miércoles, 2 de septiembre de 2009

El amor después del amor

Lucía Ravazzoli

Taller de Comprensión y Producción de Textos II

2008



Nuestro país ha vivido casi cinco décadas que definieron nuestro presente. Reconocer y aceptar quiénes somos implica pensar quiénes fueron los que transitaron ese camino que llevó de las utopías a la más profunda de las crisis.

Debemos replantearnos nuestra identidad. Debemos parar la pelota y reflexionar en estos días en que el mundo dice “salud” antes de estornudar.

¿Cómo se llega de una niña que ama a Los Beattles, cuestiona sin peros y lo único que censura es la sopa a un hombre que, con experiencia política y electo de manera democrática, no supo (literal y simbólicamente) encontrar la salida a la difícil situación del país que dejaron Menem y compañía?

¡Qué época! Éramos bastante chicos y sólo importaba cambiar figuritas en los recreos e ir a ver al cine la última película de Disney, lugar al que, por otra parte, soñábamos con visitar en esa etapa en la que viajar al exterior era mucho más accesible. A la distancia, algunos, supimos ver cómo se subastó el país, cómo se privatizaron empresas y filosofías de vida. Sí. Las personas, sobre todo de clase media, votaron a un candidato, Carlos Menem, por el simple y asqueroso hecho de obtener un beneficio material personal. Cuesta creer que pocos años después ese mismo estrato social saldría con sus “Essen” compradas en la época del “uno a uno” a protestar en conjunto en el espacio público.

¿De eso sí te acordás no? Pero, decí la verdad. La mayor parte de nuestra generación salió a golpear las cacerolas o porque era veinte de diciembre a la tardecita y la invitación al quilombito motivaba, o porque a nuestros viejos les habían encarcelado los ahorros de toda su vida, lo cual no está mal, pero tampoco podemos decir que se despertó la conciencia política de los jóvenes cual Cordobazo del sesenta y nueve. No. Al tercer día ya estaba re-quemado ir a los cacerolazos, no daba.

Pero bueno, ya que estamos vamos a sincerarnos, porque Menem no será Gandhi ni mucho menos pero muchos de nosotros tendemos a seguir la moda mediática y a concentrar en el “Príncipe de La Rioja” todos los males de una democracia débil y superficial que habían desembocado en la desoladora huída de la confianza en los políticos. Ahí sí el presidente encontró una salida, de emergencia e indigna.

¿Será que el hecho de que Alfonsín haya encarnado la vuelta a la democracia hace que nuestros padres, nuestra primera fuente de información, nos cuenten una gestión idealizada? Cuesta amalgamar la imagen de la gente festejando en la plaza con el dictamen de leyes a favor de los médicos cínicos creadores de autómatas y de la transición del no pensar de generación en generación. Se hace difícil comprender cómo un presidente, que asume en el marco de un amor apabullantemente sentimental del pueblo para con el sistema político democrático, tenga que renunciar y adelantar el pase de mando.

Es una triste paradoja pensar que cuanta más libertad hay, con menos fuerza y convencimiento se la defiende.

Es necesario tener cuidado porque así como Mafalda con un chiste te despertaba como un café cargado, hoy la mayoría de los políticos y el monopolio de la industria mediática te adormecen, tapándote una noticia con otra y, encima, muchos de nuestra generación les facilitan el trabajo, ya que no tienen ganas de elaborar complejas y agotadoras críticas y dejan que estos piensen por ellos, sin ser concientes del poder que los jóvenes tenemos.

Creo que si Walsh reencarnara de los textos que conservan vivo su espíritu nos pegaría una buena patada en el culo a cada uno, seamos emos, floggers o rollingas, y nos escribiría dos palabras en la frente: “compromiso” y “compañerismo”.

¡Hey! Sí, a vos. ¡Despertate! No te digo que dejes de salir a bailar los sábados, tampoco de ir a la cancha, o de de usar el celular pero hacelo críticamente y ponete media pila. Dejá de mirarte el piercing del ombligo y pensá a quién podés ayudar que gente que te necesita sobra.

El psicólogo Gabriel Rolón dice que el verdadero amor debe pasar por tres etapas. La primera, es la del amor idealizado, en la que al ser amado no se le encuentran defectos ni se le discute nada. La segunda, es la del desencantamiento del amor en la que se develan las falencias de lo amado y se potencian, hasta el punto de desarrollar una profunda aversión por el destinatario de nuestro enamoramiento, sin saber separar al sentimiento de defectos puntuales. La tercera etapa es la que confirma el verdadero amor. Es el periodo en que uno acepta al otro como es, con sus falencias y sus virtudes. El amor se vuelve incondicional.

En este tercer estadío es en el que se encuentra el romance de nuestra sociedad con la democracia.

Sabemos que tiene falencias graves por las que hay que luchar por mejorar pero también debemos ser concientes de que hay que defenderla y amarla como a nuestro último respiro. Hay que cuidarla por las voces que miles de voltios y litros de río no pudieron callar, por los que perdieron la inocencia y la vida de un solo golpe en una guerra. Por decirle a los que piensan que poniéndose la remera de la democracia tapan la desnutrición (alimenticia y educativa), la desigualdad y la corrupción “¡acá estamos!”… Y lo vamos a hacer circular.

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