Federico Rodrigo
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
El reloj daba las 18.00 y Agustín se disponía a comenzar con sus tareas del colegio, luego de haber merendado. El sitio predilecto de la casa para él era el living, un lugar amplio, brillante y acogedor. Los muebles de roble, la extensa mesa y la biblioteca a unos pocos pasos invitaban a permanecer allí durante horas. Aquel lugar idílico estaba corrompido sólo por una cosa: la nueva televisión que su madre había adquirido hacía poco menos de un año. Ella no se conformaba con tener uno de esos aparatos en su propia habitación, necesitaba también tener otro en el living para observarlo al llegar del trabajo, mientras comía, mientras se peinaba o pintaba sus uñas, mientras se vestía o simplemente para pasar el tiempo con Agustín haciendo algo en común.
Cierta tarde se encontraba Agustín estudiando para un examen en el living y su madre estaba viendo la televisión allí mismo, por lo que él le pidió que bajara el volumen del estruendoso aparato, porque no podía concentrarse en la lectura, a lo que la madre le respondió de manera automática:
-Callate, Agustín. Dejá que tu madre se despeje la cabeza.
-¿Despejar qué? -preguntó molesto el hijo- Si en verdad sentís cansancio, deberías irte a dormir o leer algún libro para despejar la mente; eso que hacés te obliga a pensar siempre en lo mismo.
-Vos siempre tenés la respuesta a todo…-contestó sin mirarlo- pero no hacés otra cosa que leer libros, no disfrutar la vida. Pero a no preocuparse, cuando seas grande tu hambre por los libros desaparecerá y darás lugar a la verdadera vida, no a un mundo imaginario.
Aquellas palabras carentes de sentido preocuparon al joven. Sentía y pensaba que algo estaba mal, y se preguntaba: ¿Qué le sucede a la gente? Un episodio similar había sucedido con su hermana, siempre con la cara pegada a su computadora, por lo que Agustín le había advertido que sus ojos se dañarían.
-No importa -contestó ella- luego me compro lentes.
-Idiota –alcanzó a esbozar Agustín antes de irse.
La angustia crecía. En el colegio todos tenían un comportamiento similar.
En las clases, sus compañeros hablaban y trataban exactamente los mismos temas, que no escapaban más allá de lo que decía la televisión. En los recreos, tanto alumnos como profesores, revisaban su celular: respondían mensajes y llamados, vaya uno a saber de quiénes. Nada hablaba con nadie, todos miraban a través de una pantalla.
En una de las clases, la profesora Judith, de unos cuarenta años, preguntó a Agustín por qué nunca hablaba con sus compañeros.
-No lo sé, profesora –contestó inclinando su cuerpo para reposar en la silla- tal vez porque no miro televisión.
Por hechos de esta índole, la directora del colegio llamó a los padres de Agustín para advertirles sobre la situación de su hijo.
-Señores, la situación es grave. Su hijo es subversivo, es diferente. Quisiera que me ayudaran a entender el porqué.
-Lo sabemos –respondió la madre-, mi esposo y yo hemos hecho todo lo posible, pero fue inútil.
-El niño no hace otra cosa más que leer –agregó el padre- se contenta con leer y leer. Y además visita a un compañero del secundario, pero creo que no asiste al colegio, de quien no sé ni su nombre. Me llegó el rumor de que su familia es muy particular y que en la casa se lee mucho, y usted, señora, sabe lo que eso implica.
Este hecho repercutió en la vida de Agustín. Esa misma tarde, al llegar a su casa sus padres lo esperaban con cara de preocupados. Lo primero que le preguntaron es si quería ver televisión con ellos.
-No, gracias. Leí que hace como cincuenta años, el cinismo que guía al progreso, llevó a televisar una guerra en vivo. Es preocupante, ¿no les parece?
-No tanto como tu forma de vestir –acotó la madre-. ¿Qué moda es esa?, no te vestís como todos.
-No soy ajeno a lo material. Además, Platón consideraba que la opinión de los sofistas no importa, y lo dijo hace ya muchos siglos. Sinceramente me cansé de ustedes. Adiós.
Regalo
Hace 2 semanas
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