martes, 1 de noviembre de 2011

La revolución es sangrienta

Luciano Montefinale
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


No recuerdo muy bien si era por influencia de la tele, la radio, el diario, una cara de la realidad o una combinación de todas, que me gustaba reírme de la cara de nabo de un compañero de la secundaria. Después, también, me entretenía golpear tal rostro hasta desfigurarlo, me inquietaba saber si yo era capaz de cambiar sus componentes de orden, aunque nunca sucedió.
Según un compañero de trabajo de mi padre, sería un buen integrante en su patrulla. Aseguraba, mientras me tomaba por el cuello hasta dejarme rojo, que le serviría en su tarea de golpear vagos. Yo inflaba el pecho y asentía a cada palabra, demostrándole a mi papá que me interesaba la oferta.
El lunes siguiente ya estaba como policía, patrullando las noches en busca de comunistas, no sabía por qué lo de comunistas, pero sí sabía identificarlos a simple vista. Y de sólo verlos ya quería golpearlos, como al chico de la secundaria. El comisario argumentaba constantemente los motivos por los cuales era necesario atacar a estos sujetos. Sus palabras activaban mi euforia, mi locura, mi pérdida de razón, de la misma manera que lo hacía el tipo del noticiero de la tele, la foto de la tapa del diario, o lo cotidiano en cada esquina.
Algo estaba cambiando y era a nuestro favor, y cada vez éramos más los beneficiados por el cambio. Se crearon miles de comisaría que, de todas maneras, no alcanzaban para saciar la sed de sangre comunista. Entonces, los que no se sumaban, se eliminaban, hasta acabar con la resistencia, la cual parecía ser la misma para todos. Cada barbudo que moría bajo algún fusil nuestro era festejado por todos los medios. Y, un día me olvidé de afeitarme.

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