Leda Gebruers
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
El
despertador sonó seis en punto de la mañana. Douglas se levantó con
tranquilidad, su ducha matinal era un ritual que no podía pasar por alto jamás,
al igual que el primer té que disfrutó mientras leía los diarios del día. Por
la puerta se asomaba su mayordomo con las manos llenas de cartas. Luego de
revisar sobre por sobre se encontró con una carta de su primo estadounidense,
Walt. Al terminar de leerla dio la orden
de preparar las maletas para irse de viaje, su sirviente se puso en marcha
eficazmente. El ruido de un motor salía
del garaje, el auto negro estaba en marcha para trasladar a este inglés
puntual. En la mitad del camino la gran máquina negra se paró, algo en el
motor estaba fallando. Luego de cuatro horas su ayudante pudo repararlo. Douglas
tenía la presión baja por la impuntualidad, su calma comenzó a aparecer cuando
se situó en el asiento del avión.
Después de varias horas de vuelo,
llegó a los Estados Unidos. Allí lo esperaban su primo Walt, un hombre de gran
tamaño y con una melena de color rojizo, sus manos grandes evidenciaban la
brutalidad de aquel ser; junto a él se encontraba su esposa, una delgada mujer de
cabello rubio que sujetaba en una gran trenza. Douglas no tardó en ubicarlos,
los gritos de ese gran hombre resonaban por todo el corredor del aeropuerto.
Camino al hogar de su primo pudo
observar la ciudad, tranquila y resplandeciente. En aquellas calles había pocos
árboles, muchos ancianos reposaban en la vereda y fijaban sus miradas en los
niños que correteaban mientras se mojaban con chorros de agua que provenían de
alguna manguera. La camioneta que los transportaba dio fin a su marcha. Sus
familiares vivían en una casa grande y prefabricada, a Douglas le sorprendió pero
no hizo ningún comentario al respecto para no ofender a su primo y a la
familia. Los ambientes eran muchos y pequeños, el desorden le provocaba pánico
a este inglés con tanta pulcritud. Todos se dirigieron a la cocina, el reloj
marcaba la hora del desayuno, huevos, panceta y papas fritas desbordaron los
platos. Douglas no pudo probar bocado, el aceite no le sentaba bien a su estómago,
no había té y el café estaba aguado y frío. Walt quiso incentivar el apetito de su primo y dio fuertes palmadas
sobre la espalda lánguida de Douglas, en ese instante supo que su estadía iba a
ser complicada.
Una
tarde quedó solo con esa mujer simpática y charlatana. Ella le ofreció un café,
pero él lo rechazó sutilmente con una sonrisa, solo quería leer su libro pero
ella le interrumpía haciendo comentarios sin sentido. Renunció a su lectura en
el momento en el que Walt atravesó el living con un ganso entre sus grandes
manos: “¡Aquí está la cena!”. Douglas, horrorizado, solo atinó a mostrar
sutilmente sus dientes al elevar una tímida sonrisa.
Durante
la cena fue testigo de cómo los anfitriones utilizaban sus manos como cubiertos
y se podía oír claramente el correr del vino por sus gargantas. Douglas no lo
estaba pasando bien y la situación empeoró cuando se notaron las intenciones de
la mujer de su primo, quien no hizo más que coquetear durante la sobremesa. El
día de su regreso llegó y esto aminoró la ansiedad. Walt llevó a Douglas hasta
el aeropuerto junto con su esposa, y aunque ésta se mostró demasiado afectuosa
a la hora de despedirse, Douglas hizo caso omiso de la situación, pues sólo restaban
unas horas y se alejaría de ese mal sueño, de ese sabor a café frío y aguado.
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