lunes, 14 de diciembre de 2009

Si es a la europea, mejor

Por Daniel Rojas Delgado
Taller de Comprensión y Producción de Textos II



Agustino Ofarmindos Miento era un hombre “de bien”, como se acostumbraba a decir. Vestía a la mejor usanza europea, a pesar de ser un provinciano más; era la cortesía en persona, en especial con las mujeres; sabía hablar en varios idiomas, los que estaban de moda, como el francés y el inglés –desde ya que el quechua o el guaraní no figuraban entre ellos-: y le gustaba discutir de política. Pero de lo que más disfrutaba era de sacar fotografías con su propia cámara.

Esa singular actividad le consumía bastante tiempo. Había formado su colección de fotos. Le gustaba mostrarlas en público y cuando era aclamado se le inflamaba el pecho de orgullo. En cambio, hubo ocasiones en las que las críticas a esos retratos suyos llovían de a montones. Simplemente no las oía, porque creía firmemente en su propia creación y nada más. Prefería, entonces, encerrarse en su habitación a escuchar a Verdi y a Chopin o leer a algún pensador de cruzando el Atlántico.

¿A qué viene tal historia, si es una obra de Sarmiento la que interesa aquí? Este breve cuento sirve para comprender cuál es el contenido de esta obra literaria cumbre, el best-seller sarmientino: “Facundo”. Es simplemente una “foto” del país, mientras que se jacta de que “he creído explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga”.

Inscripto en la corriente romántica europea, no dejó de ser un texto digno de comparar con la canción “Imagine”, de John Lennon. La diferencia radica en que Sarmiento escribiría “imagina que no hay gauchos ni indios ni indigentes/ es fácil si lo intentas/ ningún infierno bajo nosotros”.

El lenguaje empleado pone el acento en la continua demarcación de un espacio vital. La presencia de los “otros”, de los distintos a “nosotros”. La dicotomía entre la civilización y la barbarie.

Se puede sentir en los movimientos trazados por su pluma el odio que lleva dentro de él. Da la sensación de que esos bárbaros tienen más de plagas y de lacras sociales que de personas. Él, que es el maestro, el ejemplo a seguir, escribiendo esas barbaridades… Porque una cosa es el contexto histórico sumado a la idiosincrasia cultural y otra muy diferente es avasallar cualquier nivel de tolerancia hacia esos otros, que permite justificarlo, viendo a Facundo retrospectivamente.

El libro está cargado de esa ideología política que habla de una parte del país, la atrasada, anticuada y aún bestial. No propone ninguna manera de tender un puente para que se “civilicen” -a su tiempo, por supuesto- que no sea a través del “predominio de la fuerza brutal, la preponderancia del más fuerte” (palabras contra los caudillos, que luego se volvieron en su contra).

Un punto que no cierra y no cierra es pensar cuáles eran los valores que la tan proclamada y defendida civilización venía a traer de Europa. ¿Esos valores cotizaban en la Bolsa? ¿Significaban tan sólo avanzar hacia el Sur (que padecía de las “devastaciones de la barbarie”, al fin y al cabo la dueña auténtica de las tierras)? ¿Conseguir nuevos mercados? ¿Expandir el imperio? ¿Ser plenamente funcionales a la economía británica?

No fue una civilización que vino a negociar cómo llevarse a cabo, rescatando lo positivo de la cultura autóctona, con sus costumbres y tradiciones. Fue una civilización que quiso implantar una sociedad europea en una latinoamericana. Y la letra con sangre entra, dicen. “Facundo” pujó para entrar. Y parafraseando a Clarín, “Facundo” representó “un toque de atención para la solución europea de los pueblos argentinos”.

Esta es la crítica a la obra cumbre de Sarmiento, hombre europeo y romántico, un utópico elitista que avaló la bárbara maquinaria de guerra contra un Paraguay que se estaba alejando del imperialismo británico. Ese mismo país que lo recibió y le permitió morir allí en paz, sobre la tierra colorada que manchó de sangre americana inocente.

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