lunes, 4 de octubre de 2010

El dolor de no pertenecer

Por Ariel Spini
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo


En dos pueblos vecinos, donde abunda la pasión por el fútbol, apareció de la nada una nueva promesa. Capaz de eludir a cualquier rival y en sólo un segundo dibujar la gambeta más linda que se pueda ver dentro de un campo de juego.
Este chico, llamado Juan, que hasta el momento de su descubrimiento se encontraba tirando paredes con los árboles que luego debía talar, era distinto al resto. Como él, no había otro. Parecía ser la mismísima creación de Dios, cansado de ver tanta mediocridad en los partidos entre Arroyo y Campo Santo.
A pesar de tener siempre una sonrisa en la cara, curtida por el trabajo forzado que debía realizar, todo no estaba a favor de este muchacho. Su padre nacido en Arroyo, quería ver a su hijo derrotando redes con la camiseta celeste de su club. Por otra parte, su madre, de Campo Santo, tenía el mismo sueño que su esposo, pero con su hijo luciendo la tradicional casaca verde del equipo de su pueblo.
Desde los dos pueblos, buscaban al chico para brindarle distintos beneficios. Las lindas praderas del territorio santo lo atraían, pero no podía ser esquivo a la belleza de la laguna que vio nacer a su padre. El destino de Juan parecía no ser otro, sí o sí, estaba destinado a jugar al fútbol. En uno u otro de los equipos debía demostrar sus cualidades. Sin embargo a “Pepirreta”, apodado así por su abuela aludiendo a su buen estado de ánimo constante, no le interesaba jugar al fútbol. Lo único que le preocupaba era poder alcanzar un sueño: poder formar una familia estable.
Hasta el momento, con 20 años, no había podido encontrar una chica que no tenga como preocupación primaria llevar a Juan a jugar en algún equipo. Esto destrozaba los sentimientos del chico que veía como otros intereses se sobreponían a razones del corazón. La tristeza que sentía no la reflejaba en la cancha, en los picaditos con los amigos seguía siendo el encargado de alegrar los encuentros con sus firuletes.
Toda la decepción emocional, finalmente, en su cumpleaños 21, le ganó la pulseada a sus habilidades futbolísticas. En uno de los tantos partidos que jugaba con sus compinches se vio el cambio de pensamiento y la baja de nivel. Los murmullos de la gente ya se sentían, los dichos negativos sobre quien era su promesa, lo único que hacían era hundir cada vez más en una depresión al pobre joven.
Sin apoyo familiar, sin un hombro donde animarse, viéndose sólo entre dos pueblos con el único interés de una pelota, fue tomando decisiones que le perjudicaron la vida. En primera instancia buscó ayuda en el alcohol para perderse de a poco de vicio en vicio. Volviéndose una especia de zombi en las calles de los pueblos. Siendo señalado por quienes lo dejaron convertirse en eso. La vergüenza de sentirse humillado en todo momento llevo a este crack que nunca pudo demostrar sus cualidades al máximo a tomar una decisión definitiva. Una mañana fría del invierno, se despertó temprano, camino hasta el estadio Municipal, donde jugaban los dos equipos, y de un disparo se quitó la vida.
La muerte de Juan, a diferencia de lo que pensaba, fue en vano. Lo recordaron como el borracho que se mató en la cancha, sin entender el mensaje que trató de dar. Así como pasó la vida de él, aparecerá otro niño con habilidades parecidas y se vera en un mismo problema. La cruda realidad terminó con quién podía alegrar los domingos.

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