Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Cuando tengo que escribir de mí, algo me impide
interpelar a mi corazón y a mi cabeza. No tengo la vanidad del hombre que se ve
a sí mismo y cree que tiene algo interesante que contar. Hablar de mí me lleva
necesariamente a observarme y desnudar aquello que a los demás intriga, dejándome
indefenso ante la mirada de los otros.
Si entro en mi cabeza entonces me descubro, me vuelvo
predecible, es como ponerme de espaldas ante la fiera que va a dar el zarpazo,
es entregarme a las manos del verdugo que dicta la sentencia.
Que hable ella, que trate de explicar al hombre que
mira y que perdona. Que mueva las piezas del tablero hasta ponerme en jaque,
que extienda los brazos para contar cuánto mide mi amor y cobardía, que trate
de explicar cómo engañé a su razón hasta el extremo de quererme.
Hablar de mí ¡qué descaro! ¡Qué pretensión absurda!
Qué fácil es conocer a alguien preguntando, si en la simple mirada los hombres
develamos cosas, con los ojos amamos, morimos y matamos.
Que hable ella que dice conocerme, que le cuenta al
mundo por qué sonrío cuando pienso, que termine con todas mis torres y
caballos, que me ponga de rodillas ante todos, que corra el telón del misterio
que me cierne.
Si habla ella, yo me entrego, confieso miedos y
pecados. Pero no lo hará, porque sé que no lo hará, porque me espera en el
sueño de cada noche tal cual soy, imperfecto, humano.
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