lunes, 14 de diciembre de 2009

Más allá de una vida

Por Luisa P. Cárdenas

Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Me cuestionaba cómo iba a morir. Me asustaba ver la muerte cara a cara. No quería que fuera ahogada o quemada, mucho menos padeciendo dolores terribles. Pero la muerte es tranquila y está llena de paz. No siento dolor. Ningún malestar.

Era de noche, estaba escuchando una radionovela. En estos momentos no me acuerdo del nombre, porque los recuerdos que tengo son muy borrosos. Me senté en la silla de mi habitación para quitarme las medias. Pero me hacía falta la piña colada que me tomaba todas las noches con Francisco, mi esposo. Así que me levanté y me puse las pantuflas. Fui a la cocina y serví dos copas, la costumbre de servirle a Pachito, así le decía, no se me había quitado y eso que ya llevaba más de seis meses en la paz del señor. Unas cuantas lágrimas se deslizaron por mis mejillas, pero me repuse de inmediato, sabía que dentro poco estaría otra vez a su lado.

Me tomé la copa y brinde por él. Me devolví a la habitación y me puse el pijama. Me recosté en la cama y encendí el televisor, estaban dando un programa humorístico, pero no estaba con ánimo de verlo, así que apagué el aparato. Me acosté bien y me quedé dormida. Sentí mucha paz, un sueño muy profundo. Es que cuando uno muere no ve ningún túnel. Sólo se siente una paz interior profunda; sentí como si estuviera en un sueño deseado, esos que cuando uno se despierta se renueva por completo. Parecía algo tan real, porque él me tenía de la mano y lo sentía perfectamente.

Percibía el roce de su piel fría en mi mano, su palidez brillaba frente a toda la luminosidad en la que estábamos. Vestía un traje de la armada que le puse el día de su velorio, estaba completamente impecable. Como siempre.

Pero estaba rejuvenecido, parecía de unos treinta años o menos. Me avergoncé porque un hombre tan guapo y tan joven con una viejita como yo de la mano, haciéndome mimos y besándome los labios con suma pasión, era algo no aceptado por la sociedad.

Llegamos a un pasaje y en el fondo había un espejo grande. Me acerqué con curiosidad y vislumbré una mujer aproximadamente de unos 26 años. Alta, de piel pálida, esbelta y con el pelo sumamente oscuro. Me acerqué y la miré con detenimiento. Se veía radiante. Mi mayor sorpresa es que la mujer que estaba ahí me parecía muy conocida. Y como no, si era yo. Estaba como en mis años mozos, hasta tenía minifalda.

Mi viejito estaba hermoso también, igual de elegante como siempre. Estábamos de la mano y nos veíamos felices. Esta era la vida que quería, estar eternamente con mi Pachito.

Dejamos el espejo de lado y nos adentramos en un bosque. El olor a palmas, me acordó de esos años de juventud, cuando vivíamos cerca a una reserva natural llamada “Santuario de Fauna y Flora Otún Quimbaya”, en mi tierra natal, Pereira. Y recorrimos el lugar de la mano y nos besábamos.

Empecé nuevamente a experimentar, esos momentos mágicos y felices que había vivido tan pronto me casé. La felicidad no era la misma, estaba aun más feliz. Vinieron los hijos, los nietos, bisnietos. Y una vez más empecé a envejecer. Pero ya no tenía miedo. Sabía que aunque me volviera una anciana, iba a estar esta vez con todos los seres que amaba. Con mi guapo esposo y con los mejores hijos de todos. Con los nietos a los que malcrié y con los bisnietos a los que amé con todo mi ser.

Esto fue lo que siempre quise: estar eternamente con Francisco. Amarlo por toda la eternidad. Seguirlo hasta el fin del mundo y jurarle amor por el resto de mis días. Viva o muerta, estoy segura que pase lo que pase, siempre estaré con él y cada mañana, aunque amanezca joven o vieja, el siempre me va a amar y siempre en algún lugar del universo me estará esperando.

Diez y diez de la mañana

Por Liliana Soto Bula
Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Era la más hermosa mujer. Vivió una vida de lucha, sufrimiento, desilusiones y tristezas, pero lo más importante, y tal vez, aquello que opaca todo lo desolado y vacío de la existencia de una persona, es que siempre fue totalmente impecable y, sobre todo, lúcida. Era dueña del secreto espiritual por el que hallaba la felicidad en segundos, y de este modo supo enfrentar todos los problemas, con el amor tan enorme que brotaba por cada poro de su cuerpo. ¡Jamás se rindió!
Se casó con un hombre que seguramente y, para no juzgarlo, le enseñó esa parte de la vida que muchos llaman “sufrir”. Se dice que si no existiera la noche, no sabríamos lo que es el día, no sentiríamos el calor de los hermosos rayos del sol así que, indudablemente, por la valentía con la que enfrentó esa etapa de su vida fue la mujer más íntegra que el mundo pudo conocer.
Y hablando del mundo… le dio sus “soles”, cuatro hijos, los cuales cuidó y veló por su bienestar tal y como una madre sabe hacer, con amor. Ellos fueron su familia y su fuerza para salir adelante, aunque lo tenía todo. A lo largo de los años su lucha se enfocó en ellos; era importante que fueran profesionales y buenas personas a, pesar que la vida que les daba su padre.
Uno de sus mayores triunfos fue convertirse en la mejor abuela del mundo. Las suyas eran manos delicadas y ya para esa época se veía en ellas el paso de los años. Sin embargo, su piel y el aroma que la caracterizaba era único, la ternura de sus caricias era incomparable; estuvo la parte más importante de la vida con su única nieta, a quien con completa abnegación le entregó cada minuto de su vida.
Una tarde como cualquiera, después de que su pequeña nieta saliera del colegio, algo comenzó a fallar. Con su hermoso tono de broma en la voz, le adjudicaba a haber comido hacía varios días unas galletas que eran de un dulce llamado arequipe, un dolor en el abdomen. Pero era un tema delicado, por más que su dulzura quisiera adornarlo. La mayor de sus hijas comunicó a la familia los resultados de los exámenes médicos: su madre tenía cáncer. Tanto como suceden los dolientes exilios fugaces de cada trágico suceso de avidez y remordimiento, pero sucede a voluntad del furor hostil; se sentía su nieta al escuchar aquella noticia, pues la tenía a ella en su mundo de inocencia y juegos infantiles como su única amiga. Más que eso, era como su madre, era su amada abuela.
“¿Por qué su vida?, ¿por qué ahora?” Se preguntaba la niña a sus adentros como un grito disoluto en el silencio al que no se puede acallar.
Tenía que someterse indudablemente a quimioterapia. Era asombrosa la forma en que su energía le daba fuerzas y voluntad para ir al tratamiento. Vestida de punta en blanco, peinada prolijamente y con un ligero rosa carmesí que exaltaban sus labios que expresaban una linda y sincera sonrisa, mientras su boca se movía para decir: “no quiero estar aquí”, “yo ya me siento divinamente bien” o, “mirá esa vieja, si está realmente enferma”.
Parecía haber dejado de lado el cáncer cuando hacía sutiles bromas al médico en el consultorio. Toda la magia que era ella, poseía el secreto para engañar a su mente y a todo el que la rodeara, que sus suplementos vitamínicos eran una deliciosa malteada y hasta los compartía, volviendo la hora de sus medicinas un agradable momento.
Lo cierto era que ser tan hermoso no debía estar en aquel sitio, donde la enfermedad, el decaimiento y la desmoralización de la gente predominan.
Ahora se trata de entender, mañana de manifestar… ¿será entendido entonces el silencio?
Es el momento en el que algunos de sus familiares piensan si tal vez hubiese sido mejor no decir nada, o simplemente callar. De pronto así tal vez se hubiera logrado engañar al mezquino tiempo, y entretener a la mente que inerte, sensible pero vulnerable por pasión, desgarra cuanto lapso se atraviesa al tacto, un relámpago acalla la penumbra del flagelo personal en una pesquisa emocional, casi inhumana, más que solemne, casi perfecta, incondicional, tenue, nebulosa, absoluta y melancólica, consciente de su situación, acelera el último suspiro de vida.
Lo sabía. Hasta tenía cita con uno de sus hijos, pues él prometió llamarla ese día ya que se encontraba lejos y conocía la enfermedad de su madre. Pero no podía estar junto a ella, lo espero pero él se demoró; la cita era a las 10:00 a.m. y ella siempre dijo que en todas sus citas esperaba máximo diez minutos y se iba. Siempre cumplió su palabra hasta último momento.
Ella se encontraba en su lecho, que era tan grande como su encanto. Tres de sus hijos estaban presentes, su nuera, su nieta y por último, pero no menos importante, se encontraba “minero” un cocker spanish que fue, por mucho tiempo, su fiel compañero. Todos hacían un círculo a su alrededor y a la vez esperaban junto a ella aquella llamada. Al transcurrir algunos minutos, hubo tiempo para el perdón. Su alma se descargó.
De repente, la habitación que estaba un poco oscura se iluminó. Se sentía paz a pesar que todos los que estábamos ahí presentes sabíamos que se acercaba la hora. Un deslumbrante rayo de luz azul la adornaba y todo alrededor parecía de cristal. El tiempo se congeló como si Dios permitiera gozar de su existencia en un lapso de un minuto que parecieron horas, mientras tres ángeles irrumpían el lugar y le mostraban un nuevo camino.
Poco a poco fue dejando su cuerpo y se veía su blanca alma ascender, mientras pintaba una sonrisa en sus labios, pues murió feliz. No había otra forma para ella: era de gran corazón, buena hija, excelente madre, fabulosa amiga y compañera, incondicional y envidiable abuela y, sobre todo, valiente.
Su cuerpo no sucumbió ante el delirio forjado. Al ser afligido ante lo conocido, ni trastornado por la paciencia impuesta por el gran presidio místico. ¡No es el preciso instante! No el de las sombras que no se invocan y que permanecen desafiantes, el que colérico y perverso nos arranca la vida.
Fue un instante hermoso, fascinante y maravilloso tal como la recuerdo a ella. Aquella luz que no era terrenal, sólo venía en busca de un tesoro preciado para llevarlo al cielo, y así ser cobijado tal como lo merecía. Justo en ese instante está al lado de las almas de sus seres amados y de los ángeles, quienes la guiarán en su camino espiritual.
Su nieta había sido amiga y confidente de sus maquillajes y peines, así que se dispuso a arreglarla, al tiempo que todos comenzaron a preparar su velatorio, entonces la niña se quedó sola con el cuerpo sin vida de su abuela. En ningún momento sintió miedo. Su rostro reflejaba ternura, además, como concebir tal sentimiento hacia ella si era lo que más amaba. Por un momento sintió que no estaba muerta y exclusivamente se retiró de su habitación, en el momento en el que se llevaron su cuerpo.
- No creo haber soportado esa imagen trastocando mi mente-. Dijo su nieta.
Al llegar a su velorio se detuvo el tiempo para la pequeña. Era mejor congelar los cuadros de llanto y dolor, era preferible hacer un recorrido mental de todo lo agradable y mantenerla repetidas veces en su mente sonriendo. Salió y entró varias veces de la sala. Sonaba odioso pero ninguno en ese instante le interesaba, era importante en ese momento una pregunta que le revolvía la cabeza: “¿y si esta noche ella se va a quedar aquí… con quién voy a dormir?”

Si es a la europea, mejor

Por Daniel Rojas Delgado
Taller de Comprensión y Producción de Textos II



Agustino Ofarmindos Miento era un hombre “de bien”, como se acostumbraba a decir. Vestía a la mejor usanza europea, a pesar de ser un provinciano más; era la cortesía en persona, en especial con las mujeres; sabía hablar en varios idiomas, los que estaban de moda, como el francés y el inglés –desde ya que el quechua o el guaraní no figuraban entre ellos-: y le gustaba discutir de política. Pero de lo que más disfrutaba era de sacar fotografías con su propia cámara.

Esa singular actividad le consumía bastante tiempo. Había formado su colección de fotos. Le gustaba mostrarlas en público y cuando era aclamado se le inflamaba el pecho de orgullo. En cambio, hubo ocasiones en las que las críticas a esos retratos suyos llovían de a montones. Simplemente no las oía, porque creía firmemente en su propia creación y nada más. Prefería, entonces, encerrarse en su habitación a escuchar a Verdi y a Chopin o leer a algún pensador de cruzando el Atlántico.

¿A qué viene tal historia, si es una obra de Sarmiento la que interesa aquí? Este breve cuento sirve para comprender cuál es el contenido de esta obra literaria cumbre, el best-seller sarmientino: “Facundo”. Es simplemente una “foto” del país, mientras que se jacta de que “he creído explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga”.

Inscripto en la corriente romántica europea, no dejó de ser un texto digno de comparar con la canción “Imagine”, de John Lennon. La diferencia radica en que Sarmiento escribiría “imagina que no hay gauchos ni indios ni indigentes/ es fácil si lo intentas/ ningún infierno bajo nosotros”.

El lenguaje empleado pone el acento en la continua demarcación de un espacio vital. La presencia de los “otros”, de los distintos a “nosotros”. La dicotomía entre la civilización y la barbarie.

Se puede sentir en los movimientos trazados por su pluma el odio que lleva dentro de él. Da la sensación de que esos bárbaros tienen más de plagas y de lacras sociales que de personas. Él, que es el maestro, el ejemplo a seguir, escribiendo esas barbaridades… Porque una cosa es el contexto histórico sumado a la idiosincrasia cultural y otra muy diferente es avasallar cualquier nivel de tolerancia hacia esos otros, que permite justificarlo, viendo a Facundo retrospectivamente.

El libro está cargado de esa ideología política que habla de una parte del país, la atrasada, anticuada y aún bestial. No propone ninguna manera de tender un puente para que se “civilicen” -a su tiempo, por supuesto- que no sea a través del “predominio de la fuerza brutal, la preponderancia del más fuerte” (palabras contra los caudillos, que luego se volvieron en su contra).

Un punto que no cierra y no cierra es pensar cuáles eran los valores que la tan proclamada y defendida civilización venía a traer de Europa. ¿Esos valores cotizaban en la Bolsa? ¿Significaban tan sólo avanzar hacia el Sur (que padecía de las “devastaciones de la barbarie”, al fin y al cabo la dueña auténtica de las tierras)? ¿Conseguir nuevos mercados? ¿Expandir el imperio? ¿Ser plenamente funcionales a la economía británica?

No fue una civilización que vino a negociar cómo llevarse a cabo, rescatando lo positivo de la cultura autóctona, con sus costumbres y tradiciones. Fue una civilización que quiso implantar una sociedad europea en una latinoamericana. Y la letra con sangre entra, dicen. “Facundo” pujó para entrar. Y parafraseando a Clarín, “Facundo” representó “un toque de atención para la solución europea de los pueblos argentinos”.

Esta es la crítica a la obra cumbre de Sarmiento, hombre europeo y romántico, un utópico elitista que avaló la bárbara maquinaria de guerra contra un Paraguay que se estaba alejando del imperialismo británico. Ese mismo país que lo recibió y le permitió morir allí en paz, sobre la tierra colorada que manchó de sangre americana inocente.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

María

Por Amneris Martínez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


El cuerpo corto y rechoncho de aquel hombre se retorcía en los últimos vestigios del orgasmo. Ella intentaba quitarse sutilmente aquel peso de encima porque sentía que ya casi no podía respirar. Pero cuando por fin logró zafarse, él la tomó por la cintura e intentó besarla, ella apartó la cara en un acto reflejo.
-No pasa nada cachorrita, no te voy a lastimar- y apretándola fuente con su brazo la atrajo hacia sí y la besó babosa y desapasionadamente. Si ella luego no se secó la boca fue por pura amabilidad.
El hombre se vistió y se fue, dejando un rollito de billetes sobre la mesita de luz de aquel cuartucho. Ella miró un reloj que sacó de su cartera de plástico rojo, eran las 02.48. “Tengo doce minutos antes que llegue Germán” pensó y corrió a ducharse. Las paredes del baño eran de un color verde desteñido, había un inodoro, y una ducha que al prenderla dejaba todo mojado debido a la pequeñez del recinto.
A las 3 ya estaba lista, vestía nuevamente su conjunto negro de encaje que le había regalado el hombre que se enamoró de ella cuando aún sonreía. Al oír los golpecitos en la puerta el cuerpo se le tensó, pero inmediatamente apartó sus miedos y adoptó una posición laxa y sensual curvando su cuerpo sobre la cama.
- Pasá mi amor- dijo con la voz más seductora que fue capaz de articular.
Germán no era como los demás, a ella casi le gustaba. Era un joven estudiante de letras que llegaba siempre borracho a sus citas. Estaba enamorado de una profesora con la que se había acostado una vez luego de su clase de Filosofía del Lenguaje. Ella no lo había vuelto a mirar desde entonces y el pobre estaba desesperado. En un principio había dejado cartas entre sus libros cada semana, luego se paraba horas y horas frente a su casa esperando que saliera, pero ella siempre se le escapaba. Ahora estaba en la “fase de duelo” como él la llamaba y se entregaba a la bebida y, cuando tenía dinero, visitaba a María.
Sí, Germán no era un tipo común. María disfrutaba sus momentos con él porque la trataba como a una flor delicada. Le hacía el amor, y aunque ella supiera que no se lo hacía a ella sino a su amada, le parecía un detalle menor. Le gustaba su cuerpo largo y fibroso, los anteojos excéntricos que llevaba y su aspecto de niño abandonado. Pensó que así debía lucir ella cuando salía por las tardes a pasear con su hijo.
“Todo esto es por Joaquín” se decía a sí misma cada noche cuando se encaminaba hacia la vieja casona. Lo único que ansiaba era que se terminara aquel suplicio. Había buscado trabajo en tiendas y oficinas durante meses, nadie estaba dispuesto a recibirla sin un título secundario y sin nociones básicas de informática. Tras el abandono del padre de Joaquín tuvo que salir a la calle. No veía otra forma de dar un buen futuro a su hijo.
Cuando regresó a su casa, ubicada en un barrio modesto de la ciudad, aún podía sentir el aroma del cuerpo de Germán impregnado en su piel, aunque luego hubieran pasado dos o tres de aquellos hombres cuyos nombres prefería olvidar.
Besó en la frente a su hijo, y se fue a su cama en el cuarto contiguo, donde, como cada madrugada, dejó la almohada muy mojada, mucho antes de dormirse.




Las Estancas

Allí donde la espera se había estancado
El tedio hizo su nido y ya no voló
Soplaron vientos de los que despeinan
Los corazones ardientes y jóvenes.
Llamaron las ganas a sus puertas
Pero ella no respondió.
Tenía las manos engrampadas a la espalda
Con esos lazos que no deshacen las lágrimas.
Mientras afuera se jugaba la vida
Ella miraba en su alma,
Pequeña le parecía su esperanza
En los ojos hambrientos del niño.
Todo. Todo roto, hasta las manos, todo vano
Los sueños vaciados, viciados del porvenir.
Ya no es mujer, le han quitado su humedad,
Ella ve y ya no llora.
Allí donde la vida empieza,
Junto unas manos maternales, junto a la sangre;
Empieza a correr la muerte.
Entre las piernas lleva el derecho,
Un motivo de paz, una causa de homicidio.
La libertad es mujer y le amputaron el futuro,
Ya no lee, no conoce, no puede moverse
Sólo espera, con su fruto sobre el pecho,
Una verdad que nunca, nunca poseerá.

El miedo y la nada

Por Noelia Francioni
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


En el bosque de los olivos, en un atardecer gris, se encontraba Lucas. Un metro exacto de estatura, ojos enormes color café que decoraban el perfecto rostro siniestro y una sonrisa que no era más que la tristeza misma.

Había contemplado con aquellos ojos la muerte de su padre. Nunca borró ese recuerdo y de modo contrario, se aferró a ese instante tortuoso para convertir la vida misma en odio, rencor implacable, una cruel existencia.

Unos segundos después del ocaso, era su hora preferida. En el instante en que todos compartían la cena, él anestesiaba su dolor acompañado de la inmensa noche; tan fría como su corazón, pero sabia como su imaginación.

Noches enteras pasaba sentado frente aquel árbol, como desafiándolo a duelo para ver quién demostraba ser más fuerte, más inmenso, más tenebroso.

Pero llegaría la última, la del duelo, aquella que no estaba en los planes de Lucas. El árbol no estaba. Pero, nadie había talado a su enemigo, porque entonces se hubiese podido ver sus restos, pensó. No había rastros de su existencia. Era un campo llano, como el desierto mismo, sólo que sin arena.

Lucas comenzó a reír diabólicamente; una carcajada llena de venganza salía por su garganta. Creyó haber derrotado aquel árbol asesino y entonces cometió el error más grande, se consagró inminente.

En ese instante, alguien jamás esperado, apareció allí.

-¿Qué has hecho, hijo? Mirá lo que has logrado, dónde te llevó tu odio, tu rencor, tu falta de autoestima.

-Es que papá, ¿acaso no entendés?, tengo miedo…

-¿Miedo? No existe tal cosa, todo está en nuestras mentes, y si seguís fabricando ideas absurdas, te vas a hundir en ellas, te vas a perder en tu propia imaginación. Sólo debés temerle a una sola cosa: a vos mismo, hijo. Sos el resentimiento en carne y hueso.

Su padre lo observó, agachó su cabeza y se convirtió en pedazos mismos de la nada.


Ni a Dios

Tengo miedo.

Miedo de aceptar la vida como es.

De elegir y no equivocarme.

De no caerme, de no golpearme.

Tengo miedo de que nadie me defraude.

De tener un millón de excusas y mil motivos.

De aguantar, de pelear y ser el puño más fuerte.

Porque no sé de qué soy capaz, o tal vez sí,

y a eso, a eso le temo.

Le temo a los grises, yo quiero blanco o negro.

Temo ponerle palabras a lo que siento, por que la sinceridad abre las enormes puertas de lo desconocido. ¿Hace falta decir que a eso le temo?

No tengo miedo a lastimar, tengo miedo a que después de hacerlo esté ausente la culpa.

¿ y si matara? Y… ¿si tampoco sintiera culpa?

A mí.

A mi sí.

Yo, me temo.

Porque no hay, no veo,

no encuentro,

eso más fuerte que yo.


Vista de perro

Por Guillermina Olivares
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Y finalmente abrió los ojos en busca de nuevos colores. Al hacerlo, la burbuja explotó. Contempló alrededor el nuevo paisaje. Sintió cómo se contrajo abruptamente su corazón y sus palpitaciones se aceleraron. Miró al frente…unos niños malabareando las pocas posibilidades que esta vida les ofreció frente a unos cuantos parabrisas que no les prestaban atención, pero que al pasar les dejaban un par de monedas como para dormir con la conciencia tranquila. A su derecha, una masa totalmente alienada mirando tele. Una especie de show que parodiaba a políticos del momento; a su lado un hombre que parecía no tener cara, pero lograba distinguir que vestía un traje y tenía un periódico entre sus manos. Éste le comentó a los que miraban tele: “¡Qué peligro! ¡A estos pibes hay que mandarlos a todos en cana!” Un murmullo incesante inundó el lugar. En una suerte de relámpago pensó en los Capitanes de la Arena que un tal Jorge Amado se encargó de meter en una novela realista. Ahora a su izquierda. Se encontró de pronto detrás de un hombre vestido de soldado, refugiado en su trinchera, agitado, con un gesto espantado y muerto de hambre. Explosiones cercanas lo estremecieron. La cabeza del hombre voló en mil pedazos y se tapó los ojos, aterrorizado. Pensó en Mailer, en la crudeza de la guerra, cómo lo tan racionalmente calculado se torna irracionalmente inhumano. Cantó temblando y entre susurros “un río de cabezas aplastadas por el mismo pie…”
Se destapó los ojos lentamente. Miró hacia atrás, el mar. Miró adelante, una isla de la que vio corriendo desesperadamente a muchos hombres insaciables de carne humana. Detrás la soledad, adelante, el mundo. Remó apartándose de la isla de caníbales, lo suficientemente lejos. Volvió a cerrar los ojos, la burbuja lo cubrió otra vez. Se acurrucó en un rincón de la balsa, defraudado por no haber encontrado nuevos colores pero encontró monocromía.
Oscura. Atemorizante la realidad.

Sus ojos ya no me miran

Por Luciana Lazarte

Taller de Comprensión y Producción de Textos I



Ayer me desperté pensando que hacía más de una semana que no lo veía, y aunque él siempre me acostumbró a su ausencia, lo extrañaba. Estuve toda la mañana incómoda conmigo misma, me tomé una aspirina pensando que era la cabeza, pero esa sensación no se fue.

Estábamos solas con Carmela cuando nos llegó la noticia de que nuestro hermano mayor estaba internado, pero que no podían darnos ninguna información.

Fue terrible. Mi mamá tardó en llegar, pero se fue directamente al hospital zonal con mi papá y mi otra hermana. Fue la tarde más larga de mi vida. Quería pensar en que nada malo le había pasado, pero esa sensación que tuve durante la mañana volvía a mí para decirme lo contrario.

Por fin volvieron. Mi hermano Leo había tenido una pelea con su novia. Recibió un tiro en el cuello. No pude escuchar más ¿para qué? Era lo mismo.

El teléfono volvió a sonar, el tiempo se detuvo. Mientras Natalia escuchaba, pues no tenía fuerzas para hablar, yo acariciaba a mi perra, que poco a poco se dejó caer al suelo con la mirada perdida. No necesité más para comprender lo que había sucedido.

Leo era nueve años mayor que yo. Cuando era una niña él se pasaba los días enteros en la calle con sus amigos, sin importar el clima, sin importar la hora. Casi no estaba en casa, casi no estaba con nosotras tres. Siempre fue distinto, especial. Adentro de ese caparazón duro e insensible que él sabía mostrar muy bien, se encontraba la persona más tierna, inteligente e inocente que yo he conocido.

Mi hermano, el que toda chica a los quince deseaba tener, con tan poco, me ha dejado mucho. A veces siento que no lo conocí realmente, que no lo supe comprender.

Leo, además del inmenso dolor, nos dejó como herencia una unidad familiar que nadie puede destruir.

Ahora estoy parada a su lado por última vez, las lágrimas caen una tras otra por mi cara. Sé que lo voy a extrañar el resto de mi vida, pero lo sentiré conmigo siempre, aunque su voz ya no me hable, aunque sus ojos ya no me miren.

Gracias

Por Andrés Mendieta
Taller de Compensión y Producción de Textos II
Extensión Formosa


Siento algo tan extraño que me inunda el alma. Como si una brisa suave recorriera el interior de mi cuerpo, produciéndome una sensación de cosquilleo. Siento una satisfacción en mi ser que me alegra la vida, que me hace sonreír y me da ganas de vivir, veo el sol mucho mas radiante y el aire se siente muy fresco al respirar.
Es que, desde que llegaste a mí, me volví un soñador, un bohemio, un poeta, me enamore de vos, de mí, de la vida, del canto de los pájaros a la mañana y del suave rocío al amanecer.
Descubrí que tu sonrisa es mi remedio perfecto, la cura de todos mis males, me basta con escucharte reír para que el día vuelva a iluminarse.
Tu voz es la melodía más dulce que existe, me desvanezco por completo al escucharte, me pierdo en tus susurros, en tu canto, en tu forma de hablar, en tu manera de decirme cuanto me amas.
En tus brazos encontré seguridad, pero no me sentí atado, sino mas bien tuve la sensación de que nada malo podría pasarme, que si permanecíamos así enredados nadie jamás podría separarnos.
Me enseñaste que un beso no solo es el roce de tus labios con los míos, sino que también son un pasaje a un universo de sensaciones hermosas que ni sabía que existían, hasta que me besaste.
Me di cuenta de como pierdo completamente la noción del tiempo, de que cuando estoy con vos me traslado a un universo paralelo donde solo somos vos y yo, viajamos juntos a un mundo que inventamos para amarnos.
Entendí que nuestro amor va mucho mas allá de todo, de que no existen barreras ni impedimentos, de que si uno realmente ama puede cruzarse el océano con tal de vivir lo que siente.
Comprendí al enamorarme que ni todas las palabras del mundo alcanzan para describir lo significas para mi, no se inventaron o todo es poco para decirte lo que siento, ni un " te amo" en su máxima expresión puede alcanzarme. No hay formas de describir un sentimiento tan profundo.
Aprendí a perderme en tus ojos, a leer en ellos todo aquello que no podes hablarlo.
Me costó entender que no eras parte de un sueño, fue difícil creer que te encontré y que sos parte de mi realidad, que eras vos lo que tanto buscaba y que un día, cuando menos lo esperaba llegaste a mi, con ese beso bajo la luna para calmar el dolor que habitaba en mi alma.
Y me robaste el sueño, porque ahora me paso las noches pensándote, brazado a mi almohada buscando en ella tu aroma, ese aroma tan dulce y tan tuyo que me hace suspirar y perderme.
Ahora contemplo la luna, la miro y pienso si estaremos los dos soñando
despiertos el uno con el otro, anhelando estar juntos para olvidarnos de todo, para amarnos con intensidad.
Gracias por existir.

Sofía

Por Flavia Nuñez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Helena es perfecta.
Tiene las piernas bien torneadas, el cabello largo y siempre bien acomodado, incluso en la peor de las tormentas. No necesita maquillaje para que su rostro sea luminoso. Es flaca, pero no esquelética, sino bien proporcionada. Tiene la habilidad de convertir un trapo viejo en una prenda de alta costura, porque todo lo que se pone le queda bien. Sus ojos claros dominan la habitación y nadie puede escapar a su encanto natural.
Ella sabe bien que todos sus amigos quieren tener algo con ella. Ella sabe que no es buena cocinera, ni maneja apropiadamente, ni recuerda la tabla del 9 en un santiamén. Pero también sabe que no precisa de esas cosas.
Del otro lado de la habitación está Mariano. Él es de esos que olvidan todos los cumpleaños, recuerda pasear al perro a la 1 de la madrugada y se emborracha con sus amigos para festejar la primer tontería que se les pase por la cabeza. Mariano tiene físico de rugbier, está bien bronceado todo el año, tiene la piel del rostro suave todo el tiempo y sabe como encandilar a cualquier potencial suegra.
Mariano y Helena ya pasaron los treinta y tantos. No están casados ni tienen hijos. Viven solos, pero en lo posible siguen cenando en casa de sus padres. No tienen el mejor de los trabajos pero gozan de un sueldo que los mantiene felices.
Mariano y Helena se conocieron hace 10 años atrás en el cumpleaños de un amigo en común. Él pensó que ella era una rubia hueca y frígida. Ella pensó que él era un grandulón inmaduro y narcisista. Ahora se miran desde rincones distintos de la casa, entre medio de todos sus matrimonios amigos, que ya dan sus primeros pasos como padres primerizos.
-¿Viniste sola?- le pregunta Mariano cuando se la choca en la cocina mientras se prepara un enorme vaso de Fernet.
–Sí ¿por?- le responde ella.
La conversación se basa en la misma nada de siempre, pero sin darse cuenta permanecen alrededor de una hora y media en la cocina hablando pavadas.
Mariano la pierde de vista hacia el final de la noche. Cuando termina de despedirse de todos y sale en busca de su auto, la ve sola en la vereda.
-Estoy esperando que pase un taxi- le dice ella sin que él haya pronunciado ni una palabra sólo por el hecho de que lo vio venir de reojo.
–Tarada, ¡Qué taxi ni taxi!, subí que te llevo- sentencia él mientras se acerca a su auto. A Helena no le causa gracia la propuesta, pero lo cierto es que hace mucho frío para seguir esperando. En menos de 20 segundos está en el asiento del acompañante con el cinturón bien ajustado.
Mariano jamás preguntó la dirección, pero sabe exactamente dónde queda. Helena no se sorprende, ya que está plenamente segura que lo vio salir de la casa de la atorranta de su vecina de enfrente en múltiples ocasiones, aunque él lo niegue.
Por un momento, Helena baja la guardia y lo invita a pasar. Mariano acepta. Ambos se sientan en el sillón, sumamente incómodos. ¿Cuándo tiempo se mantienen quietos?, alrededor de 30 segundos. Helena se lanza sobre la boca de Mariano. Mariano no se aleja. Helena le quita la remera. Mariano no se queja. Helena propone ir a su habitación. Mariano ya esta en camino hacia allí llevándola a la rastra.
Se entienden, congenian. Charlan en los intervalos.
Él ahora piensa que ella tiene una risa espantosa. Ella ahora piensa que él debería hacer algo con ese lunar que tiene en la espalda. Pronto se quedan dormidos.
A la mañana siguiente abren los ojos al mismo tiempo. Ella ve que él se robó toda la sábana. Él se asquea porque ve que ella babeó toda la almohada. Pero sólo se ríen.
No saben por qué pero se sienten cómodos y se plantean una y otra vez, mientras se visten, por qué eso no ha ocurrido antes.
–Che, ¿puedo hacer una pregunta?- dice Mariano con voz más gruesa de lo normal por estar todavía adormilado. Ella asiente con la cabeza desde el otro lado de la cama.
–Vos… ¿te cuidás, no?-. Ella se queda helada por un segundo.
Ambos se miran. Ninguno dice nada.
Yo tampoco diré nada.
Sólo que la nena se llamará Sofía.

La voz en la oscuridad


Silvana Insaurralde

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Extensión Moreno


-No llores, Vale. Tranquilizate. Voy para allá.

Carolina colgó el teléfono, prendió el velador de su mesita de luz, miró el reloj que marcaba las 3.30 am y no pudo evitar chistar. Suspiró quejosa, pensó un segundo y se levantó casi de un salto. Se vistió con la misma ropa del día anterior, que no estaba tan sucia, llamó a un remis y diez minutos después, tocó timbre en la casa de su amiga.

Valeria le abrió la puerta y se arrojó contra ella ahogada en llanto. A Carolina le impresionó sentir los movimientos de congoja de su amiga sobre su pecho. La contuvo en un abrazo que duró varios minutos, hasta que le propuso entrar a la casa para que le contara qué había sucedido.

Valeria habló entrecortada y le contó que Gustavo había decidido cortar la relación, diciéndole que ella no era la mujer que él quería para su vida. Que era un desgraciado porque venía a confesarle eso después de haber planeado con ella una vida juntos. Que no podía creer que le estuviera pasando eso. Que el día anterior habían compartido un momento maravilloso.

Carolina escuchó todo lo que Valeria tuvo para decir… Y cuando quedó en silencio, le dijo:

-Vale, no sé de qué te extrañás. ¿Cuántas veces me dijiste que Gustavo no cumplía con sus promesas, que no te demostraba que te quería ni que le interesabas?

-Si, pero él siempre me dijo que quería que yo fuera la madre de sus hijos.

-Vale, los hombres dicen muchas boludeces… Y más cuando no saben lo que quieren… Creo que es lo mejor que te puede pasar que ese tipo te deje… Creo que llegó el momento de que sepas lo que valés y dejes de buscar el amor en tipos que no te pueden dar lo que estás buscando.

-Caro, vos no entendés. Yo sé que Gustavo me quiere, y que aunque le lleve tiempo, se va a dar cuenta y va a cambiar. Ahora lo que yo tengo que hacer es ponerme linda como a él le gustaría, demostrarle que soy una mina capaz de amarlo incondicionalmente, y que lo voy a esperar siempre.

-¿Ponerte linda? ¿Como a él le gustaría? Vale, ¿estás loca? ¿O hace mucho que no te mirás al espejo?

-No, no estoy loca. Yo sé que puedo ser mejor, que no soy la mujer que él se merece, y quiero volver a conquistarlo.

-¿Y mientras tanto qué? ¿Y vos? ¿Tu estudio? ¿Tu vida? ¿Tu felicidad? ¿Tus proyectos?

-Todo eso no tiene sentido si no tengo con quien compartirlo, Caro. El día que te pase me vas a entender.

-El día que me pase… ¿Vos te olvidas todo lo que yo pasé por Nicolás, al que vos llamabas estúpido? ¡Si me pasa otra vez pegame tres o cuatro cachetadas! No puedo creer lo que me estás diciendo… Mejor nos vamos a dormir, ¿querés? Mañana la seguimos.

Valeria se durmió pensando en lo difícil que sería pasar todo el tiempo que tuviera que pasar sin ver a Gustavo ni saber nada de él. Carolina se acostó recordando noches iguales a la que Valeria estaba teniendo, días oscuros de desesperación, de tristeza, momentos en que sintió desgarrarse de dolor y creyó no poder superarlos jamás. Trajo a su mente las palabras de una sabia que había conocido en sus sueños y que la había visitado muchas noches acercándole algunas respuestas a sus por qué. Lo que más recordaba era aquella vez en que le dijo “de vos depende ser Vos. Tu conciencia está creada para ser creadora... Ese Ser Creador de Todo lo Creado, nos ha dado la libertad de ser creadores de nosotros mismos... Cultivar la vida... Cultivar el amor...Con libertad existe la espontaneidad y la creación... Liberáte, Carolina. Ese dolor no te conduce a nada. El amor que buscás en él, está dentro tuyo”.

Repasó la incertidumbre, la angustia, revivió el momento en que descubrió el terrible miedo a la soledad que la acechaba y volvió a sentir la liberación que recorrió todo su cuerpo aquella noche, en ese instante en que se iluminó su conciencia.

Cerró sus ojos pensando que nadie puede escapar de enfrentarse tarde o temprano a su soledad, si quiere ser uno mismo. Llenar el vacío existencial con valores propios, con sentidos no impuestos, sino creados desde la propia autenticidad. Y así como tenía la seguridad de que ya no volvería a caer en esa angustia avasallante, sabía que Valeria también descubriría el amor que emana de aquella fuente de amor universal.

Esa noche la vieja sabia le habló en su sueño: “Carolina, ya es hora de que conozcas al hombre que corresponda todo ese amor que tenés para dar. No le temas, es para vos”.

El Chaparral

Por Hugo Mitetiero

Taller de Comprensión y Producción de Textos II

Extensión Moreno


Eran las 5 de la tarde y hacía demasiado calor para ser la última semana de marzo.

Maximiliano estaba preparando la olla con mate cocido, los chicos no tardarían en llegar. A su lado Darío arreglaba una parte del techo de chapa, que con la fuerte tormenta de la semana anterior se había despedazado.

Por el fondo se escuchaban las risas de las señoras del barrio, que todos los días, mientras preparaban las tortas fritas se contaban los chismes de último momento. Rosa con una sonrisa dibujada en su rostro lleva un mate para convidarle a Maxi, pero el primero en acercarse fue Darío, que al bajar de la escalera descubrió su espalda y se le vio un fuerte corte en el huesito dulce.

“¿Qué te pasó, nene?” preguntó con voz maternal Rosa.

El joven se sonrió y sólo dijo: “no es nada. Estaba boludeando con los pibes y me corté.”

La puerta del Chaparral, como se llamaba el galpón que funcionaba de copa de leche, comedor y centro cultural, se abrió de golpe; como un batallón entraron corriendo un grupo de chicos del barrio arrojando sus mochilas al piso.

A los diez minutos llegó el grupo restante. Ya había 20 chicos en la mesa esperando por la copa de leche y por el cuento que Maxi día a día les leía mientras merendaban. Luego apareció Claudia, ella era muy linda y tenía tan solo 17 años, pero era quizás la mujer con convicciones más claras del Chaparral. También se encargaba de dar apoyo escolar junto a Horacio, que extrañamente no había llegado aún.

Por suerte para Claudia, Esteban, como nunca, llegó una hora antes para la reunión semanal, entonces pudo darle una mano junto a Maximiliano y Darío. En un momento de risas cuando Claudia imitaba a Sarmiento, irrumpió en el lugar Josecito, casi temblando de los nervios y gritando: “¡Cagamos!, ¡nos tenemos que ir a la mierda! ¡Los milicos tomaron el poder, lo dijeron en la radio!”

Las señoras y los jóvenes se miraron y se quedaron sin poder emitir palabras. Esteban les pidió a las señoras que llevaran a los chicos rápidamente a sus casas. Simultáneamente a esto crecía la preocupación por Horacio. Los muchachos ya sabían que desde hacía más de un año venían desapareciendo algunos compañeros de la Juventud Peronista de otros barrios. Pero no habían vislumbrado peligro allí, además no estaban seguros si era cierto el rumor de que una organización paramilitar era la que estaba rastrillando al país buscando peronistas y comunistas.

Darío propuso armar una reunión con la cúpula de la Juventud para ver cómo seguían e ir a buscar por todos lados a Horacio. Maxi planteó que cada uno empezara a movilizarse con los fierros y aconsejó alejarse de las casas donde vivían sus familias. Las propuestas fueron aprobadas y salieron en busca de su compañero.

El primero de abril apareció el cuerpo de Horacio en un descampado, con quemaduras de cigarrillos en todo el cuerpo y sin dos dedos de sus manos. Durante la misma madrugada ingresó un grupo de tareas al Chaparral y lo destrozaron.

Dejaron escrito sobre una pared: “Peronistas de mierda, váyanse porque van a ser boleta”.

Los vecinos del barrio se indignaron al ver lo que había pasado con el galpón al que los chicos podían acceder a un poco de cultura, a tomar la copa de leche o a comer un plato de comida, ya que a veces en su casa faltaba.

El sistema les estaba mezquinando esas cosas y en el galpón podían encontrarlas.

La gente de la villa 30 se reunió, para así, entre todos, reconstruir el Chaparral. Los muchachos de la Juventud Peronista que estaban conmocionados por lo últimos hechos, se sorprendieron ante el apoyo de los demás y decidieron volver a trabajar con la gente.

El Chaparral se reconstruyó en un 60 por ciento, pero en la noche de la inauguración, en la cual se juntaron para festejar con una olla popular, sucedió una tragedia: antes de salir de su casa con su hijo y dirigirse hacia allí, Rosa fue secuestrada. Un Falcon paró en su casa y se la llevó.

Dos noches después, el Chaparral volvió a ser destruido. Pero esta vez se llevó la vida de Maxi, quien dormía allí para cuidarlo. Antes de morir se enfrentó en un combate desigual, con su 32 ante un grupo de tareas vestidos de civil, que lo mataron sin piedad.

La situación era cada vez peor, entonces decidieron irse a vivir todos a lugares diferentes; ya ninguno sabía donde estaba el otro. Pero todos los días se ocupaban de llevar casa por casa algo para la merienda o de ayudar a cada chico que lo precisara.

Una vez por mes, organizaban en secreto una jornada cultural donde les leían cuentos de María Elena Walsh a los chicos, hacían obras de teatro y cantaban canciones de Víctor Jara y Mercedes Sosa.

Lamentablemente cada mes que pasaba, eran menos los que quedaban.

Pero mientras hubo uno que sobrevivió, esa jornada se realizó.

Para cuando llegó la Navidad de 1976 las jornadas culturales sólo fueron un lindo recuerdo para los vecinos del Chaparral.

Ser héroe es cosa de todos los días

Por Nataly Rodríguez
Taller de Comprensión y Producción de Textos II

Extensión Moreno



“La mataron para robarle el auto”, “Empresario secuestrado”, y “Niño de catorce años apuñaló a su maestra”… Mientras desayunaba, miraba el noticiero. Allí estaba yo.
Entre tantas noticias me olvidé de mirar el pronóstico. Cuando salí, sentí demasiado calor, pero ya no volvería, sino perdería largo rato buscando qué ponerme.
Tomé el colectivo, me puse la mochila hacia delante (porque uno nunca sabe, hay inseguridad por todas partes). Luego me coloqué los auriculares, aunque ya era el momento de bajar. Caminé, caminé, y caminé.
De reojo me miraba en las vidrieras para que el reflejo me devolviera lo que yo estaba buscando. Una joven apuesta y con el pelo como lo había dejado en el baño de casa. Pero del otro extremo del vidrio vi a dos niños revolviendo la basura y comiendo algunos restos de dentro de los tachos de residuos.
No me detuve. Seguí caminando, no era la primera vez que los veía, pero quizás esta era una de esas veces en que la imagen me mostraba el hambre que padecían esos niños, como tantos otros. Pero poco me duró la reflexión, cambié el track del mp3 y seguí caminando.
Llegué. El aula estaba repleta. Tendría que haber tomado el colectivo de las 7, pero de todos modos no había leído para la clase, aunque Josefina me contó, entre dientes, que el protagonista de nuestra charla sería un personaje de la literatura española similar a Robin Hood, ya que lo que robaba se lo daba a los pobres.
Uno de esos les hacen falta a los niños de la vidriera, pensé para mí. Pero no, el individualismo es muy fuerte, y aquí lo que roban se lo quedan para sí.
Me reí, y pensé en todos aquellos que acumulan sus cajas de ahorro a costa de otros, pero de esos el noticiero no habla.
Me colgué toda la clase, pensé en otras cosas, en la vida, en el futuro y me pregunté: ¿quién se encarga del presente?
La gente sale a las calles, reclama, llora, padece, ambiciona, grita, y hasta añora. En realidad piden, piden, sólo piden: justicia, seguridad, bienestar, solidaridad entre otras cosas que encierran en un solo propósito: compromiso. Éso, compromiso de quienes están en el mando.
Acaso, de alguna manera el pueblo espera a un flamante restaurador como Rosas, para que calme las aguas y para que no nos terminemos matando. O espera un Perón que se encargue de los obreros y que junto a una Eva calme a los pobres.
No se sabe en realidad, cuál es el modelo que pretende el pueblo. Sea cual fuere, el propósito es uno: encontrar el compromiso y la lealtad social en un mismo referente o en varios. Da igual, pensé. La gente está desesperada.
Quizás sólo un hombre con cualidades extraordinarias, con deseos de justicia y lealtad nacional pueda contra ello. Pero suena utópico, y lejano. Pues ¿dónde encontraríamos un ser capaz de dar la vida sólo por la patria, por su Estado? Miré a mis espaldas por las dudas por si aparecía un hombre con antenas rojas, gritando: “¡Yo! ¡El Chapulín Colorado!”, pero no sucedió.
La gente está descreída, pensé esa mañana en la clase.
“Estás colgada”, me dijo Josefina”. “Estoy pensando en la vida”, le contesté. “En cuándo vendrá alguien a arreglar las cosas”, agregué.
Bajito y de perfil, me objetó Josefina. “La gente espera la solución sentada y no nota que quizás cada uno desde su lugar puede ayudar a darle cuerda al reloj de la historia de la Patria”.
Yo le sonreí y no comenté nada, pues ella siempre tiene algunos comentarios justos para el momento, que quedan finos y elegantes. Pero no dejé de darle importancia.
Tal vez, Josefina tenga razón y ese héroe de la Patria que añoramos, seamos nosotros mismos. Pues si se trata de valor y patriotismo, los argentinos somos capaces de dar la vida por lo que queremos. Si se trata de coraje y perseverancia, los argentinos entendemos de ello, puesto que la gran mayoría se levanta a la madrugada a juntar unos mangos y vuelve a la media noche, con un ojo atrás y el otro adelante, alerta de que nadie le saque su recaudación. Y uno la pelea. La pelea, con la ilusión de subir un escalón en la escalera de la crisis económica.
Al salir del aula, caminé las mismas cuadras, vi las mismas caras, y sentí los mismos olores, pero esta vez yo me sentía distinta.
Tal vez más positiva y con más ganas de hacer. Hacer por el otro.
Pasé por la vidriera, me acordé de los niños y les dejé una bolsa con alimentos, para que retiren al otro día. Crucé en verde. Cedí mi asiento. Tiré el envoltorio de mi alfajor en el tacho de basura de mi casa. Y de alguna forma me sentí una heroína. No busqué el reconocimiento de nadie, sólo el mío.
Quizás es necesario que cada uno pueda sentirse héroe alguna vez. ¿Quién no soñó con ser uno?
La vida da pequeños momentos para concretar ese sueño, y queda en nosotros poder hacerlo. Pues no hay mejor héroe que el que se compromete con su nación, y venera las normas que esta emana. Tomemos como ejemplo a todos aquellos que cargaron en el camino la mochila pesada de la Patria. Evitemos caminar por las cuadras de los malos ejemplos y pongámosle sentimiento e identidad a nuestra estadía en este mundo.