lunes, 3 de octubre de 2011

Lo inmortal

Nicolás Hornos Barreiro
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Arriba de un Cadillac modelo 83 nos dirigíamos en busca de un desahogado descanso de la locura urbana existente en Michigan. Buscábamos en un mapa un destino lejano y tomamos un atajo por las rutas rurales. Fueron dos horas de viaje las que bastaron para que la fatiga y el aburrimiento se apodere de nosotros y empezáramos a basilar historias macabras relacionadas a lo inmortal que dominaba a las criaturas endemoniadas. La gente de aquella época no creía en la existencia de lo inmortal, estas historias eran desaprobadas por la sociedad, aunque las mismas deambulaban libres como las brisas que tocan los oídos y generan dudas en lo profundo de la esencia humana.
La noche llegó pronto, repentinamente. Y el misterio empezaba a mostrarse en cada segundo de la ruta. Una niebla extensa y sofocante nos sorprendió. La visibilidad empezó a disminuir al igual que la velocidad del Cadillac. Mientras Jack Brown ojeaba el mapa, y Rod Williams hacia templar el volante, empecé a hacer comentarios sobre lo inmortal.
-¿Que harían ustedes ante lo inmortal? - Les pregunté. Pero el silencio en ellos era más que una respuesta. Entonces recordé una antigua leyenda que tenía varios siglos de vida y parloteé durante una hora hasta creerla.
La historia tienen lugar en la mitad del siglo XIX y trata el mito de Pachallsmank, un pueblo escondido entre el límite de Michigan e Indiana, en donde las criaturas divagaban frecuentemente como el viento y lo imposible era real. La vegetación no existía, todo estaba cubierto de cenizas y lo más curioso es que los indios y las criaturas veneraban a lo inmortal. Solo se sabía que el individuo que pise el suelo sería eternamente despojado de su alma.
– ¡Daria nuestras vidas a lo inmortal por un minuto allí, parlanchín!- objetó Rod con una sonrisa en su rostro, quise continuar con mi relato pero las burlas carcomían mis oídos. Unos minutos después el silencio calló los labios de ellos. La niebla desapareció por completo, un letrero antiguo era devorado por nuestro mirar: “Bienvenidos a Pachallsmank”…
El lugar mostraba lo anteriormente dicho, lo único que no se había detallado antes era la sorpresa que mostraron nuestros rostros. Una tranquera oxidada de cuatro metros de alto y una extensa reja de la misma altura interrumpía la ruta y era infinita en si. Bajamos del Cadillac sorprendidos y abrumados por lo que nos mostraba el horizonte. Nuestros pasos hacían ecos abrigadores en ese suelo. Rod y jack contemplaban ese monumento indescriptible, me dispuse a volver al auto a buscar un abrigo y vi, a mis espaldas, decenas de de ciervos, venados, gaviotas, lobos y antílopes. Estaban apartados, ajenos al pueblo. Pero lo más sorprendente era que miles de cuervos cruzaban rápidamente el cielo en dirección hacia el pueblo.
-Increíble pero cierto – mencionó Jack y dirigieron sus miradas hacia mí, buscando respuestas que no encontrarían. Decidimos entrar, abrimos la tranquera, entramos y se cerró sola. Vimos como la niebla papaba la tranquera y dejamos de presenciar el horizonte del otro lado.
Caminamos por un turbante, era un suelo de polvo, a lo lejos se veían varias aldeas, de escasa pintura. Viejas raíces negras en el suelo y cuervos deambulaban formando un círculo en un cielo de color fuego intenso.
El camino desbordaba al pueblo formando una calle principal, no había ningún movimiento humano, el silencio se apoderaba del ambiente. Mientras visualizábamos los aspectos extraños del lugar, escuchamos a lo lejos el sonido rocoso de un piano turbulento acompañado de miles de aplausos provenientes de una cantina. Avanzamos a paso lento, mientras que las pulsaciones se aceleraban, palpaban las paredes y vibraban los latidos de mi corazón. Miré mi reloj y marcaba las siete de la tarde en punto, puse en una balanza de valor la idea de entrar a ese lugar, por más siniestro de lo que era teníamos que pasar la noche en algún lugar. Abrimos las puertas y nos encontramos con un tumulto de personas, si así se las puede llamar. Cantaban, bailaban junto al piano, sus rostros pálidos, sus pieles eran blancas como las de un muerto, una fuerte y oscura ondulación negruzca, a la que llamaremos ojera, rodeaba el contorno de los ojos de esta gente extraña. No se habían percatado de nuestra presencia, ya que estaban de espalda, y asimismo nuestro espanto crecía en cada minuto que pasaba, hasta que Rod sin prestar atención por accidente rompió un vaso.
En la siguiente escena se detiene el tiempo por un minuto, no hay ninguna acción de los personajes, pero el piano no interrumpe su sonido.
Las personas apuntaban sus miradas hacia nosotros, no nos podíamos mover, era impactante ver sus rostros, estaban carentes de calor, y nos dimos cuenta en pocos segundos de que eran ciegos, tal vez el sentido de su olfato había percibido nuestra llegada. Empecé a pensar teorías inciertas y a tratar de recordar algún episodio que me esclarezca las cosas, entonces recordé las palabras de Jack: “daría nuestras vidas a lo inmortal”. Miré a mi alrededor y toqué mi pecho, no encontré latidos. Miré a Rod y a Jack, estaban pálidos, sin signos vitales, miré hacia una pared y en un espejo me di cuenta de mi apariencia, era igual a la de ellos y de los demás. Estábamos muertos.
Un fuerte viento punteó la aguja del reloj y recobramos los movimientos corporales, Rod y Jack cayeron rendidos al suelo, mientras se desangraban, fue cuando esas personas se abrieron y pude ver lo que había detrás de ellos, se empezó a formar una grieta en el piso de la cantina y voló el techo al fin. Las paredes se derrumbaron, mis ojos fueron testigos de algo impactante, en un rincón estaba el piano intacto, a salvo de toda tragedia, en el otro rincón estaban las personas muertas, en pie, esperando cualquier tipo de error, esperando un fuerte desenlace. Y en el medio estaba eso que observaba todo aunque no tenia ojos, pero su singular y siniestra aparición no daba buenos pronósticos. Quieto en su sitio, esperaba, mientras se iluminaba el fuego en su interior, luego empezaron a salir criaturas de su silueta, se rompían los contornos de sus paredes, fueron cuatro criaturas, feroces, endemoniadas, que lloraban mientras sangraban sus cuerpos que más bien eran esqueletos de escasa anatomía. Se arrastraron y luego comenzaron a volar a mí alrededor, mis ojos empezaron a sangrar y resucité para morir nuevamente. Se desabrían mis venas, caí al suelo retorcido, arañando las cenizas, pero seguía viendo eso tan perturbador, tan siniestro, y pensé: ¡Eso es lo INMORTAL!

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