lunes, 8 de noviembre de 2010

La fuga

Por Sergio Komissarov
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Sus pasos retumbaron con un eco sordo que se perdió en la penumbra del estrecho corredor. Indeciso, caminó los últimos metros y se detuvo frente a la puerta. Al verlo, el enfermero borró de su rostro el gesto inquisitivo y sin pronunciar palabra alguna le autorizó el paso con una mirada comprensiva.
Cuando atravesó el umbral tuvo la extraña sensación de que el tiempo de repente se había detenido. En el interior, la oscuridad le pareció tan espesa que, al principio, no se atrevió a dar un paso más hasta que sus pupilas comenzaron a distinguir algunos contornos difusos. Advirtió una luz tenue que se filtraba por una estrecha ventana proyectando la sombra de los barrotes sobre las paredes acolchadas. Percibió enseguida la presencia de la silueta refugiada en las tinieblas y se sintió consumido por la curiosidad. Con una solemnidad inesperada y casi involuntaria depositó el recipiente a sus pies y retrocedió unos pasos. De pronto, desde el rincón, emergió la figura de un hombre que, mirándolo a los ojos, le agradeció la magra ración de comida.
La apariencia del paciente le produjo emociones contradictorias. Aun sin afeitarse, sucio y con el cabello desordenado sobre los hombros, no tenía aspecto del temible demente que le atribuían todos los empleados del neuropsiquiátrico. Por el contrario, su mirada irradiaba una calidez asombrosa y las facciones de su rostro provocaban una fascinación incomprensible incluso en aquella celda sofocante.
-¿Sos nuevo acá?-preguntó el hombre en un tono que sonaba demasiado cuerdo para ese sitio- Seguramente te mandaron a conocerme. Tengo entendido que mi reputación me precede.
El muchacho sintió un escalofrío en la nuca y respondió tímidamente:
-El doctor decidió adelantar su almuerzo. Hoy comenzará el tratamiento más temprano que de costumbre. Debe comer ahora.
Juan Salvo era sin dudas el interno más célebre de aquel lugar. Llevaba allí alrededor de veinte años, tiempo durante el cual adquirió una fama desmedida, en parte, gracias a su incurable condición. No existía persona alguna dentro de los límites de la institución que no conociera los pormenores de su delirio.
Hasta el cansancio afirmaba ser un viajero en el tiempo envuelto en una feroz lucha contra un grupo de alienígenas dispuestos a aniquilar a la humanidad. Incluso había protagonizado varios intentos de fuga para intentar encontrarse con su familia, perdida según él, en algún remoto punto de la historia. Sin embargo, nada de eso podía compararse con un rumor que circulaba desde el mismo momento de su internación. De acuerdo a algunos, siempre más cautos que escépticos, Juan tenía una serie de poderes mentales que le permitían, entre otras cosas, leer la mente.
Cuando terminó de comer lo miró por última vez y le pareció estar frente a un hombre derrotado que, sin embargo, no aceptaba su locura con una resignada rebeldía. Por un momento se preguntó fascinado qué poderoso motivo lo impulsaba a persistir durante tanto tiempo en su descabellado desvarío. De pronto tuvo el irrefrenable deseo de preguntárselo, pero enseguida se detuvo. Vaciló por un momento y, retirando el plato, se dirigió a la puerta. Entonces sintió un golpe en la cabeza que sonó con un crujido amortiguado y lo último que vio fue una silueta furtiva atravesando el umbral.

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