miércoles, 1 de diciembre de 2010

Mente en blanco

Por Bárbara Dibene
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Desesperada busca sombras, una prueba de que la luz aún existe. Se revuelve nerviosa, pero no consigue percibir las dimensiones de su cuerpo ni del lugar en dónde se encuentra. Intenta mover las pestañas, los brazos y los dedos de los pies. No tiene éxito y abandona la tarea llena de frustración.
Respira entrecortadamente, le cuesta mantener sus pulmones en movimiento. El aire es tan pesado y húmedo que se le atora en la garganta. Se le comprime el pecho ante la sensación de asfixia, pero sigue respirando.
¿Hace cuánto ya que está postrada, a oscuras, sin posibilidad de escapar? No puede contestar a esa pregunta. No tiene idea de cuál es la posición del sol (si es que sigue existiendo) en el cielo. Puede que sea de día o de noche. Para ella es indistinto, no cambia nada.
Pone la mente en blanco. Destruye las fotografías que la acosan, pero algunas tienen tendencia a regenerarse. El terror la consume, se la lleva a rastras hacia el foso más profundo. Mente en blanco. Fogonazos de rostros crispados y voces libidinosas.
El pulso se le dispara ante el recuerdo irrespetuoso de una mano de tacto impuro. Se marea por las nauseas. Esquirlas de hielo le pinchan el estómago. Se imagina verde, con los labios comprimidos para evitar vomitar los duros fragmentos derretidos.
Quiere gritar. Lo necesita con todas sus fuerzas, para lograr desprenderse del dolor y la impotencia. La voz no le sale, temerosa se oculta en un rincón del pecho. Algo parecido a un gemido se cuela entre sus labios pálidos.
Siente miedo. Un miedo devastador que arrasa con sus fuerzas. Está agotada. Llena de debilidad trata de volver en sí. Cree percibir cierto calor en su piel desnuda. Los párpados tibios se mueven un poco.
El tiempo sigue corriendo. Lento o rápido, pero se deshace en el reloj que aún lleva en la muñeca. Se duerme, en un sueño inquieto producido por el cansancio. La despiertan unos gritos. Alguien le saca la venda de los ojos (que no abre) y la toma en brazos. Se entrega a su victimario o rescatador, da igual. Mente en blanco.

* * * * * * * * * * * *

Pasaron días hasta que el miedo le permitió hablar. Siempre la seguía a todos lados. Le tapaba la boca con telas invisibles de acero oxidado. Se reía de sus palpitaciones y pesadillas. Sir ir más lejos, hacía su trabajo.
Al principio, podía mantenerla encerrada. La hacía llorar por horas. Luego, fue perdiendo influencia sobre ella. Ya no logró contenerla entre cuatro paredes, ni deshacerla en llanto. Pero aún podía maltratarle el sueño. Incluso hoy tiene sus pequeñas victorias en ese ámbito.
Uma puede dejar que las palabras broten. Puede recordar sin que se le contraiga el rostro. Puede reírse del miedo. Aprendió a hacerlo a un lado, y ser irreverente a su traje gris.

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