lunes, 14 de diciembre de 2009

Diez y diez de la mañana

Por Liliana Soto Bula
Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Era la más hermosa mujer. Vivió una vida de lucha, sufrimiento, desilusiones y tristezas, pero lo más importante, y tal vez, aquello que opaca todo lo desolado y vacío de la existencia de una persona, es que siempre fue totalmente impecable y, sobre todo, lúcida. Era dueña del secreto espiritual por el que hallaba la felicidad en segundos, y de este modo supo enfrentar todos los problemas, con el amor tan enorme que brotaba por cada poro de su cuerpo. ¡Jamás se rindió!
Se casó con un hombre que seguramente y, para no juzgarlo, le enseñó esa parte de la vida que muchos llaman “sufrir”. Se dice que si no existiera la noche, no sabríamos lo que es el día, no sentiríamos el calor de los hermosos rayos del sol así que, indudablemente, por la valentía con la que enfrentó esa etapa de su vida fue la mujer más íntegra que el mundo pudo conocer.
Y hablando del mundo… le dio sus “soles”, cuatro hijos, los cuales cuidó y veló por su bienestar tal y como una madre sabe hacer, con amor. Ellos fueron su familia y su fuerza para salir adelante, aunque lo tenía todo. A lo largo de los años su lucha se enfocó en ellos; era importante que fueran profesionales y buenas personas a, pesar que la vida que les daba su padre.
Uno de sus mayores triunfos fue convertirse en la mejor abuela del mundo. Las suyas eran manos delicadas y ya para esa época se veía en ellas el paso de los años. Sin embargo, su piel y el aroma que la caracterizaba era único, la ternura de sus caricias era incomparable; estuvo la parte más importante de la vida con su única nieta, a quien con completa abnegación le entregó cada minuto de su vida.
Una tarde como cualquiera, después de que su pequeña nieta saliera del colegio, algo comenzó a fallar. Con su hermoso tono de broma en la voz, le adjudicaba a haber comido hacía varios días unas galletas que eran de un dulce llamado arequipe, un dolor en el abdomen. Pero era un tema delicado, por más que su dulzura quisiera adornarlo. La mayor de sus hijas comunicó a la familia los resultados de los exámenes médicos: su madre tenía cáncer. Tanto como suceden los dolientes exilios fugaces de cada trágico suceso de avidez y remordimiento, pero sucede a voluntad del furor hostil; se sentía su nieta al escuchar aquella noticia, pues la tenía a ella en su mundo de inocencia y juegos infantiles como su única amiga. Más que eso, era como su madre, era su amada abuela.
“¿Por qué su vida?, ¿por qué ahora?” Se preguntaba la niña a sus adentros como un grito disoluto en el silencio al que no se puede acallar.
Tenía que someterse indudablemente a quimioterapia. Era asombrosa la forma en que su energía le daba fuerzas y voluntad para ir al tratamiento. Vestida de punta en blanco, peinada prolijamente y con un ligero rosa carmesí que exaltaban sus labios que expresaban una linda y sincera sonrisa, mientras su boca se movía para decir: “no quiero estar aquí”, “yo ya me siento divinamente bien” o, “mirá esa vieja, si está realmente enferma”.
Parecía haber dejado de lado el cáncer cuando hacía sutiles bromas al médico en el consultorio. Toda la magia que era ella, poseía el secreto para engañar a su mente y a todo el que la rodeara, que sus suplementos vitamínicos eran una deliciosa malteada y hasta los compartía, volviendo la hora de sus medicinas un agradable momento.
Lo cierto era que ser tan hermoso no debía estar en aquel sitio, donde la enfermedad, el decaimiento y la desmoralización de la gente predominan.
Ahora se trata de entender, mañana de manifestar… ¿será entendido entonces el silencio?
Es el momento en el que algunos de sus familiares piensan si tal vez hubiese sido mejor no decir nada, o simplemente callar. De pronto así tal vez se hubiera logrado engañar al mezquino tiempo, y entretener a la mente que inerte, sensible pero vulnerable por pasión, desgarra cuanto lapso se atraviesa al tacto, un relámpago acalla la penumbra del flagelo personal en una pesquisa emocional, casi inhumana, más que solemne, casi perfecta, incondicional, tenue, nebulosa, absoluta y melancólica, consciente de su situación, acelera el último suspiro de vida.
Lo sabía. Hasta tenía cita con uno de sus hijos, pues él prometió llamarla ese día ya que se encontraba lejos y conocía la enfermedad de su madre. Pero no podía estar junto a ella, lo espero pero él se demoró; la cita era a las 10:00 a.m. y ella siempre dijo que en todas sus citas esperaba máximo diez minutos y se iba. Siempre cumplió su palabra hasta último momento.
Ella se encontraba en su lecho, que era tan grande como su encanto. Tres de sus hijos estaban presentes, su nuera, su nieta y por último, pero no menos importante, se encontraba “minero” un cocker spanish que fue, por mucho tiempo, su fiel compañero. Todos hacían un círculo a su alrededor y a la vez esperaban junto a ella aquella llamada. Al transcurrir algunos minutos, hubo tiempo para el perdón. Su alma se descargó.
De repente, la habitación que estaba un poco oscura se iluminó. Se sentía paz a pesar que todos los que estábamos ahí presentes sabíamos que se acercaba la hora. Un deslumbrante rayo de luz azul la adornaba y todo alrededor parecía de cristal. El tiempo se congeló como si Dios permitiera gozar de su existencia en un lapso de un minuto que parecieron horas, mientras tres ángeles irrumpían el lugar y le mostraban un nuevo camino.
Poco a poco fue dejando su cuerpo y se veía su blanca alma ascender, mientras pintaba una sonrisa en sus labios, pues murió feliz. No había otra forma para ella: era de gran corazón, buena hija, excelente madre, fabulosa amiga y compañera, incondicional y envidiable abuela y, sobre todo, valiente.
Su cuerpo no sucumbió ante el delirio forjado. Al ser afligido ante lo conocido, ni trastornado por la paciencia impuesta por el gran presidio místico. ¡No es el preciso instante! No el de las sombras que no se invocan y que permanecen desafiantes, el que colérico y perverso nos arranca la vida.
Fue un instante hermoso, fascinante y maravilloso tal como la recuerdo a ella. Aquella luz que no era terrenal, sólo venía en busca de un tesoro preciado para llevarlo al cielo, y así ser cobijado tal como lo merecía. Justo en ese instante está al lado de las almas de sus seres amados y de los ángeles, quienes la guiarán en su camino espiritual.
Su nieta había sido amiga y confidente de sus maquillajes y peines, así que se dispuso a arreglarla, al tiempo que todos comenzaron a preparar su velatorio, entonces la niña se quedó sola con el cuerpo sin vida de su abuela. En ningún momento sintió miedo. Su rostro reflejaba ternura, además, como concebir tal sentimiento hacia ella si era lo que más amaba. Por un momento sintió que no estaba muerta y exclusivamente se retiró de su habitación, en el momento en el que se llevaron su cuerpo.
- No creo haber soportado esa imagen trastocando mi mente-. Dijo su nieta.
Al llegar a su velorio se detuvo el tiempo para la pequeña. Era mejor congelar los cuadros de llanto y dolor, era preferible hacer un recorrido mental de todo lo agradable y mantenerla repetidas veces en su mente sonriendo. Salió y entró varias veces de la sala. Sonaba odioso pero ninguno en ese instante le interesaba, era importante en ese momento una pregunta que le revolvía la cabeza: “¿y si esta noche ella se va a quedar aquí… con quién voy a dormir?”

1 comentario:

  1. Realmente conmovedor...y sin palabras,al menos para mí.Felicitaciones Liliana.

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