miércoles, 2 de septiembre de 2009

Las marcas de la bestia

Por Luciana Rodríguez

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

2008


Recurrentemente tengo la misma pesadilla, me genera tanto temor que de sólo pensarlo mi cuerpo tiembla como una hoja y mis manos sudan, al mismo tiempo que mi mente se paraliza.

Mi sueño es tan aberrante que me provoca vergüenza contarlo, creo que si lo hago me tratarán como a un demente, y mucha razón tendrían en hacerlo.

He intentado todo para que desaparezca, incluso me he medicado para dormir, pero ni con los somníferos desaparece. Siento que la pesadilla está acechándome, esperando a que cierre mis párpados para atacarme y provocarme ese terror que sólo ella sabe lograr; ese terror del cual resulta imposible salir, que me hace confundir la realidad con la ficción.

Quizás muchos crean que estoy exagerando, pero el sueño no sólo me ataca mentalmente sino también físicamente: mi cara posee rasguños, mis brazos fuertes marcas rojas como pequeños pellizcos y mis pies, ¡ay mis pies!, me produce repulsión el mero hecho de mirarlos; están mordidos, con manchas de sangre, e incluso a veces me faltan uñas y pedazos de piel.

Es algo tan pero tan extraño que no puedo explicarlo racionalmente, sólo sé que mientras duermo aparece en mi mente una especie de monstruo infernal.

El monstruo no es muy grande, su tamaño es similar al de un pequeño gato pero es tan feroz como una jauría de perros hambrientos. Es polifórmico, ya que puede transformarse en lo que desea, incluso en mí. Ahí es cuando más miedo me da y más violento es su ataque. Sus ojos son de color rojo y es lo único que posee en toda su masa corporal.

Todas las veces, mi sueño, es igual; aparece frente a mí, me habla en un idioma que aun no puedo descifrar y comienza a atacarme. A veces su furia es tan grande que no logro despertarme.

Hay días que intento mantenerme despierto, pero cuando el sueño me vence su ataque es más brutal que el que comúnmente ejerce contra mí; puede parecer ridículo pero es como si me reprochara el hecho de no haber dormido.

Sé que el monstruo es invencible, ya que desde niño sueño con esto y, a pesar de haber intentado todo, no he encontrado la forma de combatirlo. Creo que es hereditario, porque, aunque mis padres nunca mencionaron el tema, ambos murieron locos y sus cuerpos poseían marcas similares a las que me produce la bestia.

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