miércoles, 2 de diciembre de 2009

Puro sentimiento

Por Nicolas Vidal

Taller de Comprensión y Producción de Textos II Extensión Moreno


Cuando la cosa viene torcida desde el principio, es difícil cambiarla.

A Ricardo le había tocado nacer en un conventillo de Pompeya, rodeado de inmigrantes polacos. Su padre era uno de ellos, venía de sufrir la guerra, el hambre, la miseria. Nunca le podría haber pedido mucho a su viejo, excepto que dejara de golpear a su madre, una mujer oriunda de Pompeya, hija de inmigrantes españoles. Amelia, su hermana mayor, dedicaba su vida a cuidar a su abuela por parte de madre, una anciana de noventa y tantos años, que, luego de fallecer dejara en su nieta el estigma de la locura.

Desde muy pequeño, Yoyo, como lo llamaban sus amigos, padeció el alcoholismo de su padre quien al regresar del trabajo tenía como rutina golpear a su esposa.

Debido a esto con su escasa edad, Yoyo decidió salir a trabajar. Lustrabotas, canillita, verdulero, zapatero, fueron algunas de las profesiones que supo ejercer para ayudar en su hogar con la comida. Pero hubo en ese tiempo un trabajo que lo había atrapado: vender libros. En ellos encontraba algo más que papel impreso. Amaba leerlos, pasaba horas y horas escapándose con su imaginación. Pero escaso fue el tiempo de este trabajo, porque su patrón, un hombre decente y respetado en Pompeya, intento abusar de él sexualmente. La barra del puente, como se llamaba el grupo de amigos que tenía Yoyo, respondió a este intento de abuso incendiando todo el local. Pero con una salvedad: antes de encender el sitio todos los libros habían sido quitados del lugar y repartidos entre la gente del barrio de manera gratuita.

La barra del puente, estaba conformada en su mayoría por hijos de inmigrantes europeos; todos eran reos, pero buena gente. Entre ellos había respeto mutuo, se ayudaban, cuando uno no tenía para comer. Si otro tenía ese día invitaba a la familia de su amigo a comer.

Estos niños, que eran hombres, habían tenido que crecer a la fuerza por razones de supervivencia. Mil traumas justificados debían de tener estos jóvenes, pero no era así. Ellos no culpaban a nadie de su situación, la afrontaban con valor, dándose una mano entre ellos, no dejando a nadie caer. Por eso Yoyo tuvo dónde aferrarse en los momentos más trágicos de su adolescencia. La muerte de su padre, cuando tenía tan solo 16 años, significó dolor, ya que había sabido perdonar el maltrato que había padecido de su mano. Comprendió con esto la dura vida que su viejo había padecido en su tierra natal.

Las inundaciones marcaron a Yoyo. En tres ocasiones el agua le hizo perder todo y tuvo que empezar de cero otra vez. Este tipo de hechos fueron los que definieron su amor a la vida, su insistencia de seguir, pero sin bajar los brazos. Fue jefe de familia casi desde que aprendió a caminar. Amaba estudiar, pero necesidades más urgentes le impidieron aprender de manera continua. Ya de adulto pudo culminar con sus estudios secundarios asistiendo al turno noche. Después de perder tres veces todo lo material, de cuidar a su madre y hermana y de perder a su padre, sufrió la cruda pérdida de varios amigos en la época oscura de la dictadura militar.

En 1977 consiguió un trabajo estable como operador de cine en Palermo y gracias a esto, un año después, pudo comprar un departamento a estrenar en Paso del Rey, lugar que hasta ese momento sólo conocía de palabra.

Los años pasaron, el amor golpeó las puertas de su corazón y con ese golpe dos hijos vinieron a su vida.

Los frutos del trabajo daban resultado, y otra casa pasaba a ser suya, de esta manera el departamento se lo regalaba a su madre y a su hermana.

En los años 90 la crisis no esquivó las puertas de su hogar y Ricardo fue echado de su trabajo.

En vez de resignarse y caer en una depresión, teniendo dos hijos que alimentar, decidió cumplir su sueño y con la indemnización compró libros. Con su falcón modelo 67, Yoyo salía por los barrios de la ciudad de Moreno, a llevar al hogar de todos los vecinos, aquello que el tanto amaba y que la vida por diferentes razones nunca lo había dejado disfrutar.

Soñaba con una sociedad más justa, donde todos tuvieran las mismas posibilidades. Intentaba llevar un mensaje de fuerza y lucha, de amor a la vida, mediante sus libros.

En su auto tenía pintadas frases como “Los libros de la buena memoria” o “Leer es barato”.

En sus últimos años de vida, enfermo de un cáncer de estómago, Ricardo no bajaba los brazos. Cada noche se dirigía a la plaza de la estación. Vendía de noche porque de día estaba prohibido vender libros, la municipalidad dejaba vender solo a todos aquellos que transaran con ellos dándoles una coima.

Pero Yoyo siempre se negó a negociar. Sabía que existía una ley internacional que lo habilitaba para vender libremente sus libros.

Y así falleció, dando a los demás aquello que creía indispensable para el bien común. Dando vida, dando libros.

3 comentarios:

  1. Muy bueno el cuento, refleja la historia de una persona que luchó para hacer mas libres a cada uno que ofreció un libro. Leer nutre las almas y las vuelve mas bellas y sabias.
    Hugo

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  2. Excelente,se me puso la piel de gallina pensando en todas las historias mínimas que habitan en nuestros espacios, y me acorde de un vecino de Moreno que vendía libros al atardecer, bien podría ser la historia de él.
    Abrazo

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  3. Me parece que ese vecino que decis vos es el, no tengo dudas. Ese tipo me enseño mucho, sobre todo rescato, la libertad de los libros.
    Nico

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