sábado, 21 de julio de 2012

No es más que un juego

Leandro Rodrigo
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


El sonido de un fusible disparando al lado de mi oficina perturbó mi sueño, miro el reloj y las agujas no daban las 6. “Qué hijos de puta los tipos éstos. No me dejan dormir tranquilo” grité con odio, y de un portazo salí al corredor del centro de reclutamiento. Era un lugar bien típico de gente como yo, ¿me entendés? Algo cuadrado en el centro envuelto en grandes paredes de hormigón, tipo como lo que dijo el chabón ése, “pan ojo”, “pan” no sé cuánto; hippie subversivo.
Me alisté y de un grito llamé a los pendejos que habían llegado anoche para darles “la bienvenida”, tenía que apurarme porque esa misma tarde íbamos al campo a conseguir fiambrines y un par de cabezas. Iba caminando frente a ellos con mis botas bien lustradas y taco de madera: “tac tac tac” hacía y sentía cómo se les fruncía el culo a esos mocosos.
Mientras caminaba vi uno sin rosario, lo casé justito cuando se acomodaba el cuello. Me calenté, encima que les hacemos un bien nos toman el pelo. Me paré frente a él y lo miré con mi cara que me caracteriza. “Ya vas a ver pendejo” le dije, saqué mi revolver y de un tiro le partí la entreceja. ¡No sabés la manteca que voló! “Si alguno se hace el piola va a terminar igual. Juntes sus cosas que quiero matar negritos ahora, así que ya salimos”.
Tomé rápido mi café con medialunas mientras leía los chistes del diario. No tenía tiempo de andar con boludeces que dijeran que la guerra está mal. “A éstos les haría falta una jornada conmigo” pensé y fui por mis cosas. Salí y con un grito dije “Marchen”. Subimos al micro y al cabo de dos horas, llegamos a destino.
Durante el viaje, ninguno se hizo el piola. Sabían que a la que chistaban eran boleta, así que estuco tranquilo.
- Acá no es como en la escuela. Si no sos vos, es el otro. ¡Así que agarren firmes los fusibles y disparen como si fuera su suegra! – dije a los soldados antes de llegar.
El campo de batalla estaba divino, bien picante todo. Agrupé a mi pelotón y salimos como zánganos a disparar. Uno, dos, tres y seguían cayendo los pendejos “Que me dieron en el brazo”, “y a mí en la pierna”, “a mí me rozó el cutis”, que pibes maricones me habían tocado ésta vez. Yo por lo menos había bajado a cinco, pero hubo uno que se escondió el bien forro. Ya va a ver.
Veo que me apuntaban dos a lo lejos, pero qué me voy a asustar yo. Agarré un fiambre del piso. Era un negro. Le escupí la cara y lo usé de escudo. Los otros descargaron el tanque y mientras cargaban, les clavé dos tortazos a cada uno. Si total no es más que un juego. Desde que empecé la escuela lo tome así, por eso llegué a donde estoy.
Cuando me quise percatar, mi grupo ya no estaba. Eran todos giles mariconeando y algunos apilados como buenos costales de huesos que son. Fui con mi superior, tuve que correr hasta la base porque se ponía gorda la cosa, tenía ganas de ir a tirar un poco más.
- No quedan más hombres señor – dije agitado.
- Miguel: siempre igual vos. Tenés que dejar de ser así. Siempre los tuyos quedan fritos. Haceme el favor de ir allá de nuevo y a la noche te volvés al escuadrón a juntar más gente” – dijo el teniente furioso.
Corrí de nuevo al campo pero ya había terminado; el enemigo se había retirado. Vi a uno que estaba apuntando al frente y me acerqué.
- ¿Qué paso pibe? ¿Ya se cagaron esos maricas?
- Sí señor, parece que en el ala delta del río hay un combate.
- ¡La puta madre! Allá está Roberto que es tan maricón como ellos. Estamos perdidos – exclamé. Dí media vuelta y me fui al micro.
Allí estaban algunos de los míos, lastimados y cansados. Les dije que se quedaran piolas, que mañana llegaría más gente nueva y volveríamos al campo. Tenía que volver a buscar a ésos y tomar mi brandy de todos los días. Llegamos y el sol se estaba poniendo. Mañana será otro día y voy a tener más tiempo para jugar. Me acosté y dormí.


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