martes, 6 de octubre de 2009

Pecar es un placer


Por Josefina Bolis
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2008

Un muchacho joven apareció en la escena. Estaba sumergido en cuatro paredes rasas color amarillo óxido. En sus zócalos, la yuxtaposición de polvo y humedad generaba una pasta fétida que contorneaba el monoambiente de manera uniforme, empequeñeciendo aún más la habitación.
El aire parecía estar viciado e inerte. No había rendija alguna que renovase el oxígeno, ni índices de la existencia de un mundo exterior tras los consistentes bloques de cemento. El cubículo bien podría haber estado kilómetros bajo tierra, si no fuera porque una minúscula ventana, yaciente sobre un escritorio vacío, refutaba la teoría. Sin embargo, no podía divisarse nada a través de ella, y la luz grisácea que filtraba perdía fuerza y desaparecía, atenuada por la única lamparita incandescente que allí había.
El resto era oscuridad y desorden. Una biblioteca astillada, que parecía haber sido desvencijada a la fuerza, albergaba un retrato con una imagen desfigurada tras el vidrio cuarteado y un Jesucristo que descansaba sobre una cruz amputada. No había música ni ruidos de la calle, sólo una inquebrantable soledad.
El muchacho se levantó del asiento que había sostenido su cuerpo inanimado por un tiempo indefinido y, con la mirada perdida y alienada, se dirigió a una heladera. Su interior era desértico, salvo por el oasis que protagonizaba una botella de vodka. La levantó y empinó con rapidez, provocando que una gota solitaria y destilada se deslizase para caer sobre su lengua seca, y luego perderse en su viscosa saliva.
Entonces, la desesperación lo acometió. Revolvió con vehemencia un paquete donde guardaba unas hojas de tabaco, insuficientes para armar un cigarro. La televisión se encendió de manera automática para pasar el informe diario. Otra vez debía soportar un rutinario recorrido por fiestas de ricos y famosos, que disfrutaban de grandes banquetes y mujeres hermosas en fiestas bulliciosas y coloridas.
Sus ojos se enrojecieron y lagrimearon de deseo y dolor, y se arrastró débilmente hacia un bolso desparramado al costado de la puerta. Metió la mano y sujetó con firmeza el cilindro que lo llevaría a la gloria. Observó con fugacidad la etiqueta que dibujaba un gran siete envuelto en llamas, antes de destaparlo y digerir las pastillas rojas que el frasco le ofrecía.
El cuarto se sumió en una luminosidad abrasadora y cálida, y una flauta dulce entonó una armonía que llenaba de paz. Entonces, pudo leerse: “No necesitas nada y a nadie más. Con Hedoné, pecar es un placer”.
La pantalla se apagó y la sala estalló en aplausos. El corte publicitario era un éxito. El gerente, Alberto Pascal, se levantó y se dispuso a explicar el producto a su público.
- Hedoné es un compuesto químico realizado a base de serotonina, también conocida como “hormona del placer”, que se genera en la hipófisis humana y tiene la capacidad de aumentar el bienestar y la felicidad. Su liberación depende de la cantidad de luz que el organismo recibe por día y, como bien sabrán, su emisión se ha reprimido desde el bloqueo del sol por el escudo de smog. Pero hemos descubierto la manera de reemplazar la radiación precisada mediante el estímulo extensivo de los vicios del hombre – anunció Pascal con énfasis – Ahora, si me acompañan, voy a enseñarles los siete departamentos donde se produce la sustancia.
Llegaron a una primera puerta que se designaba con la leyenda “Gula: luchando contra el hambre”. Al abrirse, puso al descubierto un centenar de esferas móviles, sudorosas y grasientas. En su parte superior, se adivinaban ciertos rasgos faciales, presididos por un orificio que no hacía amague alguno de cerrarse, por el cual engullían sin cesar una amplia gama de manjares, dispuestos en la mesa que tenían al frente. Opuesta a la apertura por donde ingresaba la comida, en lo que podría llamarse nuca, brotaban unos tubos plásticos que absorbían una sabia negruzca de su interior.
En una primera instancia, una mezcla de repugnancia y asombro irrumpió al grupo visitante, pero fue rápidamente reemplazada por una salivación abundante y un estrujamiento estomacal, producido por contemplar las delicias que esos seres mutantes ingerían.
Mientras caminaban por el pasillo dirigiéndose al departamento sucesivo, un empresario de más de noventa años se acercó al gerente y le preguntó con preocupación si no temía que tales experimentos tuvieran una repercusión negativa en la comunidad. Alzando la voz, Pascal respondió:
- ¡Por supuesto que no! Estamos en el siglo XXII, ¿de qué comunidad me hablas? La gente ya no interacciona para sobrevivir a menos que no tenga otra opción. Hedoné es la solución exacta para el individuo aislado. Podrá satisfacer todas sus necesidades y ayudarlo a alcanzar el goce pleno sin salir de su casa, que implicaría correr el riesgo de exponerse a la radioactividad y a la lluvia ácida. Además, desde que se reveló la gran farsa de la humanidad, sostenida por la Iglesia durante varias eras, hacer eco a los placeres más íntimos es algo completamente consensuado. Es hora de que te desprendas de ese moralismo anacrónico, porque puede considerarse una patología severa ¿No crees?- sentenció el hombre con una mirada severa y desconfiada.
Hicieron parada en otra sección de la empresa, titulada “Codicia: el exterminio de la pobreza”, donde los visitantes imaginaron sentir la superficie fría y lisa de los lingotes de oro y los rubíes, que visualizaron a través de un vidrio, y casi creyeron odiar a los híbridos que se abalanzaban a ellos y los acariciaban, siempre conectados a las mangueras de succión.
A continuación, arribaron a “Soberbia: nunca sentirás fracaso”, el tercer departamento, donde numerosos hombres sentados en tronos eran acicalados y halagados por varios sirvientes a la vez. En su mirada enaltecida se evidenciaba un orgullo magnífico. Luego, pasaron por “Pereza: el cansancio llegó a su fin”, que era una habitación acolchonada en toda su extensión, recorrida por entes que se regodeaban abrazando mullidas y suaves almohadas.
Un deseo extenuante de quedarse en alguna de esas habitaciones empezó a dominar a los espectadores. Se impacientaban y enfadaban cuando cerraban las puertas y los dejaban afuera de semejante deleite.
Compartían el ensimismamiento cuando fueron interrumpidos por unos aullidos estridentes y prolongados. Provenían de las dos últimas puertas. Eran sonidos diferentes entre sí, pero transmitían la misma pasión.
-Son la ira y la lujuria – aclaró Pascal – Los líquidos que extraemos de esas almas logran solventar cualquier carencia afectiva o de contacto físico. Como supondrán, no podemos mostrarles su funcionamiento. Nuestro recorrido termina aquí.
Una furia desmedía invadió a los allí presentes. Ansiaban presenciar lo que ocurría allí dentro o volver a cualquiera de las habitaciones anteriores. No aceptarían irse así nomás, querían ser parte de esas experiencias. El gerente percibió su rabia e infirió:
-Sé lo que están pensando. Quieren formar parte de la familia Hedoné ¿Verdad? No se preocupen, ya lo lograron. Si realizan la cuenta, comprenderán que todavía nos falta el séptimo Pecado Capital.
-¡La Envidia!- susurraron todos al unísono, al mismo tiempo que sentían el filo de una aguja insertarse con violencia en la parte posterior de su cuello.

2 comentarios:

  1. Excelente historia!!! muy bien narrado y un poco escalofriante tambien... jeje

    Saludos

    Lauty

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  2. muy ingeniosa, la verdad q esta muy buena
    bien creativa je
    segui asi...

    Diego

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