jueves, 24 de junio de 2010

Ghost's Blues

Por  Álvaro Vildoza
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010

Cuando el último haz de luz helado perforó la ventana del living, se detuvo unos minutos sobre el piano viejo, abierto. Las teclas amarillas te extrañaban. Las colillas de cigarrillo se fueron ya, hace bastante. La banqueta estaba en el mismo lugar, deseando tu peso. El diario seguía llegando, con fecha 2005. Y yo, tirado en el sillón, esperaba.

A veces, cuando llovía, veía caer las gotas por la ventana, sin levantarme. Sólo las observaba, culpándolas. A la mañana, jugaba adivinando cómo seguirían tejiendo las arañas en las esquinas de la casa. Contaba los días, rezaba de vez en cuando por tu regreso.

Sentado en este mismo sillón, te vi aquí una vez. Abriste la puerta de golpe, cerraste con un portazo. Me besaste, ¿me besaste, no? Prendiste un pucho y abriste el piano. Practicaste escalas, menores. Sí, menores. Cantaste un soul, te reíste con un jazz. Lloramos un blues. Recuerdo que las lágrimas nos rodaban por la vida y las melodías seguían saliendo de tus dedos, poseídos, coléricos. Y seguíamos cantando, riendo, llorando. Tu piel se oscurecía cada vez más. El sol se puso y te fuiste. Escuché tu auto. Afuera, diluviaba con olor a muerte. Y dejaste el piano abierto.

Esperé veinticinco años desde aquella vez. Limpié la casa, y con un algodón repasé los bemoles, con cuidado encendí velas cada noche, sobre las amarillentas partituras, esperando. Y no llegabas.

Volviste después, aquella tarde roja, con tu ropa rasgada y tu honor cortado en pedacitos. Me miraste y me saludaste en inglés. Tus huesos crujieron al sentarte, y tus dedos improvisaron un lamento, disminuido y ronco. Imité una armónica cansada porque fue lo único que pude hacer.

Prendiste un pucho y te reíste. Esta vez no me besaste. Me miraste y no dijiste nada. Tus labios carnosos y ajados no dijeron demasiado. Tu rostro, cada vez más gris, había perdido la tenacidad con la que cantabas góspel en la iglesia. Caminaste en círculos por el living. Fumabas rápido, uno tras otro. Tosías y bailabas embrujada por el silencio sepulcral de la casa. Cuando te fuiste, dejaste las cenizas sobre las teclas, que se ilusionaban con que te quedaras, descubiertas, desnudas.

Hoy, a cincuenta años de tu accidente bajo la lluvia, canté tu último blues, besé tu foto de estrella de los 30’, repasé las despedidas que te dedicaron los diarios. Y dejé de esperar, cerrando el piano.

miércoles, 23 de junio de 2010

Con lo cara que está la vida

Por Jerónimo Guerrero
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Aquella noche la tormenta había tomado inconmensurables dimensiones. Los rayos, seguidos de estrepitosos truenos hacían estremecer hasta al más valiente de los mortales.
A las diez, Leonor, llamó al resto de la familia a cenar. Leonor era una mujer atractiva, de unos cincuenta años. El hecho de haber tenido hijos siendo tan joven, la había conminado a una vida netamente doméstica.
Sus hijos, Mario y Esteban, no tardaron en bajar al lujoso comedor estilo art nouveau, siendo Homero, el padre, el último en sumarse a la cena familiar.
En el transcurso de la comida, Homero comentó que, mientras ordenaba unos expedientes en su estudio, había encontrado un cofre colmado de fotografías familiares de los antiguos dueños de la enorme casa. También refirió que ese episodio, le había generado una horrible sensación.
Afuera llovía, a esa altura, torrencialmente. Con cada trueno, las lámparas que iluminaban el salón, producían pequeños hiatos de oscuridad generados, posiblemente, por la sobrecarga de tensión en los transformadores.
Promediaba la cena cuando uno de los apagones adquirió mayor entidad. La oscuridad se apropió del comedor por aproximadamente tres minutos, lapso en el que Leonor, absolutamente a tientas, intentó encender unas velas.
Justo en el momento en que la odisea de encontrar esos malditos y esquivos objetos de cera incandescente llegaba a su fin, el salón volvió a iluminarse, y allí Leonor pudo constatar, que ya no estaban solos.
Un señor de unos setenta años, gélido, con aspecto tísico, permanecía sentado a la mesa junto a Mario, el mayor de sus hijos.
Homero, que se encontraba sentado en la cabecera, no tardó en reconocer al horrible visitante. –Debe ser Aníbal- dijo sonriendo, -su nombre figura en una de las fotos que les comenté-, y mientras pronunciaba esas palabras le hacía señas a su esposa para que agregase un plato.
Fue allí cuando Leonor estalló de ira. Había estado toda la semana preocupada por la inflación y sus negativos pronósticos. En la televisión y las radios anunciaban un derrumbe económico y en los negocios del barrio ya se discutía la cuestión. En la verdulería, por ejemplo, Don Roque, había decidido no vender más morrones ante la incertidumbre respecto de cuánto saldrían la otra semana.
Esta situación, había generado en Leonor un estado de hastío absoluto, y de ninguna manera estaba dispuesta a soportar a un fantasma cualquiera viviendo en su casa. – ¡Si se queda, aporta!- pronunció sin mirar al nuevo visitante.
Fue así que Aníbal consiguió un trabajo en la panadería del barrio, y pudo de esta manera costear los gastos que le generaba a la familia Álvarez.

Todo tiene vuelta atrás

Por Matías González

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Año 2010


En la ciudad de La Plata, más específicamente en la plaza San Martín, vivían cinco chicos. Para subsistir le robaban cosas a las personas. A la hora de dormir se reunían todos, juntaban unos colchones y unas mantas, y así descansaban. Pasar la noche en la calle implicaba muchos peligros, pero la cosa que más los aterraba eran unos ruidos provenientes de un medidor de gas.

Una calurosa madrugada de verano tres de los jóvenes no podían dormir. Tras escuchar fuertes ruidos en el medidor decidieron ir a investigar de que se trataba. Al tratar de abrir la puerta se escuchó un fuerte grito, los pequeños se asustaron y corrieron hasta donde estaban los otros. A la mañana siguiente le contaron de lo sucedido a los otros dos chicos.

Dos días después, al haber juntado valor y hurtado una barreta, los cinco rateritos decidieron inspeccionar el cubículo. Al llegar al medidor lo abrieron rápidamente, y allí sucedió lo que menos esperaban, apareció un espectro. Los niños quedaron muy asombrados, pero no del fantasma, sino de sus zapatillas, y decidieron sacárselas. Éste, muy asustado por esto, les contó que antes el delinquía y que en un asalto a un kiosco había recibido un tiro en la cabeza, y que nunca se había ido al cielo. Les explicó que a las personas que hacían cosas malas en la tierra Dios no las dejaba subir al cielo.

Tras la historia del espectro, los jovencitos decidieron cambiar de vida. No robaron más a la gente, comenzaron a trabajar de limpia autos en la calle. Esa misma tarde que empezaron con el empleo el fantasma los visitó y les dijo que gracias a sus palabras, y que ellos lo habían escuchado Dios decidió perdonarle todas las cosas que había hecho mal en el pasado, y lo llevaría al cielo con él. Y así, el perdonado ladrón, y los niños pudieron comenzar una etapa mejor en sus vidas.

Bicicletas viajeras

Por Fiorella Benavides

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo

Año 2010


Sentados en el centro del “cuartucho”, lugar habitual y rutinario para ellos, se reían Elyas y Norbert de sus inhóspitas ocurrencias. Con descendencia jamaiquina, aspecto rasta y adoración por Bob Marley, ambos jóvenes se propusieron salir de su covacha situada en la ciudad de La Plata y, en condición de aventura, tomar camino en bicicleta hacia Jamaica.

La idea en sus comienzos parecía una hazaña, las bicicletas tenía que estar bien equipada y en perfectas condiciones para semejante trayecto. Eso no les importaba, el interés se hacía cada vez más fervoroso ya que no era sólo un viaje sino que había una apuesta de por medio. Los amigos tenían en claro el recorrido que emprenderían, pero a eso le faltaba algo de acción; ir por un objetivo que alimentase su viaje.

La idea fue sumamente unánime, los dos coincidieron que llegar a Jamaica el que encontrase la planta más grande de marihuana sería el ganador irrefutable, y que el perdedor tendría que plantar, cultivar y cuidar, diez ejemplares de la misma planta para luego entregársela al victorioso. La apuesta fue sellada con un escupitajo de cada uno en las palmas de sus manos. Así iniciaron los preparativos y emprendieron viaje.

En la ciudad natal de los jóvenes no tardó en conocerse la noticia de esta aventura, especialmente en los diarios de tirada local como El Día y el Hoy, quienes ponían en duda si estos chicos lograrían su objetivo, dejando en su soporte digital la posibilidad de que la gente opine a favor o en contra de la hazaña.

Una vez iniciada la aventura, los muchachos acamparon en diferentes lugares, llegando primero a Bolivia y luego a diferentes países latinoamericanos. Durante la marcha, las bicis no soportaron el recorrido y tuvieron que ser intervenidas por un motor que les posibilitara seguir hasta el final. Así fue que después de varios días de pedaleo, los amigos tomaron un barco para cruzar al país elegido.

A bordo de la máquina, dejaron Colombia para cruzar el Mar de Antillas y desembarcar en el sitio pactado. Durante el viaje sobre las pasivas aguas, los muchachos recordaron pequeños recortes de los pasajes que habían atravesado y los dos apreciaban distintas cualidades de los países. Elías manifestó que Bolivia cargaba con mucha miseria pero remarcaba el cultivo que generaban sus habitantes. Para él eso era asombroso. En cambio Norbert, había quedado fascinado con el paisaje de Sucre en el que pudo apreciar cualidades nunca vistas. Perú fue el segundo lugar de descanso y la visita elegida fueron las ruinas del Machu Pichu. Ese paisaje lo recordaron una y otra vez hasta cruzar el pasaje desde Ecuador a Colombia. Las anécdotas hasta ese momento se hicieron parte de una velada muy placentera. Era tanta la emoción de llegar a Jamaica que las palabras eran pocas y repetidas.

Finalmente llegaron al país deseado y tras bajar sus bicicletas decidieron separarse ya que no tenía sentido buscar la planta juntos. El punto de encuentro era el mismo que el de salida y tan sólo contaba con tres días para concretar la apuesta. Con el correr de las horas, cada uno de ellos hablo con diferentes personas que les iban dando algunas pistas de las cuales algunas le sirvieron pero otras sólo los desconcertaban. Fue Norbert el que corrió con más suerte ya que ese mismo día conoció a Wallas, un artesano que se encontraba sentado en el medio de un parque. Al entablar una conversación, el joven le contó el motivo de su visita y tuvo la suerte de dar con el dueño de la planta más grande de marihuana del país.

El desafía ya tenía un ganador. El platense con aires jamaiquinos irradiaba alegría y sorpresa. Sus ojos brillaban al escuchar la historia que le contaba Wallas sobre el ejemplar que adornaba, aromatizaba y cubría todo su patio. Norbert sintió que sería muy egoísta de su parte no buscar a Elías y junto con el artesano emprendieron en su búsqueda.

Con sus bicicletas en marcha dedujeron que por la cantidad de horas que habían pasado, su amigo no estaría muy lejos de allí. Y así fue, no tardaron en dar con él, quien se encontraba explorando los paradores de comidas típicas de ese país.

Al encontrase, Norbert le contó lo sucedido y le presentó a Wallas. Los tres expresaron sus ganas desbordantes por quedarse allí sin hacer nada. Enamorados de Jamaica y alucinados con su cultura, pactaron recorrer todo el lugar de punta a punta, mientras que Elías prometió que al volver a La Plata se llevaría semillas que Wallas le había regalado para poder terminar de cumplir su apuesta.

Perdida por la pasión

Por Anawil Hernández Molese
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo

Año 2010



Esta es la historia de una mujer llamada Casandra Yamal, nacida en 1945 y fallecida en el año 1872, quien residía en un pequeño pueblo de pocos habitantes junto a su marido, Cristofer, y sus dos hijos, Lenny y Brad.
Una noche de invierno, Casandra decidió preparar una cena no sólo para su familia, sino también para otras dos personas a las cuales conocía desde pequeña. El marido de la mujer odiaba recibir visitas en su casa y más aún cuando se trataba de hombres. Cristofer era extremadamente celoso y, en muchas ocasiones, llegó a maltratar a su mujer. Asimismo, el hombre solía dirigirse muy violentamente hacia ella quien asentía todo lo que su marido le indicaba. Esa noche no fue la excepción y Cristofer reprochó con insultos la invitación que había realizado Casandra.
Eran las 8 de la noche pasadas, cuando los dos amigos llegaron con una bola de pan y dos botellas de vino a la casa de la familia. Se dispusieron a sentarse en la mesa y, tras cenar, Cristofer salió con uno de los muchachos a fumar un cigarrillo al patio mientras la mujer y Matt levantaban la mesa. Matt y Casandra habían sido novios de pequeños y siempre mantuvieron un vínculo muy cercano hasta esa misma noche.
Al lapso de un tiempo, Cristofer y su compañero volvieron a ingresar a la casa y tras no encontrar al resto de las personas en la cocina, comenzaron a buscarlas por als demás habitaciones. Fue allí que en el cuarto de huéspedes, Cristofer sorprendió a su esposa tirada en la cama junto a Matt. En ese momento, lo primero que intentó Cristofer fue tomar una percha para golpear al hombre y, mientras Matt yacía en el piso recibiendo los brutales golpes de su enemigo, Casandra rodeó su cuello con una soga que colgaba de la cortina y se ahorcó.
Tras este sangriento acontecimiento, algunos lugareños atestiguan divisar todas las noches a una hermosa mujer sollozando en busca de su amante por las calles oscuras del pueblo.