martes, 10 de noviembre de 2009

Defendió sus ideales

Por Ayelén de Jesus Correia
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


La librería estaba casi vacía. Sólo la vendedora y una mujer con un bebé caminaban entre los pasillos, chusmeando novelas. Yo, como todas las semanas, paseaba la vista por una góndola apartada de la claridad del local. Un pasillo entero está dedicado a la historia argentina. De ese largo pasillo sólo una punta, al final, trata del período de la dictadura. No sé por qué será. Creo que la gente prefiere olvidarse de todo lo que tiene alguna relación con esa época tan triste. Sólo los hermanos, padres, abuelos, amigos y conocidos de las víctimas de tremenda catástrofe seguimos en pie, tratando de evitar que las voces callen.
El país se comporta como esta librería: se esconde en las sombras todo aquello relacionado con la dictadura militar. ¿Es mejor olvidar? Creo que para muchos sí. Creo que muchos prefieren hacerse los boludos pasando por el final del pasillo de manera fugaz, ignorándolo, haciendo de cuenta que ni siquiera existe.
Mis pies ya conocen el recorrido: van de un lado al otro acompañando a mis ojos que miran una y otra vez esa góndola sin iluminación buscando algo que saben en el fondo que no encontrarán: algún nuevo libro de la dictadura. Quizás alguno de los que sobrevivió escriba su historia. Y quizás en esa historia aparezca el nombre de mi hermano. Sé que suena raro, sé que es medio imposible, pero sentado en mi casa no voy a lograr nada. Con ese pensamiento pasé días y días delante de esos textos.
Sin embargo todo seguía igual a la semana pasada, incluso había polvo sobre algunos ejemplares. Creo que soy el único que pasa por ahí y se detiene a pensar.
En la radio sonaba "Nos veremos otra vez", de Serú Giran. Ese tema me hace acordar tanto a mi hermano. Me da ilusiones, esperanza. Me hace volver a creer. La mujer con el bebé se fue y entró un hombre de aspecto algo descuidado y otro señor con anteojos redondos y portafolio.
El primero en entrar se dirigió con paso firme hasta mi lado. De descuidado y destartalado tenía sólo el aspecto. Me miró, miró mi mano sobre un libro que tengo en casa y me sé de memoria.
- ¿Me permite?- preguntó con voz débil.
- Cómo no, tenga- le contesté de inmediato.
No sé por qué, pero ese hombre me generaba curiosidad. Me quedé contemplándolo durante un largo rato. Él se dio cuenta de esto.
- ¿Ocurre algo, hombre?- me dijo amablemente.
- Ese libro, es muy bueno- le dije. -Yo lo leí unas treinta veces, casi que me lo sé de memoria.
- Sí, yo también me lo sé de memoria- contestó con un dejo de amargura en las palabras. -Me lo sé tan bien como la historia misma. Yo estuve ahí, ¿sabe? Fui prisionero de esos hijos de puta. Viví años encerrado ahí adentro.
Mi corazón empezó a latir con fuerza. Él vivió lo mismo que vivió mi hermano. Quizás habían compartido el centro de detención. Quizás se habían conocido.
- ¿Podríamos continuar con esta conversación? A una cuadra hay una cafetería muy buena. Si tiene usted tiempo y no le molesta hablar del tema, estaría encantado de invitarle algo.
Con una vaga sonrisa aceptó la invitación. Creo que los dos necesitábamos hablar. Los libros eran buenos para aprender un poco más, pero no eran tan buenos oyentes como otro ser humano.
Diez minutos después estábamos en un conocido café de la ciudad. Nos sentamos alejados de la multitud y el griterío (alejados, una vez más. Justo como en la librería). Él pidió un cortado. Yo un café con leche y dos medialunas.
La charla continuó. El hombre se llamaba Carlos Badalucco. Lo habían detenido en 1977.
- Se apagó la luz, yo me moría del miedo. Sabía que venían por mí. Y dicho y hecho. Llegaron y me metieron en un auto. Cuando volví a ver, estaba en la ESMA. Me decían terrorista, ¿sabés?- dijo con tono burlón. -Si militabas en la facultad, eras terrorista. Vos fijate qué poca cabeza que tenían esos tipos...
- ¿Y eran muchos? ¿Te acordás algún nombre?- yo estaba esperanzado. Sí, sabía que tenía que ser una coincidencia asombrosa, pero todo era posible. Yo tenía la sensación de que mi hermano no estaba muerto. No debía estar muerto, no podía...
- Mirá, mi memoria no es muy buena- comenzó algo apenado. -Pero en la capucha en la que estaba yo, había tres flacos más. Todos muy asustados, pobres. Yo también lo estaba, pero disimulaba. Me hacía el fuerte. Cuando nos agarraban para interrogarnos todos empezábamos a hablar de nuestras familias, de aquellos que queríamos. Quedamos en que si alguno de nosotros zafaba se iba a contactar con las otras familias.
- No te acordás los nombres, ¿no? Los nombres de ellos...
- Mirá, no te quiero crear falsas expectativas, más de 5 mil tipos pasamos por ese maldito lugar, las posibilidades de que yo haya sido compañero de tu hermano son mínimas, para no decir imposibles- me dijo.
- Ya lo sé, ya lo sé- le dije un tanto impaciente. Ese hombre me estaba volviendo loco, dijo muchas cosas interesantes pero justo eso que me importaba a mí no lo decía.
- Los apellidos de todos no me los acuerdo, a uno lo mataron en medio de un interrogatorio.
Los tipos tenían información. Yo creo que sabían quiénes podían llegar a tener un conocimiento extra y quiénes no. Yo sigo acá y no me jodieron mucho con preguntas. A los otros dos tampoco, pero uno de ellos se reveló. Era entendible, los tipos te volvían loco, te trataban como una basura, no eras humano. Ese flaco se la bancó. Defendió sus ideales hasta el último momento. Pero esos hijos de puta no te tienen paciencia. Si los cansás, te matan de la manera más denigrante. No les importa nada. Una lástima, porque el pibe era bueno. Lo mataron un mes antes de que todo terminara. El otro sigue vivo creo, perdí todo rastro, se fue al exterior según tengo entendido.
Le dije el nombre de mi hermano. Traté de describirlo lo mejor que pude, lo mejor que mi memoria me permitía.
- Por favor- los nervios me estaban matando, necesitaba saber cuál era mi hermano. Era uno de esos tres, lo intuía. No sé cómo, pero lo sabía. -Decime los nombres, ¿quiénes eran? Lo presiento Carlos, uno de ellos es él, ¿no?
Los ojos del hombre se oscurecieron de a poco, parecía que algo en su interior se había apagado.
- Tu hermano fue mi compañero. Lo mataron porque no lo podían domar, no podían calmarlo, él luchó por volver con su familia. Verdaderamente fue un héroe, un ejemplo a seguir. Yo no me voy a olvidar nunca de tu hermano.
Muerto. Estaba muerto. Los militares lo habían matado. Mis profesores de la secundaria tenían razón. Lo habían matado y esa era la única verdad. No podía hablar. No sabía cómo empezar. No había necesidad de hablar, un par de miradas dijeron todo. Carlos me entendía. Me entendía y me apoyaba.
Se apoderó de mí una sensación muy rara. No podía respirar con total libertad pero no me estaba ahogando. Era como respirar después de un baldazo de agua fría. Mi hermano había muerto. Muerto y yo no tenía su cuerpo siquiera, para hacerle un homenaje de verdad. Había muerto y no sabía dónde estaba.
- Yo sabía- empecé a decir entrecortadamente. -Sabía que era uno de tus tres compañeros. Confiaba en que fuera el otro que sobrevivió.
- No quería darte esta noticia, pero tenés que saber que tu hermano no fue ningún cobarde. Se jugó todo por los que quería, recordalo así.
Se acercó el mozo.
-$18,50 serían- dijo.
Le pagué y me quedé mirando a la ventana.
Mi mente estaba vacía. No fui capaz siquiera de sacar la cuenta del vuelto que me dio el chico del café. Creo que pasé una hora así. Carlos no se movió de mi lado.
Mañana va a ir a casa de mis viejos. Vamos a hablar los tres, nos va a contar todo lo que recuerda de mi hermano.
Yo ahora me voy a dormir. Siento que no dormí bien desde que se llevaron a mi hermano a la ESMA. Estoy en paz. ¿Estoy en paz? Creo que sí. Espero estarlo por él al menos, que dio su vida por todo aquello por lo que creía. Por lo menos ahora sabemos qué fue lo que le ocurrió.
Sólo sé una cosa: Nunca voy a dejar de visitar esa librería. Nunca voy a dejar que esos libros se llenen de polvo. Nunca voy a dejar que apaguen mi voz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario