Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Aquella noche en el
penal, el color gris se apoderaba de la atmósfera. Había sido una semana de
duras requisas y todos esperábamos ansiosos la tarde del viernes para que el
líder positivo del pabellón nos pusiera al tanto de la situación, mientras nos
curaba el autoestima con sus siempre apacibles consejos.
Llovía fuertemente y no pude
despegar mis ojos de la ventana hasta entrada la madrugada. En la avenida
principal de mi cabeza había un embotellamiento de pensamientos provocados por
un piquete en manos de recuerdos.
Me pregunté cómo sería mi vida
cuando saliera. Comprendí que la palabra futuro me generaba una estancada
incertidumbre. Solo se trataba de una acumulación de hipótesis y sospechas
sobre lo que creemos que va a pasar. También lo entendí como “lo que viene”,
aunque sólo existe hasta que se convierte en presente e, instantáneamente, en
pasado. Dormí hasta las dos de la tarde para acortar la espera.
Luego de un rápido y poco
gustoso almuerzayuno, nos congregamos
en el patio para recibir una dosis de filosofía tumbera. Daytona tenía 50 años,
quince de ellos entre rejas, y una cadena perpetua en pleno cumplimiento. Ese
viernes nos habló claro:
-Quiero hablarles
de un profundo sentimiento que muchas veces perdemos de vista, pero que nunca
se apaga adentro nuestro: la esperanza- Su voz, ronca y contundente, generó un
largo silencio.
-¿Qué tiene que ver
eso con nosotros, Daytona?- sentencié malhumorado ante el rechazo que generaba
esa palabra en mi mente atormentada.
-La esperanza es el
anhelo de que lo soñado se traslade a la realidad, pibe- afirmó mirándome a los
ojos, y continuó- Eso que nos permite seguir aunque estemos disconformes con la
situación actual. Es sentir que si se quiere, se puede-.
Sus palabras me llegaron a los
huesos. Noté que Alfredo, un anciano que compartía su destino, se ponía de pie
para hablar:
-¿Y qué nos queda
para anhelar a nosotros dos? Nunca recuperaremos la libertad- sus ojos lucían
un brillo aguado.
-La verdadera
libertad se encuentra en la destrucción de la cadenas, pero primero las
internas, y sólo así los externas también. Hablo de derrumbar los muros de
nuestra mente, de alcanzar la sensación de que nada te somete, ni te ata- su
tono firme y decidido nos mantenía con los ojos bien abiertos- que existe la
posibilidad de que prevalezca tu esencia-.
Una horas más tarde, el partido
de truco se utilizó como excusa para que dos de los muchachos se maten a
trompadas. Pensé un rato en Daytona, lamentando que su esfuerzo por cultivar
nuevas ideas en nuestras cabezas sea casi siempre en vano. Luego dormí y tuve
una pesadilla horrible.
Desperté temprano el sábado,
pero el mal sueño seguía vigente: un guardia había escuchado la charla y junto
a otros tres, castigaron duro al consejero. Como ya había pasado y pasará, se
les fue la mano.
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