viernes, 4 de noviembre de 2011

Pendejos

Juan Pablo Fluger
Taller de Comprensión y Producción de Textos I



Lo primero que pensé cuando me puse los borceguíes que te dan en el entrenamiento, fue que me iban a romper los pies y en este momento siento que son zapatos de piedra. Hace tres horas que esperamos vestidos y con todo el equipo para que nos trasladen al aeropuerto de Bahía Blanca, donde estamos haciendo la colimba. De allí iremos a Comodoro Rivadavia y luego de unos días, dicen, a Malvinas. Nos informan que está todo muy tranquilo y que ellos no se van a arriesgar a una guerra a 14.000 kilómetros de distancia, pero yo no estoy tan seguro.
El barrancón donde estamos y pasamos los últimos seis meses se me representa ahora como una casa que tengo que abandonar, aunque el olor a humedad hoy es más fuerte que de costumbre, los catres vacíos con los bolsos a los pies, los colimbas sentados jugando a las cartas o tocando la guitarra dan el aspecto de un lugar no tan desagradable, como una premonición de que a donde vamos, no estaremos tan bien como acá. Algunos compañeros cantan el himno, otros escriben cartas. Las expresiones en sus caras son variadas pero nadie parece sentir miedo. Nos han dicho que vamos a estar bien que todo el país nos apoya y que vamos a volver como héroes, que… ¡ya lo somos! Por lo que he leído la valoración de los héroes casi siempre viene cuando estos ya murieron y en un contexto de guerra que me digan que voy a ser un héroe no me deja muy tranquilo. El zurdo Aguirre, un colimba flaco y escurridizo, imita al Sargento Roncino y nos reímos, nos sirve para distendernos un poco y funciona.
Cada tanto se ven luces de camiones que se acercan y pienso que ahí vienen a buscarnos pero las luces siguen y me doy cuenta que estoy aguantando la respiración cuando suelto el aire y en forma de suspiro desinflo el pecho.
Yo no sé mucho de las Islas, ahora recuerdo las clases de geografía del secundario cuando el profesor Blancagrande, fue el único que alguna vez nos habló de ellas y de cómo los ingleses las habían usurpado en 1833. Recordando pienso en mi madre, en como lloraba cuando me subía al micro que nos llevaba a Bahía Blanca. Ni ella ni yo nos imaginábamos en ese momento que iba a ir a la guerra. Anoche hable con papá por teléfono. Nos dieron diez minutos a cada uno para que llamemos a nuestras casas. Él me dijo que mamá justo en ese momento no estaba, que se había ido a lo de Julia, la vecina, porque están preparando la Kermesse de la parroquia para el domingo, pero yo sé que no es verdad, porque pude escucharla por lo bajo entre sollozos decirle a papá: Jorge, decile por favor que se cuide. Y me di cuenta por como intentó disimular él también las ganas de llorar. Justo antes de cortar fue que me dijo con la voz casi quebrada: cuidate hijo, por favor, cuidate. El golpe en la puerta del barrancón me sacó del recuerdo y me llevó directo a la cara del Sargento Roncino que me miraba mientras gritaba: ¡Vamos pendejos, suban al camión que hoy se empiezan a hacer hombres!

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