jueves, 18 de marzo de 2010

El otro velorio

Por Martina Dominella
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2009


Sinceramente, porque si algo podía rescatarse de toda la situación era su sinceridad, había dejado de entender a qué se remitía ese ritual alrededor suyo en el preciso instante en que salió del hospital y un coche fúnebre lo llevó hasta la sala mortuoria. Al principio todo se disponía como una escena de cine, como en tantas de las películas que había visto en su vida. El clima era atemporal, etéreo, impersonal. Un pequeño recinto amoblado con algunos sillones acomodados alrededor del ventanal, una docena de velas todavía apagadas y coronas de flores como única decoración del lugar.
Con el transcurso de la tarde se acercaron pequeños grupos de personas –familiares, amigos, conocidos-. Nadie entraba solo. Se preguntó cómo se habría enterado cada uno de la ceremonia. Reconoció que el protocolo del velorio implicaba, como primeros requisitos, un riguroso atuendo negro y miradas ojerosas. Tristeza y hablar sin nombrar al muerto. Tazas de café y olor a claveles. Escuchó reiteradas veces la palabra pésame, casi como una reacción automática de quienes se iban acercando, sin llegar a comprender del todo su significado.
Pensó en sus muertos. Se vio a sí mismo, con los ojos llorosos y de riguroso negro, ante el cuerpo de su padre, del hijo menor de la familia Oller y de un amigo de la infancia. Pero, ante todo, se vio pasando numerosas veces por el frente de la sala velatoria camino al trabajo, ignorando o mirando de reojo a la gente que se agolpaba en la entrada o salía a fumar un cigarrillo. En cada paso hacia la esquina intentaba pensar en otra cosa, como si una simple mirada intensa fuera un presagio de muerte.
Al final de la cuadra, agradecía no ser él uno de los que se agrupaba en la puerta del lugar intentando distraerse, hablando del clima con desconocidos u opinando acerca de cómo seguiría la vida de los familiares después del deceso. Pensaba en el trastorno que implicaba un muerto: la interrupción de la rutina, la asistencia obligatoria a un ritual vacío, la evasión a las preguntas, las cuestiones religiosas, el llanto penetrante de las mujeres y, posteriormente, la boleta bimestral de la parcela del cementerio municipal recordando, con insistencia, la muerte.
Entre esas evocaciones, no percibió que la sala se había vaciado paulatinamente. Un hombre recorrió el lugar retirando las últimas velas encendidas y juntando las tacitas de café. ¿Cuántas veces habría pensado en la muerte ese hombre, conviviendo con ella a diario?
Desde su postura inmóvil percibió que las luces se apagaban y escuchó, o creyó escuchar, al hombre decir este es el fin de la muerte, la muerte ya no existe.

2 comentarios:

  1. Muy bueno! La relación entre las situaciones, cómo hablás de la muerte, las descripciones y el cierre. Todo cuerda muy bien, muy bien!

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