viernes, 21 de octubre de 2011

Bondi por 60

Gastón Escudero
Taller de Comprensión y Producción de Textos II



- ¿Cuánto pa’?
-Uno diez, hasta la rotonda de Berisso.
Colocó las monedas en la máquina, miró los asientos y eligió sentarse con alguien. Cabeceó luego de que el colectivero acelerara y se reacomodó nuevamente.
Observaba los adornos que prevalecían en el tablero, espejo retrovisor y ventanilla del conductor, estampitas de diversos santos y un banderín de Estudiantes que durante años había sido abusado por el sol.
En los primeros asientos, cerca de la máquina saca boletos, una señora iba con un niño en brazos. Más atrás un flaco vestido de traje, con un atado de cigarrillos en sus manos, posiblemente se estaba por bajar. Detrás de él dos mujeres adolescentes escuchaban reggaetón u algún estilo semejante de un celular. En los asientos traseros, dos hombres de nacionalidad vecina, descansaban en su posible vuelta a casa.
Dos cuadras después de que subiera él, en la parada siguiente, subió un joven de gorra con una larga visera.
- ¿Cuánto? – dijo el chofer y esperó unos segundos-. ¿Cuánto pibe?
-Aguantá chabón no la agites– mientras metía la mano en el bolsillo que sonaba a monedas.
Él, que seguía sentado al lado de una señora mayor, prestó atención a la escena.
Se cerró la puerta y el micro arrancó. El pibe de gorra portaba una mirada algo descentrada, vestido semejante a un integrante del cuerpo técnico de la selección nacional con un par de zapatillas blancas deportivas. El corte de pelo era muy particular, rapado sobre las orejas y teñida de amarillo la parte superior de la cabeza.
El joven pidió un par de monedas a los pasajeros, pero no encontró respuestas. Miraba constantemente al flaco de los cigarros que lo ignoraba torciendo su vista hacia la ventana hacia el paisaje oscuro de calle 60. Todos ignoraban el pedido, el colectivero comenzó a alterarse.
- Si no tenés guita te bajo pibe, dale mové.
- Eh, para loco, no te pongas la gorra, te dije que ya te pago.
- Dale pibe no te hagas el vivo, mové las pelotas.
- Aguanta gil.
- ¿Qué gil? Negro de mierda.
- Epa ¿estás alterada?
El colectivero empezó a bajar la velocidad a pesar de que no había ninguna parada próxima, la intención era obligar a descender del micro al obstinado pasajero.
El pibe recién subido comprendió la maniobra que intentaba hacer el conductor, de repente le quitó a la señora el niño de sus brazos, sacó un arma, apuntó a la criatura y se ubicó cerca de la puerta, desde donde podía ver a todos los pasajeros.
- ¿Qué haces bigote? Quédate quietito y maneja que para eso te pagan.
- Para pibe, para, no hagas locuras. Si querés pasa, viaja, no hay problema.
- Ah, ahora somos todos buenos ¿no?
La señora, posible madre del niño estaba muriendo de nervios, con ambas manos tapaba su boca y aterrador escenario.
- Tomá, querés plata, yo te doy – dijo el flaco de los cigarros.
- Sí, dame todo lo que tengas. Vayan largando todos porque lo fumigo
- ¡No, no, por favor!
- Vos gorda no bajes la marcha y seguí como venís que si estos apuran sale todo bien.
La situación se tornó demasiado tensa, la señora que iba con él no paraba de rezar el padre nuestro a una velocidad admirable. Las rochas que iban sentadas atrás apagaron la música.
- Limó ml l chabn.
- Callat blda, bja la cbza.
- ¿Qué les pasa putitas? ¿Ustedes quieren fiestas? Mirá que hay para todos.
El joven armado intentaba subordinar a todos, aunque por cierto estaba muy nervioso, eso era lo que más lo asustaba a él que aún continuaba inmóvil observando la situación.
- Nene, vo’ no tene’ idea de lo que estás haciendo. Le vas a hace’ una locura, deje ese bebé con la madre. Te vamos a dar plata si eso es lo que vo’ queres – dijo el hombre que se acercó desde el fondo.
- Callate vos paragua y quedate tranquilito ahí sentado– contestó tercamente- ¿Y vieja? ¿Qué pasa? ¿Ninguno tiene billetes?– preguntó mientras hacía presión con el arma en la cabeza del niño que lloraba desconsoladamente a gritos.
- Por favor, no. Máteme a mí, a mí. No le hagas nada a mi nene, por favor, por favor.
Él se acerco para tratar de calmarlo. Quizás inconsciente, el joven, no comprendía que estaba a punto de cometer un gran error. El colectivero observaba los movimientos por los espejos grandes que tiene para controlar a los pasajeros.
- Flaco en serio, deja el nene, con la madre. No va a pasar nada, te damos todo lo que tenemos y te vas. Ponete en el lugar de la madre, mira como esta.
- ¿Qué sos mi psicólogo?– respondió con su particular voz nasal.
- En serio, te quiero ayudar.
Por un momento el villero se distrajo, entonces el chofer pensó que era su momento de actuar. Bajo el asiento tenía un palo groso con el que controla el aire de las gomas del micro, el atacante estaba cerca, disimuladamente lo saco del lugar guardado e intentó golpear al pibe en la cabeza.
El intento fue fallido y logró apenas golpearlo en el hombro, él, que se había acercado para intentar calmar la situación se sintió frustrado. El joven como respuesta al golpe, entre el miedo y el efecto de los posibles estupefacientes sin pensarlo le disparo al niño volándole la cabeza.
El silencio invadió el colectivo, el pibe dejó caer de sus brazos al bebe muerto y detuvo su mirada en el suelo. El colectivo se detuvo. La madre del niño lloraba horrorizada apoyando sus manos en la ventanilla y se retorcía del dolor.
El joven entonces levantó la vista y vio la señora llorando, se miraron a los ojos y comenzó a llorar como un niño, se agacho tapando su cara. El colectivero detuvo el micro y en conjunto con el hombre de traje lo molieron a palos y a trompadas.
Él volvió a su lugar, al lado de la señora nerviosa que aún seguía suplicándole a Dios. Miró por la ventana; había llegado a la rotonda de Berisso.

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