miércoles, 9 de diciembre de 2009

El Chaparral

Por Hugo Mitetiero

Taller de Comprensión y Producción de Textos II

Extensión Moreno


Eran las 5 de la tarde y hacía demasiado calor para ser la última semana de marzo.

Maximiliano estaba preparando la olla con mate cocido, los chicos no tardarían en llegar. A su lado Darío arreglaba una parte del techo de chapa, que con la fuerte tormenta de la semana anterior se había despedazado.

Por el fondo se escuchaban las risas de las señoras del barrio, que todos los días, mientras preparaban las tortas fritas se contaban los chismes de último momento. Rosa con una sonrisa dibujada en su rostro lleva un mate para convidarle a Maxi, pero el primero en acercarse fue Darío, que al bajar de la escalera descubrió su espalda y se le vio un fuerte corte en el huesito dulce.

“¿Qué te pasó, nene?” preguntó con voz maternal Rosa.

El joven se sonrió y sólo dijo: “no es nada. Estaba boludeando con los pibes y me corté.”

La puerta del Chaparral, como se llamaba el galpón que funcionaba de copa de leche, comedor y centro cultural, se abrió de golpe; como un batallón entraron corriendo un grupo de chicos del barrio arrojando sus mochilas al piso.

A los diez minutos llegó el grupo restante. Ya había 20 chicos en la mesa esperando por la copa de leche y por el cuento que Maxi día a día les leía mientras merendaban. Luego apareció Claudia, ella era muy linda y tenía tan solo 17 años, pero era quizás la mujer con convicciones más claras del Chaparral. También se encargaba de dar apoyo escolar junto a Horacio, que extrañamente no había llegado aún.

Por suerte para Claudia, Esteban, como nunca, llegó una hora antes para la reunión semanal, entonces pudo darle una mano junto a Maximiliano y Darío. En un momento de risas cuando Claudia imitaba a Sarmiento, irrumpió en el lugar Josecito, casi temblando de los nervios y gritando: “¡Cagamos!, ¡nos tenemos que ir a la mierda! ¡Los milicos tomaron el poder, lo dijeron en la radio!”

Las señoras y los jóvenes se miraron y se quedaron sin poder emitir palabras. Esteban les pidió a las señoras que llevaran a los chicos rápidamente a sus casas. Simultáneamente a esto crecía la preocupación por Horacio. Los muchachos ya sabían que desde hacía más de un año venían desapareciendo algunos compañeros de la Juventud Peronista de otros barrios. Pero no habían vislumbrado peligro allí, además no estaban seguros si era cierto el rumor de que una organización paramilitar era la que estaba rastrillando al país buscando peronistas y comunistas.

Darío propuso armar una reunión con la cúpula de la Juventud para ver cómo seguían e ir a buscar por todos lados a Horacio. Maxi planteó que cada uno empezara a movilizarse con los fierros y aconsejó alejarse de las casas donde vivían sus familias. Las propuestas fueron aprobadas y salieron en busca de su compañero.

El primero de abril apareció el cuerpo de Horacio en un descampado, con quemaduras de cigarrillos en todo el cuerpo y sin dos dedos de sus manos. Durante la misma madrugada ingresó un grupo de tareas al Chaparral y lo destrozaron.

Dejaron escrito sobre una pared: “Peronistas de mierda, váyanse porque van a ser boleta”.

Los vecinos del barrio se indignaron al ver lo que había pasado con el galpón al que los chicos podían acceder a un poco de cultura, a tomar la copa de leche o a comer un plato de comida, ya que a veces en su casa faltaba.

El sistema les estaba mezquinando esas cosas y en el galpón podían encontrarlas.

La gente de la villa 30 se reunió, para así, entre todos, reconstruir el Chaparral. Los muchachos de la Juventud Peronista que estaban conmocionados por lo últimos hechos, se sorprendieron ante el apoyo de los demás y decidieron volver a trabajar con la gente.

El Chaparral se reconstruyó en un 60 por ciento, pero en la noche de la inauguración, en la cual se juntaron para festejar con una olla popular, sucedió una tragedia: antes de salir de su casa con su hijo y dirigirse hacia allí, Rosa fue secuestrada. Un Falcon paró en su casa y se la llevó.

Dos noches después, el Chaparral volvió a ser destruido. Pero esta vez se llevó la vida de Maxi, quien dormía allí para cuidarlo. Antes de morir se enfrentó en un combate desigual, con su 32 ante un grupo de tareas vestidos de civil, que lo mataron sin piedad.

La situación era cada vez peor, entonces decidieron irse a vivir todos a lugares diferentes; ya ninguno sabía donde estaba el otro. Pero todos los días se ocupaban de llevar casa por casa algo para la merienda o de ayudar a cada chico que lo precisara.

Una vez por mes, organizaban en secreto una jornada cultural donde les leían cuentos de María Elena Walsh a los chicos, hacían obras de teatro y cantaban canciones de Víctor Jara y Mercedes Sosa.

Lamentablemente cada mes que pasaba, eran menos los que quedaban.

Pero mientras hubo uno que sobrevivió, esa jornada se realizó.

Para cuando llegó la Navidad de 1976 las jornadas culturales sólo fueron un lindo recuerdo para los vecinos del Chaparral.

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