miércoles, 9 de diciembre de 2009

El miedo y la nada

Por Noelia Francioni
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


En el bosque de los olivos, en un atardecer gris, se encontraba Lucas. Un metro exacto de estatura, ojos enormes color café que decoraban el perfecto rostro siniestro y una sonrisa que no era más que la tristeza misma.

Había contemplado con aquellos ojos la muerte de su padre. Nunca borró ese recuerdo y de modo contrario, se aferró a ese instante tortuoso para convertir la vida misma en odio, rencor implacable, una cruel existencia.

Unos segundos después del ocaso, era su hora preferida. En el instante en que todos compartían la cena, él anestesiaba su dolor acompañado de la inmensa noche; tan fría como su corazón, pero sabia como su imaginación.

Noches enteras pasaba sentado frente aquel árbol, como desafiándolo a duelo para ver quién demostraba ser más fuerte, más inmenso, más tenebroso.

Pero llegaría la última, la del duelo, aquella que no estaba en los planes de Lucas. El árbol no estaba. Pero, nadie había talado a su enemigo, porque entonces se hubiese podido ver sus restos, pensó. No había rastros de su existencia. Era un campo llano, como el desierto mismo, sólo que sin arena.

Lucas comenzó a reír diabólicamente; una carcajada llena de venganza salía por su garganta. Creyó haber derrotado aquel árbol asesino y entonces cometió el error más grande, se consagró inminente.

En ese instante, alguien jamás esperado, apareció allí.

-¿Qué has hecho, hijo? Mirá lo que has logrado, dónde te llevó tu odio, tu rencor, tu falta de autoestima.

-Es que papá, ¿acaso no entendés?, tengo miedo…

-¿Miedo? No existe tal cosa, todo está en nuestras mentes, y si seguís fabricando ideas absurdas, te vas a hundir en ellas, te vas a perder en tu propia imaginación. Sólo debés temerle a una sola cosa: a vos mismo, hijo. Sos el resentimiento en carne y hueso.

Su padre lo observó, agachó su cabeza y se convirtió en pedazos mismos de la nada.


Ni a Dios

Tengo miedo.

Miedo de aceptar la vida como es.

De elegir y no equivocarme.

De no caerme, de no golpearme.

Tengo miedo de que nadie me defraude.

De tener un millón de excusas y mil motivos.

De aguantar, de pelear y ser el puño más fuerte.

Porque no sé de qué soy capaz, o tal vez sí,

y a eso, a eso le temo.

Le temo a los grises, yo quiero blanco o negro.

Temo ponerle palabras a lo que siento, por que la sinceridad abre las enormes puertas de lo desconocido. ¿Hace falta decir que a eso le temo?

No tengo miedo a lastimar, tengo miedo a que después de hacerlo esté ausente la culpa.

¿ y si matara? Y… ¿si tampoco sintiera culpa?

A mí.

A mi sí.

Yo, me temo.

Porque no hay, no veo,

no encuentro,

eso más fuerte que yo.


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