martes, 10 de noviembre de 2009

Encontró el blanco

Por Josefina Alurralde
Taller de Comprensión y Producción de Textos II

Ella se sentó tímidamente en la cama, miraba los cuadros, la ventana, los libros. Estaba incómoda, rara. No podía comprender qué era lo que le producía estar allí.

Por dentro, ardía como el fuego cuando quema haciendo daño. Por fuera, su cara estaba helada. Su cuerpo no era en ese momento un complemento perfecto, por el contrario, era un mar de contradicciones.

Se quedó en aquel lugar sólo por unos minutos que parecían eternos, mientras él se bañaba.

Cuando el tiempo sobra, la cabeza explota. Sucesión de pensamientos, unos sobre otros. No sabía qué hacer y tampoco podía averiguar debido a que su voz se había apagado en una acción incomprensible.

Distintas frases recorrían cada uno de los rincones de su mente. Se preguntaba el motivo. Reía. Sí, reía. Tal vez para no llorar o porque necesitaba exteriorizar sus nervios.

Él apareció luego de un rato. Ella se inmovilizó por un momento. Ya no había más voces internas gritándose unas a otras, peleando por un lugar, por una definición.

Un aluvión de sonrisas invadió su cara. Qué inútil, cada frase preparada que se esfumó como humo en el viento. Muy inútil.

Lo miró una y otra vez, no pudo reproducir más que pavadas o palabras que para el caso no tenían ningún significado.

El fuego interno se apagó y seguido de eso a su cara retornó el calor y su cuerpo volvió a ser un complemento.

Por dentro apareció la tranquilidad que le provocaba su presencia y eso pudo expresarlo. Él con sus historias la condujo por un camino de armonía, aquel que tanto necesitaba.

Cada frase que salía de su boca hacía eco en su interior, retumbando durante largo tiempo, dándole a su cabeza una ocupación para evitar aquella temida explosión.

Sólo había en ella una pequeña duda, qué iba a pasar cuando una vez más se tuvieran que separar.

Al vislumbrar esta incertidumbre comenzó a perder el equilibrio. No al punto de caer, si no al de sentirse disconforme con sí misma.

Él la abrazó, se iba sólo por un instante. Tenía que bajar a buscar unas cosas. Ella lo miró y en segundos abrió camino a los pensamientos la acechaban desde su llegada.

La cabeza esta vez casi le explota. En la casa se escucha un ruido, parecido al de un timbre que suena con fuerza.

Mira una y otra vez a la pared. Busca el blanco, en ese momento lo prefiere. No logra encontrarlo. Sus ideas se pelean por obtener el papel principal. Son oscuras, negras, grises. Quiere expulsarlas, le hacen daño, queman, enferman, deprimen.

La puerta se abre, sus imágenes salen corriendo y se esconden detrás de algo que no puede definir totalmente. No se van, se ocultan.

Él había vuelto. La acaricia, la mima y allí encuentra el blanco. Pocas las palabras, menos oscuridad, ahora sí un poco de luz. Necesita ese brillo, un poco de color, de calor.

Los minutos pasan, son pocos, realmente disminuyen y a veces parecen ser segundos.

Él la mira, tenía que irse. Ella sabe que el tiempo se acabó. Como si estuviese jugando una carrera de autos en un videojuego intenta poner la última ficha. Llega tarde y percibe el “game over”

-“¿Vamos?” le dice él. Lo mira, lo aprieta fuerte entre sus brazos y no responde. Tranquila toma sus cosas. Él da vueltas en el pasillo. Baja y sube la escalera, perdido como sin saber qué hacer realmente.

Caminan, están saliendo. Ella no quiere dejarlo. Una vez más se pierde en sí. Ya no lo escucha, ya no lo ve. Sabe que todo terminó, al menos momentáneamente.

Suben al auto. Se sientan en silencio y así continúan durante el viaje.

Fueron unos quince minutos de muchas ideas y pocas reproducciones orales.

Llegan, ambos bajan. Ella lo mira desconfiada.

Lo saluda, camina tres pasos alejándose del auto y regresa. Repite el mismo procedimiento. Teme que no vuelva a buscarla.

Le surge la idea de regresar, pero toma fuerzas y no lo hace. Sigue su camino sin mirar atrás y escucha “gracias”: era él. Pero ella no se da vuelta.

Luego levantó su mano a modo de saludo, y disimuladamente levantó la mirada. Él le respondió y ambos sonrieron.

Ella se alejó y cada metro se convertía dentro suyo en la puerta de entrada de un pensamiento más que luchaba por la hegemonía interna.

Querían que lo olvide, que sufra. Con todas sus fuerzas ella los echó y le dio el poder a la claridad, a los colores; al menos para quedarse tranquila. No quería quemarse y mucho menos enfermarse.

En la puerta del establecimiento la esperaba una señora que le preguntó si le sucedía algo. Una vez más omitió la respuesta.

Entró y rápidamente se acostó en una colchoneta, varios minutos después se durmió, como si aquella pelea la hubiera desgastado.

-“Vine” escuchó. Se levantó de repente y su cuerpo consiguió la armonía una vez más.

Se dio cuenta de que había ganado. El sol aún brillaba y su padre la esperaba en la puerta del jardín. El día escolar había terminado y ella dormida ni siquiera lo había percibido.

Él la abrazó una y otra vez, cada abrazo fue un impulso. Saludó a la maestra y salieron.

Caminaron juntos hasta el auto. En él las palabras se hicieron presentes durante todo el camino. Pero al llegar a la casa, ella entró a su habitación y otra vez sola sintió miedo, aunque en vano. En su cuarto encontró el blanco y los colores claros que buscaba. Su cuerpo se equilibró y ese día ya no sufrió.

Su padre entró y juntos en la cama empezaron a contarse historias… rieron, lloraron y hasta cantaron. Las horas pasaron volando hasta que se quedaron dormidos. Ella lo tomaba de la mano, como sin querer soltarlo. Ya no quería que se fuera. Él ya no se iría. El fin de semana había llegado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario