sábado, 29 de octubre de 2011

La carta que pudo llegar

Augusto Bozza
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Éramos pocos los que estábamos de pie, los que seguíamos combatiendo con una mínima esperanza de triunfar. O mejor dicho, de sobrevivir. Mientras disparábamos cuerpo a tierra, oíamos cómo los tanques avanzaban. Todo lo que estaba en su camino era arrasado. Yo estaba disparando, cubriendo a mi compañero. Pero, lamentablemente, una bala le perforó un pulmón. Murió. Sólo yo estaba en condiciones de continuar en combate.
Minutos antes de que el tironeo comenzase, había escrito una carta que iba destinada a mi madre. La guardé en mi casco. El correo llegaría por la noche y sería allí en donde tendría la posibilidad de enviarla.
Cuando se reinició la lucha, el enemigo cada vez estaba más cerca. Los soldados que se encontraban conmigo en el zanjón ya habían muerto.
Me asomé, no vi a nadie y me dispararon en la cabeza. Desperté a la semana en el hospital, no recordaba nada. Me contaron que, afortunadamente, los médicos lograron salvar mi vida y que, al cabo de unas semanas, estaría recuperado al ciento por ciento.
Pero, había algo que me generaba inquietud: saber si la carta le había llegado a mamá.
Las enfermeras estaban cambiándome el vendaje cuando tocaron a la puerta. –“Adelante” –dijo una de las enfermeras.
Era ella: mamá. La carta había llegado.

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