miércoles, 3 de octubre de 2012

Condena por pensar

Mariano Herrera
Taller de Comprensión y Producción de Textos II

Aquella noche en el penal, el color gris se apoderaba de la atmósfera. Había sido una semana de duras requisas y todos esperábamos ansiosos la tarde del viernes para que el líder positivo del pabellón nos pusiera al tanto de la situación, mientras nos curaba el autoestima con sus siempre apacibles consejos.
Llovía fuertemente y no pude despegar mis ojos de la ventana hasta entrada la madrugada. En la avenida principal de mi cabeza había un embotellamiento de pensamientos provocados por un piquete en manos de recuerdos.
Me pregunté cómo sería mi vida cuando saliera. Comprendí que la palabra futuro me generaba una estancada incertidumbre. Solo se trataba de una acumulación de hipótesis y sospechas sobre lo que creemos que va a pasar. También lo entendí como “lo que viene”, aunque sólo existe hasta que se convierte en presente e, instantáneamente, en pasado. Dormí hasta las dos de la tarde para acortar la espera.
Luego de un rápido y poco gustoso almuerzayuno, nos congregamos en el patio para recibir una dosis de filosofía tumbera. Daytona tenía 50 años, quince de ellos entre rejas, y una cadena perpetua en pleno cumplimiento. Ese viernes nos habló claro:
-Quiero hablarles de un profundo sentimiento que muchas veces perdemos de vista, pero que nunca se apaga adentro nuestro: la esperanza- Su voz, ronca y contundente, generó un largo silencio.
-¿Qué tiene que ver eso con nosotros, Daytona?- sentencié malhumorado ante el rechazo que generaba esa palabra en mi mente atormentada.
-La esperanza es el anhelo de que lo soñado se traslade a la realidad, pibe- afirmó mirándome a los ojos, y continuó- Eso que nos permite seguir aunque estemos disconformes con la situación actual. Es sentir que si se quiere, se puede-.
Sus palabras me llegaron a los huesos. Noté que Alfredo, un anciano que compartía su destino, se ponía de pie para hablar:
-¿Y qué nos queda para anhelar a nosotros dos? Nunca recuperaremos la libertad- sus ojos lucían un brillo aguado.
-La verdadera libertad se encuentra en la destrucción de la cadenas, pero primero las internas, y sólo así los externas también. Hablo de derrumbar los muros de nuestra mente, de alcanzar la sensación de que nada te somete, ni te ata- su tono firme y decidido nos mantenía con los ojos bien abiertos- que existe la posibilidad de que prevalezca tu esencia-.
Una horas más tarde, el partido de truco se utilizó como excusa para que dos de los muchachos se maten a trompadas. Pensé un rato en Daytona, lamentando que su esfuerzo por cultivar nuevas ideas en nuestras cabezas sea casi siempre en vano. Luego dormí y tuve una pesadilla horrible.
Desperté temprano el sábado, pero el mal sueño seguía vigente: un guardia había escuchado la charla y junto a otros tres, castigaron duro al consejero. Como ya había pasado y pasará, se les fue la mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario