sábado, 17 de septiembre de 2011

Un regalo para Samuel

Agustina Duhalde
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Samuel vivía feliz. Como todo niño de tres años, su vida no tenía mayores complicaciones, sus problemas giraban alrededor de jugar a la pelota o pintar a un dibujito de verde.
Este año lo emocionaba, era su primero en el jardín de infantes N° 14 de la ciudad de Bahía Blanca. Samuel, o “Sami” como lo llamaban sus maestras era muy sociable y activo: ya a la primer semana de comenzadas las clases se había hecho amiguitos. Le encantaba el arenero del fondo y se pasaba las mañanas cantando las canciones que allí mismo le enseñaban.
El frío de la mañana del 8 de julio no lo desaminó ni un poquito, era un día especial. Sami había sido elegido para cantar en el acto del 9 de julio, pero no era sólo eso lo que lo contentaba: faltaban 4 días para su cumpleaños número cuatro. ¡Qué felicidad! Ya había elegido el salón que, por cierto, rebalsaba de juegos inflables. Junto con su mamá, que era la que ese día lo acompañó al jardín, repartieron las tarjetitas que no eran más que un autito de color celeste que decía “Me llamo Samuel y este sábado 12 de julio cumplo cuatro añitos. Me gustaría que puedas estar conmigo, te espero a las 4 en La Casita Azul”.
Antes que empezara el acto, Gimena, la mamá de Sami, repartió las veinticinco invitaciones a los padres de los nenes que, gustosos, aceptaron llevar a sus hijos a La Casita Azul. A las 10 en punto el acto empezó con nada menos que la actuación especial de Samuel. Cantó una canción hermosa y, aunque se confundió en una partecita (detalles que sólo ven las mamás), fue el que más brilló esa vez.
Al terminar el acto, Sami corrió a abrazar a Gimena, y la carita se le iluminó cuando vio a Paula, ¡había podido venir! Nada podría haber salido mejor y ahora sólo quedaba esperar impacientes hasta el 12, haciendo tortas y llenando piñatas.
El día llegó y a las cuatro en punto comenzaron a llegar los invitados. Primero llegó Matías, después Belén y Camila. Cuando llegó Tomás, Claudia, su mamá le pidió a Sami hablar con su mamá, y él dijo “acá está”.
-Hola, ¿qué tal?, me llamo Paula.
-¿Paula? Creí que te llamabas Gimena.
-No, ella es su otra mamá- respondió Paula con una sonrisa confiada.
La cara de la mamá de Tomás se transformó y se disculpó por no poder dejar a su hijo en la fiesta ya que tenían otros compromisos. Paula, aunque desconfiando de la actitud, le dijo que no se hiciera problema, que ya habría más momentos para compartir.
Claudia, la mamá de Tomás, huyó desesperada. No podía creer que con su hijo fuese un niño que tenía dos mamás ¡y ningún papá! Definitivamente, eso no cabía en ninguna cabeza. Se horrorizó por los hijos de los otros padres y decidió llamarlos diciendo que las mamás de Sami estaban besándose enfrente de los chicos, que los saquen de allí.
Por supuesto que todos corrieron a buscarlos y La Casita Azul se tornó en un lugar de gente que venía a sacar a sus hijos con algún pretexto o que frenaba la entrada de otros niños. Gimena y Paula no sabían cómo hacer para retener a esos padres. Entre sus argumentos, por demás validos, estaban que no había nada que temer, que Sami era igual a todo el resto y que ésa era su fiesta, que otras cuestiones podrían ser arregladas después.
Pero nada surgió efecto. A las 5 de la tarde, en el salón reinaba el silencio total que sólo interrumpió un llanto agudo. Era Sami. ¿Por qué se había quedado solo si era su cumpleaños? ¿Dónde estaban sus amigos? El llanto no cesaba. ¿Por qué ese hombre había gritado que mejor le hubieran regalado una muñeca?
A Samuel le quedó una esperanza. Corrió a la mesa de regalos, pero su decepción fue aún más grande al verla vacía. Tomás le había prometido regalarle un autito igual al suyo: grande, rojo, brillante. Pero el sábado que Sami cumplió cuatro años, no hubo autito, tampoco hubo fiesta, ni risas, ni juegos y mucho menos, un regalo.

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