Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Supongo
que estoy en un mundo acabado: edificios fracturados, calles violentas, armas cargadas.
Supongo que el frío no es para todos, es un invento de quienes podían mermarlo,
porque claro, los diarios en los pechos de los marginados no calman las bajas
temperaturas; en vez de desperdiciar tinta en titulares y epígrafes truchos,
podrían imprimir diarios impermeables, o no invertir tanto en mentiras, achicar
la cantidad de páginas y regalar una frazada en cada tirada. Y sí, gracias que
los sueños todavía no tienen ente regulador, porque eso podría terminar con
algunos altruismos magníficos que nacen así, soñados.
Estoy
sentado en un tercer piso de una calle sin nombre y una puerta sin letras. A
veces me paro y me asomo a la ventana, y personas coloridas contrastan de otros
personajes opacos. Los colores gritan, los grises desenvainan bastones oscuros,
y entonces son como acuarelas que se juntan en una pincelada; algunos
salpicones apartados de la escena principal se escapan del fondo, y otros
salpicones negros los persiguen y los borran. Después de unos minutos los
colores se esfuman y los grises permanecen y se escucha que ríen; sus risas,
son macabras como el mundo, que no parece mundo, parece infierno cuando ellos
ríen.
Por eso,
retraído en la habitación abandonada de una calle sin nombre, se me ocurre que
esta alienación del ser humano no es más que un dolor de estómago. Hay magos en
todas partes y eso es para muchos una cosquilla de esperanza. Los magos no son
recreaciones oníricas, no; los magos son como los colores que pintan, sólo que
ellos matan desde otro lado, porque escriben paredes y calles y cuarteles, y
creen en la alegría y también en los colores, como los colores creen en los
magos. La difusión, el entramado de ideas, los amigos caídos, son todos
notificados por magos en todo el mundo, y a veces escriben cuentos fantásticos,
que suprimen la ignorancia de muchos de nosotros; claro que también son
furtivamente cazados. Siempre nos enteramos cuando a alguno le cortan la
cabeza, porque grita “¡revolución!” atontado de alegría. Así, logran desempañar
a otros magos y colores empañados, que ven en la ejecución a un líder.
Más
todavía que el miedo, vive la fuerza de un pueblo de irreconocibles que
escriben y que cantan y que lloran a sus muertos. Hay magos y colores, y
todavía quedan árboles y plazas. Y cuando los colores pintan deliciosas
canciones y los magos les retribuyen ansiosas poesías, parece que el mundo
vuelve a ser libertad, y todos nos miramos a los ojos y la fuerza disciplinar
de un corazón constante y humano, vuelve a redescubrir la vida entre las
encrucijadas sanguinolentas que nos cazan. Pensamos en la reconstrucción,
entonces morir no se hace difícil; y la tierra destrozada no abunda en nosotros
porque somos la contracara que les duele: una mitad de tierra, y otra mitad,
empapada de cielo.
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