sábado, 29 de octubre de 2011

El mundo en treinta años

Gloria Piedad Castillo
Taller de Comprensión y Producción de Textos I



Es mi cumpleaños cincuenta y siete y paradójicamente dos de la muerte de mi mujer. Fuimos un matrimonio convencional de lo que, en ese entonces, era el tercer mundo. Éramos dos latinoamericanos residiendo en África, lo que empezó como un viaje de una loca juventud, se instauró como nuestra forma de vida. Ahora estoy solo, sólo yo.
Hace treinta años, cuando la conocí, el mundo era muy diferente. Estados Unidos y los países europeos conformaban las superpotencias mundiales, hoy ni siguiera residuos de eso son. Ya en el 2024, la crisis mundial por el agua mermó la población global; las epidemias, la falta de alimentos convulsionaron el planeta. Los países ricos, lo eran, pero por la acumulación de capital, los pobres, ricos en biodiversidad, estaban casi hipotecados por las deudas externas. Pero para este año se dio lo impensado: la unión latinoamericana. Dos países de América conformaron un bloque sólido en el que primaban la suma de la diversidad en recursos naturales y sobre todo de las pocas fuentes hídricas del mundo. Éramos casis los dueños del mundo, algo que mis padres no alcanzaron, tal vez ni a sospechar como real.
¿Por qué terminamos en África? Porque en su juventud se exacerbaba el sentido de la solidaridad. África y parte de Asia meridional no sólo eran continentes pobres en capital, sino también en recursos naturales. Es cierto que había yacimientos de carbón y biocombustibles, pero la crisis del agua, estos recursos pasaron a ser casi…nada.
Llegamos a Loki en el 2027, en mismo año en que naciste, hijo, por primera vez me arriesgo a llamarte así después de tantos años, de tanta ausencia, pero retomo lo que estaba diciendo. Contesto tu carta contándote cómo era todo antes y, lo más extraño para mí, es esto, volver a escribir en un papel. En mi juventud toda la comunicación estaba mediada por la tecnología, un e-mail estaría en lugar de este papel y pero cuando el mundo se convulsionó por la crisis, la primera estrategia de los países desarrollados fue cortar la comunicación, cerrarnos los contactos, detonadores de la unión de la región que antes señalaba.
En el pasado, el agua se desperdiciaba y era un hábito bañarse, al menos una vez, al día; a veces en las mañanas las calles se limpiaban con agua, no como ahora y, como resultado, este es el mundo en el que te tocó vivir. Lo siento. Tu madre y yo sumamos esfuerzos, pero no estábamos solos en esta tierra. Sigo en Loki, hijo, y espero que vuelvas, pero que antes el gobierno te otorgue el permiso de tener el hijo que querés, cosa tan increíble para mí. Antes no existía control de natalidad por parte del Estado, pero ya ves, el planeta se agotó.
Hubiera querido que tuvieras un mundo mejor, pero se me escapó de las manos.
Espero verte pronto. Tu padre.

La ignorancia es bendición

Federico Rodrigo
Taller de Comprensión y Producción de Textos I



El reloj daba las 18.00 y Agustín se disponía a comenzar con sus tareas del colegio, luego de haber merendado. El sitio predilecto de la casa para él era el living, un lugar amplio, brillante y acogedor. Los muebles de roble, la extensa mesa y la biblioteca a unos pocos pasos invitaban a permanecer allí durante horas. Aquel lugar idílico estaba corrompido sólo por una cosa: la nueva televisión que su madre había adquirido hacía poco menos de un año. Ella no se conformaba con tener uno de esos aparatos en su propia habitación, necesitaba también tener otro en el living para observarlo al llegar del trabajo, mientras comía, mientras se peinaba o pintaba sus uñas, mientras se vestía o simplemente para pasar el tiempo con Agustín haciendo algo en común.
Cierta tarde se encontraba Agustín estudiando para un examen en el living y su madre estaba viendo la televisión allí mismo, por lo que él le pidió que bajara el volumen del estruendoso aparato, porque no podía concentrarse en la lectura, a lo que la madre le respondió de manera automática:
-Callate, Agustín. Dejá que tu madre se despeje la cabeza.
-¿Despejar qué? -preguntó molesto el hijo- Si en verdad sentís cansancio, deberías irte a dormir o leer algún libro para despejar la mente; eso que hacés te obliga a pensar siempre en lo mismo.
-Vos siempre tenés la respuesta a todo…-contestó sin mirarlo- pero no hacés otra cosa que leer libros, no disfrutar la vida. Pero a no preocuparse, cuando seas grande tu hambre por los libros desaparecerá y darás lugar a la verdadera vida, no a un mundo imaginario.
Aquellas palabras carentes de sentido preocuparon al joven. Sentía y pensaba que algo estaba mal, y se preguntaba: ¿Qué le sucede a la gente? Un episodio similar había sucedido con su hermana, siempre con la cara pegada a su computadora, por lo que Agustín le había advertido que sus ojos se dañarían.
-No importa -contestó ella- luego me compro lentes.
-Idiota –alcanzó a esbozar Agustín antes de irse.
La angustia crecía. En el colegio todos tenían un comportamiento similar.
En las clases, sus compañeros hablaban y trataban exactamente los mismos temas, que no escapaban más allá de lo que decía la televisión. En los recreos, tanto alumnos como profesores, revisaban su celular: respondían mensajes y llamados, vaya uno a saber de quiénes. Nada hablaba con nadie, todos miraban a través de una pantalla.
En una de las clases, la profesora Judith, de unos cuarenta años, preguntó a Agustín por qué nunca hablaba con sus compañeros.
-No lo sé, profesora –contestó inclinando su cuerpo para reposar en la silla- tal vez porque no miro televisión.
Por hechos de esta índole, la directora del colegio llamó a los padres de Agustín para advertirles sobre la situación de su hijo.
-Señores, la situación es grave. Su hijo es subversivo, es diferente. Quisiera que me ayudaran a entender el porqué.
-Lo sabemos –respondió la madre-, mi esposo y yo hemos hecho todo lo posible, pero fue inútil.
-El niño no hace otra cosa más que leer –agregó el padre- se contenta con leer y leer. Y además visita a un compañero del secundario, pero creo que no asiste al colegio, de quien no sé ni su nombre. Me llegó el rumor de que su familia es muy particular y que en la casa se lee mucho, y usted, señora, sabe lo que eso implica.
Este hecho repercutió en la vida de Agustín. Esa misma tarde, al llegar a su casa sus padres lo esperaban con cara de preocupados. Lo primero que le preguntaron es si quería ver televisión con ellos.
-No, gracias. Leí que hace como cincuenta años, el cinismo que guía al progreso, llevó a televisar una guerra en vivo. Es preocupante, ¿no les parece?
-No tanto como tu forma de vestir –acotó la madre-. ¿Qué moda es esa?, no te vestís como todos.
-No soy ajeno a lo material. Además, Platón consideraba que la opinión de los sofistas no importa, y lo dijo hace ya muchos siglos. Sinceramente me cansé de ustedes. Adiós.

Una calada para la soledad

Gabriel Ruiz
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Al arrojar la cerilla ennegrecida de carbón, no pude evitar preguntarme ¿qué tipo de cigarrillos nos darían en el frente? Tiré una calada profunda sobre el Marlboro que acababa de encender y traté de imaginar qué gusto tendría el tabaco vietnamita.
Llevaba al menos quince minutos en la esquina, yo había llegado temprano y prefería esperar a los chicos allí con la fría compañía de la noche en lugar de seguir viendo las angustiadas caras de mis padres, que como todos ellos no podían sino imaginarse el destino más trágico en las selvas orientales.
Mi madre había preparado una cena copiosa, y había puesto la mesa de manera de exhibir la vajilla que ellos utilizaban para ocasiones especiales. Era la vajilla que les habían regalado cuando habían contraído matrimonio. Solían sacarla para festejar, pero a pesar de sus más honestos esfuerzos, el silencio en la mesa había dado lugar a una solemnidad incómoda, casi fúnebre.
Quizás fui un cobarde al retirarme tan rápidamente después del postre. Quizás me arrepentiría luego de no haber tomado provecho de esa “última cena”. Quizás le rompí el corazón a mis padres. Pero, yo no elegí ir a luchar; era el milagro de la conscripción. Me disculpé torpemente y les expliqué que los chicos, mis amigos, me esperaban para despedirme ellos también. Y era mejor así. No darle importancia al temor; conjurar aquella atmósfera lúgubre que reinaba en casa, y reemplazarla con los miasmas de la cerveza rancia y la ceniza fría; perfume endémico de todo bar.
El cigarrillo en mi boca cobraba un sentido especial; era un compañero fiel en aquellos quince minutos de soledad que deseaba nunca acabasen. Que nunca acabase ese cigarrillo, porque al hacerlo, la soledad empezaría a hablar otra vez. ¡Oh, terrible soledad! Qué hermosa compañía sería la tuya, si tan sólo supieras callarte.
¿Habría cigarrillos en el frente?
Fumé ese Marlboro hasta quemar el algodón del filtro, y como si aquello fuese un ritual de invocación, escuché gritar mi nombre. Ellos estaban llegando. Era hora de festejar. Era hora de olvidar, de olvidar todo lo que aún no había sucedido.

La rigidez del encierro

Jimena Arrarás
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Era muy común en aquella época que los padres mandaran a sus hijos a un colegio pupilo, principalmente, porque tenían mucha carga horaria en sus trabajos y no disponían de suficiente tiempo como para dedicarles. Generalmente estos colegios eran católicos y estaban a cargo de monjas o sacerdotes que eran extremadamente rectos. Las formas de pensar y vivir eran muy distintas, incluso la sociedad misma era mucho menos liberal.
Josefina era una de las nenas que, en parte, lamentaba vivir en uno de esos lugares porque sentía que no la trataban bien, pero al ser tan pequeña era demasiado inocente como para creer que podía irse de allí y porque creía que la manipulación y exceso de control eran normales.
Jose era una nena muy robusta para la edad que tenía, y con una mirada muy profunda. Además, era amante de la lectura, sus favoritas eran las “novelas rosa”, como se llama a las historias románticas. Pero al ser consideradas por las monjas como material impuro para la edad de las nenas, en la biblioteca del colegio no había ningún libro de ese tipo que pudiera sacar y leer; todos los que había, respondían, de alguna manera, a la temática religiosa. Por esta razón, la nena, cada vez que iba a visitar a sus padres, volvía al colegio con alguna revista o librito de los que ella disfrutaba, pero que tenía que leer a escondidas para que no la castigaran, porque, a decir verdad, los castigos se habían convertido en algo bastante habitual. Las monjas eran exigentes, excesivamente serias y exageradas, estas mujeres creían que sin todas esas características y sin el rigor excesivo que aplicaban a cada momento y en cada cosa que las pupilas tenían que hacer, los esfuerzos eran en vano, por lo que siempre exigían cada vez más.
Por su parte, Josefina le había contado a sus padres sobre la vida en el colegio en más de una oportunidad; pero ellos, que eran personas muy religiosas, abalaban lo que las monjas decían, ya que estas eran, de alguna manera, la representación de los que Dios realmente quería.
Por querer mantener un orden extremo, las encargadas de la educación del colegio habían creado unas rutinas demasiado estrictas para niñas de sólo once años, quienes querían tener algo de tiempo para divertirse de verdad.
Josefina, a pesar de su corta edad, era muy inteligente y más allá de haber crecido rodeada de una ideología particular y sin muchas posibilidades de leer sobre otras cosas, había creado su propia opinión y, dejándose llevar por su inocencia, no tenía problema en darla a conocer. Por ello, es que más de una vez aparecían marcas en sus dedos…las religiosas no permitían, obviamente, ningún ataque a la realidad, como ellas lo llamaban.
Lo de Josefina ocurría con bastante frecuencia, por lo que las monjas le repetían en más de una oportunidad que se estaba convirtiendo en una rebelde, a pesar de no serlo.
Los años pasaron y siempre con la misma rutina, nada cambiaba, tampoco el hecho de que las monjas fueran rígidas. Parecía que realmente lo disfrutaran. Al cumplir dieciocho años, Josefina, no tan ilusa como en años anteriores, decidió que se iría de allí una noche, sin importar lo que sus padres dijeran y lo hizo. Una noche lluviosa era la oportunidad ideal porque las religiosas no se asomaban al exterior y fue la elegida para llevar a cabo el plan. Y todo salió muy bien, aunque siempre se lamentó del hecho de que hubieran castigado a sus compañeras porque ninguna había querido confesar a dónde se había ido Josefina.

La carta que pudo llegar

Augusto Bozza
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Éramos pocos los que estábamos de pie, los que seguíamos combatiendo con una mínima esperanza de triunfar. O mejor dicho, de sobrevivir. Mientras disparábamos cuerpo a tierra, oíamos cómo los tanques avanzaban. Todo lo que estaba en su camino era arrasado. Yo estaba disparando, cubriendo a mi compañero. Pero, lamentablemente, una bala le perforó un pulmón. Murió. Sólo yo estaba en condiciones de continuar en combate.
Minutos antes de que el tironeo comenzase, había escrito una carta que iba destinada a mi madre. La guardé en mi casco. El correo llegaría por la noche y sería allí en donde tendría la posibilidad de enviarla.
Cuando se reinició la lucha, el enemigo cada vez estaba más cerca. Los soldados que se encontraban conmigo en el zanjón ya habían muerto.
Me asomé, no vi a nadie y me dispararon en la cabeza. Desperté a la semana en el hospital, no recordaba nada. Me contaron que, afortunadamente, los médicos lograron salvar mi vida y que, al cabo de unas semanas, estaría recuperado al ciento por ciento.
Pero, había algo que me generaba inquietud: saber si la carta le había llegado a mamá.
Las enfermeras estaban cambiándome el vendaje cuando tocaron a la puerta. –“Adelante” –dijo una de las enfermeras.
Era ella: mamá. La carta había llegado.

viernes, 21 de octubre de 2011

El quejón nacional

Francisco Angulo
Taller de Comprensión y Producción de Textos II



El quejón nacional constituye una entelequia en el espíritu argentino. No sé si será por incapacidad para ser felices, por la cultura, por nuestros antepasados, pero lo que si salta a la vista es que se reproduce por doquier en toda la sociedad. Ahí sí que no hay discriminación: pobres y ricos, medios y bajos, se disputan quien es el más rezongón, el más punzante para marcar las cosas negativas del país, de la vida, de todo lo que halle a su alrededor.
Y se contagian. Y se multiplican. Y gozan. El cerebro se les fue cerrando y el líquido propicio para su funcionamiento parece contaminado, afectado, o vaya a saber uno que diablos tienen allí dentro para poder repetir maratónicamente todas las desdichas cotidianas. Desdichas que, por cierto, justamente no acostumbran estos hombres. He ahí la clave de su génesis, comportamiento y dinámica: se quejan de algo que no sufren. Y no lo hacen por simple filantropía sino más bien como un estilo de vida. Adoptan para siempre el escepticismo y arrastran la doble moral hasta la tumba.
El quejón argentino podrá dar cátedra de la buena política, de los ideales a los que una nación debe aspirar, pero ni de casualidad se comprometerá brevemente en algo que afecte al interés público. Es más, odia al utópico por el simple hecho de que éste es demasiado optimista e irreal. Se rasgará las vestiduras por la pobreza y al mismo tiempo será el primero en subestimar al limpiavidrios o al trapito. Obviamente, no les dará ni un solo centavo.
Pero su recorrido no termina aquí. Los reproches, a los que hace circular como si fuera un agente difusor de prensa, son vertidos en su trabajo, en el micro o en su auto, en la casa, pensando en voz alta cuando lee el diario. Meneará la cabeza de un lado a otro al ver imágenes catastróficas en el noticiero televisivo aunque sepa interiormente que esa desgracia no le importa en nada y de hecho no movería un dedo por remediarla si pudiese.
Acostumbrará a gimotear por la galopante inflación, siendo él mismo quien ante dos productos de igual calidad, elige siempre en el supermercado la oferta más costosa. Algo parecido le ocurre con la corrupción: se erige adalid de la ética y la honestidad, y en realidad es el primero en callarse cuando ha recibido una ventaja económica de una procedencia turbia.
Así es en todo. Para él, nada funciona correctamente en Argentina y lo hace saber con total esmero y orgullo. En sus discursos morales no faltará que mencione la rectitud y el orden de Suiza. Sí, ya se advierte: cruza sin ruborizarse cualquier semáforo en rojo, nunca está dispuesto a pagar una multa y raramente respeta las señales para regular la velocidad de su coche. En los momentos de plena congestión y embotellamiento urbano, comienza su etapa de excitación. Con la bocina a fondo, se siente complacido, en su salsa, jugando al juego que más le agrada. De alguna manera, en aquellos instantes, logra alcanzar la máxima tranquilidad, el clímax al que nunca llegaría por ejemplo leyendo un matutino dado que ahí le faltaría ese efecto de contagio y contexto caliente, alborotador, que impone el bullicio de la calle.
Y así sigue el quejón nacional, predicando lo que hace tiempo no cumple. Se podrían enumerar miles de ejemplos más. Se me viene a la cabeza, por caso, su lamento hacia las nuevas generaciones que no tienen educación ni cultura. Naturalmente, el hombre en cuestión remolca más de 15 años sin agarrar un libro y apenas sabe coordinar un par de frases sin error sintáctico. Tómelo o déjelo. Pero no hay que olvidarse: nunca lo veremos en apuros, casi siempre manso y sentadito.

Mi interno aprendizaje

Romina Montenegro
Taller de Comprensión y Producción de Textos II



No puede ser que hoy esté acá y de esta manera. No es como lo imaginé, no tendría que ser así… Se me fue todo de las manos… Papi me avisó que iba a ser así, ¿por qué siempre me pasa lo mismo? No aprendo más, pero ahora sí que no se qué hacer. Estos pibes no reaccionaron como habíamos dicho. Es como dijo el viejo, te van a hacer una cama… y yo no lo escuché… ¿para qué habré confiado tanto en ellos? Están rompiendo todo y yo soy la cara representante de este movimiento, me están haciendo quedar mal… ¿Qué hago? Si me voy van a tildarme de cobarde y sería el fin de mi carrera política; y si me quedo me meten en la cárcel…
Tengo que visitar a mi vieja en la clínica… podría ser una buena salida, digna y creíble… no, no, no puedo usar a mami para escaparme de este quilombo que es mío, ¿y si hablo con Pablo? Por ahí puede ayudarme a calmarlos… ¡¡que me va a ayudar a calmarlos si él fue uno de los primeros que se desbandó cuando yo di otra orden!! “Tené cuidado con ese” me decía la vieja todo el tiempo… mírame ahora… sin saber qué hacer y dándole la razón a todos… justo en este momento donde lo único que hago es correr y resguardarme de los piedrazos y las balas.
Yo no quiero esto… ¡¡UHHH!! ¡¡NO LO VÍ!!
Ojalá los viejos estuvieran ahora… si me escucharan en este momento tendría tanto para decirles, hasta se reirían de mi, de ser la primera vez que les doy la razón en todo…
¡!AHH¡¡ Duele mucho… no veo… ¿será el golpe? Debo estar sangrando porque algo cae de mi cabeza… ni gritar puedo, nadie se acerca a ver como estoy, nadie me ve… soy invisible para ellos ¿Esto es lo que querían?, creo que lo lograron…
¿Me estaré muriendo? No siento nada, pero ya no me importa, estoy tranquilo porque no es lo que yo quise. Siempre anhelé una lucha justa, noble y en paz, pero me parece que me equivoqué con mi gente, no son lo que yo creía.
¡Que frío que hace!... ¿A ver si puedo levantarme?... ¡AHH!... No puedo mover ni las manos… no las siento… Al final tendría que haber ido a la clínica y mirá como terminé…

Bondi por 60

Gastón Escudero
Taller de Comprensión y Producción de Textos II



- ¿Cuánto pa’?
-Uno diez, hasta la rotonda de Berisso.
Colocó las monedas en la máquina, miró los asientos y eligió sentarse con alguien. Cabeceó luego de que el colectivero acelerara y se reacomodó nuevamente.
Observaba los adornos que prevalecían en el tablero, espejo retrovisor y ventanilla del conductor, estampitas de diversos santos y un banderín de Estudiantes que durante años había sido abusado por el sol.
En los primeros asientos, cerca de la máquina saca boletos, una señora iba con un niño en brazos. Más atrás un flaco vestido de traje, con un atado de cigarrillos en sus manos, posiblemente se estaba por bajar. Detrás de él dos mujeres adolescentes escuchaban reggaetón u algún estilo semejante de un celular. En los asientos traseros, dos hombres de nacionalidad vecina, descansaban en su posible vuelta a casa.
Dos cuadras después de que subiera él, en la parada siguiente, subió un joven de gorra con una larga visera.
- ¿Cuánto? – dijo el chofer y esperó unos segundos-. ¿Cuánto pibe?
-Aguantá chabón no la agites– mientras metía la mano en el bolsillo que sonaba a monedas.
Él, que seguía sentado al lado de una señora mayor, prestó atención a la escena.
Se cerró la puerta y el micro arrancó. El pibe de gorra portaba una mirada algo descentrada, vestido semejante a un integrante del cuerpo técnico de la selección nacional con un par de zapatillas blancas deportivas. El corte de pelo era muy particular, rapado sobre las orejas y teñida de amarillo la parte superior de la cabeza.
El joven pidió un par de monedas a los pasajeros, pero no encontró respuestas. Miraba constantemente al flaco de los cigarros que lo ignoraba torciendo su vista hacia la ventana hacia el paisaje oscuro de calle 60. Todos ignoraban el pedido, el colectivero comenzó a alterarse.
- Si no tenés guita te bajo pibe, dale mové.
- Eh, para loco, no te pongas la gorra, te dije que ya te pago.
- Dale pibe no te hagas el vivo, mové las pelotas.
- Aguanta gil.
- ¿Qué gil? Negro de mierda.
- Epa ¿estás alterada?
El colectivero empezó a bajar la velocidad a pesar de que no había ninguna parada próxima, la intención era obligar a descender del micro al obstinado pasajero.
El pibe recién subido comprendió la maniobra que intentaba hacer el conductor, de repente le quitó a la señora el niño de sus brazos, sacó un arma, apuntó a la criatura y se ubicó cerca de la puerta, desde donde podía ver a todos los pasajeros.
- ¿Qué haces bigote? Quédate quietito y maneja que para eso te pagan.
- Para pibe, para, no hagas locuras. Si querés pasa, viaja, no hay problema.
- Ah, ahora somos todos buenos ¿no?
La señora, posible madre del niño estaba muriendo de nervios, con ambas manos tapaba su boca y aterrador escenario.
- Tomá, querés plata, yo te doy – dijo el flaco de los cigarros.
- Sí, dame todo lo que tengas. Vayan largando todos porque lo fumigo
- ¡No, no, por favor!
- Vos gorda no bajes la marcha y seguí como venís que si estos apuran sale todo bien.
La situación se tornó demasiado tensa, la señora que iba con él no paraba de rezar el padre nuestro a una velocidad admirable. Las rochas que iban sentadas atrás apagaron la música.
- Limó ml l chabn.
- Callat blda, bja la cbza.
- ¿Qué les pasa putitas? ¿Ustedes quieren fiestas? Mirá que hay para todos.
El joven armado intentaba subordinar a todos, aunque por cierto estaba muy nervioso, eso era lo que más lo asustaba a él que aún continuaba inmóvil observando la situación.
- Nene, vo’ no tene’ idea de lo que estás haciendo. Le vas a hace’ una locura, deje ese bebé con la madre. Te vamos a dar plata si eso es lo que vo’ queres – dijo el hombre que se acercó desde el fondo.
- Callate vos paragua y quedate tranquilito ahí sentado– contestó tercamente- ¿Y vieja? ¿Qué pasa? ¿Ninguno tiene billetes?– preguntó mientras hacía presión con el arma en la cabeza del niño que lloraba desconsoladamente a gritos.
- Por favor, no. Máteme a mí, a mí. No le hagas nada a mi nene, por favor, por favor.
Él se acerco para tratar de calmarlo. Quizás inconsciente, el joven, no comprendía que estaba a punto de cometer un gran error. El colectivero observaba los movimientos por los espejos grandes que tiene para controlar a los pasajeros.
- Flaco en serio, deja el nene, con la madre. No va a pasar nada, te damos todo lo que tenemos y te vas. Ponete en el lugar de la madre, mira como esta.
- ¿Qué sos mi psicólogo?– respondió con su particular voz nasal.
- En serio, te quiero ayudar.
Por un momento el villero se distrajo, entonces el chofer pensó que era su momento de actuar. Bajo el asiento tenía un palo groso con el que controla el aire de las gomas del micro, el atacante estaba cerca, disimuladamente lo saco del lugar guardado e intentó golpear al pibe en la cabeza.
El intento fue fallido y logró apenas golpearlo en el hombro, él, que se había acercado para intentar calmar la situación se sintió frustrado. El joven como respuesta al golpe, entre el miedo y el efecto de los posibles estupefacientes sin pensarlo le disparo al niño volándole la cabeza.
El silencio invadió el colectivo, el pibe dejó caer de sus brazos al bebe muerto y detuvo su mirada en el suelo. El colectivo se detuvo. La madre del niño lloraba horrorizada apoyando sus manos en la ventanilla y se retorcía del dolor.
El joven entonces levantó la vista y vio la señora llorando, se miraron a los ojos y comenzó a llorar como un niño, se agacho tapando su cara. El colectivero detuvo el micro y en conjunto con el hombre de traje lo molieron a palos y a trompadas.
Él volvió a su lugar, al lado de la señora nerviosa que aún seguía suplicándole a Dios. Miró por la ventana; había llegado a la rotonda de Berisso.

Las sombras del pasado

Julieta Rabitti
Taller de Comprensión y Producción de Textos II



Me encuentro solo en mi oscura habitación. Últimamente no determino bien en qué momento estoy dormido, o si sueño despierto. Desde hace ya una semana que me empezaron a perseguir pesadillas que se mezclan con mi pasado. No sé si son producto de mi imaginación, premoniciones o solo mal entendidos de mi mente. La cuestión es que me encuentro aquí, encerrado, en este cuarto, recostado en mi fría cama, esperando que algo suceda.
Todo empezó el lunes por la noche, cuando entre bostezos y vueltas tuve el primer sueño. Me aparecí vestido de general junto a mi difunto tío. Levantaba las banderas de la sublevación y todo parecía marchar bien, cuando una nube gris nos empezó a tapar. Yo hacía fuerza para aclarar la vista, para lograr verme, pero todo se volvía oscuro. El pecho se me empezó a cerrar. De repente, la claridad volvió, y apareció un hombre que me dijo en un tono familiar:
- Relájese General que ya está todo preparado para que asuma la jefatura.
Así comenzó la sucesión de imágenes entrecortadas del pasado que me están hostigando.
El martes volvieron aparecer, pero con una intensidad mayor. Mucha gente, tanta que todo mi horizonte eran personas, parecían recién llegadas, todos cargaban equipajes y sus caras eran de agotamiento. Pedían a gritos comida y vivienda. Yo me tapaba los oídos, pero sus chillidos eran tan fuertes que creí enloquecer. Mi corazón comenzó a palpitar cada vez más rápido, hasta que todo quedó en blanco y mis oídos empezaron a escuchar un leve zumbido. Apareció un hombre vestido de negro que se me hacía conocido, y que con cierto aire de superioridad, me señalaba a un grupo de personas mal vestidas y despeinadas. Pedían, también a gritos, por un salario digno. Parecían locos, embriagados en alcohol, levantando sus pancartas de justicia social. Parecían de otra tierra, algo similar a los indios.
Lo que más me aterraba de todo era el hombre vestido de negro, que me miraba como culpándome de la situación de esos pobres hombres. Yo le intentaba hablar, pero mi vos no se escuchaba. Ese individuo tenía algo contra mí y yo no lo podía averiguar.
Al otro día, amanecí empapado de sudor. Me quedé un rato pensando en la cama, hasta que decidí darme un baño e ir a contarle lo que me pasaba a mi viejo amigo Ricardo, quien tal vez podría aconsejarme. Era el dueño de un lujoso bar de la calle Corrientes y Esmeralda, y si bien disentíamos ampliamente en la gran mayoría de los temas políticos, nos había unido una gran amistad. Me recibió con un fuerte apretón de mano y una botella de whisky. Me sugirió que relajara mi cabeza y dejara de pensar…
- ¡Pues claro amigo! En un par de años de directiva no se pueden enmendar todos los problemas de un país. Vos bastantes cosas hiciste ya. Mira a tu alrededor y podés ver la cantidad de cosas hermosas que hay, mujeres, amigos, diversión. Bueno, ya es hora de que lo empieces a disfrutar. ¡Y ahora brindemos por esta noche!
Las palabras de Ricardo no me conformaron del todo, pero por un buen rato me olvidé de las pesadillas que me acosaban. Tomamos alcohol hasta embriagarnos, charlamos y nos reímos de cómo habíamos envejecido. Su ser aún despedía esa ola de contento, propia de su raza.
Esa noche regrese a casa muy tarde, y topándome con las paredes llegue a mi cuarto. Estaba más relajado y dispuesto a pasar una buena noche. Me desnudé y desplomé en la cama. Por unos minutos, me quedé contemplando el silencio y la oscuridad absoluta de la habitación. Intentaba dejar mi mente en blanco. Cuando estoy por quedarme dormido (si aún no lo estaba) escuché un grito que me sobresaltó, y me encontré nuevamente en una vorágine de imágenes…el hombre de negro me señalaba ahora otra huelga, esta parecía de unos obreros. Se escuchaban tiros y corridas. El ruido del ambiente era fatal. Yo estaba sentado en un sillón y miraba desde ahí, como si estuviera en otro plano. Al lado mío se peleaba un hombre con un policía.
-Yo no hice nada– decía, con un aspecto de desesperación-. Soy inocente.
- Usted queda detenido por alterar y sublevar el orden establecido.
- Le digo señor que acá hay una confusión. Yo nada tengo que ver con esos miserables maximalistas…
La conversación del hombre con el policía se empezó a superponer con los gritos de la manifestación. Yo parecía pegado a ese sillón, no me podía mover. El hombre vestido de negro me miraba desde arriba y se reía de mí. Los sonidos comenzaron a aumentar hasta el punto que todo parecía estallar y luego descendieron, sólo quedó la constante de la risa.
Al otro día, amanecí con la sensación de que algo me iba a ocurrir. Me temblaban las piernas y no podía pensar con claridad. No quería que nadie me viera porque iban a pensar que realmente me estaba volviendo loco. Me encerré en mi cuarto y le pedí a la mucama que me dejara la comida al lado de la puerta. ¿Quién le iba a creer a una persona que sabía que algo le iba a pasar por los sueños que había tenido? Mi única hija me toco la puerta de la habitación varias veces, pero no le respondí. Pasaron las horas, y yo estaba decidido a no volver a dormirme. Estaba aterrado. Sabía que me iba a encontrar de vuelta con esas personas que tanto daño me estaba haciendo. La cara de ese individuo me parecía conocida pero no lograba descifrar de donde. Pensé y pensé, hasta que sin darme cuenta solté las riendas. Volvió la nube gris y con ella apareció un periodista mal vestido que me decía entre murmullos
- TENGA CUIDADO SEÑOR, VIENEN POR USTED.
El informador aparecía y desaparecía. Su voz se fue haciendo cada vez más tenue hasta esfumarse. Yo estaba nuevamente sentado en el sillón. Sentí deseos de llorar y gritar, de pedir auxilio
Es domingo 3 de Julio. Hace siete noches que la mirada siniestra y vacía de ese hombre vestido de negro me persigue. Las imágenes del pasado se me mezclan. Estoy cansado. Creo que me estoy volviendo loco. El periodista me aconsejo me quede en el cuarto, y así lo voy hacer. Es en el único en quien confió.
Estoy recostado en mi cama, esperando. ..
- ¡Señor! ¡Señor!.
- Ya les dije que me dejen la comida detrás de la puerta que no pienso salir. ¡Váyanse!
- Es que lo busca un hombre vestido de negro, que asegura que usted lo está esperando.

La idiotez quiere protagonismo

Carlos Castellano
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Un hombre adulto, no viejo, adulto. Unos cuarenta años en su haber, y ganas de darle trascendencia a su mediocre vida. A pesar de pensar y pensar, no logra encontrar una solución a su problema.
Una tarde, aburrido en su casa, mira televisión y se da cuenta de los personajes sin sentido que hay en ella. Esos denominados “mediáticos”. Es su oportunidad ideal, él no tiene miedo al ridículo. Se presenta en un programa. Por fin, el idiota consigue protagonismo.
Amigacho está en la T.V.

Estrellas estrelladas

Jonatan Gargano
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Se les habían terminado sus cinco minutos de fama. Se miraban entre ellos, preguntándose qué era lo que habían hecho mal, cómo de un día para el otro volvían a ser cinco pibes que se entretenían filmado sus bailes.
La respuesta a esa pregunta estaba a la vista. Ellos no habían hecho nada, no tenían talento alguno para perdurar en el tiempo.
Fueron el pasatiempo de algunos empresarios que explotaron sus “cualidades” y de ciertos adolescentes que se divirtieron bailando sus pasos.
Se fueron como llegaron, los llamados Wachiturros, bailando.

lunes, 10 de octubre de 2011

Éramos jóvenes

Lautaro Manzi
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


La guerra es muy dura y larga. Noches enteras de estar desvelado, atento a la mínima cosa que pueda suceder. Un cielo gris oscuro que parece, nunca va a despejarse, el frío que abarca todo mi cuerpo, ni siquiera siente el “calor” de la amistad ya que mis amigos los he perdido en la lucha. Como ellos, miles más han pasado a otra vida. Mi país natal, Francia, está devastado, ciudades enteras en el olvido, como si nunca hubiesen existido. Sin embargo, el poderío militar portugués es tan grande e incontrolable que continúa avanzado sin importar.
Nuestro ejército trató e hiso todo lo posible por afrontarlo pero nos vimos claramente superados a nivel industrial. Nuestro armamento no era abundante y además muy básico. Con el transcurso de los días fui perdiendo compañeros y a la vez sobreviviendo, ya que la pérdida de éstos, significaba más comida para el resto.
Soy uno de los más grandes de los que quedamos y aún estamos en el campo escuchando los bombardeos cercanos, oyendo los tiroteos incesantes e interminables, granadas que se encuentran en el suelo y que se deben esquivar, no tenemos ni un minuto de paz; el silencio es algo que me gustaría volver a conocer.
Con mis veinticuatro años maduré repentinamente y he sido obligado a madurar tras los hechos que estoy sobrellevando. La tregua es el milagro que todos ansiamos, los nervios que carcomen nuestra mente, una incertidumbre absoluta del futuro, sólo nos queda la fe. Somos soldados, luchamos pero la última esperanza es la fe.
La gran diferencia entre ellos y nosotros es la edad y la madurez de los portugueses. Noté en sus caras aguerridas un deseo de victoria, de no tener interés por el que tiene en frente. En el campo de batalla, no tenían piedad por mis pares, los mutilaban, en fin, los exterminaban.
Pedimos socorro a nuestros jefes cuando nos dimos cuenta que la situación era imposible de revertir, sin embargo,nunca recibí noticias. Lo mismo ocurrió con los alimentos, hace ya cuatro días que lo que queda del batallón no ha recibido nada y por tal motivo se denota la falta de energías en ellos.
Espero que la experiencia que estoy viviendo se dé a conocer por medio de esta carta.La falta de recursos, el temor, la disolución y desesperación que hemos sentido todos. Somos jóvenes que merecíamos vivir como tales.

El ataque Kamikaze

Lisandro Portelli
Taller de Comprensión y Producción Textos I



El rumor dice que hay alrededor de veinte muertos, lo que sí puedo asegurar es que dos aviones kamikazes hundieron un acorazado y un portaviones generando pánico y terror en los soldados y habitantes de la isla.
La Base Naval se encuentra en el sur del pacífico en el archipiélago hawaiano. En la enfermería de la ciudad están esperando ansiosos la llegada de algún herido, pero según lo que se puede escuchar de la gente que viene del puerto, afirman que no hay ningún sobreviviente.
Los primeros testimonios cuentan que los radares militares detectaron a los aviones pero las fuerzas aéreas del lugar no lograron detener a todos los kamikazes. Eran cuatro, dos explotaron en el aire, sin embargo, los otros dos cumplieron con lo que seguramente era su misión, la destrucción de los barcos.
El almirante de la Base, entristecido por la pérdida de sus subordinados, comentó que sabían de la enemistad del gobierno oriental, no obstante, no esperaban el ataque. A su vez, afirmó que era muy probable que en Washington decidieran declararle la guerra a Japón.
Al finalizar el día, llegó la noticia más triste: hubo veintiséis muertos y ningún sobreviviente. El pueblo no es el mismo de ayer, el miedo se apoderó de todas las personas, inclusive del que les escribe.

Año nuevo y revolución

Bruno Gatti
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Arribé a Cuba durante la última semana de diciembre de 1958. Al salir de aeropuerto y asomarme a la calle, pude sentir y comprobar que era una mañana muy calurosa, a pesar de que el invierno ya había caído. El radiante sol y el alto porcentaje de humedad me obligaron a caminar por la sombra.
En La Habana había muchos clubes sociales, a los que asistían la clase alta cubana y los norteamericanos que viajaban frecuentemente a la isla para divertirse. También había casinos y hoteles lujosos. Pero en contraste con esto último, la mayoría de los cubanos vivían en pésimas condiciones.
La gente moría de hambre y de enfermedades. Vivían en casas insalubres, de tipo conventillo, y gran parte de la población era analfabeta. Además el régimen, presidido por Fulgencio Batista, había desencadenado una persecución a sus opositores, lo que desató, en lo inmediato, la formación del movimiento 26 de julio, con el claro objetivo de derrocar al dictador.
La noche del 31 de diciembre se organizó una gran fiesta, en uno de los clubes sociales más importantes de la isla, para celebrar el año nuevo. Participaron de la misma, funcionarios del gobierno cubano y la burguesía estatal y estadounidense. Apenas comenzado el año 1959, el presidente Batista se vio obligado a renunciar ante la resistencia de los rebeldes, quienes por ese entonces contaban con un amplio apoyo popular.
En las calles de La Habana, y en todo el país, la gente se concentró en las calles para festejar la revolución y el fin de la dictadura. Un grito de júbilo estalló cuando un auto entró en la capital, transportando al comandante Camilo Cienfuegos, cuyo nivel de popularidad estaba a la altura de Fidel Castro, acompañado por sus tropas.

El último pelotón masacrado

Roberto Jesús Ortiz
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Mientras el sol se iba escondiendo, me senté en un cajón de madera con mi fusil herrumbrado y las pocas municiones que me quedaban. El último ataque fue devastador. De doscientos hombres, sólo quedamos cincuenta. Era de noche y estábamos incomunicados con el cuartel general; necesitábamos ayuda, sin lugar a dudas, pero no había señales de que ésta fuera a llegar.
A esa altura, me parecía inútil pensar en el país, la patria y los ideales por lo que dije haber luchado, en algún momento. ¿De qué servía todo ello? Inmolar la vida injustamente por causas que no eran de mi incumbencia y ser sólo un ínfimo eslabón en la cadena de la humanidad. Fue muy triste. La única energía que me quedaba, comenzaba a agotarse.
Es éste un lugar inhóspito, donde se siembra la sombra, ya que las hierbas no crecen; lugar donde se come mal y se duerme peor, y donde pesan más los recuerdos en tu cabeza por sobre el cansancio y la resignación del cuerpo. Rendirse o salir a atacar en esas condiciones, para mí, era básicamente lo mismo.
De manera increíble, nos encontrábamos en un valle. Pura inoperancia organizativa de los generales, que con voz ronca y ensanchando el pecho, guitaban: ¡Viva la patria!
El ambiente era tenso y deprimente. Trataban de alentarnos pero no hubo caso. Intuía que sería una noche decisiva, y en ese instante una balacera atravesó el cuerpo de un compañero. Su grito se perdió en la oscuridad. El alboroto se adueñó de las tiendas de campaña y todos salimos corriendo con el único objetivo de disparar hacia donde sea. Pero…
Tuve la suerte de sobrevivir, aunque como prisionero. Sin embargo, nada me cuesta reconocer que el enemigo me ha tratado con cortesía. Y hoy, mientras repaso esto, pienso que Dios no se acordó de mis amigos, pero me asignó la tarea de reivindicar su orgullo y su coraje.
Puedo decir, cargado de lágrimas, que formé parte del último pelotón masacrado.

lunes, 3 de octubre de 2011

Oscuridad

María Belén Zarranz
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Ese profundo miedo me consumió al despertar. No escuchaba nada más que el sonido de los latidos de mi corazón, que parecía que iba a salirse de mi pecho.
“Fue sólo una pesadilla”, me decía a mi misma y hacía resonar esa frase, una y otra vez en mi cabeza para convencerme y así lograr que el temor, que se apoderaba de mí, se disolviera en el aire.
Pero no, por más que lo intentaba, recordaba esas espantosas imágenes que hacían estremecerme. Sólo quería olvidarlas, borrarlas de mi memoria. Me sentía paralizadas por ellas, no me dejaban pensar coherentemente nada.
Intenté muchas veces, durante la noche, calmarme, respirar hondo e imaginar cosas más agradables que esas que habían aparecido en mis sueños. Pero era una cuestión imposible de lograr. ¿Cómo podía hacerme la tonta, después de haber visto esos ojos que me observaban y analizaban y de los cuales no podía huir?; ¿Cómo podía fingir que ese ser oscuro no había tocado algo dentro de mi alma, modificándola para siempre…?
Si dirigía mis pensamientos hacia la pesadilla, podía volver a vivirla en cámara lenta. Recordaba todos y cada uno de los detalles, los olores nauseabundos de ese campo en las penumbras de la madrugada, los horribles ruidos de gritos desesperados pidiendo ayuda sin cesar, y esa figura… con sus manos secas y lastimadas, su andar despatarrado por los yuyos, su cuerpo deformado por quién sabe qué y el susurro de su respiración entrecortada que me ponía nerviosa.
Sentí morir al despertar de esa horrible secuencia de imágenes que se confundían, ahora, con mi propia realidad. La desesperación me atrapó, mi ser se colmó de pánico y me convertí, por unos instantes, en la persona más irracional de la tierra.
Poco a poco, el sueño me fue ganando. Pero sin embargo, las noches siguientes por la medianoche, seguí despertándome sobresaltada, anhelando como jamás lo había hecho antes que por favor algo me hiciera borrar la figura de mi mente, por temor a perder la cordura para siempre.

Adiós

María Belén Zarranz
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Tendida en mi cama, después de haber pedido que me saquen de ese horrible hospital, pienso en los años vividos.
Mi cuerpo sufre los dolores de los golpes causado por ese espantoso accidente automovilístico. Son tan fuertes las puntadas en mi columna que suelo quedarme sin aire por unos segundos cuando siento una.
Mi familia se dedica a observarme. Se pasan largas horas mirándome y llorándome, cuando preferiría que me leyeran un cuento o me cantaran una canción.
Siento mi corazón paralizarse de repente, doy mi última mirada a mis hijos que no logran contener sus lágrimas. “No lloren”, intento decirles, pero sólo siento que mis ojos se cierran poco a poco.
Muero. Me desprendo de mi cuerpo y divago por la casa durante el día, mientras veo cómo lo preparativos para el funeral se organizan.
Amigos y parientes que llegan a mi casa, donde mis huesos y mi piel descansan sobre un frío ataúd. Mi cara es blanca y ojerosa. Mis labios, entre abiertos, están tensos. Mis manos reposan sobre mi estómago.
Yo simplemente quiero partir de una vez hacia la luz, de la que tantas veces me hablaron. Porque tengo frío, pero por suerte el sufrimiento ha desaparecido.
Quisiera gritar que no deben preocuparse por mí… quisiera que escucharan las carcajadas que ahora sí puedo largar… quisiera que se secaran las lágrimas y que me recuerden con una sonrisa.

Lo inmortal

Nicolás Hornos Barreiro
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Arriba de un Cadillac modelo 83 nos dirigíamos en busca de un desahogado descanso de la locura urbana existente en Michigan. Buscábamos en un mapa un destino lejano y tomamos un atajo por las rutas rurales. Fueron dos horas de viaje las que bastaron para que la fatiga y el aburrimiento se apodere de nosotros y empezáramos a basilar historias macabras relacionadas a lo inmortal que dominaba a las criaturas endemoniadas. La gente de aquella época no creía en la existencia de lo inmortal, estas historias eran desaprobadas por la sociedad, aunque las mismas deambulaban libres como las brisas que tocan los oídos y generan dudas en lo profundo de la esencia humana.
La noche llegó pronto, repentinamente. Y el misterio empezaba a mostrarse en cada segundo de la ruta. Una niebla extensa y sofocante nos sorprendió. La visibilidad empezó a disminuir al igual que la velocidad del Cadillac. Mientras Jack Brown ojeaba el mapa, y Rod Williams hacia templar el volante, empecé a hacer comentarios sobre lo inmortal.
-¿Que harían ustedes ante lo inmortal? - Les pregunté. Pero el silencio en ellos era más que una respuesta. Entonces recordé una antigua leyenda que tenía varios siglos de vida y parloteé durante una hora hasta creerla.
La historia tienen lugar en la mitad del siglo XIX y trata el mito de Pachallsmank, un pueblo escondido entre el límite de Michigan e Indiana, en donde las criaturas divagaban frecuentemente como el viento y lo imposible era real. La vegetación no existía, todo estaba cubierto de cenizas y lo más curioso es que los indios y las criaturas veneraban a lo inmortal. Solo se sabía que el individuo que pise el suelo sería eternamente despojado de su alma.
– ¡Daria nuestras vidas a lo inmortal por un minuto allí, parlanchín!- objetó Rod con una sonrisa en su rostro, quise continuar con mi relato pero las burlas carcomían mis oídos. Unos minutos después el silencio calló los labios de ellos. La niebla desapareció por completo, un letrero antiguo era devorado por nuestro mirar: “Bienvenidos a Pachallsmank”…
El lugar mostraba lo anteriormente dicho, lo único que no se había detallado antes era la sorpresa que mostraron nuestros rostros. Una tranquera oxidada de cuatro metros de alto y una extensa reja de la misma altura interrumpía la ruta y era infinita en si. Bajamos del Cadillac sorprendidos y abrumados por lo que nos mostraba el horizonte. Nuestros pasos hacían ecos abrigadores en ese suelo. Rod y jack contemplaban ese monumento indescriptible, me dispuse a volver al auto a buscar un abrigo y vi, a mis espaldas, decenas de de ciervos, venados, gaviotas, lobos y antílopes. Estaban apartados, ajenos al pueblo. Pero lo más sorprendente era que miles de cuervos cruzaban rápidamente el cielo en dirección hacia el pueblo.
-Increíble pero cierto – mencionó Jack y dirigieron sus miradas hacia mí, buscando respuestas que no encontrarían. Decidimos entrar, abrimos la tranquera, entramos y se cerró sola. Vimos como la niebla papaba la tranquera y dejamos de presenciar el horizonte del otro lado.
Caminamos por un turbante, era un suelo de polvo, a lo lejos se veían varias aldeas, de escasa pintura. Viejas raíces negras en el suelo y cuervos deambulaban formando un círculo en un cielo de color fuego intenso.
El camino desbordaba al pueblo formando una calle principal, no había ningún movimiento humano, el silencio se apoderaba del ambiente. Mientras visualizábamos los aspectos extraños del lugar, escuchamos a lo lejos el sonido rocoso de un piano turbulento acompañado de miles de aplausos provenientes de una cantina. Avanzamos a paso lento, mientras que las pulsaciones se aceleraban, palpaban las paredes y vibraban los latidos de mi corazón. Miré mi reloj y marcaba las siete de la tarde en punto, puse en una balanza de valor la idea de entrar a ese lugar, por más siniestro de lo que era teníamos que pasar la noche en algún lugar. Abrimos las puertas y nos encontramos con un tumulto de personas, si así se las puede llamar. Cantaban, bailaban junto al piano, sus rostros pálidos, sus pieles eran blancas como las de un muerto, una fuerte y oscura ondulación negruzca, a la que llamaremos ojera, rodeaba el contorno de los ojos de esta gente extraña. No se habían percatado de nuestra presencia, ya que estaban de espalda, y asimismo nuestro espanto crecía en cada minuto que pasaba, hasta que Rod sin prestar atención por accidente rompió un vaso.
En la siguiente escena se detiene el tiempo por un minuto, no hay ninguna acción de los personajes, pero el piano no interrumpe su sonido.
Las personas apuntaban sus miradas hacia nosotros, no nos podíamos mover, era impactante ver sus rostros, estaban carentes de calor, y nos dimos cuenta en pocos segundos de que eran ciegos, tal vez el sentido de su olfato había percibido nuestra llegada. Empecé a pensar teorías inciertas y a tratar de recordar algún episodio que me esclarezca las cosas, entonces recordé las palabras de Jack: “daría nuestras vidas a lo inmortal”. Miré a mi alrededor y toqué mi pecho, no encontré latidos. Miré a Rod y a Jack, estaban pálidos, sin signos vitales, miré hacia una pared y en un espejo me di cuenta de mi apariencia, era igual a la de ellos y de los demás. Estábamos muertos.
Un fuerte viento punteó la aguja del reloj y recobramos los movimientos corporales, Rod y Jack cayeron rendidos al suelo, mientras se desangraban, fue cuando esas personas se abrieron y pude ver lo que había detrás de ellos, se empezó a formar una grieta en el piso de la cantina y voló el techo al fin. Las paredes se derrumbaron, mis ojos fueron testigos de algo impactante, en un rincón estaba el piano intacto, a salvo de toda tragedia, en el otro rincón estaban las personas muertas, en pie, esperando cualquier tipo de error, esperando un fuerte desenlace. Y en el medio estaba eso que observaba todo aunque no tenia ojos, pero su singular y siniestra aparición no daba buenos pronósticos. Quieto en su sitio, esperaba, mientras se iluminaba el fuego en su interior, luego empezaron a salir criaturas de su silueta, se rompían los contornos de sus paredes, fueron cuatro criaturas, feroces, endemoniadas, que lloraban mientras sangraban sus cuerpos que más bien eran esqueletos de escasa anatomía. Se arrastraron y luego comenzaron a volar a mí alrededor, mis ojos empezaron a sangrar y resucité para morir nuevamente. Se desabrían mis venas, caí al suelo retorcido, arañando las cenizas, pero seguía viendo eso tan perturbador, tan siniestro, y pensé: ¡Eso es lo INMORTAL!