jueves, 27 de agosto de 2009

Artillería en Sol mayor

Jonathan Durisotti





Las nubes estaban impávidas, parecía que un pintor había decidido usar el cielo como lienzo. El sol se colaba por los espacios transparentes y les iluminaba el rostro. Sobre una de ellas, tal vez la más lujosa, estaban los dos. La conversación era encendida. No se estaba decidiendo el final de la guerra, ni el número de atentados, ni las epidemias .No parecían preocupados. Intercambiaban opiniones musicales y debatían sobre las capacidades otorgadas a los encargados de ejecutarla desde los inicios de ese arte. A la derecha de un pentagrama, el Creador defendiendo su obra, y en frente, su brazo más fiel, el otro vestido de rojo, que defendía unas notas mientras enseñaba un rostro amigable. Parecían dos hermanos preocupados por algo que debían resolver a corto plazo.
-Serás bueno en la mayoría de las cosas, pero de música no podemos hablar nada- Sentenció el Diablo
-No voy a escucharte, tu psicología inversa me ha generado varios problemas.
-Siempre lo mismo, ¿también es pecado abusar del poder?
-Sabés cómo son las cosas y ese conocimiento te hace ser quien eres, ¿o no?- Acotó Dios arqueando las cejas.
-Los límites no me gustan y pocas veces me conformo.
-¿Por eso este pedido?
-Me aburro, ese es mi reclamo, deberías escucharme y replantearte algunas actitudes, Señor.
La charla se ponía densa, el Anticristo no pensaba ceder y Dios no quería aceptar esa querella. La última vez que había escuchado los consejos del averno, las cosas salieron mal. Atrás quedó la Gran Guerra y Alemania había sido devastada. No quería caer en la soberbia y demostrarle así, que podía hacer perfecto cada elemento del universo; la esencia de la creación no era esa. Cuando el Diablo se retiró, el Omnipotente quedó pensativo. Por momentos sospechaba que quizás sí debería hacer algo con la música en el mundo pero, moviendo la cabeza a ambos lados y sacudiéndose los ojos, espantó esas ideas.
Al día siguiente el clima era inestable, tal como lo había decidido. Automáticamente resucitó las nubes y el cielo azul de la jornada anterior. Las palabras del Diablo seguían en el aire y eso lo atormentaba. Repasó discos, observó a sus genios musicales en la tierra, envió musas y hasta generó situaciones ideales para la composición, pero nada cambió. Nada le pareció suficiente.
Había transcurrido una semana y el malhumor divino no se aplacaba. No podía tolerar que Satanás tuviera razón. Le extrañaba, asimismo, no haber recibido más visitas del subsuelo. Sus instantes ahora eran monotemáticos: debía pensar en aquel pedido y la exigencia le jugaba en contra.
La madrugada del 5 de Junio de 1965 no fue una más. Dios se levantó tranquilo. El Diablo aún no había venido de visita pero esta ausencia le producía adrenalina y eso sí que le gustaba. Imaginaba esa presencia todas las mañanas, ver entrar esa cara roja, derrotada, consciente de la palabra cumplida y de la perfección. Saboreaba con antelación el momento en el que Lucifer reconociera su obra y a la vez vería complacido su capricho.
Once años se dilató el encuentro. El Diablo entró en el cielo, con la mano derecha oculta en su capa y el tridente en la siniestra, con descuido. Dios lo vio llegar y fue a recibirlo. Se miraron un largo rato y con una media sonrisa le habló:
-Volviste. Has tardado un poco, ¿sucedió algo? Preguntó Dios con ironía.
-Nada importante. Me entretuve un poco.
Dios asintió con la cabeza y bajó la vista, caminó unos pasos observando al horizonte y sin volver la espalda continuó.
-Pink Floyd se llama ahora. Vienes por eso ¿No?
-No sé de qué hablas. Creo que mi ausencia te afectó demasiado- Por primera vez desde los comienzos del tiempo, le había temblado la voz.
El Anticristo lo saludó, ya sin esa energía milenaria y se fue andando sin decir nada más. Dios sabía que no volvería a visitarlo ni a reprocharle cosa alguna y eso le dejaba un sabor tranquilo y melancólico a la vez. Mientras el Diablo se alejaba cantando sobre un diamante loco que brillaba.