Nicolás Gago
Taller
de Comprensión y Producción de Textos II
Honestamente, no lo
podía creer. Tanto estudio, tantas juntadas sacrificadas, tantos medicamentos
comprados en vano, tantas fichas apostadas a ese parcial que ahora vaticinaba un
final en mi futuro. Historia de nuestro país, materia que tanto tiempo me había
arrebatado para su comprensión, y con un seis, veía mis esfuerzos desmoronarse
en esa lista, firmada al final con el nombre del autor de un crimen peor al que
pensaba concretar, Azzob.
Mi cuerpo sólo
temblaba, una tensión lo había endurecido. Sólo me salía reír, pero con las
cejas demostrando tristeza. Vi la figura de mi profesor pasar frente a mi, y
entonces, como una bala atravesando una sien, una idea despertó en mi cabeza.
Tomaría una merecida venganza, por mí, y por los demás afectados por ese viejo
intolerante al buen humor.
Lo seguí a su casa, a
unas trece cuadras de la facultad, y para mi suerte lo vi entrar a una vieja
casucha, y su puerta de entrada habría de estar muy usada, porque él la abría
girando el picaporte y dándole un puntapié. Era perfecto, lo iba a hacer a la
semana siguiente.
Ya en el día
esperado, avisé a mi madre que dormiría en la casa de un amigo para terminar un
trabajo práctico importante, y luego de “pedir prestada” la pistola que mi
padre guardaba en el auto, me encaminé a la casa de mi profesor. El jueves
pasado, cuando lo seguí, había llegado a su casa a eso de las 9:30 de la noche,
así que tomé ese horario de referencia.
Eran las 9:15 ya, por
lo que me apresuré a entrar a su casa. Allí dentro, el olor a humedad y soledad
infestaba las paredes y los muebles. No me atreví a encender la luz, por
prevención más que nada. Para asegurarme de que no me identificaran, me vestí
todo de negro, tapándome la cabeza con la capucha del buzo y un pasamontañas,
que sólo descubría mis ojos.
Se hicieron las 9:30
en mi celular, por lo que apreté firmemente el arma de mi padre. Los guantes
para la nieve se cerciorarían de no confirmar mis huellas. Escuché entonces esa
voz di fónica y temblorosa de mi profesor, seguido del ruido del picaporte. El
sudor corría por mi cara y por la falta de sueño mis manos temblaban. La
puertas se abrió y ¡PUM! Siete disparos atravesaron el cuerpo que entraba a la
casa, abrazado en su bienvenida por una ráfaga de proyectiles.
Salí corriendo de
allí, y me choqué con alguien que estaba pasando detrás del fusilado. Cayendo
este otro al suelo por nuestro impacto, corrí sin mirar atrás como si mi vida
dependiera de ellos. Y como había planeado, a tres cuadras de la casa de Azzob
había una parada de taxi. Me subí al que encabezaba la filay, habiéndome
deshecho en el camino del arma y el pasamontañas, me dirigí a mi casa.
Cuando llegué a mi
hogar, mi madre no comprendía el por qué de mi presencia. Le dije que volví
porque pudimos terminar el trabajo antes de lo planeado. Esa noche cené
contento como nunca, con mi mamá agasajándome con sus exquisitos platillos y
con un mail que me informaba que el profesor Azzob dejaría de dar clases en mi
facultad, por el trauma que le generó el reciente asesinato de su esposa.
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