miércoles, 2 de diciembre de 2009

Despertar para seguir soñando

Por Micaela Grandoso
Taller de Comprensióny Producción de Textos II

Me despierto. Me duele todo el cuerpo, siento que la cabeza me va a estallar. Dormiría hasta las diez de la noche, pero no puedo. Pienso, pienso y doy vueltas en la cama, es todo lo que puedo hacer. Me invade una sensación que me resulta inexplicable, es una mezcla de angustia y bronca. Es decepción, desilusión. La tristeza de sentirse derrotado. Las imágenes de anoche no me dejan pensar en otra cosa, y no quiero pensar en nada más. En mi sólo hay dolor y un nudo en la garganta que no entiendo. El dolor de ver la realidad, ver que nada cambia, que tantas muertes son en vano. Un policía mata a palos a un chico, nos espantamos un par de días, lloramos un poco, miramos la marcha por TV y después todo queda en el olvido.
Pienso cómo me acostumbró a tanta violencia, cómo me acostumbré a esta policía. Escucho hablar a gente que todavía justifica lo injustificable, dicen “algo habrán hecho” y piden que vuelvan los militares. El dolor en el alma es fuerte, no dejo de sentirlo un segundo, los moretones pierden protagonismo.
Click. Prendo la tele. Busco un noticiero. Click. Un partido de fútbol. Click. Un dominó gigante en la Avenida de Mayo. Click, la presentación de un libro de autoayuda. Click, Crónica firme junto al pueblo. Al fin encuentro algo. Un móvil de diez minutos. Me pregunto dónde estaba parado este tipo que me habla desde la pantalla, diciendo boludeces: que la policía tuvo que reprimir a un grupo de inadaptados y revoltosos, que no pudo distinguir entre los que tenían entrada para ingresar al recital y los que no. No pudo no, no quiso distinguir. El periodista habla con una venda en los ojos mientras las imágenes muestran a la policía disparando balas de goma por la espalda al público que corre para escapar de tanta violencia. Mi indignación aumenta cada vez más.
Tengo 18 años y un presente que me pesa. Siento que ser joven hoy es ser algo parecido a una bolsa de basura. Todos piensan que no sirvo, los que estaban anoche conmigo tampoco sirven, parece. Pienso que soy sinónimo de delincuencia, y más si el contexto es el rock. Estoy armado con la remera de la banda de música que más me gusta y un par de zapatillas Topper, un peligro para la sociedad. La policía reprime sin sentido a los jóvenes y algunos lo justifican diciendo que somos todos pendejos faloperos y borrachos.
Las imágenes siguen en la pantalla pero ya no veo ni escucho. Escuchar tantas mentiras es como volver a ser reprimido, pero la condena social duele mucho más que miles de bastonazos y balas de goma. Quiero quitarme este peso de encima.
Aquellos que dejaron de ser “jóvenes” para convertirse en “personas” nos culpan de todo. Nos culpan de una herida que ellos mismos ayudaron a provocar, y que a nosotros también nos arde. Para la sociedad somos culpables del desinterés, del conformismo, de la desesperanza, de la violencia, del consumismo, de la delincuencia, de la drogadicción, de la estupidez, de la superficialidad, de las enfermedades venéreas, de la pobreza. de la contaminación y hasta de que Argentina no vaya al mundial. ¡Cómo si hubiéramos venido del Infierno a sembrar estas pestes entre los hombres de la Tierra, que vivían en paz y armonía tirándose flores y haciendo burbujitas de jabón! Nos endosan la falta de compromiso social y la muerte de las grandes ideas movilizadoras.
Para muchos la culpa es nuestra y esta supuesta apatía no tiene nada que ver con una Dictadura Sangrienta que persiguió, torturó y desapareció a toda persona con ideas, a todo aquel que pensaba, que confiaba en que las cosas podían cambiar, que pisoteó los sueños de esos padres que nos educaron con miedo, que nos enseñaron a no meternos, a quedarnos callados y dejarnos abatir ante las injusticias. Y una democracia que nos persigue, que nos trata de delincuentes, que nos culpa de todos sus males, que nos castiga por divertirnos.
Click. En la pantalla de mi televisor aparece un programa para adolescentes que alimenta el conformismo y una imagen falsa de mi generación. Pienso que llegó el momento de deshacernos de ese estigma, dejar de ajustarnos a las etiquetas que nos ponen, y demostrar que podemos ser quienes queremos ser. Todavía nos queda la certeza de que podemos “hacer” además de “ver”, y que algo puede cambiar.
Click. La pantalla queda negra y mi mente no queda en blanco.

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