miércoles, 10 de noviembre de 2010

Olvido o recuerdo triste

Por Bruno Marchetto
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Entre el deseo de olvido y el recuerdo triste es como hoy se me presentan las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. Algunos dicen que olvidar es malo, pero yo considero que es un auto reflejo del hombre, que a veces sin querer hacerlo conscientemente suprime lo que no le hace bien.
En esos momentos, tenía 9 años y no sabía demasiado a fondo qué era lo que pasaba en el país. Lógicamente, me daba cuenta que la economía en general y en especial, la de la familia no era la misma que antes. Veía a mi papá quejarse por los impuestos cada vez más altos y por las formas de pago de su sueldo y de sus clientes, que mezclaban pesos, patacones y lecop.
Estábamos en la cocina de mi casa el día 19 cuando comerzaron los disturbios en diferentes focos del país. Los saqueos de supermercados se convirtieron esa tarde en la postal más vista y comentada por los noticieros y los diarios, la crisis había llegado a un punto cúlmine en que los ciudadanos debían enfrentarse entre ellos en busca de víveres, en una búsqueda por sobrevivir.
Mis viejos estaban muy preocupados por la situación y decían que no podían creer lo que estaba sucediendo. En ese momento mi papá trabajaba en la municipalidad y todos los empleados debían colaborar para que la situación n o se fuera de control. A veces, debían ir con las camionetas del municipio a los supermercados a buscar mercadería para después repartirla a la gente y calmar el mar de protesta y tensión que se vivía a cada instante.
Pero el hecho central de esa tarde, el que más recuerdo, tiene que ver con mi hermana.
En ese momento, tenía 16 años y estaba con su mejor amiga, cuyos padres eran dueños de uno de los supermercados más importantes de la ciudad.
Desde mi casa veíamos por el canal local, cómo una gran masa de manifestantes se abalanzaba sobre la puerta del comercio y golpeaban fuertemente los vidrios y las puertas para que se abrieran y así poder pasar y tomar las mercaderías. Mi mamá, cuando se dio cuenta de que su hija estaba ahí, se puso como loca. Recuerdo que empezó a discutir con mi papá casi al borde del llanto. Se los notaba nerviosos a ambos porque intentaban comunicarse con mi hermana y la familia de su amiga y no podían hacerlo de ningún modo.
Finalmente pasadas la s 19 horas, se le entregaron bolsas a quienes se encontraban fuera del supermercado y la multitud se fue dispersando. A la noche estábamos los cuatro reunidos en casa mirando la televisión, mientras mi papá decía que era una locura lo que estaba haciendo De la Rúa con su declaración de estado de sitio. No se equivocaba, esa medida hizo que vaya más gente a la calle, a la Plaza de Mayo y que se desate la represión y las muertes y desmanes del día siguiente.
Lo que queda del relato, es lo que ya todos saben, la violencia contra las manifestaciones, los cacerolazos, la represión, los 20 muertos, la renuncia de Cavallo, la patética huida en helicóptero del patético Presidente y ante todo, la indignación de la gente. O por lo menos de mi mamá, a quien recuerdo mirando atenta el noticiero y diciendo que sentía inseguridad, miedo por no saber lo que iba a pasar de ese instante en adelante.
Es por estos motivos que, tanto a nivel de la sociedad en general como en mi familia en particular, esas f echas oscilan entre el olvido inconsciente y el recuerdo triste de lo que nos dejaron en la memoria a cada uno de los argentinos, como marcas de época, esas dos fechas.

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