Nicolás
Satulousky
Taller de Comprensión y Producción de
Textos I
Cuando
sintió la mano sobre su hombro, no pudo evitar soltar un pequeño grito y
sobresaltarse. Ya había caminado dos cuadras acompañado únicamente por la
sensación de que alguien o algo caminaba detrás.
La
resultada imposible no pensar en la cantidad de desapariciones que venían
ocurriendo en la zona durante los últimos ocho meses; todas con las mismas
características: los desaparecidos eran jóvenes estudiantes universitarios que
salían de sus cursadas alrededor de las diez de la noche y para colmo, todos
pertenecían a su facultad.
Nadie
sabía bien quién o más bien qué los secuestraba, pero sí se sabía que nadie
había sido encontrado, o casi nadie: un joven, un estudiante de un nivel había
sido hallado desmayado en la otra punta de la ciudad. Cuando lo encontraron, no
aparentaba haber sufrido ningún daño, pero al despertar, era evidente que su
mente no estaba bien: quienes fueron testigos, sostienen que el joven, en
cuanto volvió en si, lo único que repetía era que no quería que lo acerquen a
la oscuridad.
Días
más tarde, los medios sostuvieron que el joven había declarado, entre delirios
y gritos, que unas sombras lo habían intentado secuestrar, pero que él
resistiéndose había corrido desde su facultad hasta la otra punta de la ciudad
sólo por donde había luz de los faroles, hasta que llegó el amanecer y se
desplomó del cansancio.
Lógicamente,
el muchacho fue “diagnosticado” de estrés postraumático por la prensa y por la
mayoría de la gente, pero aún así, después de eso, la población entera
intentaba tomar recaudos a la hora de moverse cuando el sol se escondía.
En su
caso, intentaba no irse caminando nunca de la facultad, sin embargo en ese caso,
procuraba no hacerlo solitariamente. Aunque ese día fue distinto: tuvo un
examen y por cuestiones burocráticas su turno para rendir fue el último así que
cuando terminó, no había nadie para irse caminando.
Dos
cuadras habían transitado con la sensación de que algo estaba detrás de sus
pasos, cuando alguien le puso una mano en el hombro. Con el corazón en la boca
y el pánico brotando por sus ojos, decidió correr hasta el farol más próximo,
pero eso que era una mano o que pensaba que era una mano, se transformó en una
garra que aprisionaba su rostro.
Cuando
atinó a gritar pidiendo ayuda, la oscuridad se apoderó de todo, de su visión y
su capacidad de pensar. Lentamente lo comprendió: ya no era dueño de su vida.
Al día
siguiente, la mayoría de los medios no se hicieron eco de la noticia, salvo
uno, que tituló: “otro caso más de desaparecidos en democracia”.