miércoles, 23 de noviembre de 2011

Desgastarse

Ana Minini Venega
Taller de Comprensión y Producción de Textos I



Salgo caminando por la vereda principal con la galantería que mis trapos ameritan. Una señora gorda y fea, envuelta en una sábana de flores raras me mira con indignación, acelera el paso y sube a la vereda.
Llevo un bolso hecho con la más fina arpillera, donde traigo recortes del pasado: la Gran Tercer Guerra, lo que dejó y lo que se llevó.
Por momentos cojeo, pero con una postura recta lo disimulo. El color de mi uniforme todavía no se ha oxidado, por lo menos algo de este mundo corroído tenía que preservarse.
Llego a un cruce de avenidas y espero en la esquina a que el semáforo frene a los que salvé.
- ¿Una moneda tendrá el señor? –pregunto sin más y en general.
El sol nos está curtiendo la piel y los desagradecidos en sus camionetas brillantes dejan sus codos afuera de las ventanillas, pero ninguna moneda resplandece.
Me siento y pienso. La gente sigue y los veo ir; se van a encerrar en la realidad que desconocen.
Yo soy libre, me siento así.
Las bocinas y un par de gritos apurados me pierden. Los niños están saliendo de la escuela, puedo oír sus risas; y temo por cómo terminarán siendo.
Suspiro y me limpio la frente con la manga de la camisa. El calor está causando efecto, estoy cansado. Recuerdo a quienes se quedaron con nuestra existencia. ¿Dónde están ellos ahora? ¿Dónde estoy yo que sé la verdad?
Minutos y horas pasan. Sé que todo está podrido y me molesta no poder hacer nada. Más aún que no se den cuenta. No soporto verlos pasar e ignorarme a mí, mostrándoles lo que son, negando.
Un poco de aire entra por los agujeros de mis viejas botas negras y me siento mejor, hasta esperanza de que la noche llegue pronto y un día más se vaya sin que me percate.
Vuelvo por la avenida sin haber recibido nada, siquiera una mirada de comprensión o apoyo. Pateo las piedritas del asfalto hasta toparme con la última zona de la ciudad con calles de arena. Las botas ahora están dentro del bolso y la naturaleza humanizada corre por mis dedos libre.
Otra vez las risas del futuro: niños corriendo de un lado al otro de la plaza que hace de hogar. Sonrío con la ilusión de que no sigan el ejemplo.
El hambre se empieza a sentir, es hora de una siesta de anestesia. El mismo banco de siempre, por lo menos de los últimos cinco años. Blanco pero manchado, duro y áspero como la propia vida.
Boca arriba miro el cielo y las hojas de los árboles que lo cruzan. Respiro aire limpio, y extraño.
Evoco los años de lucha y lo anterior, la total alienación. Alienado pero feliz, durmiendo acompañado, sintiéndome seguro y parte de algo. ¿Dónde quedó todo? ¿Por qué me lo sacaron?
Mis ojos se cierran con fuerza, y me obligo a dormir para olvidar por un rato. Inhalo y exhalo largas bocanadas de oxígeno para relajarme y nada sucede.
Los pájaros primaverales hablan con el sol y los envidio. Tantos colores y yo tan gris, ni siquiera por elección; obligado por todos ustedes que me ven y siguen de largo, incluso asustados.
Sólo los espanta la realidad chocándolos, me dan pena. Pero por lo menos algo siento por ustedes, no los ignoro. Son parte de lo que soy, ustedes me hicieron así.
Respiro intensamente una vez más y me entrego al sueño esperando no despertar en este lugar.

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