miércoles, 2 de septiembre de 2009

Jorge no hablaba

Juliana Celle
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
2008


“Jorge no hablaba, Jorge no habló”. Clara se desesperaba, porque sentía que debía saber todo de él para poder iniciar su convivencia. “Ni una palabra”, le siguió contando Ester, mientras sacaba la pava del fuego. Clara estaba convencida de que las madres saben todo acerca de sus hijos. Y Ester… ¡Ester era una madraza! Lo bancó a Jorge en todas.
Entró y, por supuesto, nos abalanzamos sobre él para abrazarlo. Estaba flaco y un poco desprolijo (bah… siempre fue desprolijo, pero a su manera). En cambio, ese día estaba distinto. Tenía la mirada perdida. Estaba como… ¿cómo te lo puedo explicar? Como tonto estaba. Nosotros le hacíamos preguntas ‘¿cómo estás?, ¿te dieron de comer bien?, ¿Pedro volvió?’. Pero él no respondió. Miraba la casa como si le costara reconocerla. De repente, enfiló para el baño. Yo lo seguí porque pensé que se sentía mal. Y lo veo arrodillado abrazando el inodoro. ¡Sí! ¡El inodoro! En ese momento pensé que iba a decir uno de sus chistes. Hubiera sido lógico: la mierda siempre es un buen tema para bromear. Sobre todo en él, que antes era tan gracioso. Te juro, me quedé esperando que me dijera ‘la verdad, mami, lo extrañé más a él que a vos’, o algo por el estilo… Pero no, no emitió ni un sonidito siquiera.
“¿Están charlando cosas de mujeres, o me puedo unir a tomar unos mates?” Alfredo se acercó a la cocina porque había sentido olor a tostadas. Ester siempre decía que padre e hijo tenían temperamentos muy similares. Clara no estaba segura de eso, pero admitía sin lugar a dudas que físicamente Alfredo y Jorge eran idénticos.
“Estamos hablando de cuando el nene volvió de Malvinas” respondió Ester mientras le cebaba un mate. “Ah…” dijo él, y la sonrisa se le fue desdibujando de a poco y los ojos se le hundieron en un mar de recuerdos.
Cuando Jorge era pibe, después del colegio siempre se volvía con cuatro o cinco amigos. Pedro, Luisito… qué te voy a andar explicando a vos si ya los conocés. Agarraban el Winco y ponían los Beatles a todo volumen. A mí no me gustaban, pero ahora reconozco que fue una banda muy buena. Tomaban mate, hablaban de minas… esas cosas que hacen los chicos a esa edad. Y los viernes era el día del TEG. Jorge siempre me invitaba a jugar con ellos. Al principio me daba vergüenza. Hasta que un día me dijo ‘dale, pa, aliate conmigo. Vamos a hacer mierda a todos estos pichis’. El día que Jorgito volvió, a la madrugada me levanté a mear. (¿Le contaste a Clarita lo del inodoro?). -Ester asintió con un movimiento de cabeza, mientras untaba una tostada con dulce de ciruelas.- Y veo que estaba sentado a los pies de su cama, en completa oscuridad, con la caja del TEG sobre las rodillas. En ese momento pensé que iba a decir una de sus reflexiones de la vida, porque antes él era muy reflexivo. Me quedé mirándolo, esperando que dijera ‘la guerra no es un juego’, o algo por el estilo. Pero no, no dijo nada. Me miró, hizo una mueca indescifrable, guardó el TEG y se acostó.
La realidad era que Jorge sí hablaba; decía lo justo y necesario. Pero sus silencios eran estruendosos. Cuando hablaba contaba hermosas anécdotas de su niñez, en especial aquellas que se relacionaban con el colegio y sus amigos. Cuando hablaba, decía que le hubiera gustado ser escritor. Clara siempre lo escuchaba con muchísima atención, tratando de desentrañar los misterios de su pareja.
Muchos años después, cuando Jorge falleció, Clara (su mujer y madre de sus hijos) encontró la caja del TEG. La contempló con emoción y recordó la anécdota que le había contado Alfredo. La abrió, por curiosidad, y dentro halló tres cuadernos.
Jorge no hablaba, no habló. Pero escribió con detalles todo lo que sucedió durante su estadía en las islas Malvinas. A Jorge le hubiera encantado ser escritor.

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