lunes, 4 de octubre de 2010

Mi vida en el peor sueño

Por Manuel Iglesias
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo


Malos pensamientos atormentan mi mente, no puedo despertarme y quedo perplejo ante los estallidos de explosivos que vienen sonando detrás de mí a medida que corro agotado por ese camino sinuoso lleno de autos y de muertos vivos hambrientos.
Es sólo el comienzo, pero tropiezo, me caigo y cada vez el fin está más cerca. Si despierto me puedo salvar, si no, estoy en peligro, con un pie dentro de los cielos eternos o tal vez del cruel infierno, aún no lo se.
Miedos hay muchos, el de morir es el principal, esos rostros putrefactos que me persiguen, siguen a un cuerpo vivo como lo hace un perro con su dueño, me insertan cada vez más en una paranoia eterna y voraz que puede ser trágica.
El sueño es longevo, logro seguir en pie luego de levantarme, el piso me confunde al estar mojado, mis botas se hacen cada vez más pesadas, mi pantalón sucio se cae a cada paso que realizo, la camisa ya casi no existe si no que retazos de ella me brindan un poco de calor en este momento. De todos modos, no es necesario pensar en eso, es preferible cuidar mi espalda de todo lo maligno y oscuro que me rodea, estoy solo en medio de una nebulosa enferma.
Una plaga de entes insanos que buscan mi cuerpo como un aporte de energía o mejor llamado como una comida más. Mientras identifico las características de ellos siento impotencia por no poder hacer nada para terminar con esto, solo me queda correr, matar a los que pueda y seguir avanzando en la ciudad emergente que antiguamente se hacía llamar Londres.
Creo haber visto antes alguna criatura de estas, como de las películas de zombies realizadas desde los ’90. Tenían todo el rostro blanco y deformado, lleno de cicatrices pero con una forma humanoide; solían ser flacos, gordos, medianos, altos y bajos, de gran variedad; caracterizados por gritar con una potencia similar al rugido de un león africano en medio de la jungla; y con sus vísceras hacia fuera; muertos pero…vivos.
Me voy acercando al centro de la urbe, donde supuestamente haya más humanos que ayuden a calmar mis nervios y obviamente, dispuestos a terminar con los zombies de a poco, por más de que sean miles. Esprintar se volvió lo que más hago desde hace más de 1 hora y media, como también lo es, esquivar físicos abominables, malignos y asquerosos, enviados para matar.
Necesito detenerme, observo el panorama y por primera vez en la tarde londinense todo parece calmarse. No hay zombies y ni ningún ruido se hace presente en el momento que el sol comienza a bajar, hasta que desde dentro de un automóvil ubicado aproximadamente a cinco metros de mi posición, un olor nauseabundo comienza a salir, creando un escenario parecido al de un matadero en el que toda su carne está podrida.
Me mantengo despierto, mirada fija sobre el auto, parece ser un BMW viejo pero en buen estado, color rojo, tiene su baúl abierto y está obstruyendo el paso definitivamente, sin dejarme avanzar. El deseo de saber qué hay ahí es mayor a medida que no le quito la vista. Sin embargo ese aroma despectivo, feo e insoportable me obliga a alejarme un poco de hacerlo. Entre tantas idas y venidas, tomo un palo que había tirado cerca de una casa, y despacio voy al encuentro de ese algo, que no se lo que es.
La noche ya cayó, la visibilidad es casi nula, confió en mi sentido auditivo casi por completo, pero no es suficiente. Varias pisadas, como si una estampida de rinocerontes estuviera llegando hacia mi, logran alejarme del auto, percibir qué pasa y hacerme tomar una decisión en fracción de segundos que pareció una eternidad.
Un vórtice extremo de sensaciones y miedo tomó mi cuerpo prestado por un rato incierto. No tuve tiempo de pensar, me libré a los pesares del destino y a jugar una carta fuerte por mi vida. Me quedó esperar para saber de los causantes materiales de esos sonidos fuertes y contundentes que hacían vibrar el piso constantemente.
Presentía el final, la concreción de alguna acción salvadora era demasiado para mi cuerpo pálido, lleno de expresiones de horror en el rostro, lágrimas que rozaban mi piel lentamente en camino hacia mi boca escribían lo peor de una etapa confusa en mi existir como humano en el mundo.
Estar atrapado en una ciudad infectada de gente muerta que vive para asesinar sin razón, carnívora y con intenciones perversas no es una recomendación típica de una agencia vendedora de viajes de placer.
Por último, el paisaje bizarro, negro, apocalíptico, devastador, sangriento, y a veces, parte de una pesadilla… resultó ser simplemente eso, después de que abrí mis ojos rápidamente y el ambiente era otro en un santiamén, lleno de una sensación de gran alivio y placer que no puedo describir más.

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