miércoles, 30 de septiembre de 2009

Malos tiempos para hacerte una canción

Por Rodrigo Fonollosa

Taller de Comprensión y Producción de Textos 2

2008



Ya nos fuimos y volvimos un montón de veces. Ya crecimos, fuimos pibes y envejecimos. Ya creímos lo que había que creer y entendimos lo que había por entender y no entendimos un carajo de nada. ¿Y Julio López dónde está?
Ya mentimos. Ya nos tragamos nuestras propias mentiras. Ya aprendimos la versión de la historia argentinizada. Ya fuimos los mejores en todo. Ya tocamos fondo. Ya pagamos deudas. Ya eternizamos la miseria. Ya le echamos la culpa a los otros. Ya fuimos los otros. ¿Y Julio López dónde está?
Ya nos hicimos invisibles por un tiempo. Ya pateamos el tablero. Ya desnudamos verdades. Ya saldamos cuentas con el espejo. Ya le dimos la espalda a nuestros fantasmas. Ya escapamos a ninguna parte, retrocedimos mil pasos y volamos a la luna; caminamos un rato sobre ella y al fin tuvimos que poner otra vez los pies sobre la tierra. ¿Y Julio López dónde está?
Ya viajamos a la casa de la infancia, al barrio con su olor y sus historias, a la placita con el tobogán y las hamacas, a las calles de tierra y las fotos amarillas. Ya nos cansamos de estar en el mismo lugar, y volvimos al sitio del que una vez nos fuimos para nunca más volver pero que jamás abandonamos. ¿Y Julio López dónde?
Ya reímos. Ya lloramos. Ya olvidamos para no pensar, y pensamos que así podíamos olvidarnos de sentir. Y callamos. Y gritamos. Y nos peleamos con el pasado, nos reconciliamos y volvimos a odiarlo y odiarnos. ¿Y Julio López?
Ya tratamos de ser alguien. Ya fuimos nadie. Y alguien antes delimitó cómo era ser alguien y cómo ser nadie. Ya cambiamos. Ya escuchamos otras músicas, nos pusimos otras ropas; reemplazamos cortes de pelo, religiones, ideologías, referentes. ¿Y Julio?
Ya tomamos. Ya fumamos. Ya salimos de la villa a la calle bien temprano con un gorro en la cabeza y llamativos atuendos deportivos. Ya robamos. Ya matamos y también violamos. Ya marginamos. ¿Y?
Ya portamos un buen traje y manejamos un mejor auto. Ya dijimos estremecedores discursos y prometimos realidades ficticias. Ya peleamos contra el sistema. Ya fuimos el sistema. ¿?
Ya ofrecimos nuestro corazón en la ciudad de los pobres corazones. Ya llegó el futuro. Ya nos dolió el presente. Ya nos acostumbramos. Ya fuimos en busca del tiempo perdido y acabamos perdiendo el sentido. Ya vivimos la vida después de la muerte.
Y la pregunta está ahí, al final de cada párrafo, en silencio, haciendo ruido. ¿Y Julio López dónde está? ¿Y Julio López dónde está? ¿Y Julio López dónde está? ¿Y nosotros?
Nosotros no sabemos dónde está, pero acaso ¿él no se estará preguntando dónde estamos? Él, que un día juntó las fuerzas necesarias para desterrar de lo más hondo de su dolor un cementerio de recuerdos. Él, del que cuesta hablar en pasado y en la agenda de los medios también es una ausencia.
Y desaparece todos los días, una vez más, hasta que aparezca la verdad. Y cuando me cruzo con su foto tengo la extraña sensación de que está ahí, siempre unos pasos más adelante que todos, que las marchas y banderas en su nombre, descubriendo el país del nunca jamás justo, mientras espera que lleguemos hasta él.

Capítulo suelto

Por Claudio Alonso


Una de las cosas que más disfrutaba era dormir con Lucía.

Verla desde el fondo del departamentito entre muerta y dormida, plegada en el colchón, como si hubiera caído desde el quinto piso de los sueños. Extendida, desfachatada, irrefrenable hasta en la pose. Y yo la saboreaba desde un costado, como un mirón, como hacía Julián con su mujer en ese bar de oferta. Como un tigre acechándola, pero sin atacarla, apenas los omoplatos fruncidos, sigiloso, descansado, como si supiera que mi presa reposaba a mi voluntad. Que podía en cualquier momento abatirme despacio sobre ella, deslizándome por el suelo, en pos de ataque. Como una fiera hambrienta, pero tranquila y estratega, que iba paso a paso rompiendo el espacio que separaba al depredador de su presa, con un silencio africano, de reserva natural. Abrirme paso entre la ropa tirada como cardos venenosos, y apartando los libros llegar a ella.

Devorarla primero por los pies, sin arrancarle la piel hasta que fuera necesario, primero lamiéndola como una fruta recién pasada por el agua, porque todavía conservaba el olorcito a jabón perfumado de la ducha nocturna. Y ella iba a ir aceptando sin remedio porque estaba dormida y la vigilia le venía como una ola de bienestar que ni las mejores noches. Porque dormida dejaba el cuerpo al placer y no al razonamiento, no pensaba en cómo aceptar mis caricias ni en las costumbres diurnas y sexuales.

Bien habría podido yo desprenderle botón a botón, la camisita que usaba para dormir y jugar el ritmo que ella proponía con sus semi-gemidos y sus semi-movimientos y mis nada semi-intentos de mantenerla dormida el mayor tiempo posible. Porque eso era el juego, amarla desde el sueño, amarla desde su mundo, donde yo podía ser un jinete en celo o una cucaracha kafqueana que le subía por el cuello y la desarmaba del escudo de su camisa.

Pendiente de su sueño profundo, podría yo haberme separado un poco así, para verla desnuda como me gustaba verla. Porque una vez su cuerpo sobre el mío, sus glúteos en mi cintura, ahí ya no podía disfrutar a Lucia desnuda, porque sólo jirones de piel, ya quizás alguna gama de violeta o dos moras perfectamente maduras en el pico de sus pechos. Pero yo podría disfrutarla ahora así sin su voluntad. Vaya a saber uno en qué parte de sus sueños entraba esta desnudez, y cómo esa cucaracha que le caminaba por la cintura podía trasformarse ahora en una babosa, porque también mi lengua y las papilas gustativas se unían al juego a la fiesta del pasaje sueño – vigilia.

El doble fanatismo, la doble boca de cuatro labios. Mi lengua arqueológica que la investigaba, solo para mi posteridad. Como una hormiguita caminando por su espalda, ya todo larva para ella, para su placer. Todo muy metamorfosis, muy esclavo, muy salvaje. Como si de mi boca para afuera sólo hubiera Lucía para adentro. Porque ya estaba en su trébol de doble hoja y ella inocente como un acto reflejo, perdía sus dedos en mi pelo y lo apretaba como el fuego lo arrancaba sin despertarse, como si en el sueño jugara a acariciar un perrito. Primero fuerte, luego más lento, pero siempre dulce insistiéndome en que insista, que no terminara jamás ese sueño eterno, ese desayuno en mitad de la noche. Ella podía pedirlo sin siquiera hablar, solo los gemidos de mi Lucia gatita empapada, mi Lucía barquito de papel encallada en mi puerto.

Ya como un paréntesis sus piernas, como la puerta de Alcalá, o de ese teatro precioso que a veces íbamos y que yo entraba como ahora en Lucía, sabiendo que iba a estremecerme y que dependía de mí, público y actor, de que la obra fuera perfecta. Además que la mordía como si sostuviera un clavo, apenas apretada entre mis dientes, pero en realidad con los labios, como un beso en pausa.

Pero hoy no era la noche, la noche Lucía desnuda, la noche Lucía presa. Yo la disfrutaba desde lejos con la seguridad que podía hacerla mía cuando quisiera. Y quizás por eso no, por esa seguridad no. Mejor prender otro cigarrillo aunque ya no queden, puedo robarle uno a ella.

Además se estaba cómodo en el suelo y la luz del velador acostado y el paraguas hacia todo su esfuerzo aunque esa idea de Lucía de la lamparita de sesenta no me convencía. Y hoy la vi mirando unos cuadernos míos viejos, y me preguntó al pasar si los usaba. Va a ser mejor que los esconda antes que los haga ceniceros o jaboneras, nunca se sabe qué puede haber en la cabeza almohada de mi Luchita.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Jules Gabriel Kerry


Por Lautaro Sánchez Santinón
Taller de Comprensión y Producción de Textos I.
Extensión Moreno. 2009.


Jules Gabriel Kerry nunca antes había imaginado poder enamorarse. Su corta vida no le había dado ni tiempo ni oportunidad para ese tipo de asuntos. Las continuas mudanzas de pueblo en pueblo hacían que ni siquiera contara con algún amigo.
Desgraciadamente, su aspecto y forma de ser tampoco ayudaba a los niños comunes y corrientes a querer acercársele. Y Jules, definitivamente, no era como “los niños comunes y corrientes”. Por empezar contaba con una apariencia bastante peculiar. Sus gafas gruesas y pelo color negro desordenado lo hacían ver algo estúpido, sin contar con las pecas que le llegaban casi al cuello. Su baja estatura y andar encorvado y cansino invitaban a los otros chicos a fastidiarlo y burlarse de él a cada oportunidad que se les presentaba. Los ojos de Jules, se decía, nunca antes habían expresado algún sentimiento que tuviera que ver con la felicidad. Y esto tenía una razón: Jules Gabriel Kerry era incapaz de sonreír. Esta rareza fue tratada por cientos de doctores, los cuales, resignados, le atribuyeron el mal a un problema hormonal y/o cerebral. La incapacidad del niño condicionaba su forma de vivir y, poco a poco, la felicidad se convirtió en un karma para él y comenzó a temerle.
Sin embargo, Jules había encontrado en la historia de un hombre varios hechos que le llamaban la atención. Este hombre era Liev Tolstoi, que lo cautivó con su vida aventurera y su bondadosa forma de ser. En las historias de Tolstoi y en sus ideales era en donde Jules encontraba refugio.
La siguiente locación de la familia Kerry sería la mítica ciudad de Canterville-Chase, en donde el legendario fantasma Otis soñaba con la hermosa Virginia. Las mudanzas continuas de la familia Kerry se sucedían debido a que Samuel Kerry, el padre de Jules, perdía su trabajo constantemente, y esto hacía que cada vez que lo echaban a Samuel, la familia debiera mudarse a otro lugar para que el padre pruebe suerte. Con sus 15 años Jules debía seguir estudiando para convertirse en un abogado de renombre, como siempre lo soñó su padre. Entonces se inscribió en la única escuela de Canterville para terminar su secundario, la llamada South Canterville High.
En la casa, Jules no recibía el mejor de los tratos. Su hermano mayor lo perturbaba en todo momento con una sonrisa gigante que él mismo había dibujado. Entonces asustaba y corría al pobre niño por toda la casa, sin hacerle caso a los llantos del mismo y burlándose por su cobardía. Los padres no hacían nada al respecto, debido a que respetaban al hermano mayor, por haber servido al ejército por 6 meses. Así es que, en el hogar, el hermano mayor de Jules debía ser tratado como un héroe de la Patria.
Jules comenzó las clases con el miedo que lo caracterizaba y no se acercó a hablarle a nadie. Cuando un joven se acercó a preguntar por su nombre, lo espantó apenas con la mirada y con una respuesta taciturna. Al cabo de dos semanas Jules ya era el hazmerreír de toda la escuela. Los otros niños golpeaban y burlaban a Jules sin importarles lo que él sentía, porque al fin y al cabo, señalaban ellos, el chico no podía sentir. El joven Kerry no les hacía caso, pero en el fondo le molestaban esos ataques, el ver a todos los demás reírse de él, le causaba temor. Lo que lo asustaba a Jules eran esas risas y sonrisas que nunca jamás iban a ser suya, que nunca le iban a pertenecer.
Fue en el transcurso de las dos semanas iniciales que Jules notó una presencia encantadora y perturbadora al mismo tiempo. Esta presencia era una niña que, él había notado, no se reía cuando los otros niños lo hacían. La joven se llamaba Sofía, como la esposa de Tolstoi, detalle que Jules no pasó por alto. Tenía unos ojos azules que transmitían despreocupación y felicidad a quién los mirara. Su sonrisa era perfecta para una pintura y contaba con un pelo color miel que, para el joven, era el más bonito del mundo. Jules no se atrevió a mirarla más de una vez ese día. Le causaba miedo su felicidad constante. Pero había algo en ella que él desconocía que lo hacía buscarla cuando ella no estaba, que lo hacía pensar en ella constantemente.
Un día de otoño frío y desolado, como cualquier otro día en el pueblo de Canterville, fue que ocurrió. Dicen que ese día el viento sopló como nunca había soplado en años y que por un momento se creyó que el mítico pueblo se iba a volar. La mañana comenzó como era previsto para Jules, fue recibido con abucheadas y maltratos en la puerta de la escuela. Pero, a esas risas, él no las sintió. De pronto, para el joven todo el mundo se desaceleró, los ruidos comenzaron a callarse y los niños que estaba ahí comenzaron a desaparecer. En ese momento fue cuando la vio parada al final de las escaleras de la puerta principal de la escuela con los ojos clavados en él. Ella estaba esperándolo, y el lo entendió todo. Fue hacía donde ella estaba y la miró a los ojos. Fue en ese instante que no importó más que las palabras dulces de ella, sus manos tomadas y la sonrisa de Jules que llenaba su cara.


miércoles, 16 de septiembre de 2009

El misterioso cuadro de la mujer olvidada

Hugo Heber González

Taller de Comprensión y Producción de Textos I. Extensión Formosa. 2008.

Capítulo I

El atelier de Richard era amplio, desprolijo. Parecía más a un depósito, pero en él se reflejaba el inagotable esfuerzo de un artista por expresar su generalidad. La sala se ubicaba en una callecita pequeña, empedrada. En el segundo piso de un hogar de alquiler. Corría el año 1829 en París, y hasta allí había llegado Alexandre Dumas. Su deseo era decorar el castillo que había hecho construir, donde dilapidaba prodigiosamente su fortuna en fastuosas fiestas y suculentas cenas. Hizo notar al joven pintor que estaba al servicio del Duque d’Orleans como escribiente y que era un exitoso escritor, gracias a la acogida de “Anthony”. Dumas, hijo del general francés que se había casado con una esclava negra de Santo Domingo, igual que su abuelo, tenía una aguda visión artística.

Luego de mucho recorrer, vio una pintura de una mujer hermosa, de miradas azules, vestida con ropas sucias y despeinada. Ésta sostenía en su mano un interesante libro que tenía impreso un título difícil de notar. Mientras, afuera, el pueblo se acostumbraba a una apacible vida republicana. Dumas encargó que envolvieran el cuadro y lo pasó a recoger hora antes del anochecer.

La ignota mujer. Intacta, firme, eternamente joven decoró durante mucho tiempo el Salón de Fiestas del Castillo.

Capítulo II

Era el año 1839, Gran Bretaña sufría un sinfín de enfermedades epidémicas. El cólera y el tifus azotaban las ciudades. La prostitución era una de las actividades más frecuentes en Inglaterra, en sus bares y cabarets. Los hombres bebían y disfrutaban espectáculos eróticos. Mientras esto sucedía, también crecía el avance de la ciencia y la idea de industrialización y en el trono reinaba la primera mujer: La Reina Victoria.

Una de esas noches, frías, implacables, Oliver Twist llegaba a la casa de un tal Brownlow. Oliver era una víctima de esta sociedad, debía limpiar chimeneas, hacer trabajos sin tener un pago y vivir de la caridad de un orfanato que maltrataba su delicado cuerpo.

Acompañado por un hombre que le tenía mucha estima. Su amigo Charles Dickens. Tal vez identificado por haber pasado los mismos tormentos en su infancia.

Luego de entrar hasta el comedor, Oliver observó sobre la chimenea un cuadro que captó inmediatamente su atención.

-Se parece mucho a … a …

-¿A quién? – pregunta, mientras los recibió, el señor Brownlow.

-No sé… me parece que la vi… pero, no sé.

-Es un cuadro que me regaló un amigo antes de viajar a Rusia. Alexandre, ese era su nombre.

El parecido entre Oliver y la mujer era impresionante. Pasaba horas junto al fuego observando cada detalle del delicado rostro de la mujer. A veces, su amigo Dickens, escapaba de su trabajo como escritor en el Morning Chronicle y lo acompañaba.

Pero una mañana, el niño despertó y la serena mirada del cuadro no lo acompañaría más. Esa madrugada habían sufrido un asalto, mientras dormían, y entre otras cosas de valor, se habían llevado el enigmático cuadro de la mujer.

Capítulo III

Las guías turísticas de Europa, en 1874, anunciaban un tour por el mundo en exactamente ochenta días. El inglés meticuloso y refinado Píelas Fogg aceptaron la propuesta y junto a su criado Picaporte partieron a esa gran aventura. Antes de partir, una semana antes para ser precisos, llamó a su confidente Julio Verne y le entregó un enorme paquete, envuelto en papel marrón como obsequio por el valor que había tenido para ascender en globo por encima de Amiens, durante veinticuatro minutos.

Verne, ya en su casa, abrió el paquete y encontró en él la inspiración y la compañía de sus noches de escritura. Sobre el sillón amplio, en una esquina, colocó el invaluable cuadro. No lo colgó. Estaba apoyado contra la oscura y húmeda pared y entre los cómodos almohadones del asiento. El escritor encontró en el cuadro, una forma de compañías silenciosa, callada, sumisa y comprensiva. Fue a ella a quien comentó sus inquietudes sobre el incipiente avance tecnológico, las transformaciones científicas y el crecimiento de las máquinas. Fueron estas circunstancias que inspiraban a Verne a escribir novelas como “Cinco semana en globo”, “Viaje al centro de la tierra” y “Veinte mil leguas de viaje submarino”.

Había sido ella también, la que oía su lamento y sus preocupantes quejas por la conducta de Michel, su inquieto hijo.

Las mejoras en las vías de comunicación facilitaron materializar el deseo de Verne a conocer nuevos horizontes. Lo hizo a través de El Rocket, una locomotora que recorría la línea ferroviaria entre Liverpool y Manchester. También se aventuró en un barco de vapor, una importante innovación tecnológica de la industria de esa época. Estos viajes hicieron que en la ausencia de Verne, el cuadro que había acompañado durante tantos años se perdiera de su casa.

Capítulo IV

Entre los años 1871 y 1880, un hombre famoso por sus aventuras amorosas, salvajes y por su potencia sexual animal visitaba los prostíbulos franceses para satisfacer su inagotable apetito lujurioso. Era amigo de alternadores, bailarines y de mujeres de alta sociedad de quienes se nutría para escribir y para festejar inolvidables noches de pasiones animales. Era Guy, su apellido Maupassant.

En esos años, lo llamaron a las armas, para participar en la Guerra Franco-Prusiana. Nunca llegó al frente.

Fue en esos momentos en que conoció el rostro de una mujer, que descubrió como inmaculada, dulce, hermosa… diferente al resto de las mujeres que frecuentaba. Ese rostro colgaba de una pared en una sala de un burdel que solía frecuentar.

En esos momentos de placer con mujeres de verdad, su vigor masculino se veía inspirado en la mujer del cuadro. Y aunque no supiera su nombre, la adoraba casi místicamente.

Un frío martes, debió cumplir con el deber patriótico y acompañó a un grupo de franceses, que como él, decidieron huir de la guerra. Se hizo pasar como el Conde Hubert de Breville y subió a una diligencia para diez personas. Cuando los abrió, la vio. En frente, estaba una mujer galante, con un abultamiento prominente sobre su cintura, de mediana estatura, de piel suave, fresca. Su pecho era grande, y despertaba su carnal deseo de fornicar. Pero al contemplar su rostro… no lo pudo creer. Debajo de esa peluca blanca, del maquillaje excesivo y el lunar debajo de su húmeda boca… estaba la dama del cuadro del burdel.

-Eres tú… eres ella… ¿eres?

-Isabel Rousset, señor. Aunque en el pueblo me llaman Bola de Sebo.

-No … ¿tú?... – preguntaba confundido - ¿eres la del cuadro?

-¿Cuadro?... No, soy Isabel. Isabel Rousset.

En el viaje, la mujer sufrió en carne propia la discriminación social. Era la víctima de una lucha de clases que la mataba en vida. Ni aún el inmenso amor platónico de Guy la ayudó. Él prefirió callar, obligarla a hacer eso que no quería. Y acusarla después de ser una vergüenza.

Consiguió su libertad, pero en su corazón quedó la duda por saber si era realmente esa mujer la enigmática dama de la pintura. Esa que tantas noches de insomnio le robó.

Capítulo V

Transcurría 1915. Las tensiones entre los países europeos, acumulados desde el pasado, desencadenaron una sangrienta guerra. El ejército alemán invadía rápidamente los otros países, quienes iniciaron la guerra de trincheras para defenderse y atacar. El aire, el mar y al tierra en los campos de batalla. Los soldados debieron aprender a usar nuevas armas, como torpederos, submarinos, tanques y aviones de guerra.

A nueve kilómetros del frente alemán, un grupo de soldados jóvenes e inexpertos enfrentaban su miedo a morir, aún con un sincero amor a su patria, enfrentando el miedo, la soledad y el dolor. La sangre era derramada sin piedad y al amistad se olvidaba con la muerte.

Uno de ellos, Kemmerich yacía lánguidamente en el hospital de campaña, le faltaba una pierna y sus compañeros advirtieron que no saldría con vida de esta situación. Los enfermeros no querían colocarle medicamentos. Al final, era solo un soldado.

Cuando entró Baeumer, su amigo y compañero de 19 años, hizo un esfuerzo por hablar… con mucho dolor en su garganta dijo:

-Pablo… oye bien… oye bien.

-Sí, pero no te esfuerces Kemmer…

-Sí, es importante… Mira, cuando vuelvas… porque sé que volverás… encontrarás en casa de Erich, un cuadro que perteneció hace mucho a mi abuelo…

Una tos interrumpe la penosa conversación.

-Dile que te lo entregue. Cuéntale mi final y lleva como prueba las botas que él me regaló… Aaay, aay… Espera…

-Sí, te oigo…

-Esa mujer del cuadro era María Sarah Debray, esposa de mi abuelo… No hay más datos sobre ella que ese cuadro. Sus papeles se han perdido… Aaay

-No hables más.

-Sí… escucha… Ella es abuela de un familiar. Oliver Twist, quien murió sin conocer a su madre. Llévaselo a su familia… creo… que vivía en una ciudad cerca de Francia… valorarán el cuadro.

-Está bien… lo juro… pero descansa.

-Búscalos y dáselos. Ellos sabrán que hacer… Además hubo una mujer… Isabel Rousset, que buscaba este cuadro… era… era su tía.

-Sí, lo haré… Lo haré… lo juro por la historia de ésta guerra.

-Búscalos. Al fin, era mi familia. Y algo debe hacer… por ellos.

-Por favor, Kemmer… Kem…

Y al terminar murió. Había dado la vida por su patria y por mucho más. Y había develado un misterio que el destino había dejado en manos de un hombre que corría su misma suerte.

La revolución es...

Ariel Di Paoli

Taller de Comprensión y Producción de Textos II

2008


Y qué si no puedo

qué si no quiero

y qué si las barbas de las ballenas están

hechas con medusas, con almanaques

con puntas de arpones

los osos comen miel

los automóviles no existen

Cómo decirle al motor del lavarropas que

nos done una revolución y

cómo sacarla de ese minuto y

estirarla sobre la arena

sobre el mar, sobre las nubes y sus petróleos

Qué es eso que no ves

éso, qué te molesta cuando vas al baño

Y no puedo pero

Quiero, Quiero, Quiero

vos también, tampoco

podés, solo, vos

y yo, sólo

con esas nubes negras, brillantes

me separan, nos asemejan

y aunque lo único que hacen es flotar sobre nuestras cabezas como moscas no alzamos las manos para espantarlas dejándolas posarse en nuestras ideas

ideas-sexo

ideas-vos/yo/ellos

ideas-mierda

a veces sueño con

flotar

liviano en el

aire

para descender de forma lenta

encima de todo

pero el sudor salado aceitoso me despierta

por miedo a soñarme mosca

y que ese todo sea

en lo que me apoyo por

naturaleza


jueves, 10 de septiembre de 2009

Una realidad autista

Carolina Avolio
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
2008



Corría el año 2060. La ciudad se encontraba invadida por las tecnologías, hasta el punto de que las personas eran manejadas por chips. En esta ciudad desierta de seres humanos se encontraba Pablo, un joven normal pero solitario.
Pablo era un adolescente de 17 años que no tenía amigos, no hablaba con su familia, vivía su mundo que era su cuarto y los juegos electrónicos. Un día, decidió salir al mundo exterior y comprendió que había otra vida fuera de su universo y quiso conocerlo. Esa vida que él no conocía se encontraba marcada por personas que se relacionaban entre sí. Había más jóvenes como él, pero la diferencia era que Pablo era de carne y hueso mientras que el resto vivían y actuaban como robots. Pablo, al ver esta situación, no quiso seguir estando solo y trató de integrarse a la vida social moderna.
Pero ojo, no le iba a resultar nada fácil.
Un día, al atardecer, el joven decidió acercarse a un robot y decirle “yo quiero ser como ustedes”. El robot llamado Paquinton 08 no dudó en contestarle de una manera agradable, “te aceptaremos como uno de nosotros siempre y cuando cumplas con ciertas pautas”. El jovencito, ilusionado, le dijo que sí.
Al día siguiente, el robot le mandó una carta a Pablo a través del cajón volador, un nuevo servicio que brindaba el correo. El sobre llegó enseguida y en el decía: “A las doce del mediodía tienes que estar en tu habitación, la cual estará remodelada y con 3 puertas las cuales tienes que ir sorteando”. Lo que Paquinton quiso hacer es demostrarle todas las cosas que podría perder si se transformaba en robot y siguiera conviviendo con su soledad.
Eran las doce del mediodía y Pablo se encontraba en su cuarto, tomó el picaporte e ingresó en la primera puerta. Detrás de ella, se encontraba su madre y padre, con los cuales nunca había compartido nada, simplemente porque él había elegido la soledad como modo de vida. Los días pasaban y Pablo se sentía muy cómodo con su familia, pero había algo que no se acostumbraba .Era a tener que dar explicaciones. Eso lo hacia sentir atado, cosa que antes no sentía. Se adaptó a su familia, pero lo que lo empujaba a acomodarse mas rápido era poder lograr su cometido. Él y la familia se encontraban felices de sentir que habían recuperado al hijo que nunca pudieron tener.
Detrás de la segunda puerta, lo esperaba el amor, descubrir lo que todo adolescente descubre a su edad. Al abrirla, se encontró con una bella jovencita que al verla, sintió que sus almas se conectaban. Comenzaron a hablar. Tenían tantas cosas en común que se sorprendían, la química entre ambos era extraordinaria. La hora llegó y Pablo tuvo que marcharse pero quedaron en que esa hermosa sensación que sintieron ambos no se perdería.
Ingresó a la última puerta. Detrás lo esperaba la fábrica de robots. Esta puerta fue clave porque allí Pablo vio cómo era la transformación del ser humano en un aparato, cómo los hacían funcionar y hasta pudo observar cómo serían sus días si él se transformaba en uno de ellos. Pablo, al ver eso, entendió que ser uno de ellos lo llevaría nuevamente a la soledad y él ya no quería eso para su vida. Había descubierto un mundo maravilloso detrás de sus cuatro paredes. Al salir de ahí, lo esperaba Paquinton con la pregunta crucial:
- Pablo, ¿vos querés ser uno de los nuestros?
El joven le contestó:
- Fui feliz con la vida solitaria que llevé, pero al pasar por las puertas, me di cuenta de que quiero pasar mi vida acompañado y, si me transformo en uno de ustedes, la soledad me perseguiría, porque ustedes son máquinas, no sienten y no viven como quieren.
El robot sorprendido le contestó:
- Tienes toda la vida por delante, aprovéchala.

Eterno

Por Nahuel Ortíz


Para los que fueron y volvieron, para los que fueron y todavía están allá y para los que volvieron, pero que sin embargo, se quedaron...


A veces creo que no soy quién para hablar de la guerra, que sólo los que murieron estuvieron ahí, pero no es asi. Todavía, tantos años después, la siento en el silencio; olor a cigarrillos, mates, sangre.
Es como poner el oído en un caracol, ese ruido a mar, sólo que mi caracol es el silencio y mi mar son estruendos, son gritos, dolor.
Yo estuve en la guerra, ahora estoy acá, tengo hijos, mujer, amigos y recuerdos. Tengo caras, muchas caras, retratos en mi cabeza de pibes con tres pelos en la barba, no tengo mi imagen. Poco a poco se van borrando, los nombres, las caras. A veces antes de dormir cuando se apaga la luz repaso; ¿Cómo se llamaba el morochito? Ese, el rosarino... Todavía no me sale. ¿Dónde estará? Prometo acordarme. Si recuerdo todavía está, va a seguir ahí. No hablo de ellos, ni de lo que hice, ni de dónde estuve ¿para qué? No se le pueden poner palabras, sería restarle importancia. Qué palabra se utiliza para describir la emoción que sentíamos cuando la ropa estaba seca, o cuando el sol salía y calentaba las piedras alrededor, o la muerte, cómo explicar lo que es la muerte o lo que dejó de ser para nosotros. Entonces me callo.
Años, muchos años, tantos que me parece que no recuerdo cómo era antes, supongo que es el tiempo. Será que ahora entiendo que un año vale cien, que un día puede ser eterno, que la eternidad está en un momento, se guarda, espera y ataca. Te encuentra, en la casa de tu vieja, leyendo, tomando mate, es un timbre, son diez pasos, es una cara que te dice que tenés que ir y ahí está tu eternidad. Esa fue mi guerra, fueron mis días que duraron toda la vida.
De a ratos vuelvo, estoy ahí de nuevo, cuando miro fijo algo y dejo de verlo, los que me conocen saben donde estoy y me dejan que vaya por un rato, pero sé que en el fondo temen que me quede, pero no me puedo, estoy acá.
Muchas veces me preguntan cómo quedé después de la guerra y la verdad es que no sé cómo ni por qué, pero quedé y para mí es suficiente. Ahora tengo hijos, mujer, amigos y recuerdos.

Los desechos

Nair Acosta

Taller de Comprensión y Producción de Textos I. 2008



Debía apresurarme. Llegaba tarde a la reunión de trabajo prevista a primera hora del día. Tenía pánico en llegar a la empresa, sería contratado como el único ser humano, quien debía conducir y seleccionar a centenares de robots.
El año 2005 fue una etapa feliz y propicia para mi vida, ya que había logrado finalizar mi carrera en Recursos Humanos, pero nunca imaginé que treinta años después, mi trabajo sería calificar maquinarias y no personas. Especular en eso, me aterrorizaba; sólo con “ellos” me creía inferior en cuanto a su gran intelecto.
Mientras me dirigía en avión a la ciudad vecina, para llegar a mi futuro empleo, me interrogaba sobre cuál sería mi rol en ella. No tenía sentido que un hombre pudiera poseer poder sobre un robot. ¿Por qué lo creían necesario? ¿Acaso querían acabar con mi vida? Las preguntas seguían frecuentando en mi mente, intentaba esquivarlas, pero las lágrimas de sudor recorrían mi perfecto rostro. Me sentía solo, necesitaba una compañía. En ese instante, una voz me preguntó si necesitaba ayuda. ¿Por qué iba a requerir de la capacidad de “ellos”? Con una tenue voz, contesté que no.
Sin desearlo, me quedé dormido pensando qué sería de mí un minuto después.
Al llegar a la empresa, me condujeron hacia la gran oficina. Desde allí, sentía que podía dominar el mundo. Sin embargo, seguía asustado, mis piernas temblaban y no podía contraponerme a las tensiones de mi cuerpo. No debía demostrar inferioridad. Nunca lo había hecho, pero ahora, me era realmente dificultoso.
Estaba rodeado por “ellos”, y tenía que demostrar mi destacado intelecto, de lo contrario, mi destino correría peligro. Durante horas, me dediqué a seleccionar personal, mientras era observado por diferentes cámaras, muchas de ellas ocultas, sin saber su paradero. Era totalmente irónico mi trabajo, esas máquinas no contenían margen de error. Se hacía muy dificultoso desempeñarme sobre la perfección que conducía al planeta.
Al finalizar, decidí realizar un recorrido por el lugar. La melancolía se apoderaba de los pasillos, y el silencio era su mayor compañero. No podía creer que era el único ser humano inmerso en el interior de la esfera tecnológica.
Continué caminando, el eco de mi respiración retumbaba en las paredes. Mis ojos se posaron sobre un cartel computarizado que se encontraba hacia mi costado derecho e indicaba la entrada a una habitación. En él, leí la siguiente palabra: “desechos”. La curiosidad invadió mi cuerpo, necesitaba saber qué contenía aquel sitio. Me introduje con demasiada precaución, el miedo que padecía era aún mayor que al llegar.
No podía dejar de sorprenderme ante lo que veían mis ojos. No reaccionaba. Sabía que tenía que escapar de ahí, pero mi cuerpo había quedado petrificado. La habitación contenía sin vida a la mayor parte de la raza humana. Éramos considerados los desechos del mundo. Sólo utilizaban de los cadáveres, el cerebro del hombre para reproducir maquinarias. En uno de los extremos, observé que decía: “Licenciados en Recursos Humanos”, y allí se encontraban una notoria cantidad de individuos.
Ahora comprendía por qué me necesitaban con “ellos”. Antes de seguir viviendo atemorizado, decidí formar parte de la nueva realidad.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Hasta nunca

Gisela Robles

Taller de Comprensión y Producción de Textos I. 2008


Hola Soledad… hace tiempo que no te paso a saludar. Te pido perdón. Sé que la última vez que te visité fue cuando tenía veinticinco años, pero hoy decidí venir. En realidad, escuché tu nombre en una conversación y los recuerdos me impulsaron a venir. Disculpame. Disculpame por no venir antes.

No quiero que pienses que me olvidé de los momentos que compartimos, pero tenés que entender que pensar en ellos no me hacía bien. Por eso intenté alejarlos, taparlos en mi mente hasta hacerlos casi desaparecer; para poder seguir adelante.

La noticia de que te estás debilitando hasta casi dejar de ser me conmovió. No quiero ser malo ni grosero, no obstante dentro de todo, me pone feliz. Pasamos muchas cosas juntos pero era por algo circunstancial. El divorcio de mis padres, las burlas que recibía en el colegio, la dificultad para encontrar un amigo verdadero, una novia, una meta de vida eran cosas que nos obligaban a compartir tiempo juntos. Mañanas, tardes y noches completas. Ahora lo superé.

Pasaron sesenta años y no sabés cuánto cambiaron las cosas. No sólo mi vida personal sino también la de todo el mundo. Es como si una lluvia de esperanza hubiera regado cada rincón existente. Todo ha progresado. Por eso mismo, es una paradoja que yo esté aquí visitándote.

El mundo se ha liberado de la opresión, de la angustia, de las diferencias. Vivimos en una gran nación donde compartir es la palabra clave. Nadie tiene motivos para sentirse solo, inferior, vulnerable, maltratado, incomprendido. Hoy, los objetivos buscados son comunes para todos.

Las personas viven en un mundo donde la tecnología las hermana y las comunica constantemente. Todos los avances tecnológicos han llegado al punto en que sólo producen efectos positivos. Somos una sociedad donde la comunicación sirve para comunicarnos de verdad.

Por ejemplo, existe una nueva forma de teletransportación de manejo mental que permite estar en el lugar deseado con sólo pensarlo. De esa manera, no existen excusas para no asistir a algún lado.

Además, la conexión entre las personas es permanente a través de video-llamadas -que se realizan desde televisores de grandes dimensiones- que permiten descubrir cuáles son las necesidades de la gente. También funciona una guardia las veinticuatro horas del día –durante todo el año- formada por grupos que van variando en su conformación, los cuales se dedican a monitorear el mundo completo y verificar que todos se encuentren felices y acompañados. Porque el lema de esta guardia es “nunca estés solo”.

En fin, es posible que te suene descabellado esto que te estoy diciendo, pero es verdad. Hace más de sesenta años si alguien contaba esto que te estoy diciendo, lo hubieran tomado por un loco que cree en las utopías. Y sin embargo la realidad cambió.

Harto de tanto sufrimiento y dolor, decidí dejar de lado todos aquellos sentimientos negativos que me hacían ir en tu búsqueda y me uní a una asociación numerosa que buscaba promover que la vida en compañía ayudaba a construir un mundo mejor.

Ya cuando formaba del grupo, elaboramos este plan magistral que actualmente se hace realidad. Parece inaudito cómo alcanzamos la convocatoria y el poder para poder llevarlo a cabo… Parece que todos estaban cansados de sentir esos sentimientos cuando estaban con vos.

Y creo que ese mismo propósito que nos juntó es el que me hace decirte en este momento adiós. No quiero mentirte, aunque quiero también que sea un adiós sin rencores. Estuve luchando contra vos y como quiero ser sincero, te lo cuento.

Te vengo a despedir. Me toca a mí porque soy el que más te conocí. Es una despedida alegre porque finalmente conseguí lo que deseaba más profundamente. Te pido perdón –de nuevo- por querer que desaparezcas, por venir a pedirte que no vuelvas más.

Porque las lágrimas no empañan mi vista, mi respiración no es agitada, mi interior no está vacío. Hoy, no te siento parte de mí, hoy estás lejana y prefiero que así sea. Esto no es un hasta pronto, esto es un hasta nunca.

Jorge no hablaba

Juliana Celle
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
2008


“Jorge no hablaba, Jorge no habló”. Clara se desesperaba, porque sentía que debía saber todo de él para poder iniciar su convivencia. “Ni una palabra”, le siguió contando Ester, mientras sacaba la pava del fuego. Clara estaba convencida de que las madres saben todo acerca de sus hijos. Y Ester… ¡Ester era una madraza! Lo bancó a Jorge en todas.
Entró y, por supuesto, nos abalanzamos sobre él para abrazarlo. Estaba flaco y un poco desprolijo (bah… siempre fue desprolijo, pero a su manera). En cambio, ese día estaba distinto. Tenía la mirada perdida. Estaba como… ¿cómo te lo puedo explicar? Como tonto estaba. Nosotros le hacíamos preguntas ‘¿cómo estás?, ¿te dieron de comer bien?, ¿Pedro volvió?’. Pero él no respondió. Miraba la casa como si le costara reconocerla. De repente, enfiló para el baño. Yo lo seguí porque pensé que se sentía mal. Y lo veo arrodillado abrazando el inodoro. ¡Sí! ¡El inodoro! En ese momento pensé que iba a decir uno de sus chistes. Hubiera sido lógico: la mierda siempre es un buen tema para bromear. Sobre todo en él, que antes era tan gracioso. Te juro, me quedé esperando que me dijera ‘la verdad, mami, lo extrañé más a él que a vos’, o algo por el estilo… Pero no, no emitió ni un sonidito siquiera.
“¿Están charlando cosas de mujeres, o me puedo unir a tomar unos mates?” Alfredo se acercó a la cocina porque había sentido olor a tostadas. Ester siempre decía que padre e hijo tenían temperamentos muy similares. Clara no estaba segura de eso, pero admitía sin lugar a dudas que físicamente Alfredo y Jorge eran idénticos.
“Estamos hablando de cuando el nene volvió de Malvinas” respondió Ester mientras le cebaba un mate. “Ah…” dijo él, y la sonrisa se le fue desdibujando de a poco y los ojos se le hundieron en un mar de recuerdos.
Cuando Jorge era pibe, después del colegio siempre se volvía con cuatro o cinco amigos. Pedro, Luisito… qué te voy a andar explicando a vos si ya los conocés. Agarraban el Winco y ponían los Beatles a todo volumen. A mí no me gustaban, pero ahora reconozco que fue una banda muy buena. Tomaban mate, hablaban de minas… esas cosas que hacen los chicos a esa edad. Y los viernes era el día del TEG. Jorge siempre me invitaba a jugar con ellos. Al principio me daba vergüenza. Hasta que un día me dijo ‘dale, pa, aliate conmigo. Vamos a hacer mierda a todos estos pichis’. El día que Jorgito volvió, a la madrugada me levanté a mear. (¿Le contaste a Clarita lo del inodoro?). -Ester asintió con un movimiento de cabeza, mientras untaba una tostada con dulce de ciruelas.- Y veo que estaba sentado a los pies de su cama, en completa oscuridad, con la caja del TEG sobre las rodillas. En ese momento pensé que iba a decir una de sus reflexiones de la vida, porque antes él era muy reflexivo. Me quedé mirándolo, esperando que dijera ‘la guerra no es un juego’, o algo por el estilo. Pero no, no dijo nada. Me miró, hizo una mueca indescifrable, guardó el TEG y se acostó.
La realidad era que Jorge sí hablaba; decía lo justo y necesario. Pero sus silencios eran estruendosos. Cuando hablaba contaba hermosas anécdotas de su niñez, en especial aquellas que se relacionaban con el colegio y sus amigos. Cuando hablaba, decía que le hubiera gustado ser escritor. Clara siempre lo escuchaba con muchísima atención, tratando de desentrañar los misterios de su pareja.
Muchos años después, cuando Jorge falleció, Clara (su mujer y madre de sus hijos) encontró la caja del TEG. La contempló con emoción y recordó la anécdota que le había contado Alfredo. La abrió, por curiosidad, y dentro halló tres cuadernos.
Jorge no hablaba, no habló. Pero escribió con detalles todo lo que sucedió durante su estadía en las islas Malvinas. A Jorge le hubiera encantado ser escritor.

El amor después del amor

Lucía Ravazzoli

Taller de Comprensión y Producción de Textos II

2008



Nuestro país ha vivido casi cinco décadas que definieron nuestro presente. Reconocer y aceptar quiénes somos implica pensar quiénes fueron los que transitaron ese camino que llevó de las utopías a la más profunda de las crisis.

Debemos replantearnos nuestra identidad. Debemos parar la pelota y reflexionar en estos días en que el mundo dice “salud” antes de estornudar.

¿Cómo se llega de una niña que ama a Los Beattles, cuestiona sin peros y lo único que censura es la sopa a un hombre que, con experiencia política y electo de manera democrática, no supo (literal y simbólicamente) encontrar la salida a la difícil situación del país que dejaron Menem y compañía?

¡Qué época! Éramos bastante chicos y sólo importaba cambiar figuritas en los recreos e ir a ver al cine la última película de Disney, lugar al que, por otra parte, soñábamos con visitar en esa etapa en la que viajar al exterior era mucho más accesible. A la distancia, algunos, supimos ver cómo se subastó el país, cómo se privatizaron empresas y filosofías de vida. Sí. Las personas, sobre todo de clase media, votaron a un candidato, Carlos Menem, por el simple y asqueroso hecho de obtener un beneficio material personal. Cuesta creer que pocos años después ese mismo estrato social saldría con sus “Essen” compradas en la época del “uno a uno” a protestar en conjunto en el espacio público.

¿De eso sí te acordás no? Pero, decí la verdad. La mayor parte de nuestra generación salió a golpear las cacerolas o porque era veinte de diciembre a la tardecita y la invitación al quilombito motivaba, o porque a nuestros viejos les habían encarcelado los ahorros de toda su vida, lo cual no está mal, pero tampoco podemos decir que se despertó la conciencia política de los jóvenes cual Cordobazo del sesenta y nueve. No. Al tercer día ya estaba re-quemado ir a los cacerolazos, no daba.

Pero bueno, ya que estamos vamos a sincerarnos, porque Menem no será Gandhi ni mucho menos pero muchos de nosotros tendemos a seguir la moda mediática y a concentrar en el “Príncipe de La Rioja” todos los males de una democracia débil y superficial que habían desembocado en la desoladora huída de la confianza en los políticos. Ahí sí el presidente encontró una salida, de emergencia e indigna.

¿Será que el hecho de que Alfonsín haya encarnado la vuelta a la democracia hace que nuestros padres, nuestra primera fuente de información, nos cuenten una gestión idealizada? Cuesta amalgamar la imagen de la gente festejando en la plaza con el dictamen de leyes a favor de los médicos cínicos creadores de autómatas y de la transición del no pensar de generación en generación. Se hace difícil comprender cómo un presidente, que asume en el marco de un amor apabullantemente sentimental del pueblo para con el sistema político democrático, tenga que renunciar y adelantar el pase de mando.

Es una triste paradoja pensar que cuanta más libertad hay, con menos fuerza y convencimiento se la defiende.

Es necesario tener cuidado porque así como Mafalda con un chiste te despertaba como un café cargado, hoy la mayoría de los políticos y el monopolio de la industria mediática te adormecen, tapándote una noticia con otra y, encima, muchos de nuestra generación les facilitan el trabajo, ya que no tienen ganas de elaborar complejas y agotadoras críticas y dejan que estos piensen por ellos, sin ser concientes del poder que los jóvenes tenemos.

Creo que si Walsh reencarnara de los textos que conservan vivo su espíritu nos pegaría una buena patada en el culo a cada uno, seamos emos, floggers o rollingas, y nos escribiría dos palabras en la frente: “compromiso” y “compañerismo”.

¡Hey! Sí, a vos. ¡Despertate! No te digo que dejes de salir a bailar los sábados, tampoco de ir a la cancha, o de de usar el celular pero hacelo críticamente y ponete media pila. Dejá de mirarte el piercing del ombligo y pensá a quién podés ayudar que gente que te necesita sobra.

El psicólogo Gabriel Rolón dice que el verdadero amor debe pasar por tres etapas. La primera, es la del amor idealizado, en la que al ser amado no se le encuentran defectos ni se le discute nada. La segunda, es la del desencantamiento del amor en la que se develan las falencias de lo amado y se potencian, hasta el punto de desarrollar una profunda aversión por el destinatario de nuestro enamoramiento, sin saber separar al sentimiento de defectos puntuales. La tercera etapa es la que confirma el verdadero amor. Es el periodo en que uno acepta al otro como es, con sus falencias y sus virtudes. El amor se vuelve incondicional.

En este tercer estadío es en el que se encuentra el romance de nuestra sociedad con la democracia.

Sabemos que tiene falencias graves por las que hay que luchar por mejorar pero también debemos ser concientes de que hay que defenderla y amarla como a nuestro último respiro. Hay que cuidarla por las voces que miles de voltios y litros de río no pudieron callar, por los que perdieron la inocencia y la vida de un solo golpe en una guerra. Por decirle a los que piensan que poniéndose la remera de la democracia tapan la desnutrición (alimenticia y educativa), la desigualdad y la corrupción “¡acá estamos!”… Y lo vamos a hacer circular.