Por Liliana Fruttero
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Extensión Formosa
Año 2009
Para Norma y Martu
Está ahí, quietecito. Un frío extraño, desconocido comienza a invadirlo. Mientras, le parece que una voz conocida le susurra al oído, Morroñín… Morroñín. Lentamente se da vuelta y se estremece. Un huequito entre el tul y el lustro de la madera prepara una cuna para él. No se conforma, vuelve a incorporarse. Gira alrededor de su cuerpo buscando el último aliento de calor. Se acomoda, se enrolla más y esconde su carita afligida. Parece ocultarse para no ver el panorama.
Morroñín no quiere darse cuenta de lo que sucede, pero él sabe. Sabe que algo pasa, que hubo un cambio definitivo y nada volverá a ser como ayer. Tanta palidez lo asusta. Alrededor hay murmullos y pasos. Gente que viene y va. No lo preocupan. Su atención está puesta en otro lado; en el paso de las horas y el calor que se va.
Ella duerme a su lado. Su piel es como porcelana, a pesar de los años; que por cierto, son muchos. Luce lozana, pálidamente lozana. Parece pintada por Miguel Ángel. La envuelve un aura de paz. Ella sabe que él está ahí, armoniosamente dibuja una sonrisa suavemente rosada, mientras sus párpados pasean por la ensoñación.
Un aroma intenso, penetrante inunda el recinto. No es bueno tanto olor a flores. Es que casi repugna, porque trae a la memoria oleadas de tristeza y llanto. Ese olor lastima el cerebro. Es un aguijón punzando las células olfativas. No les gusta, ese olor, a ninguno de los dos. No así. Ni a él, ni a ella. Sin embargo, los dos, amaban las flores. Amaban estar juntos, jugando en el jardín entre las rosas. Siempre juntos. Él en su falda, embriagado de caricias y ella feliz con su compañía. Unidos en todo momento. Compañeros de la historia cotidiana. En la quinta, en el negocio. A la noche, a la mañana. Con sol radiante o con lluvia. Inseparables.
Sabe que queda poco tiempo, lo presiente. El temor lo invade más, si parece haber crecido en el transcurso de la noche. Ahora, es un gran monstruo peludo que lo amenaza. De a ratos levanta su mirada gris y busca aspirar el aire. Ningún sonido sale de su boca. Observa con tristeza la lividez que avanza. Vueltas y vueltas a su cuerpo que no encuentran las respuestas conocidas.
Afuera, las luces del alba comienzan a colorear la penumbra. La puerta abierta de par en par custodia el espectáculo Dantesco. Basta nada más pararse de frente. Los dos componen un cuadro difícil de olvidar. Ella durmiendo y él, también; durmiendo sobre ella. Entre su pecho y su cintura. Junto a su corazón.
Mientras tanto la atmósfera se enrarece cada vez más. La luz de unas velas imaginarias desnuda la tristeza del ambiente. Cuatro manos entre ella y Morroñín, dos a cada lado, se deslizan por la blancura de las puntillas y con intermitencia acarician la suavidad grisácea. Van de la tela al gris y del gris a la porcelana. Toda la noche recorrieron el camino, repitiendo el itinerario. Fueron y vinieron. Van y vienen como quieren, como pueden. De a ratitos, interrumpe el recorrido la humedad de una perla brillando en los bordes de la madera barnizada.
Hay alguien que no saludó en la entrada y tampoco pidió permiso. La primera invitada de la noche. Él, peludo y fiel, la desafía. Le propone un duelo, la está retando. No se la va a llevar tan fácilmente. A puro coraje se le planta. No sabe que la pelea ya terminó y tiene un vencedor. Como buen testarudo sigue la batalla. No por nada su especie tiene fama, pensará que todavía le quedan seis.
Un aura mágica camina por las paredes de la pequeña habitación. Morroñín sigue sin entender porqué no están en su cama. Esa que por años los cobijó. Esa en la que ella lo tapaba amorosamente. No entiende porqué están allí. No le importa mucho, sólo lo preocupa el frío. Afuera hace frío, adentro también; es otoño pero parece invierno.
Ella está cada vez más helada. Él, se tiene que conformar recordando el calor de la estufa y los ovillos de lana. Hoy, se tuvo que conformar con el frío. Nadie supo cómo lograron separarlos. La primera claridad anunció la despedida.
Cuentan que hay una cama vacía y que un maullido de tristeza, todas las noches, recorre la casa.
Buen relato Liliana. Al leerlo estaba ahí. Alberto
ResponderEliminarCuánto sentimiento Lili... Buenísimo...
ResponderEliminarsos una geniaaa!!! Te amO :)
ResponderEliminarque manera mas desastrosa de escribir. No me trasmite nada. Absolutamente nada.
ResponderEliminarAngie:
ResponderEliminarMe gustaría que desarrollaras en qué basás tu análisis sobre el relato de Liliana, que puedas escribir por qué creés que tiene una "manera desastrosa de escribir". Considero que cuando uno se atreve a publicar algo, a mostrarlo a los demás, está dispuesto a recibir tanto elogios como críticas (hasta las más despiadadas). Pero considero también que esas críticas deben ser fundamentadas.
Por otro lado, nadie nace con la pluma de Cortazar. Nadie se sienta un día y dice "voy a escribir" y cuando dibuja las hojas se encuentra en un par de horas con un "Cien años de soledad" o un "Ficciones". El de escribir es un oficio que requiere aprendizaje constante. Caminar esa elegía, animarse a dar algún que otro paso (como Liliana), es ya digno de respeto.
Saludos.
Manu
Angie, para comenzar te quería decir tres cosas: que si vas a comenzar una frase (como la que utilizaste para criticar a Liliana Fruttero), la primera palabra debería ir con mayúscula. Luego, que la frase completa, como es exclamativa, vaya o no vaya con los signos correspondientes -sea en apertura o en cierre- el adverbio qué, va acentuado. Lo mismo que el adverbio más, y, además, a la palabra "trasmitir" le falta una letra "n". Es transmitir.
ResponderEliminarEn otro orden de cosas, me parece que los juicios de valor sobre las obras de los demás hay que reservárselos a los críticos, que no destruyen las obras, si no, como la palabra lo indica, ponen en crisis la obra para observar distintas capacidades, tensiones, implicancias, juegos de contrastes, en otras cosas.
La crítica simplista nos pone frente a una situación incómoda: ¿quién tiene la autoridad para juzgar la capacidad, las sensaciones, la intensidad, el sentimiento y la sensibilidad que nos ha intentado transferir aquél que ha escrito para que los otros sientan lo mismo?, y ¿cómo saber cuándo se ha llegado a la instancia en la que el escrito sirve para eso?. Nadie lo sabe. Sólo uno mismo, y el tiempo es el juez.
No seas tan dura, Angie. Alguna vez otros pondrán en crisis alguno de tus textos. Y en esa oportunidad vas a tener que estar preparada para sostenerlo y defenderlo con argumentos válidos, o en el mejor de los casos, deberás ser lo suficientemente adulta para aceptar las correcciones. Eso te va a haver madurar mucho.
Abrazo.
Fabián Fornaroli
Muy bueno tu cuento, no pretes oìdo a los comentarios negativos. Seguì escribiendo.
ResponderEliminarLo que es no entender un espacio. ¿Qué pasó Angie Medina? ¿Se nos escapó la tortuga?
ResponderEliminarMuy bueno. Muy interesante y atrapante realmente. Me gustó mucho.
ResponderEliminarNicolás Marinelli
Muy buen relato, me encantó tu descripción Liliana.
ResponderEliminarSin nombrar, uno se puede dar cuenta de qué estás hablando. La verdad que me encantaría leer más producciones tuyas, ya que comencé esta carrera y sé lo difícil que es describir sin nombrar el objeto, persona, o lugar.
Un abrazo.
Extensión Formosa.-
Es increíble pensar en que en este mundo pueda haber tanta maldad,tanto egoísmo y tanta impunidad.YO SOY ANGIE MEDINA, nacida y criada y malcriada en Formosa, esta tierra de sueños y emociones.Nunca me imagine que alguien utilizara mi nombre para criticar tan despiadadamente un texto tan bonito, tan rico y tan apasionante. De verdad Lili, me encantó tu escrito.Jamás criticaría un texto, ni una producción de cualquier ámbito: porque no es mi estilo, porque no tiene nada que ver con mi nanejo en la vida.El resto, ya sabemos de donde proviene.Un beso y un abrazo. Es una pena y está muy mal utilizar este espacio para demostrar tanta bajeza humana.Saludos desde Formosa, tierra del sol y el viento norte.
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