lunes, 8 de noviembre de 2010

Habitación compartida

Por Ezequiel Giménez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Era una tarde soleada de un día de invierno. Afuera el viento soplaba y golpeaba contra el vidrio de mi ventana. Las cortinas oscuras impedían que ingrese la luz del sol y un pálido color verde iluminaba las paredes opacas. De ella colgaban varios cuadros y retratos de estilo deportivo, principalmente con imágenes de mi equipo de fútbol. También había recortes de diarios y revistas de de tinte histórico y político. Nada en especial.
Me encontraba la mayor parte del tiempo entre cuatro paredes, que servían de resguardo especialmente en una estación tan fría y seca.
No vivía solo. Compartía la habitación con mi hermano que desde hacía pocos años, aunque nunca se encontraba allí. A pesar de eso, jamás tuvimos problemas. Él respetaba mi privacidad y yo la suya.
La puerta de entrada, de una robusta madera totalmente barnizada, tenía un cartel que gritaba “¡mandate!”, y un poco más abajo completaba “después de golpear”. Fue una idea de Gonzalo que al principio yo no compartía pero que terminé por acostumbrarme.
El piso iba a estar alfombrado, pero un capricho de mamá terminó por convencernos de que el parquet era mucho más limpio. Tenía un marrón tan brillante que parecía haber sido encerado varias veces. Lo que más me gustaba del suelo eran las baldosas con dibujos muy similares a las escrituras aztecas.
Sin embargo, mi pieza no era grande debido a que un inmenso armario ocupaba casi la mitad del espacio. Además, era necesario guardar lugar para situar las camas que en principio eran cuchetas desmontables, aunque en realidad terminamos utilizando las camas de mis abuelos. Eran realmente cómodas. Por supuesto que se encontraban cubiertas por un acolchado con motivos azules y amarillos ; y una pequeña mesa de luz turquesa separaba a ambas. Sobre ella, un velador muy útil nos servía de iluminación. La luz principal no funcionaba.

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