sábado, 29 de octubre de 2011

La rigidez del encierro

Jimena Arrarás
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Era muy común en aquella época que los padres mandaran a sus hijos a un colegio pupilo, principalmente, porque tenían mucha carga horaria en sus trabajos y no disponían de suficiente tiempo como para dedicarles. Generalmente estos colegios eran católicos y estaban a cargo de monjas o sacerdotes que eran extremadamente rectos. Las formas de pensar y vivir eran muy distintas, incluso la sociedad misma era mucho menos liberal.
Josefina era una de las nenas que, en parte, lamentaba vivir en uno de esos lugares porque sentía que no la trataban bien, pero al ser tan pequeña era demasiado inocente como para creer que podía irse de allí y porque creía que la manipulación y exceso de control eran normales.
Jose era una nena muy robusta para la edad que tenía, y con una mirada muy profunda. Además, era amante de la lectura, sus favoritas eran las “novelas rosa”, como se llama a las historias románticas. Pero al ser consideradas por las monjas como material impuro para la edad de las nenas, en la biblioteca del colegio no había ningún libro de ese tipo que pudiera sacar y leer; todos los que había, respondían, de alguna manera, a la temática religiosa. Por esta razón, la nena, cada vez que iba a visitar a sus padres, volvía al colegio con alguna revista o librito de los que ella disfrutaba, pero que tenía que leer a escondidas para que no la castigaran, porque, a decir verdad, los castigos se habían convertido en algo bastante habitual. Las monjas eran exigentes, excesivamente serias y exageradas, estas mujeres creían que sin todas esas características y sin el rigor excesivo que aplicaban a cada momento y en cada cosa que las pupilas tenían que hacer, los esfuerzos eran en vano, por lo que siempre exigían cada vez más.
Por su parte, Josefina le había contado a sus padres sobre la vida en el colegio en más de una oportunidad; pero ellos, que eran personas muy religiosas, abalaban lo que las monjas decían, ya que estas eran, de alguna manera, la representación de los que Dios realmente quería.
Por querer mantener un orden extremo, las encargadas de la educación del colegio habían creado unas rutinas demasiado estrictas para niñas de sólo once años, quienes querían tener algo de tiempo para divertirse de verdad.
Josefina, a pesar de su corta edad, era muy inteligente y más allá de haber crecido rodeada de una ideología particular y sin muchas posibilidades de leer sobre otras cosas, había creado su propia opinión y, dejándose llevar por su inocencia, no tenía problema en darla a conocer. Por ello, es que más de una vez aparecían marcas en sus dedos…las religiosas no permitían, obviamente, ningún ataque a la realidad, como ellas lo llamaban.
Lo de Josefina ocurría con bastante frecuencia, por lo que las monjas le repetían en más de una oportunidad que se estaba convirtiendo en una rebelde, a pesar de no serlo.
Los años pasaron y siempre con la misma rutina, nada cambiaba, tampoco el hecho de que las monjas fueran rígidas. Parecía que realmente lo disfrutaran. Al cumplir dieciocho años, Josefina, no tan ilusa como en años anteriores, decidió que se iría de allí una noche, sin importar lo que sus padres dijeran y lo hizo. Una noche lluviosa era la oportunidad ideal porque las religiosas no se asomaban al exterior y fue la elegida para llevar a cabo el plan. Y todo salió muy bien, aunque siempre se lamentó del hecho de que hubieran castigado a sus compañeras porque ninguna había querido confesar a dónde se había ido Josefina.

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