida, como era de esperar de Ilich.

La historia que pudo ser

Diego Torrillas
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Era el año 1615. Me encontraba caminando por las calles de Londres, en esta Inglaterra jacobina. Hacía mucho que no salía a dar un paseo porque estaba terminando de escribir mi última obra de teatro. La tarde era fría, la neblina y la oscuridad cubrían las calles por completo y no me permitían distinguir ningún tipo de persona.

Estaba a punto de volver a mi casa cuando me crucé con un niño que no tendría más de ocho años. Nunca me hubiera percatado de su presencia si no me hubiese gritado. El muchacho temblaba del frío. Sus pies descalzos sangraban de tanto caminar. Llevaba puesta una remera maloliente, su cara estaba sucia y la tristeza se reflejaba en sus negros ojos.

Al mirarlo no pude evitar recordar mi niñez. Me veía a mí mismo vagando por las mismas calles por las que, ahora, caminaba como un señor. Me veía como aquel niño que alguna vez se vio obligado a realizar trabajos que carecían de un valor ético favorable. Ahí estaba yo, durmiendo en las calles tapado por los techos de las casas hasta que los dueños se dieran cuenta. Me echaban y nuevamente tendría que caminar por las calles ocultándome de aquellas personas más grandes que intentaban aprovecharse de mi inocencia.

Durante estas caminatas, me la pasaba pensando y preguntándome: “cuál es más digna acción del ánimo ¿sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darlos fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. No más.” Sin imaginar que años más tarde estos pensamientos cargados de preguntas me servirían para escribir una de las obras que ha provocado que la mismísima reina Isabel me brindase honores.

No sé cuánto tiempo estuve perdido en mis pensamientos ni cuántas tuve que llamarme este chico. Le pedí disculpas y le conté lo que había vivido. Él me miró sorprendido y sus ojos, que antes mostraban tristeza, ahora reflejaban asombro. Le pregunté cómo se llamaba y me dijo que su nombre era John Milton. Le dije que el mío era William. Él se sonrió y me dio las gracias. Y yo me fui pensando que sería de aquel chico, si se dejaría arrastrar por el dolor que lo invadía hasta morir o se levantaría para luchar contra las calamidades con las que debía convivir día a día.

Prostitución familiar

Juan Ignacio Negrin
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


La familia Lucero era muy conocida en el pueblo cordobés llamado Huinca – Renacó, no precisamente por el carácter de familia numerosa que le daban sus siete hijos sino por la forma de ganarse la vida que tenían sus padres.

Juan Manuel Lucero había conocido a Yésica en el cabaret de la localidad, en uno de los viajes al burdel que se permitía disfrutar una vez por mes con el excedente de su salario como obrero. Ella era de origen paraguayo y había llegado al lugar por el engaño de un empresario que le había ofertado un trabajo como modelo en Argentina. Era una mujer muy bella, de curvas pronunciadas y unos ojos celestes que deslumbraban. El obrero estaba obsesionado con ella, y después de estar juntos varias veces, la convenció de abandonar ese sitio en el que trabajaba de forma ilegal e irse a vivir con él. Yésica se sentía complacida por el trato amable que le brindaba el hombre y por eso aceptó su propuesta.

Sin embargo, no todo fue como lo esperaba. Luego de vivir dos meses juntos, se casaron, pero después de la boda, el marido comenzó a mostrarse violento y perdió su trabajo. La mujer paraguaya, igualmente, se sentía agradecida y es por esto que no se resistía a los ataques violentos de su esposo.

El problema mayor era la falta de dinero y ante esto Lucero obligó a su mujer a volver a prostituirse, pero en su domicilio. La gente tocaba la puerta de su casa, ofrecía un precio irrisorio y se acostaba con la bella joven. A Juan Manuel no le molestaban ni los comentarios del pueblo ni las personas que se acostaban con su esposa, ya que estaba viviendo como siempre había querido, sin trabajar. La policía sabía de estas actividades pero no las detenía a cambio de que se les brindaran de forma gratuita los servicios.

Diez años después, el matrimonio ya tenía sus siete hijos y la mujer seguía con su trabajo de prostitución cuando llegó al poblado un nuevo comisario llamado Ezequiel González, quien al enterarse de esta nefasta actividad no dudó en apresar a Lucero. A diferencia de sus antecesores, no aceptó ningún tipo de coima y cumplió con su deber, terminando así con este negocio en el que todas las partes del pueblo eran cómplices.

Se le ofreció a Yésica un trabajo digno en una localidad del sur de la provincia de Buenos Aires con el que iba a poder mantener a sus hijos de una forma correcta. La joven recién comprendió la magnitud del maltrato que recibía al comenzar su nueva vida, y se prometió a sí misma jamás volver a estar con un hombre por dinero.

Silencio en la estación

Ángel Martínez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


En los suburbios de una gran ciudad, en una estación de tren poco transitada, se encontraba un niño de doce años. Su nombre era Martín y aquel lugar era su hogar. Allí, no vivía con su familia sino con otros chicos que tenían las mismas condiciones de vida que él.

Todos los días, para poder comer, debía vender unas estampas que le entregaba un señor cuyo nombre desconocía. Si la venta era exitosa, este hombre le compraba comida, pero si no prosperaba, a Martín le esperaba una feroz golpiza.

Un día, el desafortunado chico subió al tren a vender las estampitas. Su jornada no había sido productiva y ya casi estaba llegando a la estación de Constitución, lugar donde debía bajar para entregarle lo recaudado al señor de identidad oculta. Un momento antes de bajar, el guardia del tren vio a Martín y sorpresivamente lo tomó por la remera y lo arrojó al andén con el ferrocarril en movimiento.

El niño quedó tirado durante unos minutos y poco después sintió cómo un pie impactaba en su rostro, luego en la panza y, finalmente, no sintió más nada. La gente pasaba por al lado del chico sin mostrar consideración alguna.

Las horas corrían y él seguía ahí, sin despertar, con la cara cubierta de sangre. Casi llegando la noche, fue la voz de un hombre la que lo hizo reaccionar. Éste le decía que se levantara y le diera el dinero que había juntado en el tren. Para desgracia de Martín, la poca plata que había podido recaudar, se la habían llevado los chicos que lo habían golpeado. Y el hombre, al enterarse de esto, no hizo más que pegarle aún más brutalmente.

El chico permaneció tendido e inconsciente. Por la mañana del día siguiente, pudo despertar y esperó sentado hasta oír que el tren llegaba. Se incorporó y realizó dos pasos hacia delante para quedar justo en medio de las vías. Miró hacia el frente y una fuerte luz lo cegó. Se escuchó el silbido del tren y fue lo último que Martín pudo percibir.

La estación permaneció cerrada por unos días y el silencio se apoderó de ella.

Alcohol, tabaco y mujeres

María Eva Alurralde
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


El cielo se teñía de negro y la única luz que alcanzaba a distinguirse era la de la luna llena que, pasadas las diez de la noche, ya brillaba en lo alto. En los suburbios de la ciudad de Tower, en la casa número 52 de calle Table Street, habitaba una familia de cuatro integrantes. Dos de ellos, Eduardo y Rosario, eran pareja y tenían dos hijos, Benjamín y Sofía.

Era el fin de un día más en las vidas de esta familia. A pesar de no estar en una buena situación económica, tenían comida para la cena casi siempre. En esa habitación, tres de los cuatro integrantes se encontraban cenando para luego irse a dormir. Todos, menos Eduardo.

Hacía ya unos años, desde que la mala economía había comenzado a azotar el país, el padre y esposo de esta familia había encontrado su consuelo en el alcohol, el tabaco y las mujeres. Rosario había intentado varias veces hacerlo reflexionar para que cambiase ese comportamiento que tanto la asustaba, enojaba y, al mismo tiempo, los perjudicaba ya que apenas tenían dinero para alimentarse ellos y sus hijos.

Eduardo comenzó a ser agresivo con su mujer y sus niños. Un día, borracho, había golpeado a su pareja dejándole marcas en el rostro que, hasta el momento. no se le habían ido , con el argumento de que ella no le daba lo que él quería y creía que era porque estaba viendo a otro hombre. Sofía y Benjamín observaron todo escondidos detrás de una pared, teniendo cuidado de que, al asomarse, no se encontraran con los ojos furiosos y perdidos de su padre. Después de este episodio, ambos le tomaron rencor a su progenitor.

El día 14 del mes de Marzo su padre se paró frente a la puerta de su habitación con los mismos ojos de aquel día . El miedo invadió sus cuerpos y no pudieron realizar ningún movimiento. Las palabras que este hombre dijo, a continuación, llenaron de tristeza y lágrimas a sus hijos y esposa. Para tener más dinero, quería que Benjamín trabajara en una fábrica y que Sofía se prostituyera.

Pasaron las noches, los días, los meses y la condición que padre les había impuesto estaba siendo cumplida. Quisieron rebelarse muchas veces, pero lo único que recibieron a cambio fueron golpes.

Cansada de vivir así, Rosario pidió a llantos que dejara de ser así con sus hijos, con ella y con él mismo. Eduardo quiso golpearla, pero antes de pudiera hacerlo, su mujer se apuñaló en el pecho.

Trata de blancas

Pilar Muñoz
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Corrían los años 20 y en Argentina la desigualdad entre géneros era cada vez más notoria. En esa época se sabía muy bien cuáles eran las funciones que debían desempeñar los hombres y qué roles debían cumplir las mujeres. Si bien no existía una ley que lo estableciera formalmente, el imaginario colectivo tenía muy en mente un estereotipo de matrimonio, en el cual el hombre se encargaba de trabajar fuera de su casa y llevar el dinero para las necesidades familiares, mientras que su esposa se limitaba a hacer las tareas domésticas y cuidar a los niños.

Sin embargo, un día Ana no aguantó más. No soportaba la vida monótona que le era impuesta por una sociedad totalmente conservadora. Llevaba diez años de casada y durante todo ese período, si bien disfrutaba mucho de la compañía de sus hijos, sentía que su tiempo se le escurría entre sus dedos sin que ella pudiera hacer algo productivo.

Es por eso que decidió hacerle saber al marido su intención de buscar un empleo que le permitiera aportar a la economía familiar y, a la vez, le significara un crecimiento personal. Sin embargo, Raúl se negó rotundamente, sosteniendo que ella debía procurar la buena crianza de los niños y no debía descuidarlos en ningún momento, para que nada les hiciera falta.

Indignada por la actitud machista y tradicional de su esposo que, sin decirlo, subestimaba las capacidades de su mujer, Ana se dispuso a aprovechar los momentos en que Raúl no se encontraba presente, para mirar los avisos que los periódicos publicaban sobre distintas labores que se necesitaban.

Es así que, cegada por la emoción y expectativas que la situación le generaba, cayó en una red de trata de personas cuando se presentó, inocente, en un bar donde buscaban una camarera.

De esta manera pasó los años, encerrada en contra de su voluntad, en un prostíbulo donde vivió los momentos más horribles de su vida. Su destino recién se tornó favorable cuando, para su sorpresa, reconoció en uno de sus clientes el rostro, ya avejentado, de su marido. Si bien su desilusión fue extrema, al darse cuenta de que había convivido con un hombre que fomentaba aquel abuso, se vio beneficiada porque éste, enseguida, se movilizó para denunciar al dueño del lugar y devolverle la libertad a su esposa.

Dos historias, un final

Anyelén Lotúmolo
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Como todos los días, Milagros salía de la empresa en la que trabaja su marido. Todos a su alrededor fijaban la vista en ella, alta delgada y elegante; llamaba la atención de cualquier persona a cada paso. Su andar reflejaba el nivel social y económico de una mujer refinada, con clase. Pero no todo era como parecía. Milagros escondía su pasado debajo de un vestido sobrio y tacos altos, de las gafas y de su cartera importada. Esa pantalla funcionaba para el resto, pero aún con la vida de lujos que llevaba, no lograba sacar de su cabeza la dura infancia que había tenido.

Nació en una villa del conurbano bonaerense. Con su padre preso y con una madre ausente, Milagros tuvo que salir a trabajar desde niña para poder comer. Su hermano, un moreno alto y llamativo por sus ojos claros como el agua, era apenas dos años mayor; él cuidaba de ella, era su refugio en el mundo. En plena adolescencia Milagros presenció la encarcelación de Lucas. La policía había arribado a su casa con la noticia de que su hermano traficaba drogas y ella sintió que su mundo se desvanecía. La separación de su hermano marcó un antes y un después en su corta vida.

Pocos meses más tarde, con 21 años recién cumplidos, se mudó a la capital con el propósito de dejar atrás la vida turbia y vergonzosa que llevaba. A pesar de la escasa educación que había recibido, Milagros tenía muy buenos modales y buena presencia, por eso consiguió rápidamente trabajo como secretaria en una importante empresa. En ese lugar, rodeada de gente distinguida, conoció al hombre que le dio un giro completo a su vida. Facundo era el compañero que siempre había anhelado encontrar; era un hombre bueno, generoso, comprensivo y muy guapo de un metro noventa de altura y con la tez clara, casi pálida. Desde que se casaron, él la mantenía y la trataba como una reina.

Camino a casa, luego de la visita habitual a su marido, uno de los tantos ojos que se posaron en ella eran los de Tamara, quien había sido su compañera y su gran amiga durante la adolescencia. Milagros había decidido dejar atrás toda su vida, todo su pasado incluyendo a su amiga Tamara y a la hermosa relación de amistad que mantenían. Tamara, que aún vivía en la villa, estaba llena de dolor y odio por el abandono que había sufrido. Mientras iban pasando por su cabeza esos tristes pensamientos, una ira terrible se apoderó de ella. El daño había sido tan profundo que, a pesar del tiempo que había transcurrido, no lograba superarlo. A toda prisa, intentando mantener la calma, fue tras ella.

La fina mujer recorrió las tres cuadras que separan la empresa de su mansión sin percibir que alguien la seguía. En la puerta de su casa Tamara la sorprendió. Milagros se quedó tiesa, la miraba sin emitir palabra. Hacía años que no la veía pero la reconoció al instante, y con ella, su mente se agolpó de recuerdos que tenía reprimidos. Con actitud amable y con el pretexto de la enorme tristeza que sentía por su distanciamiento, Tamara la convenció de entrar a la lujosa casa. Milagros, todavía perturbada, la hizo pasar y, una vez instaladas en los confortables sillones, pidieron a María, la mucama, dos cafés.

Luego de una hora de charla, Milagros había logrado distenderse. De pie, con una mirada fría pero cordial y educada, le señaló la puerta. El clima se volvió áspero y una terrible y silenciosa inquietud abrumó a Milagros. Los ojos de Tamara, fríos y calculadores, estaban clavados en los suyos. La fina mujer, temerosa pero con paso firme, se dirigió hacia la puerta. Tamara se quedó inmóvil y su cara se transformo. Manejada por la ira, luego de gritarle cosas espantosas, sacó un arma. Milagros comenzó a llamar desesperada a María, pero antes de que ella llegara al living, Tamara gatilló. Todo pasó en un segundo. El sonido del disparo y el escenario que había generado la hizo volver en sí y entró en shock. La escena era terrorífica, el cuerpo de Milagros se hallaba sobre el suelo, sin vida, y su propia sangre estaba derramada alrededor. Desesperada por la situación y con María presenciando la escena, Tamara se colocó el arma en la boca y disparó.

Anhedonia

Julia Thomas
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Las hojas crujían al pisarlas. El otoño había llegado con su más sublime característica otoñal. Era un día ventoso pero de ésos para meditar.

Bajo un frondoso roble yacía Ernesto, sumido en sus pensamientos, pero en realidad eran sinceras y profundas preocupaciones. Sus 25 años habían transcurrido en series de acontecimientos febriles, duros y viles. Durante toda su vida no había logrado lo que había deseado, no había podido cumplir sus sueños ni concretar sus expectativas; su libertad dormía en un antiguo cajón de la habitación de su madre y lo que era peor aún, a Lucrecia, el amor de su infancia y de su juventud, ya no parecía importarle su presencia.

Como volado, como extranjero en su propia tierra, comenzó a caminar sin rumbo fijo. Sabía que a pesar de que el sol calentaba y abrigaba su fría alma, que las flores bailaban al compás del torrente y que millones de fenómenos naturales y miles de maravillas hacían de este mundo un lugar digno de ser vivido. Sin embargo, la felicidad nunca moraría en su ser. Todo lo que añoraba huyó de su escéptico mundo y las cosas que poseía parecían desintegrarse gradualmente. Con la soledad que produce la congoja invernal decidió enfrentar su realidad de la peor forma posible. Aceleró el paso y se perdió en los callejones y tierras devastadas que iban a imprimir el sello final de su historial.

No quería pertenecer más a este mundo, no quería continuar revolviendo su eterna mala suerte, sólo tenía un objetivo en mente, el único y el primero que iba a lograr concretar en su vida, exhaló el concluyente soplo de sus pulmones y cerró los ojos con una fuerza equivalente a la valentía que supone un pálido adiós.

Relato de un final

Jorgelina Gil
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Su respuesta la había agotado. Era una más, entre tantas otras; todo había girado siempre en torno a él, nunca hubo lugar para ella. Aquellos momentos en los que se sintió envuelta en el más maravilloso sol, hoy no eran más que vagos recuerdos que sólo confirmaban las mentiras. Ya no podía contar las veces que se había sentido mal por sus reacciones, sus huídas desesperadas, sus portazos e insultos.

Durante meses todo había sido oscuridad y caos, impotencia y dolor. Ya no encontraba palabras para expresarle el mal que le infligía y él, a su vez, tampoco la habilitaba a hacerlo. Lo miraba y sólo podía ver su adhesión a esa vida en la que nada había resultado como hubiesen esperado tiempo atrás, cuando las circunstancias ameritaban esperanzas y proyectos.

"No quiero volver a verte", fueron las últimas palabras que escuchó de él; y nunca le habían resonado tanto como durante esos días en los que se propuso darle el gusto. Todas las madrugadas se despertaba exaltada, envuelta en terribles pesadillas en las que ella le juraba irse y jamás regresar.

Sonó el teléfono. Le temblaron las manos, fueron segundos en que sintió que su plan se venía abajo, dudó. Finalmente optó por dejarlo sonar. Era él que, como siempre, volvía, y lo hacía porque en realidad nada lo incitaba a irse. Procuró que esta vez fuese diferente, ella se rehusó a ceder ante sus pedidos, a soportar sus malos tratos. En su cabeza sólo ideaba el fin y, para esto, necesitaba ese llamado raramente no correspondido. Ya estaba lista.

Olió sus libros, tocó sus vinilos -aún los conservaba porque se negaba al paso del tiempo, a los cambios de forma- y creyó oír las mejores y más dulces melodías. Agarró una lapicera, con cierta dificultad por los nervios, y escribió una carta muy extensa en la que le echaba a él la culpa de su sufrimiento. Contaba lo dichosa que se sentía, las aspiraciones que tenía antes de conocerlo y cómo se lo había arrebatado todo. Cuando terminó, sonrió. Imaginó todo lo que podían generar en él aquellas palabras, cómo su vida daría un giro, lo culpable que se sentiría, la oscuridad en la que se sumergiría.

Dio el último vistazo a su alrededor, se despidió de todo. Esas paredes habían contenido cada uno de sus llantos durante los últimos meses. Se preguntaba si alguien de su entorno intuiría lo que estaba por pasar pero no tardó en recordar que estaba sola, que también se había alejado de todos por él. Dobló la carta y suspiró. Un suave viento frío rozó el borde de su mano y un hilo helado le recorrió el cuerpo. Cincuenta. Cincuenta pastillas le indujeron aquel sueño eterno.

El hombre de la bolsa

Mercedes Valdeverde
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Tengo que contar lo que pasó antes de que vengan por mí. Estoy seguro de que están por llegar. Nunca tardan demasiado y ésta no será la excepción.

Ocurrió ayer, aunque esto viene de muchos años. Desde que tengo memoria mi padrastro me atormenta, o al menos lo hacía con la historia de “El hombre de la bolsa”. Mi mamá siempre llega temprano a casa, pero anoche fue la excepción, y yo tuve que cenar con él.

- Cométe toda la comida, nene. Mirá que si no comés te va a venir a buscar el hombre de la bolsa- me dijo mientras lavaba los platos violentamente y me daba la espalda.

Terminé de comer, no dejé ni una miga. Llegó la hora de irme a dormir, pero no quise acostarme, quería esperar a mamá. Cuando se lo dije, habló de nuevo, con esa voz que tanto me perturba.

- Yo conozco al hombre de la bolsa, si no vas a dormir ya, lo llamo para que te venga a buscar- dijo y sus labios se torcieron disimuladamente formando en su rostro lo que, yo creí, fue una sonrisa.

Me fui a dormir aterrado y soñé toda la noche con mi padrastro y, también, con el hombre de la bolsa. Yo estaba cenando y escuchaba al marido de mi mamá abrir la puerta de la cocina, pero cuando me daba vuelta no era él, era un hombre encapuchado con una gran bolsa de arpillera que se acercaba con pasos lentos hacia mí. En ese momento desperté y miré el reloj, era la una de la mañana. Supuse que mi madre debería haber llegado. Fui hasta su cuarto, pero estaba vacío, la casa estaba en penumbras. Escuché ruidos en la cocina y decidí bajar para ver qué pasaba.

Cuando llegué, vi una sombra de espaldas a mí, tenía un sobretodo con capucha y una bolsa en la mano, igual que en mi sueño. No oyó mis pasos, fui muy sigiloso. Tampoco me vio, las luces de toda la casa estaban apagadas.

Mi padrastro lo había llamado. El hombre de la bolsa venía a buscarme. Tenía que ser más rápido que él, así que tomé un cuchillo de la mesada y se lo clavé varias veces en la espalda. Yo no podía morir antes que él, la idea de dejar de existir me aterrorizaba, tenía toda una vida por delante y él, vivía para atormentarme.
Cayó de espaldas al suelo pero no pude ver su cara porque en ese momento entró mi padrastro. Todo lo que escuché fue “la mataste”, y lo vi lanzarse sobre el cuerpo de mi madre que yacía en la cocina.

Llamó a la policía y me encerró acá, en mi cuarto. Ahora estoy esperando que vengan a buscarme por haber matado a mi mamá mientras sacaba la basura. Escucho sirenas cerca, vinieron por mí.

La mancha de café

Aylén Melano
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Cuenta la historia que hace 20 años atrás, un joven organizó salir a bailar con sus amigos a “Violeta”, un boliche poco concurrido ubicado en las afueras de la ciudad, para festejar su cumpleaños.

Un martes 13, a las 5:15 de la madrugada, cansado de bailar y con muchas bebidas encima, decidió sentarse. Al mirar a su lado, notó que una hermosa joven lo observaba y lentamente, se acercaba dispuesta a entablar una conversación. Frente a tanta belleza, lo único que Juan logró decir fue que era su cumpleaños, y le rogó que, como regalo, bailase con él. Ella, muy contenta, accedió y ambos se dirigieron a la pista, ubicándose en el centro donde todas las luces los alumbraban.

Pasaron varias horas y sin darse cuenta, la música ya había cesado, la gente se encontraba afuera y los policías sacaban a aquellas personas que todavía se encontraban dentro sin intenciones de retirarse. El cumpleañero, agradecido por tan hermoso regalo, invitó a la dama a desayunar y luego le ofreció acercarla a su casa.

Comenzaba a amanecer y el frío aumentaba a cada minuto. Juan le entregó su campera a la joven y se sentaron a tomar un café en una parador muy cerca de la entrada a la cuidad. Ella, sin querer, derramó café sobre el saco recién prestado y disculpándose, le pidió quedarse con éste para lavarlo y entregárselo al día siguiente. Él accedió tomándolo como una excusa para volverla a ver y luego la llevó a su casa.

Al llegar, ella le dio un beso y rápidamente, se bajó del auto dispuesta a ingresar a su hogar. Juan la detuvo para preguntarle su nombre y la joven, entre risas, le contestó: “Clara”.

Al día siguiente, Juan se despertó muy esperanzado porque la volvería a ver. Cuando el reloj marcó las 6 pm, salió rápidamente y se dirigió a la casa de Clara. Al bajarse del auto, tocó la puerta y una señora mayor lo atendió preguntándole qué era lo que necesitaba. Él, de manera muy seria y seguro, le preguntó si podía hablar con Clara. La mujer comenzó a llorar y enojada le exigió que se retirara de allí, no entendía cómo la gente podía ser tan mala y hacer ese tipo de bromas. Juan, atónito, le pidió que le explicara el por qué de su llanto y la mujer, de manera grotesca, le respondió que su hija Clara había muerto hacía 2 años. Él le contó sobre la noche anterior y ella, casi sin creerlo, lo envió al cementerio donde yacía el cuerpo de su joven hija.

Juan, asustado y sin creer esta historia, se dirigió al panteón y después de una hora de recorrerlo, se quedó inmovilizado frente a una tumba que decía: “Aquí yace Clara Marinero (4-03-69/22-05-86)” y sobre ésta colgaba una campera que estaba acompañada por una rosa; era la suya, la que Clara había utilizado la noche anterior.

San La Muerte

Jorgelina Macchiarelli
Taller de Comprensión y Producción de Textos I



Amalia era una anciana muy creyente, su adoración estaba dirigida a un santo muy peculiar al que llamaban San La Muerte. Su devoción se debía a la ayuda que éste le había proporcionado en su adolescencia y adultez. La gente buscaba al santo para lograr un objetivo: llevar a la muerte a la persona por quien se oraba.

A los quince años, como consecuencia de un robo, Amalia recibió un disparo en la pierna derecha. Éste la dejó paralítica de por vida y le impidió seguir practicando deportes, que era su más valioso pasatiempo.

Para desgracia de los ladrones, Amalia reconoció el rostro de uno de ellos -eran dos-, el otro pudo escapar exento. Semanas después, cuando la niña logró apaciguarse, la llevaron a la comisaría para realizar el reconocimiento. Cuando terminaron, apresaron al muchacho al instante pero, dos meses después, las noticias informaron su escape de la cárcel.

Amalia tenía un familiar, Rómulo, que se encargaba de hacer magia negra y realizaba brujerías cuando se lo pedían. Al enterarse del desagravio del ladrón, le entregó a su sobrina la estampita de un santo encargado de matar a quien se le ordene a través de la oración, conocido como San La Muerte. Ella le agradeció y, a partir de ese día, comenzó a pedir por la muerte de la persona que le había causado tanto daño.

Los meses pasaron y Amalia no hacía otra cosa más que rezar y rezar cada día y noche hasta que, mientras almorzaba y miraba las noticias, se enteró de la muerte del ladrón. Éste había fallecido esa misma mañana, según los peritajes oficiales. Lo habían encontrado en su casa tirado en el piso del baño, boca abajo y sin signos vitales. Desde allí, Amalia se convirtió en la seguidora fiel de San La Muerte.
Y así transcurrieron los años de su vida. La niña, ahora mujer, se dedicaba a pedir por la muerte de todas aquellas personas consideradas obstáculos para ella. Si alguien en el trabajo era ascendido a un puesto más elevado, oraba y luego éste moría, al año o al mes, según la regularidad de sus peticiones. Si el panadero no quería fiarle un kilo de pan, rezaba para que muera. Si sus amigos no la saludaban para su cumpleaños, invocaba al santo y éstos fallecían al tiempo.

Sus rezos se volvieron tan fuertes que las muertes no tardaban más de un mes en cumplirse. Su paranoia había aumentado al punto de querer eliminar incluso a la gente que sólo la miraba. Se había quedado sin amigos y su familia hacía tiempo no la visitaba porque se habían enterado de su odio rutinario y no querían acercársele. Sin embargo, ella no les deseaba la muerte porque su familia era intocable.
Con el pasar de los años se quedó completamente sola y se dedicó a rezarle a San La Muerte pero, esta vez, para que la lleve a ella. La anciana oraba día y noche pero sus oraciones no eran oídas y su culpa aumentaba diariamente.

Una mañana, Amalia notó que había despertado con más fortaleza que antes y, al ver que sus súplicas no daban frutos, se dijo que quizás debía cambiar de pueblo para someter a otra gente a los castigos de su santo. Entonces, armó una valija y dejó todo lo demás en su lugar. Abandonó esa tarde su casa y jamás se la volvió a ver por esos lados. Ahora la anciana iba por otro pueblo, más fuerte que nunca, a lograr su objetivo.

Mi abuelo, el carpintero

Nicolás Ferré
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Parecía que nunca terminaría. Pasaban las horas, los días, pero el encierro me agobiaba cada vez más y más. Sentía el pecho oprimido, el corazón tomado. Ya tenía los ojos cansados de derramar lágrimas de todo lo que había llorado. Pero al fin se acabó.

Todo empezó aquel otoño en la casa de fin de semana de mi abuelo. Él había fallecido, y decidí pasar unas vacaciones allí para salir de la rutina y descansar del estrés de todos los días.

Llegué por la tarde, descargué mis cosas y fui a buscar mi cena al pueblo. Al regresar a la casona empezó la situación extraña. Me senté en el sillón a leer un libro, y a medida que daba vueltas las hojas escuchaba el golpe seco de un martillo. No lo podía distinguir, el ruido de la hoja deslizándose en mi mano me dificultaba escuchar de manera clara el golpe. Algo no andaba bien a mí alrededor, o en mi cabeza. Los ruidos parecían venir del piso superior, pero cada vez que subía y entraba en la habitación, sólo se divisaban maderas y telarañas. Se repetía la situación cada día, se alargó mi paranoia durante todo un mes.

Un mañana me desperté con el afán de que los ruidos terminaran, y así fue. Por momentos sonaba extraño no sentirlos al dar vuelta la hoja. Luego de algunos días, mi novela se encontraba en el tapete del baño, 678 páginas para saber que ella estaba muerta y él también. Mi intriga seguía intacta, y entonces me animé a volver a la habitación. Al ingresar me sorprendí por lo que mis ojos destilaban, era un reluciente casi cegador. El olor insoportable, era casi primaveral como el viento para las ardillas. Una mesa nueva y reconfortante se encontraba allí en la habitación. Lo más curioso es que allí sólo había maderas húmedas y viejas, tiradas en el piso. Esto me trajo palpable y tangible el recuerdo de mi abuelo, el amor por su arte, y el por qué todos lo querían. Quedé paralizado, e incrédulo. En la mesa sólo apoyé una foto suya.

La caída de los nobles

Cristian Ferreyra
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Pongo mi mente en blanco, miro el banderín del green, mis manos sudan más de lo debido, es el golpe del campeonato. Tomo el hierro Nº 7, me pongo en posición, me balanceo y golpeo la pelota, la cual corta el viento con velocidad arrolladora y cae muy cerca del hoyo. “Gran golpe” me dice el caddy al palmear mi espalda.

Ese golpe me saca de ese mundo misterioso a la hora de golpear la bola. Miro alrededor y veo la espléndida afición festejando mi gran golpe. Al mirar al costado observo aquel contrincante de traje fino y de rasgos delicados, al que la vida le deparó un pasar económico del más alto nivel. En cambio yo no le llego ni a los talones con una economía casi nula. Llegué a este torneo para demostrar mis habilidades en el golf, las que Sir Baker observó. Él pagó mi inscripción al torneo amateur para luego clasificar al Abierto de Gran Bretaña, la cual conseguí sin ningún resquemor.

Ahora me encuentro en el torneo más importante de Inglaterra y disputando la gran final con el múltiple campeón Arthur Philips de sangre y semblante irlandeses. Yo, el único inglés, debo ganarle por la gran rivalidad existente. El mismo se posiciona y golpea su bola, que cae cerca de la mía, y siento un gran escalofrío que se apodera de mi cuerpo.

Es mi turno, me tiemblan las piernas. Si mi golpe se introduce en el hoyo, toda la tradición que hay en este deporte, practicado por los ricos, caerá de la manera más estrepitosa. Agarro el hierro y con gran miedo doy mi golpe. Lentamente se moviliza aquella pelota; cada centímetro que recorre mis pulsaciones aumentan, hasta que el dulce sabor de la victoria impacta mi cuerpo al introducirse aquel objeto en el hoyo. La afición enloquecida invade el campo de juego, me lleva en andas por horas siendo el primer campeón de las clases bajas, el que refleja aquel cambio social que necesita la gente pobre de Gran Bretaña.

Ya calmado, me encuentro en el vestuario y, de repente, llega mi oponente irlandés dolido por la derrota y me dice: “gracias a ti el deporte de nobles y ricos caerá en la popularidad de las clases bajas y llegará a cada rincón del planeta. Gracias a ti”. En este momento me siento el revolucionario que siempre quise ser.

Ritual de sangre

Rodrigo Sánchez
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Para los indios Kawreas la aldea en la que se situaban, ubicada en el norte de lo que hoy en día es Perú, era un lugar inmejorable para llevar una vida sana, pacífica y saludable. Tenían para su gusto y antojo una pequeña pero suficiente extensión de tierra que había sido heredada por sus viejos antepasados desde hacía ya dos generaciones.

Pese a su corta posesión territorial, los Kawreas contaban con un espacio bastante nutrido, con abundantes recursos, sin contar con la favorable situación de limitar con las costas del Océano Pacífico, del cual obtenían comestibles a gusto.

La codicia no era una de las cualidades en estos individuos. Su meta era simple: llevar una existencia tranquila, lejos de toda posibilidad de conflicto. Era por eso que habían optado por asentarse precisamente en aquel sitio tan distante de la arrolladora civilización que amenazaba con invadir cualquier ambiente que se creyese libre.

Todos estos datos daban la impresión de que esta tribu era una de las más aburridas y vacías de América. Justamente no pretendían ser lo contrario ni mucho menos. Suponían ser felices de aquel modo tan poco extravagante y simple y, tenían la esperanza de prosperar en el tiempo. Al menos eso creían, pero de ninguna manera sospechaban de los sucesos que comenzarían posteriormente.

Salum, el jefe de esta aldea habitada por unas 150 personas, era un hombre sencillo, de unos 40 años. Su altura era perfectamente proporcional a su peso. Era propietario de un físico y una capacidad atlética que rozaban lo inimaginable.

Había llegado a dicho puesto de poder por medio del voto de palabra de la mayoría de los pobladores, quienes lo eligieron pensando en sus habilidades gimnásticas en segundo orden. Es que sus principales virtudes eran su personalidad y su sabiduría, las cuales le permitían obrar de buena manera en las situaciones que se tornaran dificultosas. Lo cierto es que este personaje comenzó a observar cambios extraños en sus allegados. Particularmente los notó en el grupo de jóvenes-adultos, quienes tenían a cargo la tarea de caza. Estos muchachos, cuyas edades oscilaban entre los 20 y 30 años, acostumbraban a salir de expedición todas las tardes por la selva en busca de jabalíes, ciervos o cualquier otro animal que pudiera servirle de alimento a las mujeres y a los niños de la tribu.

Las sospechas de Salum eran justificadas y se basaban en que aquellos hombres habían empezado a no hablar y a trabajar sin expresar sensación alguna. Rara vez conseguían capturar algún animal, y esto era aún más extraño, puesto que su nivel de eficacia había sido siempre altísimo. Parecían zombis que habían sido hipnotizados por algún fenómeno sobrenatural o maldecidos por un tipo de energía oscura.

Salum decidió consultar al señor más anciano de la tribu: Sempú. Este se apoyó en ciertas leyendas cuyos relatos afirmaban que los duendes eran seres capaces de producir estas terribles alteraciones en el hombre. Pasada la semana, las conductas de los cazadores se volvieron agresivas. Era así, que atacaban a cuanta persona ajena a esa labor se acercase. Hombres, mujeres o niños; no razonaban entre edades y sexos. De vez en cuando advertían su embestida con una especie de alarido que resultaba inentendible.

Ya con esta complicación a cuestas, el tenaz Salum resolvió adentrarse en la selva para seguir a los cazadores con el mayor sigilo posible. Para esta misión escogió la compañía de Sempú, quien también era un amplio conocedor de aquellas irregulares zonas. Tan solo a unos 50 metros de los hombres, el jefe y el anciano pudieron escuchar fuerte y claro la reproducción de una frase que se repetía tanto como se repiten las olas en la orilla del mar. Los cazadores exclamaban una y otra vez: “¡Asereje-ja dejé!”, siempre con la misma potencia y seguridad. Fue allí donde Sempú confirmó sus más escalofriantes temores, ya que aquellas palabras no significaban otra cosa más que: “Alabemos al Dios duende”, según lo decía la legendaria creencia.

Los dos nobles caballeros debían actuar rápido y con precisión. Por el momento, continuaron su marcha por el tortuoso camino plagado de vegetación y otros seres vivos, que los condujo hasta una especie de cascada. Pese a su valentía, tomaron por conveniente refugiarse detrás de unos ásperos arbustos. Desde allí los cazadores, que ya habían detenido su andar, no podrían notar su presencia.

Luego de acomodarse en el improvisado escondite, Salum pudo divisar la hermosura de ese paisaje que se presentaba ante sus ojos. Al mirar de modo más atento creyó ver un objeto similar a un monumento. Quiso acordar con Sempú, hasta ahora pensativo y silencioso, quien sin vacilar un segundo, dijo:

- Pues sí, es efectivamente la estatua de uno de esos milenarios duendes que tan temidos son.

La leyenda explicaba de forma clara los sacrificios que realizaban estos seres con el objetivo de agigantar su presunto poder. Dicho ritual debía hacerse mediante la prestación de los “servicios” de un ser humano. Hasta ahora el grupo de cazadores no había sufrido bajas, pero todo era parte de la etapa de iniciación.

Afortunadamente para los posibles héroes, los duendes eran solamente dos. Se podía apreciar a uno de los más jóvenes del grupo, recostado, casi inconsciente sobre un altar cuidadosamente decorado con piedras y teñido por lo que parecían ser unas viejas manchas de sangre. Los restantes estaban sentados esperando su turno de morir.

Tras pronunciar algunas palabras en un desconocido lenguaje, uno de los duendes alzó bien alto un puñal con su mano derecha dispuesto a dar remate a tan desdichado hombre, mientras que su fiel aliado vigilaba cerca del lago haciendo uso de sus agudos sentidos.

Salum supo que era el momento apropiado para tomar cartas en el asunto y fue así como salió de su escondrijo y se hizo visible, para gran sorpresa de los pequeños malditos. Haciendo honor a sus capacidades físicas innatas, corrió velozmente al encuentro con el hombrecillo que blandía la mortal arma. Sempú arremetió contra el otro que se hallaba indefenso. Por desgracia para este segundo duende, a su ausencia de armamento se le debía sumar su extrema cobardía. En el instante en el que intentó llevar a cabo su huida, el anciano lo sujetó por el cuello con más maña que fuerza, y le sumergió la cabeza en el lago continuo a la ya mencionada cascada. En vano desplegó algunas maniobras aquel sometido, que más que forma de resistencia, resultaron total desesperación. Al cabo de unos segundos, las burbujas ya no sobresalían de la superficie y la agitación del agua había cesado al fin.

Sólo faltaba aniquilar al duende restante. La batalla entre Salum y el malévolo ser, se había vuelto titánica. El enemigo era muy fuerte y el manejo de su arma era formidable.

Salum parecía estar a punto de alcanzar el límite de sus fuerzas. Su cuerpo estaba bañado de sangre producto de las heridas propinadas por el afilado puñal. Corría peligro su vida y por consiguiente, la de toda la tribu Kawrea. Sabía que el fracaso no era una opción viable.

De pronto, en una milésima de lucidez, Salum logró alcanzar e incapacitar la mano de su temible adversario. Rápidamente, en una arriesgada acción, tomó el arma con el brazo que le quedaba libre y la incrustó de lleno en el corazón del infeliz monstruo que, de forma espeluznante, lanzó un grito al cielo que espantó a todas las aves que reposaban en las cercanías.

Los cazadores volvieron en sí, sin saber realmente que era lo que les había ocurrido. Más tarde, el grupo entero emprendió el regreso a la aldea, donde pudieron tomar descanso y relatar a todos los pobladores los detalles más salientes de aquella difícil hazaña.

La Justicia

Agustín Cappa
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Elio era una persona agradable a primera vista, persuasivo y con un carisma encantador. Pero tras esa fachada, se encontraba un ser repugnante. Elio era culpable de múltiples crímenes de la calle 49, un vil estafador con una red de contactos y recursos propia de la mafia más temible del distrito. Sin embargo no pasaba máximos sobresaltos con la justicia, ya que era escudado por las relaciones de poder que mantenía con el alcalde y con el alguacil federal, quienes ayudaban en cuanto a negocios sucios y redituables se les presentara.

Elio portaba siempre trajes italianos, perfumes suaves, raya al costado a pelo mojado y reconocible siempre por su párpado izquierdo caído, sutil para partidas de póker. Dado a su impunidad, sólo se dedicada a vivir la vida disfrutando de sus autos importados e ilegales, y demás bienes. La vida le sonreía. Su cínica y banal preocupación era ese pequeño desorden que encontraba cada mañana en su oficina, desde donde dirigía sus oscuros asuntos.

Sin prestarle atención a estos incidentes, llegó una mañana en donde este pertinente asunto pasó a mayores. Era un día celeste, ya que se jactaría de otro fantástico negocio redondo. Entró al edificio en donde se encontraba su oficina, y percibió un extraño ambiente. Nadie se encontraba allí. Temía por la entrada de un sicario enemigo. Esto le llamó un tanto la atención, pero se despreocupó, fuego a fuego era insuperable. Al llegar a su oficina, quedó impactado e inmóvil, sentado en su silla y ante un extremo desorden se encontraba ella. El espectro se reía sin mirarlo a la cara, reflejándose en el espejo, viendo como las gotas de sudor rodaban por las mejillas de la su cara pálida. ¿Una venganza del más allá?

lunes, 20 de junio de 2011

Luchemos por lo que merecemos

Leandro Recaite
Redacción Periodística
Tecnicatura Superior en Periodismo Deportivo


Luego de los conflictos vividos en la semana trágica, y los problemas que vivían los peones del interior, con respecto al trato que le brindaban los patrones se generó un movimiento de lucha con el fin de lograr que se les respetaran sus derechos.

En la Patagonia, miembros del sindicato de trabajadores, comenzaron a organizarse en busca de una igualdad y para que se cumplieran todos sus derechos como empleados. Por eso Raúl, un veterano empleado de la empresa de carne, decidió convocar una reunión para debatir su situación y los problemas que aquejaban a todos los peones.

Se juntarían en la sede del sindicato y propondrían sus ideas con respecto a los conflictos que se estaban viviendo para evitar lo que había surgido anteriormente en la conocida Semana Trágica. La reunión seria a las 10:00 am, Roberto vocero de los peones seria el que haría la conferencia.

“Compañeros debemos luchar por nuestros derechos, no nos dejaremos pisar la cabeza, como estos ricos sarnosos quieren, ya estamos cansados de tanto abuso. Hoy es el día de comenzar a cambiar el panorama y nuestra situación, hoy lucharemos por lo que nos corresponde.

Amigos, debemos estar todos unidos. No dejaremos que nos sigan perjudicando con sus medidas, debemos hacernos fuertes para evitar que nos maltraten y nos sigan rompiendo el lomo por unos miserables centavos. Hoy seremos nosotros los que modifiquemos las cosas, hoy es el día, el gran día, para romper con estos hijos de puta y sus ideas monopólicas en perjuicio de todos nosotros.

Las cosas no son como las esperábamos ya que las huelgas anteriores fueron para evitar llegar a este punto, pero analizando las cosas no hay más remedio que empezar una huelga revolucionaria, en nombre de todos los peones, todos debemos cooperar para dar un vuelco a esta situación que solo nos perjudica.

Compañeros, hoy es ese día en que romperemos con estos chupa sangre, el día en que los peones se ganarán sus derechos, los derechos que le corresponden. Aquellos que los ricos nos han robado, hoy lucharemos no solo por nosotros sino por los que vendrán y para que ellos no deban pasar por estos actos de injusticia a los que nos someten. Si ni para comer tenemos, cada vez somos más pobres.

Discurso

Marcos Nicolás Tranquilini
Redacción Periodística
Tecnicatura Superior en Periodismo Deportivo


“Queridos compañeros estamos aquí reunidos debido a las circunstancias que se presentaron en este último tiempo, que condicionaron nuestro obrar y nos obliga a realizar un exhaustivo análisis, de las condiciones financieras y administrativas existentes.
Las condiciones laborales en las que estamos trabajando son nefastas, como a su vez el salario recibido y el tiempo de trabajo, compañeros. Es por ello que dados estos condicionamientos, es nuestro deber como dirigencia, cumplir con nuestro rol esencial en la formación de las directivas de desarrollo para el futuro.
Asimismo el aumento constante en cantidad y en extensión de nuestra actividad, exige la precisión y la determinación del sistema de participación general. Por ello, tenemos que unificarnos todos en esta protesta y realizar una huelga pacífica para defender nuestros derechos.
Por otra parte, los medios que escriben desde la capital informan que estamos haciendo destrozos por todo el sur y eso es una gran mentira, no cometamos actos vandálicos, simplemente unámonos en pos del progreso de cada uno de los integrantes de este sindicato.
Sin embargo, no hemos de olvidar que fueron ellos quienes a través del gobierno nos mandan a reprimir, lamentando muchísimos compañeros heridos, y no vamos a permitir que sigan con esta masacre, pero tampoco vamos a darles lugar para que nos sigan explotando.
La única manera de lograrlo es estando juntos, apoyándonos y declarando la huelga general en todos los ambientes de trabajo, cualquiera fuese la labor realizada. La situación de los arrieros, ovejeros y peones de las estancias es penosa y esta ajena a todo amparo, si no nos movilizamos en conjuntos.
Los compañeros trabajan de 12 a 16 hs. diarias, con salarios ínfimos y muchas veces pagados en documentos o en moneda extranjera con fuerte deterioro al hacerlos efectivos, y no lo vamos a permitir, exigiremos a las autoridades que no se los haga vivir como animales, donde hay 6 u 7 hombres en habitaciones de 2 x 2, que el día sábado sea libre y que la comida sea digna.
Incluso bien pudiéramos atrevernos a sugerir que un relanzamiento especifico de todos los sectores implicados, habrá de significar un autentico y eficaz punto de partida, de las básicas premisas adoptadas. No pedimos más que solamente lo básico e indispensable para realizar nuestros trabajos dignamente.
Por último compañeros, les queremos asegurar, que desde nuestra posición no daremos el brazo a torcer hasta más no poder conseguir los objetivos planteados en esta reunión, para lograr las condiciones básicas de trabajo, para que nuestros compañeros se restituyan a su labor, pero esta vez, dignamente”.

Aguafuerte

José Álvarez
Redacción Periodística
Tecnicatura Superior en Periodismo Deportivo


Antes de ingresar a la Facultad, cuando recién me había inscripto, una amiga que estaba a punto de recibirse me preguntó:
- “¿Pensás Militar?
- ¿Dónde? - Le contesté extrañado.
- En la Facu- me Respondió, como quien habla de lo más obvio del mundo.
- ¿Cómo voy a saber que voy a miliar si no conozco a las agrupaciones? - pregunté, como quien pregunta lo más obvio del mundo.
- Ya vas a entender, respondió, finalizando la charla con ese maldito tono que distancia a quien sabe de qué habla del que no.
Al mes de cursada, ya sabía de qué hablaba, o al menos creía saberlo, ya que casi automáticamente pude distinguir y agrupar a dos tipos de militantes: el comprometido, y el de cotillón y/o levante.
Al primero no me queda más que respetarlo. Más allá de que considere que es imposible que una persona se vea representada por ideales teorizados por algún personaje que murió hace décadas, al menos buscan algo y luchan por eso, dedicándole tiempo y esfuerzo físico y mental.
Al segundo no me queda más que despreciarlo desde lo más profundo de mi observadora y oscura alma. Pequeño gilastrún que se hace pasar por alguien que no es, llegando al punto de leer cosas que no le interesan, de hablar de temas de los que no tiene opinión y sólo repite el folletaje, de ponerle el pecho y enarbolar banderas de las que en algunos años olvidará el color, con el único objeto, y objetivo, de mirarle el culo a la petisita que camina adelante, con remera partidaria y shorcitos rotos, o de hacerle el amigo a esa tremenda morocha que después termina yéndose adormir con cualquier otro gilastrún.
Y lo peor de todo es que estos personajuchos se convencen a si mismos de lo valioso y honorable de su lucha. Y discuten con los gilastrunes de los otros partidos, y hasta son capaces de llegar a las manos por cuestiones políticas, cuando en realidad mientras discuten miran de reojo hasta confirmar que la colorada tetona los está mirando.
“Lástima no se le tiene a nadie, viejo” dijo alguna vez Diego Maradona. Qué quieren que haga, a mí estos pibes me dan lástima. Perdóname Diego.

Aguafuerte

Héctor Escobar
Redacción Periodística
Tecnicatura Superior en Periodismo Deportivo


Las horas que uno pasa dentro de la Facultad de Periodismo alcanzan para definir el denominador común en todos los estudiantes. ¿Será así en todas las facultades?
Realmente la preparación previa es fabulosa, impecable, y ellos se encargan de confirmarlo en las clases.

Se observa de manera derramada las ganas, el entusiasmo, la predisposición, la fortaleza y la vocación por estudiar periodismo, ser comunicador.

¡Uno los viera…! Impresiona como todos, sin excluir a ninguno, llegan a las aulas con los textos leídos, y no sólo una vez. Algunos compañeros me han confesado haber leído un texto hasta cinco veces, porque lo mínimo para entender el texto son dos oportunidades.

¡Y las clase teóricas! Siempre es imposible para los profesores, muchas veces se quedaron con temas sin discutir porque es tanta la participación de los alumnos, los comentarios y el debate que se genera, que el tiempo no alcanza. La hora se va y se va. Tal vez habría que hablar un poco menos en clase.

¡Y hablando de tiempo! En esta Facultad los celulares y relojes no existen. Ningún futuro periodista espera, mira, o en el caso, pregunta por la hora para retirarse vaya uno a saber dónde.

Otro factor a destacar es el respeto por el personal que trabaja dentro del edificio, sobre todo por esos vagos que se ocupan de la limpieza. Son vagos, atorrantes! Nunca tienen que limpiar nada o, mejor dicho, muy poco. Los que deberían limpiar, claro, como no hay que hacer, se la pasan con la pava siempre con la temperatura justa. Así está este país!

Pero por suerte me rodeo de estudiantes, de compañeros, para aplaudir. Uno se siente feliz, cómodo, como en su casa con allegados y colegas así.

¡Uno los Viera! Ojala en otras Facultades la esencia sea la de esta institución. Ojala Doña Rosa estuviera sentada en uno de estos bancos impecables, sin logotipos ni escrituras, para entender que la idiosincrasia argentina también estudia periodismo. ¡Ojalá!

Discurso

Leandro Alegre
Redacción Periodística
Tecnicatura Superior en Periodismo Deportivo


Queridos compañeros:

Me dirijo a ustedes para que reflexionemos acerca de nuestros derechos como trabajadores. Lo que voy a pedir es simplemente lo que un ser humano se merece si pretendemos vivir en paz y en una sociedad civilizada. Tenemos que ser claros en el rol que va ocupar cada uno, para un futuro mejor, para que nuestros hijos crezcan en una sociedad más justa e igualitaria para todas las clases.

No podemos seguir siendo dominados merced de nuestros patrones quienes nos tratan como un trapo de piso, nos explotan doce horas diarias por una miseria de salario. Si seguimos soportando las reglas que ellos nos imponen nunca vamos a poder progresar. Se nos hará cada vez más difícil encontrar motivación y dedicación en nuestro compromiso con nuestro trabajo si no podemos a aspirar a una mejor situación económica.

Nosotros tenemos familia y hay que mantenerla. Por ellos y por nosotros creamos este sindicato de trabajadores y les haremos saber a los amos de este juego cuales son nuestros derechos.

Vamos a pedir que los letreros dejen de estar escritos en ingles y los pongan en castellano. Vamos a pedir que nos aumenten el sueldo y por menos horas de trabajo. Vamos a pedir que no nos discriminen y que no haya diferencias entre los que nacimos en argentina y los que venimos del extranjero.

Sabemos que ellos no nos escucharán porque para ellos somos simples esclavos, pero quédense tranquilos, compañeros, que ya hemos previsto la solución a este problema.
En caso de que no se cumpla con nuestro petitorio haremos una huelga de trabajadores. Pueden ser diez, quince días o meses pero no nos rendiremos hasta que se cumpla esta ley y ahí sí volveremos a nuestros puestos de trabajo con la eficiencia y compromiso que nos ha caracterizado hasta este momento de nuestras vidas.

Siempre en el mar

Victoria Belinche
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Desde niña, Abigaíl Monte se sintió fascinada por el mar, la arena y el viento de la costa. Al cumplir diez años, tras la separación de sus padres, tuvo que tomar una decisión muy difícil: dónde vivir. Su padre, biólogo marino, seguiría viviendo en la costa argentina por su apasionante profesión, motivo por el cual su madre había decidido volver a su ciudad natal.

La profunda obsesión del señor Monte respecto a su trabajo había provocado descuidos en la relación con su mujer, la cual luego de varias discusiones decidió marcharse a La Plata y retomar su labor de maestra allí.

Abigaíl amaba a sus padres profundamente y en igual medida, pero su pasión por la vida marina la retuvo junto a su padre. Su madre respetó la decisión aunque esto le provocó un gran dolor al imaginar cuánto extrañaría a su niña. A pesar de este hecho, como el señor Monte nunca había descuidado a Abigaíl, apoyó a su hija en ello.

Tras seis meses de la partida de la ex señora de Monte, la niña aceptó con mucho coraje la idea de ir a visitar a su madre que tanto extrañaba. Luego de una semana, había llegado el día del viaje.

Antes de partir, Abigaíl tomó una larga caminata por la costa a pesar del frío que provocaba el viento y la baja temperatura del agua. Se quitó el calzado y comenzó a caminar enterrando uno a uno los pequeños dedos de sus pies en la arena mientras caían de sus enormes ojos lágrimas de la pronta nostalgia que sentiría. Su padre, forzándose para no llorar la despidió en la terminal con un fuerte abrazo.

Abigaíl y su mamá tuvieron un gran encuentro, aunque en todo momento de su estadía en la ciudad no dejó de pensar en el mar. Los edificios para ella eran los médanos, el ruidoso tráfico era el suave sonido del viento costero y la gente amontonada moviéndose de un lado al otro podía pensarlas como las olas del mar en aquellos días de tormenta.

El descubrimiento del gaucho

Matías Mybourgh
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


El texto de José Hernández, relata en forma de poema la vida del gaucho Martín Fierro, en un contexto en el cual éstos eran subestimados por el poder de turno. “¿Quién aguanta aquel infierno?/ y eso es servir al gobierno/ a mí no me gusta el cómo”, proclama un fragmento de las obra de Hernández, denunciando así claramente la falta de atención y la utilización y el aprovechamiento que sufría este sector por parte de las autoridades.

A lo largo del relato, se justifican las diferentes prácticas que Fierro fue adquiriendo en su travesía hacia la frontera, donde tuvo que enfrentarse con los indios. También el autor cuenta la serie de injusticias de la que fue víctima. “Yo primero sembré trigo y después hice un corral, / corté adobe pa un tapial, hice un quincho corté paja… / ¡La pucha que se trabaja / sin que larguen ni un rial!”

Las condiciones de los gauchos en ese contexto eran insalubres: había escasez de comida, de armas y, sobre todo, de dinero.

Las vivencias y sentimientos atravesados por Martín Fierro generaron que éste, que antes era “manso”, se volviera gaucho matrero.

Los gauchos eran explotados; no tenían derecho a tener tierras ya que éstas les eran expropiadas y en muchos casos eran obligados a votar a favor del poder de turno.

Martín Fierro, asimismo, reflexiona y toma una posición concreta: “Yo he sido manso, primero/ y seré gaucho matrero/ en mi mal tal profundo; / nací y me he criao en estancia,/pero yo conozco el mundo”. Esta frase da muestra de la única opción posible para poder vivir de manera digna y considerada.

El personaje se encuentra en una disyuntiva: o ser empleado del gobierno y vivir en condiciones precarias, o salir a matar para ganarse el respeto propio.

Fierro es perseguido por la policía, mientras fiel a su espíritu nómade sigue yendo de un pago a otro. “Y al campo me iba solito,/ más matrero que el venao”, expresaba el protagonista de la obra de Hernández. Además, en cada vivencia resaltaba que ya tenía conocimiento del mundo y mostraba menos arrepentimiento frente al hecho de haberse hecho matrero.

Este proceso no solamente lo vivió Martín Fierro: su amigo Cruz también fue víctima del poder de turno, al no tener otra opción que transformarse en policía.

Se puede ver en la obra que el gaucho Marín Fierro siempre fue conciente de lo que le estaba sucediendo. En este relato, José Hernández cuenta las desigualdad y la opresión que sufrían los gauchos. Por ende, la única salida que tenía Fierro para reivindicar su imagen era la de transitar la llanura en soledad buscando reafirmar su identidad: la del gaucho argentino.

Hernández deja en claro esto en los últimos versos de “La ida”, en la voz de Fierro: “Pero ponga su esperanza en el Dios que lo formó;/ y aquí me despido yo,/ que he relatao a mi modo/ males que conocen todos/ pero que naides contó”.

Sin cielo

Martín Sanzano
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Medio despierto y medio soñando me di cuenta que la música directamente proyectada a mis oídos a través de los auriculares, estaba demasiado alta. Cuando logré despegar los ojos, corrí la cortina y miré ansiosamente el paisaje. Las vacas iban apareciendo y el tránsito se hacía cada vez más denso. Desde uno de los autos que se animaron a pasar a la oruga gigante de dos pisos, que es lo que parecía el colectivo de larga distancia que me llevaba hacía varias horas rumbo a mi destino, una nena con cara de malcriada se atrevió a sacarme la lengua. Si mamá la hubiera visto de seguro habría dicho “a esa borrega le faltan modales, y ya no se enseñan de esos en la gran ciudad”. Yo, por mi parte, me reí. Sentí que iba a tener que empezar a acostumbrarme a esos gestos.

Bajé el volumen unos cuantos niveles y volví a cerrar los ojos. Una escala en un pueblo fantasma me volvió a despertar y pude darme cuenta que el sol ya se había escondido. Miré el reloj que me regaló papá antes de subirme al colectivo y que me indicó que sólo veinticinco minutos de recorrido me separaban de la llegada. Esta noticia me pegó de lleno en el estómago. Era hambre, pero también era incertidumbre.

Saqué el mate del bolso y encontré un pequeño sobre bajo la tapa del termo de acero. La abuela me había escondido un billete de cien pesos. Los agarré, los miré con alegría y me los guardé en la billetera. “Gracias abuela”, ensayé para mis adentros, y recordé sus lágrimas al darme el último abrazo antes de salir.

Mateando y pensando quise sellar esa espera, ese instante de traslado en donde no se está ni en un lado ni en el otro, ni en su casa tranquilo alrededor de los suyos, ni en la gran ciudad llena de extraños y riesgos por vivir, con una canción. Busqué la ubicación del tema en el reproductor pero antes de poder darle play, las luces del micro se encendieron y todos comenzaron a levantarse y a agolparse contra la puerta de salida. Sus rostros denotaban el hastío, la hacinación y la desconfianza, de la que tanto me habían hablado mis hermanos, de la gente que pisaba, aunque sea un momento, el duro cemento de la ciudad. Esperé a que todos bajaran y salí último. El ruido de otros micros estacionados y el penetrante hedor del agrupamiento de gente, no fueron la mejor primera impresión. Menos aún lo fue la falta de cordialidad y respeto de las decenas de personas que reclamaban sus bolsos de viaje en el valijero. Fiel a mis principios, esperé a que el último histérico se retirara para ir por mis cosas. Aunque me lo pidió de muy mala manera, le dejé unas monedas al chico que se encargó de alcanzármelas.

Cuando enfilé para el lado de la parada de taxis, miré un rato para el cielo y ahí comprendí todo. Las estrellas ya no estaban, sólo luces y más luces artificiales erigidas en el firmamento. No se veía, tampoco, el horizonte. Los autos y edificios lo ocultaban con mucho oficio. Las montañas no existían, pero las estructuras del hombre rascaban los cielos burlándose de todo lo que yo conocía. Ese lugar no era el mío, eso era seguro. Pero mi destino era ese, y debía asumirlo. “¡Taxi!”, grité, y ya me sentí parte de esa gente hastiada, hacinada y sin confianza.

El ser nacional y las calles del arte

Marianela Agustina Rossi
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Asistimos a un escenario nacional que amalgama diversidad de acontecimientos políticos, a través diferentes prácticas artísticas, sociales y culturales.

En este contexto, la mirada puesta en el ser nacional debe hacer foco en los movimientos artísticos, entendiendo la utilización del arte como una herramienta dentro de la participación política, bajo la perspectiva de transformación de la realidad.

Un ejemplo del uso del arte -no como un arte-en-si, sino como una construcción significativa de expresión y acción- es el que ponen en juego las agrupaciones por la defensa de los Derechos Humanos, que intentan alcanzar sus objetivos desde una producción de sentido que ronda con lo artístico: grafitis, pintadas de figuras y murales, actos en el espacio público. También se refleja en el incentivo que han logrado para ciertas producciones literarias, artísticas y audiovisuales que sirven como medio de reconocimiento social (por ejemplo, Televisión y Teatro por la Identidad).

Las producciones que realizan estas agrupaciones permiten crear un espacio en el que los sujetos se sientan interpelados cotidianamente, a través de la identificación colectiva con un concepto en común: los derechos. Este tipo de agrupaciones y sus prácticas culturales son, entonces, aquellas que engloban ese sentimiento del ser nacional. Y no sólo son un tejido que los une física e ideológicamente, hay una unión cultural que les otorga una identidad.

Cada vez son más las personas que adhieren a un movimiento de índole política, social o cultural. Hoy en día, el sentido de lo colectivo y de lo público y su defensa sigue siendo el objetivo en común, pero el abanico de espacios a través de los cuales esto se lleva a cabo es múltiple. Y también lo son sus resultados. Por esto, los movimientos que apuntan al arte para llevar a cabo su militancia adhieren rápidamente a su socialización.

La cuestión es pensar qué otras cosas se pueden provocar a través del arte, para que este ser nacional sea cada vez más inclusivo.

Periodista desaparecido

Ezequiel Giménez
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Mucho frío. Y un viento que hacía lagrimear al más rudo. Así eran los días en la Patagonia. En ese sur que durante mucho tiempo había permanecido inhóspito, vivía Germán Villegas.

Periodista destacado de la región, nació, se crió y estudió en Salamanca, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Cruz. Desde que recibió su título de Comunicador en Río Gallegos, no tuvo demasiado para escribir, por eso creyó necesario realizar un viaje hacia cualquier punto del país. De esa manera, tendría material e información para poder avanzar con su primer libro.

Sin pensarlo demasiado, tomó algunas prendas del ropero, armó el bolso y buscó su grabadora. Después de desayunar, cerró la puerta y subió al auto, un Fiat 147 que había comprado en una subasta con su primer sueldo. Pero, ¿a dónde iría? No lo había decidido. Tampoco tenía mucho dinero encima.

-¡Ya fue! - exclamó-. Voy bordeando la costa y veo hasta dónde llego.

Al principio, viajar solo no presentó ningún obstáculo, pero la radio no funcionaba y ese sí sería un problema en algún momento.

El paisaje era deslumbrante. La calma del océano. Las olas que rompían contra los acantilados y el canto de las gaviotas que entraban y salían del agua en busca de peces. Los asombrosos colores que se formaban por sobre las nubes a medida que el sol se escondía, brindaban una apaciguada sensación de tranquilidad. Aunque Germán se había acostumbrado a verlo todos los días, el panorama no lo desanimaba.

Caía la noche y el frío se hacía presente. Sin embargo, el auto comenzaba a levantar temperatura. Era imprescindible encontrar una estación de servicio y parar por unas horas.

Unos kilómetros más adelante, observó unas luces que provenían de un pequeño rancho. Se detuvo sobre la entrada y lejos de la ruta, por su seguridad. Al bajar, notó una gran nube de vapor saliendo el radiador. Se acercó a la tranquera y golpeó sus manos heladas en busca de ayuda. A lo lejos, distinguió la silueta de una persona en la ventana y el ruido de unas llaves girando en la cerradura. Un anciano de unos setenta años, bastante encorvado en su postura, se acercó hasta donde se encontraba Germán.

-¿Quién está molestando a esta hora? -preguntó con voz ronca.

-Necesito ayuda con el auto, don. ¿Podría ayudarme?

El viejo campesino se arrimó un poco más y dejó abierta la tranquera. Germán entró.

-¡Es muy amable! -agradeció casi gritando por los ladridos de los perros.

La cara del viejo estaba muy arrugada y su nariz puntiaguda apuntaba hacia abajo. Tenía una mirada un tanto extraña.

-Quédese por aquí -indicó el anciano-. Ya traigo lo que necesita.

Germán, como todo periodista, sintió curiosidad y decidió seguirlo. Detrás de la casa había un enorme galpón. La puerta se encontraba entreabierta. El sureño entró sin encontrar señal alguna del anciano y terrible fue su sorpresa al prender el encendedor para iluminar el lugar.

Decenas de ganchos colgaban del techo del galpón como si fuera un frigorífico. Pero allí no había animales sino personas. Enteras, mutiladas, partes de brazos y piernas. Una escena horripilante. La sangre chorreaba y bañaba el suelo, transformando la tierra en barro. Germán permaneció inmóvil, sin palabras. Se sintió desganado y cayó desmayado.

Al otro día, el diario de Salamanca horrorizó a todo el pueblo con la noticia de la desaparición de su más brillante periodista. Nadie sabría nada más de él.

La huella de una estrella

Alan Bustamante
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Sin duda muchos personajes podrían estar en el lugar del “Ser Nacional”, ya sea por su presencia, historia, decisiones, momentos, actitudes; o por el simple hecho de haber quedado en los libro de la historia Argentina. Podrían ser desde personajes como Mariano Moreno, Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, hasta un deportista como Diego Armando Maradona, pero en esta ocasión el galardonado es Ernesto “Che” Guevara.

Como aclaré en un comienzo, tranquilamente podría haber sido elegido cualquiera de los mencionados. Pero de lo que no quedan dudas, es que este emblemático personaje ha luchado hasta el final por lo que creía que era lo mejor.

Ernesto Guevara, en medio de una travesía por Latinoamérica comenzó a tomar partido y postura de todo lo que veía y sucedía en su camino. Al verse inmerso él y distintas sociedades latinas en un marco donde eran totalmente perjudicados, decidió no callar y poner su vida al servicio de su causa.

Mas allá de que son muchos los personajes argentinos importantes a lo largo de su historia, fue Guevara el que nunca renunció a sus ideales y su lucha hasta las peores circunstancias sin importarle dejar la vida en ella; priorizando un cambio para los países afectados por un sistema capitalista que no dejaba de dar pasos agigantados en esas tierras.

Puede decirse entonces que el “Che” ha dejado su huella profundamente marcada. Podrá ser cuestionado por su forma de llevar a cabo sus ideales pero nunca por dar un ejemplo de desgano y resignación de sus sueños; dejando bien en claro que todo es posible, siempre y cuando se esté convencido de lo que se quiere y no se abandone la causa.

jueves, 16 de junio de 2011

Mandarina

Maria Eugenia Flammini
Taller de Producción y Comprensión de Textos I


Sonó el timbre. Atropellándose por los pasillos corrieron ciento de niños hacia la libertad del patio. La bandera flameaba aburrida en el mástil. Los varones del 6° año “A” rodearon el suelo en que habían armado, desde principio de año, su cancha para jugar a la bolita. Bajo los flequillos transpirados y revueltos, sus ojos brillaban y se buscaban unos a otros, con la emoción de saberse cómplices de un plan que sólo ellos conocían. “Mañana cuando la vieja se va para la feria le tiramos el veneno en el jardín”, cuchicheó Manuel a su grupo de compañeros. Junto a Nacho eran los principales instigadores de la venganza que “los campeones rojinegros” planeaban contra Doña Mecha, vecina lindera del campito, sede oficial de los partidos de fútbol, más apasionados y concurridos del barrio.
La anciana, solterona de mal carácter, incautaba sin piedad cada balón que pasaba los límites de su frontera de ligustros y rara vez devolvía el tesoro después de dos o tres días de insistencia. Cada partido frustrado generaba en los pequeños jugadores esa rabia contenida que en caliente sustenta a la venganza.
La mujer, sin embargo, no se quejaba demasiado. Los enfurecidos pero suplicantes niños que rogaban por su pelota eran, casi, su único trato humano, y aun cuando esta relación le valiera insultos y el mote de ”la vieja” era mejor que el aplastante silencio de la soledad. Dos perros callejeros y un gato también la visitaban cuando tenían hambre, y si el calor agobiaba se dormían una siesta en su frondoso jardín, lleno de rosas, helechos y alegrías del hogar de muchísimos colores, que Doña Mecha cuidaba minuciosamente y con esmero.
Era viernes, último recreo, el sol pegaba de lleno en los baldosines del patio escolar. “Esta tarde, en el campito, juntamos la plata. El gordo, el peti y el Marian van a la ferretería”. Manuel organizaba los preparativos de la venganza con la misma pasión con que apuntaba al hoyo su mejor bolón lechero. “Nos vemos a las cuatro. No se olviden de la guita”.
Contra la reja despintada del portoncito, un gato enorme y anaranjado se refregaba y ronroneaba en señal de hambre. Era uno de los “huérfanos” a los que Doña Mecha alimentaba todos los mediodías, con las sobras de un almuerzo escueto y un poco de leche que compraba especialmente para sus mascotas ocasionales. “Qué lindo minino, qué lindo minino”, decía Mecha con ternura agachándose con dificultad para acariciar al animalito.
A las cuatro y media de la tarde, el equipo de “los campeones” se había completado. Como todavía hacía mucho calor para el partidito decidieron resolver los últimos detalles de la venganza y juntar los fondos para llevarla a cabo. El gordo traería, en un bidón que tenía su papá en el garaje, todo el herbicida que pudieran comprar con los ahorros hechos a costa de las monedas para el recreo y de alguna tía generosa que regalaba unos pesos. El fabuloso jardín de Doña Mecha, era el destinatario directo de sus maliciosos planes.
-“¡Eh gordo! ¿Le preguntaste a tu viejo como se prepara el mata yuyo ese que vamos a comprar?-preguntó Nacho.- ¡a ver si nos sale mal por tu culpa !
-Vos déjame a mí. ¡Qué te crees, que soy tarado?-Se fastidió Luís. - ¡ya va ver esa vieja roba pelotas!
- Tenemos que estar temprano, a eso de las nueve cuando sale la vieja a comprar. Y hacerlo rápido- ordeno Manuel - si nos ven y nuestros viejos se enteran se pudre todo, y ahí sí que no salimos nunca más.
Quedaron un rato en silencio, pensando en las posibles consecuencias de su malévola empresa. El enorme gato anaranjado se acomodó entre las piernas de los chicos reclamando una caricia. “hola mandarina” le dijo Manuel con dulzura. El colo, un pelirrojo tímido de ojos transparentes, ofreció con su mano en cuenco los restos de una oblea que el gato lamió con gran gusto. “¿te gusta, eh?, estas gordo mandarina”.se rió.
-Che, ¿pateamos un rato?- invitó Javier- mi vieja quiere que vuelva temprano para hacer los mandados.
-Dale.
El sábado amaneció resplandeciente. A las nueve de la mañana la pequeña tropa estaba en la esquina: Manuel, Nacho, el peti, el gordo, Lauti, Marian, Javier, y el colo. Fue Lauti el elegido para verificar que “la vieja”, ya no estuviera en casa. Se acercó hasta el portoncito y toco timbre. Los demás, con las manos húmedas de los nervios, espiaban desde la vereda de enfrente, preparados para huir si fuera necesario.
Al fin. Todo listo. Lauti les hizo seña agitando la mano en el aire. Cruzaron corriendo y se acomodaron en el paredón de la casa de Doña Mecha. Mientras, Marian y el gordo rociaban el mortífero líquido sobre las raíces de las mejores plantas.
Esa tarde, tuvieron un gran partido. Antes de volver a casa quedaron en encontrarse al otro día después de almorzar. Todos juntos disfrutarían los resultados de su vengativa hazaña.
A las tres de la tarde del domingo el sol castigaba sin compasión. Sentados en el cordón a la sombra de los fresnos miraban su obra. El jardín devastado, no les provocó toda la alegría que habían imaginado.
Se abrió la puerta de la casa y Doña Mecha salió pesadamente. Se veía vencida. Traía en la mano una bolsa. Los pequeños vengadores, miraron intrigados.
-“Mirá”-susurró Manuel-.la vieja está llorando.
-Sí, al final me da un poco de lastima- susurró el colo.
-Y bueno, la vieja se lo buscó- intento justificarse Nacho.
-Más vale- aprobó el gordo.
La mujer, visiblemente angustiada, corrió un helecho mustio. Detrás de la mata, hasta ayer resplandeciente, los chicos divisaron el gran bulto peludo que yacía en la tierra. Se quedaron en silencio. Doña Mecha metió en la bolsa con gran esfuerzo al enorme gato anaranjado
-¡Es mandarina! gritó el gordo!- ¡matamos a mandarina¡ Y salió corriendo.
El grupo de “los campeones” se dispersó hacia las esquinas con las almitas estrujadas. Manuel quedó solo, sentado en la vereda, abrazando las piernas y con la frente apoyada en las rodillas. Las lágrimas rodaban por su short rojinegro.
“Pobre mandarina, pobre mandarina”. Lloraba.

Un susto imposible de olvidar

María del Rosario Castagnet
Taller de Producción y Comprensión de Textos I


Un día de Noviembre un grupo de cinco chicos, de alrededor de 18 años, decidieron hacer ese día un campamento en el Parque Pereyra.

Cada uno de ellos eran muy aventureros, al conseguir las conseguir las carpas y hacer un pequeño bolso con las cosas necesarias partieron para allí.

La idea era recorrer el parque y encontrar un árbol que, según cuentan, brilla de noche. Pasaban las horas y los chicos montados cada uno en su bicicleta preguntaban si alguien había visto o sabía sobre la existencia de ese árbol. Por eso al caer la tarde encontraron un buen lugar para poder acampar y pasar la noche.

Una vez que las carpas ya estaban hechas y el fuego prendido para poder cenar algo Gabriel, el mayor de todos y el más alocado del grupo propuso contar historias de terror. Interiormente a ningunote gustó la idea pero aceptaron sin saber que Gabriel se traía algo en manos.

- Cuentan que hace tiempo hay crímenes que se cometen en este parque…- comenzó a narrar conteniendo la risa. Y siguió: “Nunca se pudieron resolver pero las malas lenguas dicen que hay un hombre que vive aquí rodeado de perros y que perdió la cabeza cuando lo abandonaron de chico en el árbol de la entrada de aquí. Algunos cuentan que toma demasiado alcohol y pierde el control de la situación.; otros dicen que le encanta drogarse con lo que tenga en mano; y el resto dice que sólo lo hace por diversión en venganza a quienes se atreven a invadir su espacio.

En ese instante, se escuchó un ladrido de un perro y pasos que se acercaban cada vez más y más rápido.

Todos los chicos se levantaron del suelo y agarraron lo primero que tenían cerca para poder defenderse. Pero el susto se lo dieron igual porque, por detrás de ellos, salieron entre los árboles varios hombres con máscaras gritando. Hombres que al sacarse el adorno de las caras terminaron siendo el resto del grupo que aviso que no podían ir porque “tenían que hacer algo importante”.

La casa

Maria Eugenia Flammini
Taller de Producción y Comprensión de Textos I


Buscaba una buena razón, en su razón, para explicarse por qué esa casa de enormes ventanas y melancólico aspecto, le inspiraba una sensación extraña, tan parecida al miedo.

Se decidió, por fin, una mañana. Tantas veces había pasado por delante de aquella casa y nunca se había detenido a contemplarla. Esa mañana se enfrentaría a su irracionalidad.

Caminó como si se tratara de un paseo, hasta el portón de chapa. Se detuvo de golpe y observó. El patio que seguía a las rejas era una enorme masa verde. Recordó entonces, que esos árboles frondosos daban flores bellísimas al llegar la primavera que duraban hasta entrado el otoño. "Qué locura". Pensó, "esto es ¡tan hermoso!”...

De repente, las ventanas, como oscuros ojos cuadrados, la inquietaron. Buscó entonces el detalle de la puerta con su madera tallada y su gran picaporte lustrado. Sus manos se humedecieron y su respiración se hizo más profunda.

El sendero de piedras que llegaba, como una lengua, desde la casa hasta el portón, le recordó a una serpiente, y un frío le recorrió la espalda, hasta la cabeza, los ojos, la boca que se amargó.

Giró bruscamente y apuró el paso, casi corrió hasta la esquina.
"Mañana", pensó. "Mañana, sí".

domingo, 12 de junio de 2011

Un mundo para todos los mundos

Rocío Díaz
Taller de Comprensión y Producción de Textos II



Muchas veces se oye decir que la historia se repite de manera cíclica. En ocasiones, se intenta esquivar esa idea y se busca una superadora. Pero, ¿cuán falsa es dicha afirmación? Sin ir muy lejos, desde la Revolución de Mayo –y desde antes también- está instaurada la errónea división entre civilización y barbarie que se resignifica una y otra vez con el paso del tiempo.
Hace dos siglos, condenaron como “bárbaros” a los pueblos de estas tierras por tener distintas costumbres. Eran clasificados como inferiores, atrasados e incluso como primitivos, sólo por vivir de manera diferente: de la naturaleza y con hábitos y creencias propias. Mientras, desde Europa llegaron para quedarse los “civilizados”, quienes llevaban en su sangre la idea de Progreso, de la mano con el interminable desarrollo de las ciudades en conjunto con el glorioso comercio.
Ahora bien, esta polarización que reivindica a unos y excluye a otros, continúa vigente de una forma un tanto más oculta. Por un lado, los marginados y las clases bajas, y por el otro, el resto: las clases media y alta.
¿Qué es lo que hace a esta división? La primera respuesta, podría ser la condición económica de cada uno que conlleva a poder acceder o no, a elegir qué hacer y cómo ser. Aunque suene crudo, la libertad de hoy es regulada por el comercio, es decir, por la cantidad de capital. De manera proporcional, quienes más tienen, h mayores opciones encuentran. En contraposición, aquellos con escasos recursos ven reducidas sus posibles ofertas de supervivencia.
En este sentido, hay ejemplos desde lo cotidiano, como la vestimenta, hasta lo más profundo, como el hecho de acceder a estudios universitarios y poder sostener una carrera.
“La historia transcurre de manera cíclica”. ¿Por qué? ¿Quién construye la historia? ¿Acaso no son los hombres? Y los hombres, ¿no son todos iguales? ¿Quién hace las diferencias?
Las palabras progreso, armonía y estabilidad dan vueltas y no llegan a concretarse por estas pequeñas cosas que separan a cada hombre de otro. No habrá paz si nos creemos distintos. Al fin y al cabo, la alternativa es construir un mundo en donde quepan todos los mundos y tengan el mismo valor.

Un odio ciego

Ramiro Sarmiento
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


El partido terminaba. Estudiantes ganaba el clásico platense 2 a 0 sin merecerlo. Durante todo el partido gimnasia había sido superior, teniendo el dominio del esférico y jugando un verdadero fútbol. Esto último, característica principal de su técnico, Ángel Cappa.
Al finalizar el encuentro, realizado en el espectacular Estadio Único de La Plata, el entrenador tripero criticó duramente el juego pincharrata en una entrevista emitida a todo el país. Justamente, las declaraciones fueron visas por un grupo religiosamente fanático del Pincha, que no pudo aguantar una sola palabra más de Cappa en contra del equipo de sus amores.
Rápidamente y casi sin pensarlo, uno de los hinchas expresó la idea de ir a buscarlo, mientras sacaba un arma del primer cajón de un mueble pequeño de su habitación. De forma inmediata pensó que no sería una acción afortunada para él, ya que tenía anteriormente una causa por otro crimen. Héctor, así se llamaba este muchacho, volvió al comedor de su casa, donde estaba mirando la televisión con sus amigos. Llamó al más fiel de ellos, y le contó su plan y le indicó por dónde saldría del estadio la futura víctima del asesinato.
Tan enojado como el mismísimo Héctor, Juan tomó el revólver y salió a buscar al polémico técnico del equipo Mens Sana. Llegó hasta la intersección de la calle 25 y 526, metiéndose y mimetizándose con el público de gimnasia, el único que había podido asistir al encuentro.
Allí esperó un tiempo, treinta minutos aproximadamente. Ssus nervios eran tales que temblaba de pies a cabeza, pero estaba ciego por la ira. Quería estar seguro que esa odiosa persona estuviera muerta.
Mientras pensaba esas cosas, pasó un auto con vidrios totalmente polarizados y con una de sus ventanillas bajas. Juan logró ver a Cappa que manejaba el automóvil, tal como se lo había dicho su cómplice y amigo.
Automáticamente, el joven sacó el arma, corrió hacia el vehículo y, gritándole, le disparó en la cabeza. Después de hacerlo, sólo atinó a correr desesperado, pero sin sentir arrepentimiento ni culpa por haberle puesto fin a una vida humana.

Liberar para sobrevivir

Agustín Secreti
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Una noche como cualquier otra, que sólo presagiaba aburrimiento y pasividad. El frío afuera garantizaba el plácido refugio hogareño y quizás un café con leche por preparar.
De pronto, algo alteró la tranquilidad del momento. Varios pasos se acercaban rápidamente y la tragedia parecía aproximarse. Feroces animales, que estaban al acecho, salieron de sus escondites y se agruparon frente a mi hogar.
Las enormes fieras salvajes rugían furiosas y aparentemente tenían una víctima próxima a ser masticada. En ese instante, un sonido sacudió aún más la noche, que evidentemente ya estaba por demás tensionada. La puerta del jardín se había cerrado y las bestias, junto con su presa, se encontraban encerradas en una trinchera peligrosa.
Al asomarme por la ventana, quedé atónito luego de percibir una escena desesperante. Las bestias rodeaban a su indefenso objetivo, y la ejecución era inminente. No había tiempo de razonar y mi reacción no podía hacerse esperar.
Sin pensar, tomé un palo y a gran velocidad corrí entre las fieras, que prácticamente no notaron mi presencia. Con el palo ahuyenté a los animales, quienes se perdieron por las calles.
Una vida acababa de ser salvada y por fin podía jactarme de ser un verdadero héroe. Un gatito negro estaría agradecido por siempre, gracias a que evité que sea digerido por cinco perros hambrientos, que ya no volveré a encontrar.

Historia de una nota

Agustín Secreti
Taller de Comprensión y Producción de Textos II



Él sabe todo. De atrás para adelante y de adelante para atrás conoce la historia de nuestro país. Honrado e intachable profesor. Ni una ausencia, ni un error.
Siempre con su traje viene a monologar. ¡Este viejo sabe todo! Piensa su plebe estudiantil. Y ahí va él, directo a su gloria. Todos callados y atentos, escuchamos su verdad. Es la hora de opinar y hay que pensar antes de hablar. El profe la tiene clara y no dudará en dejarnos en ridículo.
Llegó el momento decisivo. Ya está todo estudiado y lo que no, está macheteado. Ahora la gloria es mía y con el siete alcanzo la promoción. Una materia más adentro y no puedo empezar mejor esta carrera.
Pero algo falla y el castillo se derrumba en el aire. Lo ganado, bien merecido está, pero…La nota nunca llega al sistema. “Ya la van a pasar”, dicen en el establecimiento.
La sabiduría y la soberbia suelen ir de la mano. Y luego de un año de espera, el sabio continúa haciéndose el desentendido.
Pase la nota profesor, que el bueno es bueno por un tiempo, pero la injusticia despierta hasta al más sonámbulo.

El ingresante

Martín Sachella
Taller de Comprensión y Producción de Textos II

Quien inicia su primer año en la Facultad de Periodismo puede tener diversas características. No todos piensan igual, ni tienen los mismos lugares de origen. Su vínculo pasado con los medios de comunicación determina, sin dudas, su postura sobre la realidad de la Facultad.
Para simplificar el trabajo, me tomé el atrevimiento de diferenciarlos en categorías:
- El ingresante cabeza de tacho:
Este tipo de ingresante tiene como principal virtud haber seguido durante todas sus emisiones el ciclo “Bailando por un sueño”. Lee Bourdieu mirando Intrusos y cree que el “periodismo rebelde” o anti-sistema está representado por CQC.
Comenzó esta carrera principalmente por su amor al deporte o el espectáculo.
-El ingresante militante:
Eclipsado por alguna agrupación de la Facultad, se ve enloquecido y emocionado por respirar tanta política. Dependiendo de quién lo “raptó”, primero ama a Néstor Kirchner, Pino Solanas u odia todo tipo de gestión.
Su principal vacación es agarrarse a las piñas en boliches platenses por discusiones iniciadas por política ¡Un galán!
- El eterno indeciso
No milita ni le da para ser cabeza de tacho. Seguramente llegó a Periodismo proveniente de Derecho u otra carrera. Si no, porque bue…no le quedó otra. De algo hay que laburar.
Vale aclarar, igualmente, que existen algunos afortunados que sobrevivieron a esta Facultad. Es decir, que no son o fueron “eternos indecisos”, “militantes” o “cabezas de tacho”. Pero cada vez son menos y más reconocibles. Probablemente en poco tiempo representen otra categoría de ingresante.

El veintiséis

Manuela Papaleo
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Beruti hizo una seña y la criada de trenzas se agachó a recoger la pava depositada en un pequeño tronco que oficiaba de mesa. Caminó hacia la casa con un movimiento que hizo delirar a los dos hombres. Enseguida, la conversación se tiñó de sostenes, vestidos y escotes, dejando en segundo plano el irrepetible suceso histórico del que habían sido protagonistas el día anterior.
Sin embargo, con la vuelta de la criada, el agua caliente y la reanudación de la ronda de mates, volvió la preocupación:
-¿Vos estás seguro que esto va a cambiar algo?- Preguntó French preocupado. Aunque más que una pregunta, fue una reflexión personal entonada en forma de interrogación.
-¿Yo, seguro? Yo en este momento no estoy seguro ni de cómo me llamo.
-Esto no tiene demasiada pinta de revolución. Pero, por ahí con el tiempo, ¡quién te dice!
-¿Quién te dice qué?-contestó Beruti levantándose bruscamente de su asiento – a esto le falta algo: esta no es la patria de nuestros sueños, ni la revolución que queríamos.
- Por eso te digo,- replicó French con aire tranquilo, tratando de transmitirle esa calma a su compañero – un gobierno independiente no se construye de un día para el otro, fueron muchos años de sometimiento.
-Puede ser, hermano, ojalá sea. A esta revolución todavía le queda tela por cortar, y hasta que no se termine, no se puede empezar a coser el traje.
Los dos hombres se quedaron en silencio un largo rato, navegando en lo más profundo de sus pensamientos.
-Tranquilo amigo, para dejar de enterrarse, uno primero tiene que dejar de cavar…por lo menos ayer todos tiramos las palas- dijo French interrumpiendo el silencio.
-Lástima que ya llegamos tan profundo – comentó Beruti desesperanzado.
-Por algo se empieza…
-Viva la patria- dijo Beruti con una sonrisa un poco triste
-Viva
Y el mate estaba frío. Otra vez.

Si nosotros no trabajamos, el pan también va a faltar en su mesa

Laura Ontiveros
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


El camino de la costumbre, y el medio de reclamar nuestros derechos nos ha llevado a trabajar de doce a dieciséis horas diarias, a cobrar salarios ínfimos si es que los cobramos.

Nuestras demandas no son dormir en cama de oro y comer caviar todos los días. Lo que estamos reclamando es higiene. Condiciones HUMANAS de trabajo. Salarios justos que paguen el trabajo que hacemos ¡¡Botiquines con instrucciones en castellano!! Descanso dominical. Comida sana y variada. RESPETO. Aquel respeto que todo trabajador digno merece.

Estamos cansados de que nos exploten y no recibir un salario justo. Estamos agotados de gastar nuestras energías y alimentarnos todos los días con fideos y papas. De dormir apretados. De enfermarnos por el frío que traspasa las paredes. Estamos cansados porque no descansamos, porque somos tratados como animales laburantes ¡Ni siquiera un perro o un caballo es tan humillado, maltratado y explotado como lo somos nosotros! No es justo que los patrones llenen sus panzas y sus bolsillos con el trabajo de nuestras manos y que nosotros no recibamos nada a cambio.

Somos nosotros los que hacemos el trabajo duro, somos nosotros la base de la pirámide laboral, y una pirámide sin base se cae. Es el momento de que nos hagamos escuchar, que sepan que no vamos a soportar más esta situación y que si no hay una respuesta a nuestros reclamos, su sistema económico se va a desmoronar. Porque ya no queremos ser la base oprimida y explotada, porque tenemos derechos y necesidades y queremos que se cumplan.

Hagamos una huelga que simbolice nuestra disconformidad, que materialice nuestras palabras y reclamos, y que les demuestre a los de arriba, que si nosotros no trabajamos, el pan también va a faltar en su mesa. Que sin nosotros, ellos no son nada.

domingo, 5 de junio de 2011

Sentir la nada

Eluney González
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Me destapo y el frío me recorre desde la punta de los pies hasta la frente, escalofrío tras escalofrío. Estiro la mano para prender la luz, pero no encuentro el interruptor. El cuarto está oscuro. Escucho voces que me recuerdan algo, pero no sé qué es. Los nervios comienzan a florecer.

Siento que soy una marioneta, que alguien me maneja. Las voces se convierten en gritos ensordecedores, me desesperan. Me tapo los oídos para huir del tormento por sólo una cuestión de segundos. Los destapo, ahora sí, una tranquilidad absoluta. Mis pensamientos se contradicen entre sí, como si hubiera otro Yo en mi cabeza.

Las plantas de mis pies comienzan a sentir que se introducen en algo líquido, como una especie de charco. Intento tocarlo con mis manos, pero no percibo nada. Aún no logro ver con claridad; la oscuridad parece imposible de superar.

Grito en busca de ayuda “¡Hey! ¡Hola! ¿Alguien me escucha?”. Pero sucede algo más tenebroso, no me puedo escuchar. Alzo la voz cada vez con más ganas, pero nada. Golpeo con mis manos en los oídos para confirmar si estaba sordo, o no. Lo escucho perfectamente; es más, descubro un eco que se vuelve permanente.

Desesperado, completamente alterado y sin entender qué pasa vuelvo a mi cama. Me quiero tapar hasta la cara, pero no la encuentro. No encuentro nada, no escucho nada, no siento nada, no veo nada. ¿Qué me pasa? ¿Estoy soñando? Estoy totalmente convencido. Estoy muerto.