lunes, 3 de octubre de 2011

Adiós

María Belén Zarranz
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Tendida en mi cama, después de haber pedido que me saquen de ese horrible hospital, pienso en los años vividos.
Mi cuerpo sufre los dolores de los golpes causado por ese espantoso accidente automovilístico. Son tan fuertes las puntadas en mi columna que suelo quedarme sin aire por unos segundos cuando siento una.
Mi familia se dedica a observarme. Se pasan largas horas mirándome y llorándome, cuando preferiría que me leyeran un cuento o me cantaran una canción.
Siento mi corazón paralizarse de repente, doy mi última mirada a mis hijos que no logran contener sus lágrimas. “No lloren”, intento decirles, pero sólo siento que mis ojos se cierran poco a poco.
Muero. Me desprendo de mi cuerpo y divago por la casa durante el día, mientras veo cómo lo preparativos para el funeral se organizan.
Amigos y parientes que llegan a mi casa, donde mis huesos y mi piel descansan sobre un frío ataúd. Mi cara es blanca y ojerosa. Mis labios, entre abiertos, están tensos. Mis manos reposan sobre mi estómago.
Yo simplemente quiero partir de una vez hacia la luz, de la que tantas veces me hablaron. Porque tengo frío, pero por suerte el sufrimiento ha desaparecido.
Quisiera gritar que no deben preocuparse por mí… quisiera que escucharan las carcajadas que ahora sí puedo largar… quisiera que se secaran las lágrimas y que me recuerden con una sonrisa.

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