martes, 10 de noviembre de 2009

Dejar de pensar

Por Gisela Robles
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Lluvia torrencial. El agua

baña las calles de la ciudad. Su vestido de seda sólo es agua. Se ha pegado de tal manera al cuerpo que puede ser confundido con una segunda piel. El escote profundo asoma sus curvilíneas casi perfectas. Pero camina despreocupada. Sólo camina.

No le importa reparar en aquellas personas que buscan apresuradamente un taxi. No le importa. Simplemente espera a que la demanda disminuya; sólo espera caminando.

Luego de caminar diez cuadras, ya no hay tanta gente en la calle. Aquella que no ha conseguido encontrar un transporte está dentro de galerías o negocios. Pero a ella no le importa. No le importa caminar con el pelo empapado, como si recién hubiera salido de la ducha.

Va ensimismada en sus pensamientos. Sólo piensa en lo que acaba de ver, en el desengaño de amor. Por eso no repara en el taxi que pasaba a su lado. El charco que la moja más aún (a causa del impulso de la rueda del auto) la hace volver a la realidad. Mira, entonces, al conductor del transporte con mal humor y lo para.

Al subirse al taxi, la música cubana le roba una sonrisa. No sabe por qué pero mágicamente sus pensamientos cambian. Indica hacia donde quiere ir pero sin mirar al chofer. El camino era largo y su mente vuela.

Ella no repara en que el taxista la mira con ojos relucientes de deseo. Su figura bien pronunciada por el efecto de la lluvia, hace que el sexo opuesto se sienta atraído. Su apetencia se acrecienta cuadra a cuadra porque casi la ve desnuda.

De repente al ver que ella busca un cigarrillo en su cartera, le ofrece fuego. Es la primera vez que ella repara en sus ojos azules que se iluminan por sus ansias. Encontrando divertida la situación acepta la llama, que le insinúa algo más que encender sólo el cigarrillo.

Él empieza a conversarle y ella responde con aire de de quien no se quiere dejar ver. Pero al mismo tiempo observa su cabello y una parte de su pecho, que alcanza a ver por el espejo. Él no deja de escrutarla con la mirada ni de hacerla reír; porque se da cuenta que está dispuesta a ceder, a seguir.

El paisaje urbano ha quedado atrás y pareciera ser que están solos en la nada. Ella juguetea con su pelo y nota como su vestido mojado le produce sensaciones al par, aunque no las alcanza a visualizar.

Entre palabra y palabra, la conversación aumenta de temperatura, al igual que el motor del auto que se desplaza lentamente. Ella baja un poco su vestido profundizando más su escote, él desabrocha algunos botones de su camisa a cuadros. Ella sonríe. El auto se detiene y comienzan a besarse.

El ruido de la lluvia golpeando los vidrios estimula las caricias suaves y delicadas. Y así, de una manera tan inesperada como su encuentro, funden esa pasión y deseo, entregados ante esa nada que los rodea y con el atrevimiento de que nadie los observa.

Ella ya no piensa. Ella siente.

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