miércoles, 9 de diciembre de 2009

Sofía

Por Flavia Nuñez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Helena es perfecta.
Tiene las piernas bien torneadas, el cabello largo y siempre bien acomodado, incluso en la peor de las tormentas. No necesita maquillaje para que su rostro sea luminoso. Es flaca, pero no esquelética, sino bien proporcionada. Tiene la habilidad de convertir un trapo viejo en una prenda de alta costura, porque todo lo que se pone le queda bien. Sus ojos claros dominan la habitación y nadie puede escapar a su encanto natural.
Ella sabe bien que todos sus amigos quieren tener algo con ella. Ella sabe que no es buena cocinera, ni maneja apropiadamente, ni recuerda la tabla del 9 en un santiamén. Pero también sabe que no precisa de esas cosas.
Del otro lado de la habitación está Mariano. Él es de esos que olvidan todos los cumpleaños, recuerda pasear al perro a la 1 de la madrugada y se emborracha con sus amigos para festejar la primer tontería que se les pase por la cabeza. Mariano tiene físico de rugbier, está bien bronceado todo el año, tiene la piel del rostro suave todo el tiempo y sabe como encandilar a cualquier potencial suegra.
Mariano y Helena ya pasaron los treinta y tantos. No están casados ni tienen hijos. Viven solos, pero en lo posible siguen cenando en casa de sus padres. No tienen el mejor de los trabajos pero gozan de un sueldo que los mantiene felices.
Mariano y Helena se conocieron hace 10 años atrás en el cumpleaños de un amigo en común. Él pensó que ella era una rubia hueca y frígida. Ella pensó que él era un grandulón inmaduro y narcisista. Ahora se miran desde rincones distintos de la casa, entre medio de todos sus matrimonios amigos, que ya dan sus primeros pasos como padres primerizos.
-¿Viniste sola?- le pregunta Mariano cuando se la choca en la cocina mientras se prepara un enorme vaso de Fernet.
–Sí ¿por?- le responde ella.
La conversación se basa en la misma nada de siempre, pero sin darse cuenta permanecen alrededor de una hora y media en la cocina hablando pavadas.
Mariano la pierde de vista hacia el final de la noche. Cuando termina de despedirse de todos y sale en busca de su auto, la ve sola en la vereda.
-Estoy esperando que pase un taxi- le dice ella sin que él haya pronunciado ni una palabra sólo por el hecho de que lo vio venir de reojo.
–Tarada, ¡Qué taxi ni taxi!, subí que te llevo- sentencia él mientras se acerca a su auto. A Helena no le causa gracia la propuesta, pero lo cierto es que hace mucho frío para seguir esperando. En menos de 20 segundos está en el asiento del acompañante con el cinturón bien ajustado.
Mariano jamás preguntó la dirección, pero sabe exactamente dónde queda. Helena no se sorprende, ya que está plenamente segura que lo vio salir de la casa de la atorranta de su vecina de enfrente en múltiples ocasiones, aunque él lo niegue.
Por un momento, Helena baja la guardia y lo invita a pasar. Mariano acepta. Ambos se sientan en el sillón, sumamente incómodos. ¿Cuándo tiempo se mantienen quietos?, alrededor de 30 segundos. Helena se lanza sobre la boca de Mariano. Mariano no se aleja. Helena le quita la remera. Mariano no se queja. Helena propone ir a su habitación. Mariano ya esta en camino hacia allí llevándola a la rastra.
Se entienden, congenian. Charlan en los intervalos.
Él ahora piensa que ella tiene una risa espantosa. Ella ahora piensa que él debería hacer algo con ese lunar que tiene en la espalda. Pronto se quedan dormidos.
A la mañana siguiente abren los ojos al mismo tiempo. Ella ve que él se robó toda la sábana. Él se asquea porque ve que ella babeó toda la almohada. Pero sólo se ríen.
No saben por qué pero se sienten cómodos y se plantean una y otra vez, mientras se visten, por qué eso no ha ocurrido antes.
–Che, ¿puedo hacer una pregunta?- dice Mariano con voz más gruesa de lo normal por estar todavía adormilado. Ella asiente con la cabeza desde el otro lado de la cama.
–Vos… ¿te cuidás, no?-. Ella se queda helada por un segundo.
Ambos se miran. Ninguno dice nada.
Yo tampoco diré nada.
Sólo que la nena se llamará Sofía.

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